miércoles, 13 de diciembre de 2017

Carta abierta a funcionarios oficialistas que se dicen cristianos

Carta abierta a los funcionarios oficialistas que se dicen cristianos:



Sr. y Sra. funcionarix (ministrx, secretarix, diputadx, senador/a)

Me dirijo a usted atento a su pública profesión de fe cristiana (católica o no). Sabrá usted bien que “ser” cristiano no es lo mismo que “proclamarse” tal. Ya lo decía Jesús – que de esto de ser o no de su grupo parece saber bastante – que: “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7:21). De vivir coherentemente con la propuesta de Jesús se trata, no de “hablar”. Aquello de “res, non verba”, para decirlo en latín.

No se trata de “lo que decimos ser” sino de cómo vivimos. El genocida Jorge Rafael Videla decía ser cristiano, e incluso participaba de los sacramentos, y recitaba el Credo. El mismo que solemos proclamar periódicamente. Pero nuestra fe no era la misma. No creo en un Dios que reclame sangre, que quiera muertos en el altar de la patria. Debo decir que soy ateo de ese Dios.

Usted sabrá bien que Marx afirmaba que “la religión es opio del pueblo”, y luego de él lo repitieron, con menos hondura, debo decirlo, otros muchos. Ciertamente no estoy de acuerdo con el dicho si lo entendemos como una suerte de “dogma”, pero sí podemos reconocer que la religión puede ser opio del pueblo, y muchas veces lo ha sido (y es). Si la voluntad de Dios, esa a la que Jesús nos convoca, es dejarlo “reinar” entre nosotros (por eso de lo que él ha llamado “reinado de Dios”) es sabido que Dios “reina” allí donde se vive “el derecho y la justicia”. Es que de ese modo, todos podemos ser y vivir como hermanxs.

El gobierno al que ustedes pertenecen ha hecho todo lo contrario; ha puesto en práctica aquello de “hijos y entenados”. Hijos son aquellos para los que ustedes gobiernan, y entenados son aquellos – la inmensa mayoría, debemos reconocerlo – que quedan fuera, sobrantes, excluidos, desechables. Heridos al borde del camino, como grafica Jesús en una parábola. Con la mentirosa excusa de la “pesada herencia” siguen golpeando impunemente los bolsillos, la salud, las esperanzas y alegrías de la mayoría. El ejemplo de los jubilados, que no el único, es un buen gráfico de su insensibilidad ante el dolor.

La voluntad del Padre de Jesús y “Padre Nuestro” es que todos tengan “el pan nuestro de cada día”, algo que falta cada vez más en las mesas, mientras en otras pocas rebalsan el sushi y el champán.

Usted se proclama cristianx. Incluso es probable que haya jurado “sobre los Santos Evangelios” y exclamado “que Dios se lo demande” si así no lo hiciere. El Evangelio no es un libro de dogmas, sino una Buena Noticia” que pretende dirigirse especialmente a quienes desde el dolor están habituados a malas noticias: los ciegos verán, los leprosos serán limpiados, y los pobres tendrán la alegría de ver que su situación cambia. Y esto, no por un mágico derrame, o una supuesta mano invisible, sino porque los que se reconocen sus hermanxs comparten con ellos “el pan”.

San Juan de la Cruz, uno de los más importantes místicos de la historia de la Iglesia católica romana decía que “en la tarde, seremos juzgados en el amor”. Lutero, justamente escandalizado por el abuso con las indulgencias, se preguntaba dónde había quedado aquello que había dicho san Lorenzo de que “los tesoros de la Iglesia son los pobres”. Res, non verba. De eso se trata.

No recuerdo en mi memoria un gobierno democrático más anticristiano que este. Y podría señalar decenas de cosas (muchas las señaló sabiamente Eugenio Zaffaroni en su carta al Secretario Avruj). El test que nos propone Jesús – ya lo sabrán, y lo hemos citado decenas de veces – es nuestro obrar frente al pobre – por lo cual es evidente que ustedes han quedado reprobados en la materia, aunque griten – como lo hizo ayer el jefe de bancada, aludiendo a la “pesada herencia” y mintiendo descaradamente. Aquí, entonces, la razón de mi carta: ustedes se proclaman cristianxs, y no se me ocurren más que dos posibilidades sencillas. O empiezan a buscar realizar la voluntad de Dios, para la cual el pobre ha de estar en el centro, o abjuran de la fe que dicen profesar y – por lo menos – nos alivian a los que nos proclamamos cristianos, tener que explicar una y mil veces que cristiano no es el que dice serlo sino aquel/lla que su vida da testimonio de serlo.

“Otórganos, Señor, la sinceridad de descubrir la inconsecuencia de nuestro cristianismo: de predicar el amor y quedarnos dormidos. Si no queremos vivir como cristianos, que al menos tengamos la sinceridad de dejar de llevar tu nombre” (Luis Espinal, mártir en Bolivia, 1980).

Ese pequeño cambio, en el obrar o en el decir podría ser un buen regalo de Navidad para muchas y muchos, en especial para quienes en estas fiestas no tendrán motivos para brindar más que el hecho de saber que Dios sí está incondicionalmente de su lado.

Pbro. Eduardo de la Serna
Cura opp

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