jueves, 30 de agosto de 2018

Profetas, pastores y ¡un! mártir


Pastores, profetas y ¡un! mártir

Repercusiones de un discurso cardenalicio en los 50 años de Medellín

Eduardo de la Serna



Inaugurando el reciente congreso organizado por el CELAM con motivo de los 50 años de la histórica conferencia del episcopado Latinoamericano en Medellín se presentó un libro coordinado por la historiadora Ana María Bidegaín: “Obispos de la Patria Grande: Pastores, profetas y mártires”. En ella se presenta a 21 obispos que intentaron mirar la Iglesia con anteojos propios, que fueron obispos de los pobres, que acompañaron el Pacto de las Catacumbas al decir de la coordinadora en la conferencia inaugural. Acompañaron a esta presentación las palabras del presidente del CELAM y cardenal de Bogotá Rubén Salazar quién reconoció que acababa de recibir el libro (es decir, presentó un libro que no había leído).

De un modo esquemático (no rígido ya que la vida de los mencionados es amplia) se los catalogó como 5 obispos ligados al CELAM, 3 que trabajaron en ambientes urbanos pobres, 3 en ambientes rurales pobres, 4 ligados a la búsqueda de justicia y derechos humanos y 6 al trabajo con grupos indígenas, afrodescendientes o con los hispanos en los EEUU.

En lo personal no conozco a todos los mencionados, pero sí a la inmensa mayoría y dudo que se hubieran podido elegir mejores o más representativos que los estudiados (el criterio es académico e histórico, no una hagiografía, según se dijo).

Ahora bien – y acá mi intención – como el mismo título lo indica, estos 21 obispos son “pastores, profetas y mártires”, pero esto no implica que los 21 sean todo ello. Es evidente. Por lo que sé – valga mi desconocimiento de algunos y la duda sobre las circunstancias de la muerte de Valencia Cano – sólo Enrique Angelelli es mártir de esos 21 obispos.

No me voy a detener en otros elementos de lo dicho por el obispo Salazar, aunque debo confesar mi desconcierto al referirse a Moisés. Por ejemplo, calificarlo de “cobarde” por huir de Egipto a Madián no parece hacer justicia. El mismo verbo (anajôreô) se usa para decir que Jesús huyó cuando supo que Juan el Bautista había sido entregado. Sí es cierto – y creo que esa fue la intención – que con mucha frecuencia Dios elige personas (y también a un pueblo) no por sus cualidades y capacidades. Esto le sirvió para decir que él (y tampoco los presentes, acotó) no es como Helder Cámara o Leónidas Proaño, algo que era evidente para todos. Pero si sonó a excusa, y eso es algo diferente. Pero me quiero detener en su referencia a que los 21 obispos mencionados fueron pastores (imagino que lo fueron), los 21 fueron profetas (no estoy seguro que los 21 lo fueran) y los 21 fueron mártires. ¡Y estoy seguro que eso no es así!

Y acá mi tema: es sabido que en ambientes de la derecha eclesiástica hay mucha molestia por la declaración de los martirios de Oscar Romero, o de Enrique Angelelli y sus compañeros. Y decir que “todos son mártires” es casi como decir que ninguno lo es. Es “bajar el precio” al martirio. En lo personal creo que Helder Cámara es uno de los mejores obispos de los que he tenido noticias, y – junto con otros – son los que con justicia José Comblin llamó “santos padres de la Iglesia latinoamericana”. Pero no fue mártir. Como no fue mártir (por poco) Samuel Ruiz, ni lo fue Eduardo Pironio, ni Alberto Devoto, ni Marcelo Mendiharat… Muchos no lo fueron no por falta de deseo de los poderosos; quizá por falta de oportunidades. El accidente de Valencia Cano puede ponerse en duda con bastantes motivos, pero en ese caso sería un segundo mártir en la lista de los 21. Proaño no fue mártir, ni Larraín, ni Silva Henriquez, ni McGrath, ni Landazzuri… Insisto: creo que no es inocente decir que los 21 fueron mártires, y me gustaría insistir más aún.

