domingo, 30 de diciembre de 2018

Santa María Madre de Dios

El bebe del pesebre, junto a su madre, derrama los dones de Dios
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
– 1 de enero –

Eduardo de la Serna



Como es sabido, la fiesta de “Santa María Madre de Dios” surge a partir del Concilio de Éfeso, por lo que el tema no está desarrollado en la Biblia. Los textos elegidos son acordes al tema, aunque no lo desarrollen. La jornada es, asimismo, jornada de la Paz (aunque los textos no hagan referencia al tema). Como en otras ocasiones, la intensión en este blog es comentar los textos bíblicos dejándoles a los lectores el siguiente paso de “re-leerlos” a la luz de los temas y las realidades que corresponda iluminar desde la palabra de Dios.


Lectura del libro de los Números                     6,22-27

Resumen: Moisés encarga a los sacerdotes bendecir al pueblo haciendo llegar sobre ellos los dones de Dios, su cercanía y su gracia a fin de alcanzar la plenitud y la paz.

En medio de una serie de indicaciones legales el texto de los Números exhibe una bendición. El texto presenta por un lado el encargo divino de lo que Moisés ha de decir a “los hijos de Aarón” (= los sacerdotes) sobre cómo bendecir a los israelitas (introducción, vv.22-23). Luego el texto concluye con un “así” en el que se concretará la bendición (v.27) con lo que el párrafo queda “incluido”. Así tenemos:

Introducción a la bendición (vv.22-23)
Texto de la bendición (vv.24-26)
Conclusión (v.27)

Aunque en la antigüedad también el rey bendecía (2 Sm 6,18) y los levitas podían hacerlo según Dt 10,8; 21,5, en general – como aquí – es algo propiamente “sacerdotal” (son los hijos de Aarón, cf. Lv 9,22- 23; Eclo 50,21-22) con lo que el texto presenta al sacerdote como “mediador” entre Dios y su pueblo; son los que pueden invocar el nombre de Dios pero sobre el pueblo. El que bendice, de hecho, es Dios (nombrado 3 veces en el texto en cada uno de los 3 párrafos). La bendición no es para los “consagrados” sino para todos los “hijos de Israel”. El texto de la bendición era de uso litúrgico y se asemeja al lenguaje de los salmos; en particular el salmo 67 parece inspirarse en el este párrafo:

                  Números 6,24-26
Sal 67
Te-bendiga Yavéh y-te-guarde
2 ¡Dios nos tenga piedad y nos bendiga,
Ilumine Yavéh su-rostro sobre-ti y-favorezca
su rostro haga brillar sobre nosotros!
Levante Yavéh su-rostro sobre-ti y-te-conceda acceder-a paz


3 Para que se conozcan en la tierra tus caminos, tu salvación entre todas las naciones.
 4 ¡Te den, oh Dios, gracias los pueblos, todos los pueblos te den gracias!
 5 Alégrense y exulten las gentes, pues tú juzgas al mundo con justicia, con equidad juzgas a los pueblos, y a las gentes en la tierra gobiernas.
 6 ¡Te den, oh Dios, gracias los pueblos, todos los pueblos te den gracias!
 7 La tierra ha dado su cosecha: Dios, nuestro Dios, nos bendice.
 8 ¡Dios nos bendiga, y teman ante él todos los confines de la tierra! 


Es interesante que se encontraron 2 cilindros de plata en un sepulcro (aprox. 600 a.C.) con esta oración con ligeras modificaciones. La bendición lleva a obtener protección (1), si brilla el rostro de Dios se manifiesta su gracia (2) y si muestra su favor se alcanza la paz (3). Dios no se desentiende de su pueblo. A pesar de tanta “ley” para que el pueblo sea fiel, la oración lo muestra necesitado de los favores de Dios.

Por la triple invocación de Yavéh, "imponen" el nombre sobre los israelitas, como prenda eficaz de bendición. No es raro encontrar en algunos salmos la triple invocación de Yavéh. El bien invocado es aquí la "paz", término que puede incluir también la prosperidad.

La Bendición es expresión de los dones, materiales y espirituales, que llegan a alguien para “vivir”. La bendición no se desprende de la “vida”, ¡es vida!

Te-bendiga YHWH y-te-guarde (shmr, es atender, cuidar, respetar, tener cuidado). “Cumplan mis mandatos y guarden (tshmrû) mis leyes, caminen según ellos. Yo soy el Señor, su Dios” (Lev 18:4). Casi siempre se trata del ser humano que debe “guardar” la voluntad de Dios. De hecho es la única vez en toda la Torah en la que Dios es el que “guarda”, y así ocurre casi siempre en los profetas. Pero:

Porque el Señor, nuestro Dios, es quien nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto, quien hizo ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios, nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos que atravesamos. (Jos 24:17)
El que esparció a Israel lo reunirá, lo guardará como el pastor a su rebaño (Jer 31:10).

En los Salmos, en cambio hay diferencia y también Yavéh “cuida” / “guarda”: 12,8 (es paralelo a librar), 37,28 guarda a sus amigos (a diferencia de la destrucción de los malvados; = v.34); 41,3: al que cuidó del desvalido Yavéh le pagará “ojo por ojo” guardándolo a él. El Señor ama a quienes odian el mal, guarda la vida de sus fieles, los libra de la mano del malvado. (Psa 97:10), “guarda a los pequeños” (116,6). El “es tu guardián” (121,5). Te guarda del mal y guarda tu vida (121,7). Él “cuida” la ciudad (127,1). Le pedimos que nos “cuide” de las manos de los impíos (140,5); “cuida” a los que le aman (145,20). Y particularmente cuida al forastero, huérfano y viuda (146,9).
Yavéh cuidará al prudente (Prov 3,26).
Resplandecer la faz” (antropomorfismo) parece algo claramente litúrgico (teofanía) y favorable (Sal 4,7; 33,18; 34,16). La idea es que Dios “esconde su rostro” en los momentos de angustia abandonando a su pueblo (Dt 31,18; Sal 30,8; 44,25; 104,29). El rostro luminoso expresa benevolencia y favor (= gracia v.25; ver Prov 16,15; Job 29,24); y también es frecuente en los salmos (31,17; 44,4; 80,4.8.20; 67,2; etc.). La luz del rostro de Dios se ha alejado (Sal 4,7) “brillar el rostro” = salvación (Sal 31,17; 80,4.8.20). La mano salvadora de Dios = brillo de su rostro “porque los amabas” (Sal 44,4). El pueblo “camina a la luz de su rostro” (89,16).
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, y enséñame tus preceptos. (Sal 119:135)
El brillo del rostro del rey da vida (Pr 16,13).
La sabiduría del hombre hace brillar su rostro, y sus facciones severas transfigura. (Qo 8:1)

