miércoles, 2 de mayo de 2018

Un país sin periodistas


Un país sin periodistas


Eduardo de la Serna


Antes de empezar a “pensar en voz alta” quiero señalar que no creo que en el país (Argentina) no haya periodistas. ¡Los hay! Y muchxs excelentes. El título pretende ser expresamente provocativo. Lo admito. Pero no dejo de notar que muchos quisieran que no los hubiera, sea entre los sectores del poder como en el seno de lo que una vez fue el periodismo.

Como sabemos, el periodismo fue llamado “el cuarto poder”. No sé si en sentido jerárquico o simplemente descriptivo, pero cuarto, junto al legislativo, ejecutivo y judicial, los tres poderes que constituyen la república democrática. Dejo de lado también, lo he hecho y seguramente haré en otras entregas, el problema – o la gravedad – cuando uno de los tres poderes no funciona independientemente. ¡Y muchas veces no lo hacen! Entiendo que la imagen del “cuarto poder” tiene que ver con las mismas características de los otros tres: independencia, control sobre los otros y, por supuesto, ¡poder!

Pero convengamos que es, por lo menos, ingenuo creer que los “tres poderes” constituyen el verdadero poder, o todo el poder. Nadie puede ignorar que hay poderes, poderosos y hasta Todopoderosos más allá de los poderes de la república. Más allá de los tres, o de los cuatro. Y es un problema grave cuando esos Poderes (con mayúscula para distinguirlos) controlan uno, o los cuatro republicanos. ¿Qué tanta democracia habría, si es el caso? El periodismo, en tanto independiente, en tanto controlador y en tanto poder, tiene mucho que aportar, sin dudas. Convengamos que todo control sobre un poder, ¡lo molesta! Es sensato que así sea. Lo importante es que sea justo; que las leyes sean justas, que los que ejecutan lo sean y – debería ser una obviedad, ¡y no lo es! – que el poder judicial sea justo. Y es de esperar que también lo sea el periodismo. Pero, ¿qué ocurre cuando el periodismo no es independiente, sino que está al servicio del verdadero Poder? ¿Cuándo alguien – sea alguien real, por ejemplo “sobres” mediante – o alguien introyectado en la mente del periodista le dicta qué decir, qué callar, o hacia dónde direccionar la información? Es tan evidente que a muchos y muchas que en otro tiempo parecían creíbles o resultaban razonables hoy muchos los vemos como funcionales o sicarios de la pluma al servicio de quienes todo lo pueden.

¿Y qué pasa cuando el verdadero Poder, el que maneja los hilos “de la marioneta universal”, se ha apoderado de todos los poderes, que hace las leyes, las ejecuta y juzga y, además, las difunde o corrige según la conveniencia de los que “tienen la sartén por el mango, y el mango también”? cuando el Poder (que se expresa en lo económico porque “todo se compra y todo se vende”, según su ideología e idolatría) es dueño de todos – o casi – los medios (es decir, lo que está en el medio, supuestamente entre la información y los informados o informables) de comunicación. Pasa que “el pueblo / demos” deja de tener acceso a su derecho a la información porque esta no le llega, o le llega deformada, y – por lo tanto – no puede decidir con sensatez ya que no sabe bien qué ocurre, y a veces ni siquiera qué debe decidir.

¿Hace falta repetir que Tal Medio ¡miente!? ¿O que tal experiodista es más un lobista que un comunicador, que tal otro está al servicio de una campaña y aquel/lla necesita – muy razonablemente – cuidar su trabajo y debe formar parte de la mentira sistemática? Para peor, ante el auge de las redes sociales, gracias al Big Data, a la compra de información (gracias a los “servicios” de Facebook, o Twitter, por ejemplo), las granjas de trolls y los call centers, o incluso a los aportes del manejo de las tecnologías (manipular las redes para que uno ponga “me molesta” y aparezca un “me gusta” y mostrar la inmaculada imagen de la gobernadora es un buen ejemplo de eso que luego será repetido y propalado por los medios de malinformación social. No está de más recordar aquí que el politólogo coreano Byung Chul Han afirma que “el neoliberalismo es el capitalismo del me gusta”).

Ayer escuchaba a un experiodista que en un tiempo parecía razonable y creíble, y hoy lo veo desde un medio de comunicación totalmente funcional al Poder; y no puedo menos que pensar, no solamente qué bajo ha caído una profesión tan importante, o – también – la situación difícil por la que atraviesan quienes se niegan a ser manipulados por los hilos del titiritero y deben buscar el salario difícil por otros medios, o – y sobre todo – la incapacidad que tienen los que son in/de-formados de buscar más y mejor información y sólo pueden ser maleables por los dedos del Poder. Y, pensaba, en la difícil tarea de quienes podemos decir una palabra (aunque sea criticada, respondida, manipulada o hasta silenciada). Muchos no somos periodistas, pero sí comunicadores; los cristianos (no solo los curas) debemos comunicar al mundo “buenas noticias” (y que sean realmente buenas, y no “opio del pueblo”). En un mundo de latifundio semiótico (Florencia Saintout) resulta una fascinante, difícil y hasta incómoda responsabilidad. Con la verdad encadenada tocará liberarla, y celebrar las pequeñas victorias de aquello que Libertad, la amiga de Mafalda, decía: “una pulga no puede detener una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista”.




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