martes, 5 de septiembre de 2017

Domingo 23A

Jesús está vivo y presente en medio de su comunidad de hermanos

DOMINGO VIGESIMOTERCERO - "A"

Eduardo de la Serna




Lectura de Ezequiel     33, 7-9

Resumen: La casi seguridad de que no será escuchado por los destinatarios puede llevar al profeta a la tentación de no hablar. Dios quiere que el pueblo sepa que Dios no ha callado y por eso exige al profeta que no deje de advertir porque en ese caso será responsable de la no conversión de su pueblo.


Ezequiel corre un serio riesgo en su ministerio profético. Ya desde su misma vocación sabe que probablemente no será escuchado (2,5.7; 3,11); que muchos irán a oírlo como quien escucha un cantante (33,32), pero no se sienten por ello exigidos a un cambio de conducta (3,7) ya que su predicación es dura: “lamentaciones, gemidos y ayes” (2,10). Por tanto, ¿tiene sentido predicar allí donde sabemos que no seremos escuchados? El texto litúrgico de hoy viene a dar respuesta a esta tentación del profeta.

El texto es una repetición idéntica del que encontramos en el contexto de la vocación de Ezequiel (3,17-19).

Dios habla a su pueblo por medio del profeta (2,4), y esa es la responsabilidad de Ezequiel. Notar, de paso, que el texto no dice qué es lo que el profeta dirá. En este caso no es eso lo importante, sino que el pueblo sepa que “hubo un profeta” (2,5). Es decir, no podrán decir que Dios se desentendió de ellos. Dios habló, ellos no escucharon. Pero, precisamente por esto, el profeta “debe” hablar, ya que si no lo hiciera parecería que Dios no lo hizo. 

Es en este contexto que ha de entenderse la imagen del vigía: “cuando oigas una palabra de mi boca” (33,7 // 3,17). Lo más probable es que el “malvado” no lo escuche (en el ejemplo no se hace referencia al cambio de conducta del “malvado”, algo que pareciera no haber ocurrido) pero si la persistencia en la maldad se debe a su “mala conducta”, él mismo es el responsable, pero si no lo hiciera porque el profeta calló, también éste es responsable por no haberlo advertido. En cambio, si el profeta – centinela se dirige al “malvado” invitándolo de parte de Dios a un cambio de conducta, queda liberado de responsabilidad ante la falta de conversión ya que habló conforme a su encargo.

Hay – entonces – una relación entre el profeta y el pueblo. Aquel es responsable. No es responsable de la respuesta, pero sí de advertir o no. “Advertir” es término frecuente en Ezequiel. El verbo tiene que ver con la “interpretación” que hace el profeta (cf. Ex 18,20; 2 Re 6,10; 2 Cr 19,10), con lo que no se transforma en un mero “vocero” sino en un intérprete de la voluntad de Dios en la historia conflictiva de su pueblo. 

Saber discernir la voluntad de Dios y expresarla en voz clara al pueblo es tarea del profeta, aunque sepa con seguridad que no será escuchado, y que - por lo tanto - "el malvado" no cambiará su conducta.


Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Roma     13, 8-10

Resumen: en un contexto práctico, Pablo sintetiza toda la carta – en la que confrontó con la ley – que todo se hace pleno en el amor al prójimo en el que toda la ley alcanza su plenitud.


Pablo – lo hemos dicho días anteriores – presenta una serie de invitaciones a vivir de una manera coherente con lo que es la predicación del Evangelio. Salvando algunos puntos, lo hace tomando elementos que ha desarrollado en otras cartas (ya que no parece conocer demasiado la realidad de la comunidad de Roma que es una Iglesia que él no ha fundado). 