Como se ve, el “brillo del rostro” es una mirada suave, alegre, pacificadora (no conviene ensombrecer el rostro del rey, es decir “hacerlo enojar”, Pr 16,12). Lo mismo ocurre con Dios. Se trata de alegrar a Dios (con la vida fiel, o “guardando los preceptos”) con lo que él derramará sus beneficios (= bendiciones), su gracia.

La gracia son los favores que Dios da a quién quiere dárselos:
«Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahveh; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia». (Ex 33:19)
Pero Yahveh tuvo piedad y se compadeció de ellos… (2 Re 13:23)

Sin embargo es muy frecuente que se pida a Dios: “Piedad” (Yavéh) Sal 6,3; 9,14; 27,7; 30,9.11; 31,10; 41,5.11; 23,3; 142,2… Is 33,2.

En el v.26 nuevo antropomorfismo, “levante Yavéh su-rostro sobre-ti” alude a una mirada amable.

Salom en la Biblia es más que simple “paz”, es un estado general de plenitud, de felicidad.
Y-te-conceda acceder-a paz. La conclusión de “paz” encierra todo.

La bendición y la paz expresan la plenitud (cielo / tierra; espiritual / material; humana / divina) tal es lo que Dios quiere dar a los suyos reconociendo su debilidad y fragilidad.


Lectura de la Carta de san Pablo a los Gálatas       4,4-7

Resumen: Pablo señala a los Gálatas que la unión con Jesús que es Hijo nos hace a todos hijos y nos alcanza así la libertad.

Como se sabe, la carta a los Gálatas es la más conflictiva de las cartas paulinas. Pablo ve que los destinatarios se están apartando de lo que él ha predicado, a lo que llama “otro Evangelio” (aunque dejará bien claro que “no hay otro”). El centro del debate, para Pablo, es que los que se han incorporado al pueblo de Dios sin la circuncisión, por el bautismo, no deben hacerse seguidores de la ley. Por tanto, si se circuncidaran (que es lo que les exigen los predicadores foráneos) se harían esclavos de la ley y perderían la libertad. La dinámica esclavitud-libertad es la que marca toda la carta y también la unidad litúrgica de hoy.

El texto comienza en v.1 donde los términos “esclavo” y “heredero” enmarcan la unidad hasta v.7 donde los mismos se repiten (es lo que se llama una “inclusión”).

Los versículos omitidos aluden a aspectos de la legislación: un heredero recibía lo suyo en la fecha establecida por el padre; y por lo tanto, hasta esa fecha no disponía con “libertad” de sus bienes y debía hacer lo estipulado en la casa (“no se diferencia del esclavo”, v.1). Usando esta imagen se entiende mejor la unidad que la liturgia nos presenta:

Cuando los tiempos (jronos) alcanzaron la “plenitud” (plêroma), cuando se “llenó” el trascurso de las horas “Dios envió” (exapostellô, “enviar hacia”).

El enviado es su hijo, término que Pablo utiliza en momentos muy especiales de la historia de la salvación. “Hijo (de Dios)” se utiliza en un sentido amplio: a veces se trata del rey / hijo de David (ver 2 Sam 7,14; Rom 1,3), pero al resucitar a Jesús Dios lo “adopta” como hijo de un modo nuevo (Rom 1,4); “hijo”, entonces es una elevación a “alturas” divinas. Puesto que Pablo quiere señalar, en este texto, que los seguidores de Jesús somos libres como hijos-herederos y no “esclavos” el acento paulino estará en Jesús hijo que nos hace hijos (no es exagerado aquí recordar la frase agustiniana: “somos hijos en el Hijo”).

Este hijo, obviamente, es un ser humano judío normal (no es, por ejemplo, un ángel enviado por Dios). A eso alude con lo de “nacido de mujer” / “nacido bajo la ley”. Es cierto que en la liturgia de hoy la frase “nacido de mujer” tiene un plus de sentido (y sin duda es por esta frase que esta perícopa ha sido incluida este día), sin embargo Pablo no parece señalar nada particular en esta frase.

El término “rescate”, en este caso es el griego exagorázô. En Dan 2,8 se usa para “ganar” tiempo frente a un hecho consumado. Pero en Gal 3,13 Pablo lo utiliza en este mismo sentido: ser “rescatados” de la maldición de la ley. En Col 4,5 y Ef 5,16 se utiliza, como en Daniel, en sentido de “aprovechar” la ocasión. Pero el verbo sin la preposición “ex” (a, hacia) significa “comprar” (x54 en la Biblia). Casi siempre se trata de comprar productos, pero Pablo ya lo utiliza en dos ocasiones para señalar que fuimos comprados, y en 1 Cor 7,23 en un contexto semejante: “han sido bien comprados, no se hagan esclavos de los hombres” (ver 6,20). Así también lo encontramos en 2 Pe 2,1 (“el dueño que los compró”) y en Apocalipsis (5,9; 14,3.4).

Para no entender mal la frase es importante señalar que el “rescate” se trataba – en estos casos – de “comprar” a un esclavo (por ejemplo esclavizado a causa de sus deudas) pagando su precio a fin de que sea libre (“para ser libres los liberó”, Gal 5,1) no para cambiar de amo. En este caso se trata de ser “esclavos”, de estar sometidos a una ley que no libera.