Enrique Angelelli (de inminente beatificación con sus compañeros) fue mártir: fue asesinado porque los violentos no soportaron su militancia en favor de los pobres y la justicia motivada por la fe (odium fidei). Una reciente carta a los lectores en el conservador diario La Nación del obispo emérito de La Plata, Héctor Aguer, reiteró la negación del asesinato. Insisto que la derecha está molesta con el reconocimiento de este martirio. Y me parece entender que, mucho más diplomáticamente, es lo mismo que hizo Rubén Salazar, ciertamente muy lejos de Proaño o Helder Cámara. Obispo elegido por Juan Pablo II y nombrado en Bogotá y elegido cardenal por Benito XVI, ciertamente. El CELAM ya no es lo que fue entonces.


Foto tomada de http://www.celam.org/cebitepal/detalle_boletin.php?id=ODU%3D

martes, 28 de agosto de 2018

Comentario domingo 22B

Jesús nos invita a decidir en favor de la vida

DOMINGO VIGESIMOSEGUNDO - "B"

Eduardo de la Serna



Lectura del libro del Deuteronomio     4, 1-2. 6-8

Resumen: Moisés pronuncia un discurso que sintetiza o introduce los grandes temas del libro del Deuteronomio. Poner en práctica lo que Dios ha mandado es un camino de sabiduría y de justicia.



En un largo discurso de Moisés (el primero, ya que el segundo, que comienza en 4,44 es mucho más largo aún y se extiende hasta el cap.28 y en 28,69 comienza un tercer discurso más breve: 28,69-30,20) éste señala que Israel debe poner en práctica las normas (la Ley) que él transmite, y no repetir lo hecho en Baal Peor (esta última referencia está omitida en el texto, vv.3-4).

El texto comienza con un mandato: “escucha” (semá) que es muy importante en Deuteronomio (x14), se refiere a escuchar y seguir la voz de Dios (aunque sea a través del sacerdote [17,12], o de los padres [21,18.20]). Esta voz se expresa en ’aq, porción, normas, leyes y mispat, juicio, derecho (ambos se encuentran juntos x14 en Deuteronomio, a veces con otros términos: ‘adût, testimonio (6,1.20), mezaba, mandamientos (7,11), o derek, camino y mandamiento  (26,17).  En todos los casos se invita a seguir, obedecer (“escuchar”) lo que Dios dice a su pueblo en normas y decretos.

Esta obediencia es la que llevará al pueblo a “poseer la tierra”. Hay – con frecuencia – una relación entre el don de la tierra y la fidelidad del pueblo; no deberá ni quitar, ni añadir nada a estas normas (cf. 13,1), se debe “guardar”, cumplir (x72 en Deuteronomio) y en este caso en paralelo a “realizarlo” (v.6; x161 en Deuteronomio).

La característica de estas normas / leyes es que son en sí mismas sabiduría e inteligencia (hokma’ – bina’; juntas sólo aquí en la Tora, pero x4 en Job y x7 en Proverbios, además de x2 en Isaías y x1 en Daniel). Al “ver” y “escuchar” los demás pueblos “dirán” que Israel es una nación (gôy), un pueblo (‘am) sabio e inteligente. Y se formula una pregunta retórica (obviamente la respuesta que se espera es negativa: ¡no la hay!), ¿hay alguna nación (gôy) tan grande (gadôl)? Y en seguida explica la grandeza, la justicia, la sabiduría: la cercanía de Dios con su pueblo. Esta cercanía es propia de Israel:

El abandono de Dios que lamenta el salmista del Salmo 22 se manifiesta en que experimenta la lejanía, precisamente:

 2Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡Lejos de mi salvación la voz de mis rugidos! (…) 12 ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí socorro! (…) 20 ¡Mas tú, Yahveh, no te estés lejos, corre en mi ayuda, oh fuerza mía… (Sal 22:2-22)

Esta cercanía se manifiesta en sus obras salvadoras, algo que no tienen las naciones. Como es característico del Deuteronomio y su teología, lo que marca la unidad es una crítica feroz a los otros dioses y una afirmación a Yahvé y su obrar en medio de su pueblo. Dios se acerca cuando es “invocado”, llamado.

