viernes, 27 de mayo de 2016

Ellos no, ¡yo sí!

Ellos no, ¡yo sí!

Eduardo de la Serna



Una de las críticas habituales que se escuchaban decir contra los sistemas marxistas, en sus diferentes variantes, es que “la gente” no podía salir de los países. Las balsas de Cuba o el muro de Berlín eran un buen ejemplo de esto. Y antes de continuar quiero señalar que no voy a cuestionar esto (aunque debería ser analizado, como ocurre con todos los datos). Y esto, así mirado, me parece lamentable. Especialmente por las muertes provocadas en los intentos de fuga.

Por el otro lado, el sistema “liberal-capitalista” nos enseñaba que la libertad es el valor supremo (cosa que también debería analizarse y cuestionarse, quizás), y en los países capitalistas los que querían podían moverse, salir, entrar, viajar… Y este era un dogma inamovible, incuestionable e intocable.

Pues quisiera “tocarlo”, “moverlo” y “cuestionarlo” al menos un poco.

Una vez dije, y recibí críticas de todo tipo, que eso no era cierto ya que los pobres no podían salir o viajar. Esa libertad era (¡es!) relativa. Es de los que “tienen”, no de los que “son”.

Claro que algunos tienen tan “naturalizado” el sistema que dicen que los pobres “pueden”, sí, pero no les alcanza. Es decir, tendrían la posibilidad de hacerlo si tuvieran el dinero, cosa que no ocurre en el sistema comunista en el que no pueden aunque quieran. Eso es lo que dicen, pero lo cierto es que no pueden.

Para reforzar esta idea, Javier González Fraga – economista ligado al gobierno macrista – afirmó que "le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior. Eso fue una ilusión, eso no era normal". Lo normal es que eso pueda hacerlo solamente quien tiene dinero. Es una naturalización de la meritocracia (¡palabra detestable, si las hay!).

Ya había comentado Leonardo Boff el enojo de “señoras” que ahora no podían ir a París porque allí había ido el portero de su edificio. Son las “aberraciones” (o una de las) del populismo. Resulta que pareciera que el tema no es que “la gente” pueda salir o entrar, sino que “yo” pueda hacerlo. Cuando quiera. Como quiera. Era el enojo de algunos “cacerolos”: que el gobierno no les dejaba hacer lo que ellos querían. Pero parece que sí se enojan cuando los “empleados medios” (¡y qué no decir de los pobres!) viajan (o compran cosas que no debieran). Yo debo poder hacer lo que quiero, ¡ellos no!

Parece que el único viaje que les está permitido a los pobres es el de migrar en balsas o sobre trenes para llegar – los escasos sobrevivientes – a un trabajo casi esclavo en los “paraísos de la libertad”. Un viaje de placer no les está permitido, el “poderoso caballero” es – en realidad – amigo de muy pocos. Que puedan hacerlo en sus sueños o en potencia no significa que realmente puedan concretarlo. Si lo hicieran, el sistema entero peligra a causa del “populismo”. Desaparecido el “marxismo”, ateo, perverso y enemigo de la propiedad privada (ahí radica el verdadero ateísmo que les preocupa) el populismo se ha transformado en “el enemigo”, hasta el punto que Venezuela se pone en paralelo a Cuba en el “top three” de la perversión y maldad (Corea del norte sería el tercero), aunque en realidad el enemigo a vencer sea China.

La cosa es sencilla, hay que indignarse por los que no pueden salir de sistemas marxistas, pero enojarse a su vez de los que salen de sistemas capitalistas, salvo cuando sale lo que antes se llamaba “gente como uno”. Porque los primeros son defensores de la propiedad privada, los segundos son defensores de la igualdad. Y es evidente que no somos iguales con los “trabajadores medios”. Ellos deberían aprender que están “condenados al éxito” de ser empleados nuestros, disfrutar los favores que les hacemos de pagarles un salario, que debería ser más bajo aún, y disfrutar de algunas ropas usadas que pueden adquirir en Cáritas. Bastante tienen con eso como para encima soñar con utopías populistas.



Cuadro tomado de http://historiaybiografias.com/gobierno_populista/

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