Una breve nota sobre la ley en Pablo. El tema es muy complejo y extenso y tiene muchos elementos que se deben tener en cuenta pero que exceden lo que debemos señalar en esta unidad. Destaquemos lo siguiente: en general Pablo – que escribe a seguidores de Jesús provenientes del paganismo, no a judíos – quiere reforzar la idea de que lo que nos une a Dios es la fe, no las obras, no la ley. Por fe Pablo entiende estar firmemente unidos a Dios (el verbo hebreo ’aman – de donde viene el sustantivo ’amén – no significa “así sea” sino “en esto estoy firmemente asentado) y el ejemplo supremo es cómo vivió Cristo. La “fe de Cristo” es lo que nos “salva” porque estamos plenamente unidos a él por el bautismo. “Someternos” a la ley, y sus obras, hace innecesaria la vida, muerte y resurrección de Cristo, algo para Pablo inaceptable.

Unidos a Cristo por la fe somos “liberados” de la maldición de la ley (porque la ley maldice a quienes no la cumplen). Y ya que la misma ley dice que “el colgado de un madero es un maldecido por Dios” (Dt 21,23). Jesús crucificado en la cruz nos liberó (compró). Y esto para que los paganos liberados recibieran la bendición (lo contrario de la maldición, obviamente, que viene por Abraham [ver Gen 12,3]) y con ella el espíritu.

Y ya que, comprados, somos hijos Dios envió (exapostellô) el espíritu de hijos. Lo envió a la sede de las decisiones, el corazón, para que el clamor del hijo Jesús lo repitan los hijos. Y ese clamor, grito es de hijos puesto que a Dios lo llama “padre”.

Es sabido que el término arameo “abbá” no se encuentra dirigido a Dios. Es un modo de dirigirse al padre cargado de confianza filial, quizás un término infantil. Que Pablo utilice aquí un término arameo (= Rom 8,15) indica que probablemente era utilizado en las comunidades de discípulos de Jesús precisamente porque era el modo que Él mismo utilizó para referirse a Dios (Mc 14,36). Dirigirse a Dios como “padre” (o “papá”) con las mismas palabras que usó Jesús es indicio de la plena unión con él que tenemos al haber sido “comprados”. Pero esto es posible, además, porque hemos recibido el don de Dios precisamente para la plenitud de los tiempos, el espíritu.

El texto finaliza con la misma idea del comienzo: la voluntad del Padre. Precisamente por esa voluntad no somos esclavos, hemos sido liberados y somos hijos. “Hijos en el Hijo”.


+ Lectura del Evangelio según san Lucas    2,16-21

Resumen: la infancia de Jesús anticipa todo aquello que el Evangelio presentará en su ministerio. Aquí los pastores, que han recibido un anuncio celestial, saben ver el signo de la presencia salvadora de Dios en el niño en un pesebre.

El texto es en realidad la continuación narrativa del anuncio de los ángeles a los pastores (2,8-14). Luego de esto, ellos deciden ir a ver lo sucedido y “el Señor [no los ángeles] nos ha manifestado” (2,15). Los pastores fueron (v.16) y se volvieron (v.20) con lo que la unidad tiene sentido. El v.21, circuncisión y nombre de Jesús da conclusión a la unidad comenzada con el anuncio del ángel a María (1,26).

Una breve nota sobre los “pastores”. Sin duda al hablar de “pastores” hay que distinguir aquellos que apacientan sus propios rebaños (con frecuencia los niños) de aquellos que son contratados para la tarea. La posibilidad de robo hace que este oficio sea despreciado en el mundo antiguo, no es “honorable” ejercer un oficio dudoso. Aunque el texto no dice si se refiere a “niños” que apacientan (ver 1 Sam 16,11) sus “propios” rebaños o a los contratados para hacerlo (v.8 dice “sus rebaños” pero no indica propiedad necesariamente. Se añade que hacían “la guardia”) es coherente con la teología de Lucas que la referencia a que los despreciados son los que reciben el anuncio de la Buena Noticia nos permita suponer que a aquellos que la sociedad desprecia no lo son por Dios, que “ensalza al que se humilla” (14,11; 18,14).

Los pastores van “apresuradamente”. El término es casi exclusivo de Lucas en el NT (x3 Lc, x2 Hch x1 2 Pe). Ante el encuentro con Jesús, Zaqueo apresuradamente baja del árbol como Jesús le había dicho (19,5.6). Pablo debe ir “rápidamente” a Jerusalén (Hch 20,16; 22,18) donde va a ser rechazado como Dios lo tiene previsto. Se trata, entonces, de un dirigirse rápidamente a la realización del proyecto de Dios, no demorarse.

Al llegar encuentran a María, José y el niño acostado en un “pesebre”. Era lo anunciado por los ángeles (2,12) por lo cual no precisaron más explicaciones. El término que se suele traducir por “pesebre” (en griego fatnê) fuera de esta unidad (2,7.12.16) en Lucas se encuentra en 13,15 (y sólo aquí en todo el NT): –¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no suelta al buey o al asno del pesebre para llevarlo a beber?”. Se trata, entonces, de un establo, un lugar para animales (2 Cro 32,28; Pr 14,4; Job 6,5 ver 39,9; Jl 1,17; Hab 3,17; Is 1,3) donde estos pueden pastar (habitualmente se alude al ganado vacuno o asnos, a diferencia del corral de las ovejas).

Los pastores “les” (a María y José y otros testigos [v.18]) cuentan lo que les (los ángeles) habían dicho acerca del niño: «No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (2,10-12).

El v.18 nos informa que había otras personas sin que se nos diga de quiénes se trata, pero que serán testigos y – como otros en el Evangelio – se “maravillarán” de la obra de Dios. Los asistentes se “maravillan” que Zacarías se demore en el Templo (1,21), y se maravillan que – como Isabel – sostenga que “Juan” es el nombre de su hijo (1,63). En 2,33 María y José se “maravillan” de lo que se dice de Jesús. Los testigos se maravillan de las palabras de Jesús (4,22). Jesús se maravilla de la fe de un centurión (7,9). Los discípulos se maravillan porque calma la tempestad (8,25), los testigos se maravillan por lo que Jesús hacía (9,43), por la expulsión de un demonio (11,14), un fariseo se maravilla porque Jesús no hace abluciones antes de comer (11,38), los espías enviados para atraparlo se maravillan de las respuestas (20,26), Pedro ante la tumba vacía (24,12) y un grupo de discípulos y discípulas ante la aparición del resucitado (24,41). En todos los casos se trata de la actitud sorpresiva ante la intervención inesperada de Dios. En nuestro caso, los que están también en el pesebre tienen esta actitud ante los dichos de los pastores.