El imperativo (“deber”) se dirige al “amor mutuo” (ver 1 Tes 3,12; 4,9; Ga 5,13) con lo que – evidentemente – se dirige a una comunidad (no a una persona). La unidad empieza (v.8) y termina (v.10) con la referencia al cumplimiento (plêroô / plêrôma) de la “ley” (nomos, Gal 5,14; Rom 8,4). En el centro se ejemplifica con la presentación de algunos preceptos de esa ley (no adulterar, matar, robar o codiciar) con los que se alude a todos (y los demás). Este “amor” al que se invita – siguiendo la tradición que remite a Jesús (cf. Mc 12,28-31) sin embargo no refiere aquí al amor “a Dios” sino “al prójimo” (v.9). El prójimo (plêsíon) en la Biblia hebrea se refiere al miembro de la comunidad de Israel (cf. Lev 19). Pablo utiliza muy pocas veces el término (x4, de los que x3 se encuentran en este contexto [Rom 13,9.10; Ga 5,14], la restante [15,2] se encuentra en el contexto de la “edificación” mutua). Siendo que en la Biblia hebrea “prójimo” es sinónimo de “hermano”, es conveniente ver en qué sentido utiliza Pablo este término que sí es frecuente en sus escritos (x118). El “hermano” es “aquel por quien Cristo murió” (Rom 14,13-15). Y ya había señalado (5,6) que “murió por los impíos”, los “pecadores” (5,8), “por nuestros pecados” (1 Cor 15,3), “por todos” (2 Cor 5,14). Este prójimo, entonces, se refiere a la humanidad entera y no a un grupo en particular.

No es este el momento de preguntar por qué Pablo – ¡el fariseo! – parece omitir el amor a Dios, el cual ciertamente no ignora (aunque prefiere hablar del amor “de Dios”, cf. 5,5; 8,39). Para Pablo la respuesta a Dios se manifiesta visiblemente en el amor al prójimo en el que se plenifica toda la ley. De todos modos notemos: Pablo es más “cristo-lógico” que “teo-lógico”; a Dios, como buen judío, se lo descubre y ama en la historia (humana y de salvación); y si bien el “amor a Dios” no es un destacado tema paulino (pero cf. 1 Cor 8,3; Ga 4,9) – insistimos, como buen judío - sí lo es el “conocer a Dios” (conocer no es algo racional, sino “existencial” y se asemeja con frecuencia a “amor”; cf. Rom 1,21; 10,2; 1 Cor 1,21; 2 Cor 10,5; Gal 4,8…).



+ Evangelio según san Mateo     18, 15-20

Resumen: dos elementos señala Mateo de la vida de la comunidad, uno relacionado al hermano que peca y la actitud que se ha de tomar con él, para lo que se ha de buscar “ganarlo como hermano”, y otro el del pequeño grupo de se reúne “en mi nombre” con la presencia de Jesús en medio de ellos.


El capítulo 18 de Mateo es muy importante: presenta lo que podríamos llamar la “praxis eclesiástica”. Invita a tener en cuenta cómo actuar en el seno de la comunidad eclesial. Una serie de textos lo destacan: tener la actitud de los niños, no escandalizar, buscar la “oveja perdida”, etc… Los términos clave en este sentido son “pequeños” (o “pequeño que cree en mí”): vv.6.10.14 y “hermano” (= miembro de la comunidad creyente): vv. 15.21.35 es decir, se refiere al modo de obrar (especialmente por parte de quienes tienen una responsabilidad) con los miembros de la comunidad. 

En el texto litúrgico nos encontramos con dos breves textos que aluden a este comportamiento: 

  • 1.  La actitud frente al “hermano” que “peca” (¿contra ti?, así lo dicen muchos manuscritos importantes, pero parece influido por Lc 17,4) [vv.15-18]. 
  • 2.    La oración de la comunidad [vv.19-20]

1.- La actitud frente al pecador parece contradecir la actitud del pastor que debe buscar la oveja perdida (vv.12-14). Quizás Mateo quiera señalar que ambas actitudes han de tenerse. De todos modos la contradicción no es plena ya que la oveja y el hermano han de buscarse. 