El texto concluye centrándose en María (como es común en Lucas) y destaca que ella “meditaba” estas cosas en su “corazón”. El corazón, que es la sede de las decisiones es el lugar apto para meditar (Dt 4,28; 30,1; Pr 6,14; 16,9; Sir 3,29; 6,37; 14,21; 21,17; Is 32,6; 47,7). Lucas repite una idea semejante en 2,51.

Los pastores finalizan su visita y regresan, pero ante lo que vieron Lucas señala que “glorificaban y alababan a Dios” (v.20).

Jesús era glorificado por todos a causa de su predicación (4,15), ante un milagro, el beneficiario y los asistentes glorifican a Dios (5,25.26), lo mismo ocurre luego de una resurrección (7,16), una curación (13,13; 17,18; 18,43), y el centurión ante la muerte de Jesús (23,47). La “alabanza”, por su parte es propia de Lucas en los Evangelios (y en Hechos): los ángeles que comunican una buena noticia a los pastores alaban a Dios con un “gloria” (2,13), y cuando Jesús llega a Jerusalén “la multitud de los discípulos” alaba a Dios por los milagros de los que fue testiga (19,37). Como en Hechos (2,47; 3,8.9) es un reconocimiento del accionar de Dios.

Vemos así que ante el niño en el pesebre se empiezan a producir las mismas reacciones que provoca Jesús en su ministerio.

En v.21, como se dijo, se da un cierre al anuncio del ángel poniéndole a Jesús el nombre que éste le había dado, algo que (como ocurre antes con Juan, 1,59) se concreta en el acto de la circuncisión al octavo día de su nacimiento (ver Lev 12,3; Fil 3,5).



Dibujo tomado de Ecopolítica

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Comentario Sagrada Familia

Con el ejemplo de sus padres Jesús aprende a estar en las cosas de Dios

Sagrada Familia – “C”


Eduardo de la Serna



Lectura del 1er libro de Samuel            1,20-22.24-28

Resumen: una mujer estéril se dirige a Dios en su oración y es escuchada. Su hijo, Samuel será presentado en el Templo como agradecimiento a Dios por el favor recibido.

En un pueblo, llamado Ramatáin, más tarde Ramá y luego Arimatea, un hombre llamado Elcaná estaba casado (1 Samuel 1,1). Tenía dos mujeres, Peniná y Ana (1,2). Ésta era la preferida de Elcaná (1,5), pero no tenía hijos.  Era un hombre religioso y año a año peregrinaba al santuario (1,3). Esto, entre otras cosas, es indicio de que la esterilidad de Ana no era a causa de su infidelidad, sino de otra cosa. “Yavé había cerrado su seno” (1,5), se dice. Como tener hijos era un indicio visible de la bendición de Dios, Peniná se burlaba y ofendía a Ana, tanto que se la presenta como “rival” (1,6). Aparentemente la ofendía especialmente cuando iban al Templo (1,7), seguramente para resaltar que ella era bendecida por Dios, mientras no lo era la otra. La tristeza la embarga a Ana que en las peregrinaciones se negaba a comer (1,7-8).

Un día, después de haber comido se dirigió al Santuario donde la vio el sacerdote Eli. Ella empezó una intensa oración en medio de la amargura. Como es habitual en Israel, la lamentación o súplica, manifiesta su dolor por alguna/s razón/es, pero se manifiesta tan confiada en la intervención de Dios que suele terminar en alegría confiada. Ana pide un hijo, que sea signo de la bendición y no apariencia de maldición divina, y a su vez pide justicia frente a su rival. Por eso se compromete a entregar a su hijo al templo cuando éste nazca (1,11), será un consagrado. Una escena pintoresca acompaña este voto de Ana. El sacerdote Eli, al no escucharla hablar en voz alta, tal como era la costumbre, piensa que Ana está borracha -como también era la costumbre en las fiestas- y le dice que vaya afuera a vomitar su alcohol (1,14). Esto da pie a Ana a expresar su dolor al sacerdote que la manda en paz y le desea que Dios la escuche (1,17). Esto parece haber llenado de consuelo a Ana, como si Dios mismo le hubiera hablado, y “comió y ya no pareció la misma” (1,18). Ana halló “gracia” ante Dios (Ana quiere decir “gracia”, hanna en hebreo) y Dios “se acordó de Ana” (1,19) que engendró un hijo: Samuel. Como todos los años, Elcaná subió con su familia al santuario, pero Ana permaneció con el niño. Como su promesa era entregarlo al Templo, quería esperar el destete (aproximadamente a los 3 años en aquellos tiempos) para ofrecerlo en la primera ocasión. Así lo hizo y se lo presentó al sacerdote Elí recordándole la conversación tenida entonces.

Ana, a continuación entona un cántico (1 Sam 2,1-10) expresando en el Salmo la alegría por la intervención de Dios “porque” (los himnos suelen tener un “porque” en la poesía hebrea). La referencia a los que dicen arrogancias, palabras altaneras, que él juzga las acciones, que Dios quiebra a los fuertes, que la estéril da a luz siete hijos y la madre de hijos queda estéril, levanta del polvo al humilde, y los malos perecen en tinieblas, los rivales quedan quebrantados, pues Yavé es el que juzga, en este contexto no puede sino referir a Peniná. Lo cierto es que, después de esto, y de que año a año Ana llevaba un vestido a Samuel (2,19), Dios le concedió tener otros tres hijos y dos hijas. Y aquí termina la historia de Ana ya que comienza en adelante a hablarse de su hijo, Samuel.

Podemos tener presentes varios elementos de esta mujer: la burla de la otra mujer de Elcaná, la ofensa del sacerdote Eli, o incluso el voto y la ofrenda de su hijo que inspirarán después la leyenda de los padres de María -Joaquín y ¡Ana!- presentandola en el Templo. Pero conviene detenernos en otro aspecto: como persona religiosa, Ana confía plenamente en Dios. Llora, se apena, se niega a comer, se lamenta, pero precisamente su confianza en Dios le hace saber que su oración será escuchada. Precisamente como expresión visible de su bendición, como también lo es en el caso de otras mujeres estériles, matriarcas de Israel, como Sara, o la mamá de Sansón, o lo será luego la mamá del Bautista. Y por otro lado, también como persona religiosa, al recibir el signo de la bendición no puede sino cantar el agradecimiento a Dios “por” su obra en ella. Es interesante que un salmista, que tomó para su canto una parte del cántico de Ana (Salmo 113,7-8), parece terminar haciendo referencia a ella: “Asienta a la estéril en su casa, como madre feliz con hijos” (v.9).

Lucas nos narra que otra mujer, llena de “gracia” también tomará mucho de este cántico para hacer el suyo, el Magnificat de María. Ana aparece entonces como una persona que confía que la “gracia” de Dios la acompaña en su vida, y sea en el dolor o en la alegría, en la burla de otros o el cariño, sabe que Dios “se acuerda de ella” y -en esto- se acuerda de su pueblo.


Primera carta de san Juan                     3,1-2.-21-24

Resumen: el inmenso amor de Dios por los suyos los engendra como hijos, y son ya ahora en el presente una realidad que – además – será más plena en la manifestación futura. Algo incomprensible para quienes no sean “hijos de Dios” sino que sean “del mundo” y por tanto sean incapaces de “conocer” y – por tanto – de vivir la justicia y la santidad como Jesús.

La carta Primera de Juan está escrita en un evidente marco polémico. Al interno de la comunidad aparecen algunos que dicen o hacen cosas que el autor de la carta considera contrarias a lo que el discípulo fundados (el discípulo Amado) había puesto como cimientos. Muchos vocativos parecen marcar los ritmos del texto (“queridos”, “hijos míos”, “hermanos”…); por otra parte, es evidente que los frecuentes “si alguno dice…”, “todo el que...” son indicios de que había en la comunidad quienes lo decían o hacían. Con un pequeño paréntesis sobre el ser y obrar como “hijos de Dios” Juan introduce una nueva unidad en la carta (paréntesis que parece introducido por los vv. 2,28-29 que son conclusión de lo anterior y nuevo comienzo). Luego de este paréntesis, desarrollará las características que tiene la vida cristiana (ser de la justicia y enfrentar el pecado [3,3-10], ser del amor y la vida, enfrentar los asesinos [3,11-24], ser de Dios, no del mundo [4,1-6]).

Hay muchos elementos que hemos visto la semana anterior (amor, conocimiento [es importante recordar que este conocimiento no se refiere a algo “racional”, como el que proponen los espiritualistas que “conocen a Dios”, sino una experiencia e intimidad profunda]), pero hay elementos nuevos que merecen ser mirados:

El versículo introductorio (2,29) establece una estrecha relación entre Dios, que es justo, y el cristiano que debe “obrar la justicia”. Sin duda que el tema es claramente conflictivo con los grupos que proponen un espiritualismo que los aísla del hermano/a. Obrar la “justicia” (entendida en sentido semita, como “vivir plenamente acorde a la voluntad de Dios”) no es habitual en los “espiritualistas que sólo pretenden mirarse en su relación personal (individual) con Dios. En ese sentido, en Juan, no parece distinto “obrar la justicia” que vivir “el amor”. Pero lo importante, además, es que ese tal “ha nacido de él” (si bien se dice que “Jesús es justo” [1,9; 2,1; 3,7], en este caso parece decirse de Dios). De allí que dedique, el autor, los siguientes dos versículos a desarrollar esta generación divina. Esto supone no un mero “título” sino una “generación”, una trasformación de las personas. Sin duda esto empieza a insinuar la confrontación que se desarrollará en los versículos que siguen ya que hay otros “hijos”, del diablo (3,8), de Caín (3,12), del anticristo (4,3), del mundo (4,5). La filiación se reconocerá en el obrar, pero no lo sabrán “conocer” los que son “del mundo”. Como se ve, el autor se mueve ante tipos contrapuestos (el mismo Caín es tipo del homicidio) que supone dos modos de ser y – por tanto – de obrar, la justicia o el pecado.

Es interesante que ante la nueva dimensión existencial, el texto habla del aspecto presente (lo que somos, 3,1b-2a) y lo que seremos (3,2b-c). El presente y el futuro. Pero esto es obrado – en el presente – por Dios en los hijos al “engendrarlos” (2,29), y tiene consecuencias: no son “del mundo” que es el ambiente que rechaza a Jesús (no debe entenderse en sentido platónico ni –menos aun en 1 Jn – espiritualista como “ciudadanos del cielo”; ver Jn 15,18-19; 17,14-16). Los “hijos” deben llevar una vida justa como la de Cristo (Jn 13,15.34; 15,12; 17,17-19), y tienen la esperanza puesta en el futuro (Jn 5,28-29; 17,24).

El tema del “futuro” no es un tema muy frecuente en Juan como es sabido. Sin embargo no es ajeno a un tema importante en el cristianismo desde los orígenes, como es la venida futura de Jesús (aparentemente a eso se refiere el futuro: “aún no se ha manifestado”, “cuando se manifieste”). Quien “conoce” a Dios es asemejado a él, “engendrado”; y en la tradición joánica, esta experiencia es mediada por Jesús: él poseyó el nombre divino y la igualdad con Dios (Jn 17,11-12); compartió este nombre con los discípulos (17,6.26), y estos han participado del destino de Jesús a manos del mundo (15,21) y contemplarán su gloria (17,24).

Cuando dice "Miren qué amor nos ha tenido el Padre», debemos pensar en Jesús, la fuente de la filiación, el amor encarnado de Dios dado por nosotros. El mundo es incapaz de conocer a Dios y a su enviado, por tanto, incapaz de conocer a sus hijos, que se asemejan a él. En el retorno de Jesús, cuando los hijos engendrados vean a Dios como es, la semejanza será aún mayor. La santidad / justicia es nuestra mejor preparación para ser semejantes a Dios y para verlo / conocerlo.