El tema es característico de la Biblia: como lo que cuenta es el “hermano”, no se lo ha de humillar, por lo que primero se ha de hacer una corrección personal (cf. Lev 19,17). En caso de persistir, los testigos (se cita Dt 19,15) garantizarán la veracidad del “pecado”. Finalmente, la “iglesia” deberá ser garante del hecho [notar que aquí y en 16,16 encontramos el término “iglesia” por única vez en los evangelios, el contexto es semejante]. Si “hasta” a la iglesia desoye será tenido como “gentil o publicano”.

Notemos, sin embargo, algunos elementos importantes:

Mateo no presenta un “manual metodológico de disciplina”, sino los criterios a seguir dentro de la comunidad. El acento está puesto en “ganar al hermano” (v.15). El pecado pone en riesgo la fraternidad, la rompe. “Ganar” al hermano es posibilitarle que se restaure la relación que constituye al grupo de Jesús (el pedido de perdón continúa en la unidad siguiente y se reitera que se ha de perdonar siempre, vv.21-35). Con el pecado, el miembro de la Iglesia estaba a punto de abandonarla, y al “ganarlo” se lo ha reinsertado en ella.

Reconocer al “pecador” como “gentil o publicano” sin dudas implica saber que ese tal se encuentra “fuera” de la comunidad, pero es alguien a quien se debe buscar que “entre” (no son miembros de la comunidad, cf. 5,46.47; pero cf. 9,10; 10,3; 11,19; 21,31; 24,14; 25,32; 28,19). 

Con ciertas diferencias, en Qumrán se encuentran textos que – de todos modos – tienen semejanza con esto (aunque no incluyen la “reprensión” en privado):

“Toda infracción que un hombre comete contra la Ley y su prójimo la ve y él está solo: si es un asunto capital el testigo lo denunciará en presencia del trasgresor al vigilante con reprensión, y el vigilante lo escribirá de su propia mano hasta que él lo cometa de nuevo en presencia de uno solo [= sin testigos] y éste lo denuncie al vigilante; si él recae por tercera vez y es sorprendido en presencia de uno solo, su juicio está completo; pero si son dos los que testifican sobre un asunto el culpable será separado del alimento puro, con tal que los testigos sean fidedignos y que cada uno lo denuncie al Vigilante el mismo día que lo presencia” (Documento de Damasco 9,17-23)
“Un hombre reprenderá a su prójimo con verdad, humildad y amor misericordioso para con el hombre. Que no hable a su hermano con ira o murmurando. O con insubordinación, o con la envidia provocada por el mal espíritu; que no le odie de su corazón; pero que en el día mismo le reprenda y no incurra en culpa por su causa. Y, además, que nadie introduzca contra su prójimo una acusación ante los Numerosos que no vaya con reprensión ante testigos” (Regla de la Comunidad 5,24-6,1).

Es importante notar la conclusión (que es paralela a lo que se había dicho a Pedro, al “atar y desatar”, dicha en este caso de la “iglesia”). La decisión tomada por la Iglesia con respecto al “hermano que peca” es una decisión que Dios (= el cielo) confirma.

2.- El texto pasa a la oración, al pedido común aunque se trate de un grupo “pequeño” [es importante recordar que la comunidad de Mateo parece un “pequeño” grupo entre los judíos de Antioquía, con lo que – una vez más – Mateo quiere reforzar el ánimo de los suyos]. El tema central, también frecuente en Mateo, es que Jesús una vez resucitado, no se ha alejado de su comunidad: es “Dios con nosotros” (1,23) sigue entre los suyos “hasta el fin del mundo” (28,20), y debe ser visto entre los discípulos (10,40), y entre los pobres (25,40)… En la oración del pequeño grupo también se hace presente el resucitado.

También este tema se encuentra en los escritos judíos:

 Rabí Ananías decía… si dos están juntos, y la palabra de la Toráh está entre ellos, la shekiná (= la presencia de Dios) está en medio de ellos” (Misná, Abot 3,2)


Dibujo tomado de locoracion.blogspot.com

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