Con un “hijos míos” comienza la unidad litúrgica (el vocativo “queridos” de v.21 no marca una nueva unidad ya que continúa la referencia a la conciencia, cf. 19.20 y 21). En 4,1 un nuevo vocativo (“queridos”) da comienzo a un nuevo apartado.

El acento está en “no amar de palabra o con la boca” (v.18) sino “guardar” los “mandamientos” (22.24). Es evidente que el mandamiento es el tema central de la unidad (y de otras partes de la carta) haciendo referencia al “mandamiento del amor” que Jesús destaca en la despedida a los suyos en el Cuarto Evangelio. El primer contraste está dado entre “palabras” y “boca”, que se asemeja a los que “dicen” pero son “mentirosos” (cf. 2,4.22; 4,20) ya que no hacen aquello que dicen, por un lado, y las “obras” y la “verdad” por el otro. Ambos pares son sinónimos. La verdad, en Juan (como en general en la Biblia) no se trata de una teoría, sino de una praxis. La verdad se obra, se vive (Jn 3,21; 1 Jn 1,6; 3 Jn 8; cf. Tob 3,2; 13,6; Sal 33,4; 111,7; Ez 18,9; Dan 3,27; 4,34). Es por eso que “somos” de la verdad (v.19) porque “guardamos sus mandamientos”.

El mandamiento (aunque en v.22 se mencione en plural, a continuación se lo presenta en singular como “un” mandamiento, v.23) tiene una doble dimensión: creer en el nombre de su Hijo y que nos amemos unos a otros “según el mandamiento que nos dio” (de esto habla el Evangelio de hoy y el de la próxima semana, precisamente). El cumplimiento de estos mandamientos provoca la “permanencia” (ver Evangelio de hoy) que es una inter-habitación mutua: él en Dios y Dios en él. Y esto en relación al espíritu que ha sido “dado”. La referencia al discurso de despedida de Juan es evidente y remitimos a esto.

Parece muy probable que en la comunidad empiezan a surgir algunos que insisten en que el ser discípulos es solamente amar a Dios y desentenderse de los hermanos. Este espiritualismo creciente (que culminará en fractura en la comunidad, como se ve en las cartas 2ª y 3ª) es ante lo que el autor alega haciendo referencia a los momentos originarios de los dichos de Jesús tal como el Discípulo Amado los ha transmitido y se encuentran en el Evangelio y por eso repite el contexto “original”.



+ Evangelio según san Lucas               2, 41-52

Resumen: Jesús se dedica a las cosas de su Padre aunque eso desconcierte a su familia, la cual con el ejemplo le enseña a estar atento a las cosas de Dios en la fidelidad a sus caminos.

El Evangelio de Lucas, como es sabido, no pretende hacer una presentación de la “Sagrada Familia”, aunque haga referencia a los padres de Jesús. Veamos el texto y digamos, después, algo de la familia de Nazaret.

El texto tiene algunos elementos que enriquecen el relato, y otros elementos que parecen sin importancia, casi a modo de leyenda. Las opiniones de los autores se mueven entre extremos, desde los que opinan que es un hecho histórico, confiado a Lucas por María y que presenta a Jesús como la “Sabiduría personificada” de la que hacen referencia los escritos sapienciales, hasta los que afirman que es un relato legendario y sin ningún sustento, al estilo de algunos narrados por los evangelios apócrifos. Hay elementos que “incomodan”, como por ejemplo, ¿por qué no entienden los padres de Jesús su referencia al “padre” si ya conocen lo extraordinario de su nacimiento? Además, hay elementos que no son claros: la frase “a los tres días”, ¿es una alusión velada a la resurrección?, ¿cómo hay que entender “en lo de mi padre”? La actitud de Jesús sentado entre los maestros, ¿es de discípulo o de docente? Hay muchos elementos que pueden discutirse y cuestionarse.

El marco es típicamente de Lucas. Jesús, en su evangelio, “sube a Jerusalén” una vez, para la Pascua. Allí confluye todo el relato del Evangelio, el cual -como se sabe- dedica un importante bloque a este viaje a la Ciudad Santa. El marco de este relato también es un viaje a Jerusalén para la pascua. Es cierto que otros elementos no parecen propios de Lucas, por lo que se ha propuesto – y nos parece probable – que el evangelista haya conocido este relato y -con ligeros retoques- lo haya incorporado tardíamente a su evangelio; el final de v.52, muy semejante a v.40 es un nuevo elemento que invita a esta conclusión (Lucas incorpora un texto y para “cerrar” el bloque, repite la idea con la que antes lo había terminado). Así se comprende, por ejemplo, que los padres no comprendieran el dicho de Jesús (y que José sea presentado como “padre”, cuando en el conjunto de textos anteriores sabemos bien que no lo es. Probablemente, el texto que Lucas incorpora no conociera el dato de la concepción virginal). El relato no pretende entrar en detalles, por eso es inútil preguntarse por qué los padres lo olvidan, pierden o dejan; a lo que el texto apunta es a destacar el encuentro y las palabras de Jesús, que es lo principal de la unidad. Jesús las pronuncia a partir de las palabras de su madre, en juego de palabras, por lo que tampoco estas son fundamentales para el comentario.

Que Jesús esté “sentado en medio de los maestros” no debe verse necesariamente como algo extraordinario. Estar “sentado” puede ser la actitud de enseñar (Lc 5,3; ver Mt 23,2; 26,55) pero también la del discípulo (Hch 22,3). El hecho – inusual en Lc – de que los llame “maestros” parece invitar a la segunda. Lucas ha manifestado predilección por los pares de miembros (“parientes y conocidos”, v.45, por ejemplo), “talento y respuestas” parece, entonces, algo frecuente en él. Ya sabemos, y se repetirá, que Jesús crece en sabiduría, es lógico, entonces, que tenga talento y haga preguntas, pero esto no habla de que sea “la sabiduría” sino que “crece en ella”, como lo confirman los dichos que Lc pone a modo de marco en vv.40 y 52).

La pregunta de la madre lleva a la afirmación de Jesús sobre el padre, pero – “debía estar en lo de mi padre” – puede entenderse de diferentes maneras: en los “parientes” de mi padre (en ese caso se referiría a los “maestros”, lo que resulta extraño), en “la casa de mi padre” y se referiría al Templo, o en “las cosas de mi padre” y se referiría a su formación en la lectura de la ley. La referencia al Templo es probable dado que en los evangelios de la infancia hay una insistencia en la fidelidad de los padres de Jesús a las cosas mandadas por la ley, y al comienzo se nos ha insistido en que peregrinaban todas las pascuas al templo, tal como estaba mandado (más allá de si un muchacho de 12 años debía o no hacerlo). Sea como fuere, el acento está puesto en la respuesta de Jesús, particularmente en la referencia a su “padre”. La cristología había ido avanzando en el reconocimiento de la filiación divina de Jesús. Lo que en textos como Rom 1,3-4 era dicho desde la resurrección (“constituido hijo de Dios por la resurrección”), al ponerse en narrativa evangélica era dicho desde el bautismo (“tú eres mi hijo...”, Mc 1,11). Sin embargo, Mateo y Lucas se remontan a la infancia, y entonces señalan que esta filiación está dada desde el comienzo (Mt 2,15; Lc 1,32), por intervención del Espíritu Santo (Mt 1,20; Lc 1,35). Esto queda visiblemente destacado en este texto donde Jesús afirma claramente su filiación divina: “mi padre” refiere indiscutiblemente a Dios, especialmente en el contraste dado en el texto con la paternidad de José.

Podemos decir, entonces, que el texto destaca una proclamación cristológica presentada en un relato que puede tener elementos legendarios o meramente narrativos, pero que pretende señalar esta relación entre Jesús y su Padre celestial como fundamental de toda su vida (“debía”) y lo que marcará su ministerio.

Son pocos los textos en el NT en los que se presenta a la “Sagrada Familia”, y aunque el texto no tiene la intención precisa de hablar “sobre” ella, hace referencia a ella al incorporarlos en el relato. Es característico de la narración de Lucas que se destaque la fidelidad de los padres de Jesús a lo que está mandado en la ley; en este texto los encontramos peregrinando a Jerusalén para la Pascua. E incluso, aunque no se centre en ellos el relato, es en este “marco familiar” donde Jesús aprende la fidelidad a las cosas de su Padre, donde crece en sabiduría y donde “les estaba sumiso”, porque observa el mandamiento de honrar padre y madre (ver Prov 3,4). El relato se nos presenta, entonces, como una transición entre la infancia, de la que había venido hablando y la adultez de la que comenzará a hablar a continuación; transición en la que su familia ocupará un rol fundamental.

El marco “folclórico” del Evangelio de hoy nos muestra algo que es aparentemente frecuente: una peregrinación: “todos los años”, “para la Pascua”, “Jerusalén”. Así nos encontramos a María y José presentados como judíos fieles, y personas religiosas, y buenos padres en la educación de su hijo. Dentro de esto habitual, ocurre lo inesperado: el muchacho se pierde, y – lógicamente – los padres se angustian. Dejemos de lado el marco que nos puede llevar a equívocos, como preguntarnos cosas a las que al autor del relato no le interesaba dar respuestas. Lo que importa, sobre todo, es presentar a Jesús, lo cual es lo que siempre hacen los Evangelios. María y José son – entiéndase bien – “actores de reparto” en esta “escena”, ellos son el “marco” religioso en el que se desarrolla la vida de Jesús. Por esa religiosidad es que aunque no comprendan los planes de Dios ("no comprendieron la respuesta que les dio") igualmente los meditan y rumian en el corazón. Es a ellos a quienes Jesús les está sujeto. Es con ellos con quienes Jesús peregrina "como de costumbre" al Santuario. Es de ellos de quienes Jesús aprende y con quienes crece "en sabiduría y en gracia"...

Como es evidente, y el mismo dramatismo de la escena lo pone de manifiesto, la clave está en el re-encuentro. Dos cosas llaman especialmente la atención: el niño entre los doctores, y la respuesta del muchacho a la pregunta de la madre. Generalmente se ha puesto más de realce la primera, pero parece que el acento debe ponerse en la segunda. Vemos: no se dice que el joven “enseñe”, sino que “pregunta y responde”, lo cual puede ser una actitud de discípulo, no necesariamente de maestro (algunos han pretendido que estar “sentado en el medio” era una actitud doctoral, pero – como hemos dicho – también puede ser actitud de discípulo). Lo que sí es importante en esto: la sed de aprender las cosas de Dios que nos manifiesta el hecho de que Jesús se haya quedado en el templo, y que en lugar de estar preocupado por estar perdido esté atento a “dejarse enseñar”. El niño no manifiesta angustia, sino sabiduría. La sed de Dios que los padres le han inculcado con el ejemplo de vida piadosa, files a la Ley, atentos a los profetas, respetuosos de las fiestas no ha caído en saco roto, sino en tierra fértil, y los doce años son buena edad para empezar a manifestarlo. Lo que el niño manifiesta, entonces, es una gran sed de Dios, de conocer sus caminos, y así como muchos en el futuro se admirarán de sus milagros y de que hable con autoridad, así ahora se admiran de sus preguntas y respuestas. La familia empieza a mostrar su retoño.

Aunque ya sepamos que el nacimiento de Jesús es virginal, la madre hace referencia a “tu padre y yo” para dar paso a la re-pregunta de Jesús: ¿no sabían? “Lo de mi padre” puede interpretarse de diferentes maneras, pero sobre todo destaca que Jesús se reconoce como “hijo de Dios” y esto está en el centro del relato. Una de las cosas más importantes que se dicen de Jesús en todo el Nuevo Testamento es que es hijo de Dios, y esto ya se señala claramente desde la infancia. Pero esa relación tan estrecha y personal con su padre del cielo, encuentra un “humus” en su familia en la tierra que con la palabra y el ejemplo le muestra el camino de la fidelidad, la docilidad y verdadera sabiduría “sabiendo” reconocer la voluntad de Dios.

Hoy la liturgia nos presenta a Jesús y a sus padres; mirándolos podremos aprender la verdadera religiosidad, la de quienes están dispuestos a dejarse enseñar por Dios aunque no comprendamos muchas veces, la de rumiar las cosas de Dios para dejarlo crecer en nuestro corazón y buscar, a veces a oscuras, que se haga su voluntad y su proyecto. Así, en esa búsqueda y fidelidad, aprenderemos a andar en los caminos de Dios, de quien Jesús nos hizo hijos.





lunes, 24 de diciembre de 2018

Mensaje de Navidad (opp - 2018)

NOS HA NACIDO UN NIÑO, UN HIJO NOS HA SIDO DADO (Isaías 9,6)


A comienzos del tiempo del Adviento, para animar la espera de la Navidad, enviamos una carta para quienes creen en este misterio y también para quienes, aun no creyendo, celebran la Navidad en familia como una fiesta de paz y de esperanza de un mundo mejor. Enumeramos en ella una serie de sombras y algunas luces para dar el contexto del Nacimiento de Jesús, como el del momento en que celebramos la Navidad.

Llegamos al final de este año 2018 empobrecidos. Empobrecidos en lo económico: en cada vez más hogares se ha dificultado sistemáticamente el acceso a la salud, a la educación, e incluso al alimento. Salarios que quedan atrás del aumento del costo de vida y destrucción del empleo y la industria nacional son consecuencias de políticas económicas que favorecen a muy pocos y sumen en la pobreza a una enorme porción de los habitantes de esta bendita tierra.

Empobrecidos en lo político. Un gobierno sin otro proyecto político que obedecer al FMI y favorecer la especulación y el capital (especialmente el extranjero). Una oposición que no termina de renunciar a intereses mezquinos, sectoriales y personales, incapaz de unirse para pensar juntos un proyecto amplio y común cuya prioridad sea hacer de nuestro país una Patria de todos.

Empobrecidos en lo humano. Políticas de seguridad que criminalizan la disidencia y la pobreza, que nos llevan a ver que no toda vida vale. Políticas que crean brechas y nos llevan a ver al otro como una amenaza, cuya vida vale menos que la propia. Lejos de eliminar la “grieta” (como la llaman) pareciera que nos separan distancias cada vez más insalvables: otra de las tantas promesas incumplidas.

Podríamos seguir con un largo catálogo de sombras. Pero sería un retrato incompleto y, por eso, falso de nuestra realidad. La Luz del Niño Dios en el pesebre nos deja ver más que las sombras. Nos deja darnos cuenta de las brasas encendidas, quizás tapadas por la ceniza, que pueden y deben ser avivadas.

La generosidad solidaria de nuestro pueblo, de nuestros pobres, se multiplica creativamente para encontrar caminos, no sólo para la subsistencia, sino para crear los lazos que nos permiten saber que hay otra manera de vivir juntos y regenerar el tejido dañado de nuestra sociedad. Generosidad y solidaridad que deben ser la norma para aquellos que tienen la responsabilidad de elaborar y plasmar un proyecto de país distinto.

Nos hace mirar nuestro futuro con esperanza ver el compromiso valeroso y creciente de tantas personas y organizaciones sociales con la defensa de los derechos: derecho a la vivienda digna, derecho a la tierra, derecho al trabajo, derecho a la salud y la educación, los Derechos Humanos. Nos permiten soñar con una Patria fraterna, que no teme al que es distinto, que se enriquece en las diferencias, aún en muchas que hoy nos parecen irreconciliables.

Esta noche celebramos el Nacimiento del que viene “a traer la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos  y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lucas 4,18-19). Esa Buena Noticia queremos  compartir con ustedes y darles gracias por los fueguitos que nos marcan el camino para que esta Noche bendita sea signo de una nueva historia en nuestra Patria y en nuestro mundo.

No importa lo que esta noche puedan o no puedan poner sobre la mesa, lo que puedan o no regalar. Quienes nos sentamos a ella somos lo que importa: ¡Les deseamos una Bendita Navidad!



Grupo de Curas en la Opción por los pobres
24 de diciembre de 2018

viernes, 21 de diciembre de 2018

Te cuento.... (Navidad)


Te cuento…

Eduardo de la Serna



En medio de mitos y cuentos
Relatos y fantasías
Quiero contarte, hermano,
lo que sucedió un día
Quiero contarte, hermana,
De un llanto que por ahí se oía…
Dicen que había pañales
¿de qué otro modo sería?
Dicen que era un pesebre,
O una casa, o en una villa
Lo cierto es que ese nacido
Nos robó una buena sonrisa.
¿Una sonrisa entre Herodes?
¡qué falta que nos hacía!
¿Una sonrisa en el Imperio?
¡cuánta paz que nos traía!
¿Una sonrisa entre pobres?
¡Esa la hay! (ya lo sabía)
Pero una sonrisa distinta
Anuncio de nueva vida
Dicen que había un señor
Carpintero y de herrería
Y una muchacha muy joven
Que se llamaba María.
Y dicen que había pobres,
Porque entre pobres nacía
No había trineo, ni renos
Ni pelotas amarillas
Se regalaban sonrisas,
Se regalaba paz y alegría
Se regalaba un mundo nuevo
En el que Dios reinaría
Haciendo de todos hermanos,
Sororidad compartida.
Pero ese niño nacido
Entre nubes nacería
Una tormenta lo acecha
Preanunciando un otro día
En el que los que tienen las armas
Y botas lo pisarían
Diciendo que el otro no es patria
Porque al Padre no conocían
Y entonces la fiesta se opaca
Pero otra luz se encendía
Hay Herodes y Pilato
Pero hay un Dios de la vida
Que da vida en nacimiento
Y dos “cuevas” se entendían
Una cueva en un pesebre,
y la otra en tumba serían
como un vientre embarazado
de lo que pasó ese día
así que te cuento, hermano,
te cuento, hermana querida
que un clamor subterráneo
unas venas abiertas y heridas
encuentran hoy en el niño
que hay otro mundo en salida.


Foto tomada de https://www.rinconpsicologia.com/2017/11/mito-caverna-platon.html