El texto presenta un paralelo “climático” dando un paso más:

7¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh nuestro Dios siempre que le invocamos?
 8 Y ¿cuál es la gran nación (gôy gadol) cuyos preceptos y normas (’aq - mispat) sean tan justos (zediq) como toda esta Ley que yo expongo ante ustedes hoy? (vv.7-8)

El paso final está en calificar estos preceptos, normas, mandamientos y caminos como “Ley” (Torá; x22 en Deuteronomio). Torá es norma, instrucción, camino. La cercanía de Dios con su pueblo señala un camino que es visto como camino sabio, prudente, un camino que conduce a la vida, a la justicia.


Lectura de la carta de Santiago     1, 17-18. 21b-22. 27

Resumen: Como es frecuente en este escrito el acento está puesto en el “obrar creyente” que no ha de entenderse en un sentido ritual sino en una acción concreta en favor de los desvalidos.



La llamada “carta de Santiago” es un escrito muy interesante, pero que tiene una serie muy importante de temas para el debate, de discusión que no es el caso anotar en este espacio. No es fácil conocer los destinatarios, la fecha, el autor ni el esquema literario del texto, o su estilo (más que correspondencia parece un escrito sapiencial, por ejemplo). Lo aparentemente inconexo del texto se ve en el fragmento litúrgico que saltea versículos tomando brevemente tres temas diferentes: la relación con el Padre, poner en práctica la palabra y la verdadera religión.

Empieza señalando que de Dios no viene “lo malo” (1,13-16 texto que precede el comienzo del litúrgico), de Dios viene lo bueno, la “luz”. Así como los astros que tienen luz (sol, luna, estrellas) son un signo, pero – a diferencia de estos astros – en Dios no hay períodos de sombra o noche.

La “palabra de verdad” (un término más neo que veterotestamentario) parece aludir al Evangelio, la “sabiduría” de vida (3,14; 5,19), la “ley de libertad” (1,25; 2,11) con lo cual las “primicias de la creación” se referiría a la “nueva creación” (cf. 2 Cor 5,17; Gal 6,17; Is 65,17; 66,22; 2 Pe 3,13; Ap 21,1). Jesús hace “perfecta” la ley (cf. Mt 5,48), y la “perfección” (teleios) es tema recurrente en la carta (1,4.17.25; 3,2), es palabra plantada (1,21). Y es “ley” en el sentido judío: modo de vida que Dios quiere para los suyos, por eso es “ley de libertad” (1,15; 2,12) y “perfecta”. Para los antiguos hay una estrecha relación entre la ley y la libertad:
“Está escrito ‘Las tablas son obra de Dios y la escritura, escritura de Dios grabada en las tablas’. [y con un juego de palabras hebreo sigue:] no leas grabadas (harut), sino libertad (herut), porque nadie es libre sino quien se ocupa del estudio de la Torá”. (Misna, Abot 6.2)
La idea de la carta, entonces, es bien judía (judeocristiana). La ley da la libertad para amar (2,12). Y eso da vida (v.21). Lo que vale para Dios no es el mirar la ley, sino cumplirla, poner la palabra en práctica.

La conclusión de esta unidad está presentada como “religiosidad”. Hay una religiosidad “vana” (el término mátaios alude a lo vano, hueco, falso) y una “pura e intachable” (en realidad ambos términos son sinónimos: puro [katharós] y “sin mancha” [ámiantos] se refiere a la vida, especialmente puesto que esto es “ante Dios”). Pero lo interesante es que esta pureza no es ritual. En el AT el oro, el aceite, el incienso puro son propios del culto, y son “para Dios”; hay lugares o alimentos puros, y personas puras o impuras (cf. Lev 11,32).
La “religión” (thrêskeía, sólo en escritos griegos de la Biblia), puede entenderse en sentido de “actos religiosos” (cf. Col 2,18) de allí que a veces se suela traducir por “religiosidad”. En este caso, lo “puro” ante Dios (a diferencia de lo hueco) es “visitar huérfanos y viudas en su tribulación” (v.27).

El par “huérfano” y “viuda” es frecuente en la Biblia (x38); a veces unido al pobre, forastero (o migrante), y también al “levita” (cf. Ex 22,21; Dt 16,11; Zac 7,10), Dios es su “padre” y “tutor” (Sal 68,6; cf. 146,9), pero es la única vez que se encuentran juntos en el NT [huérfano, orfanoús, vuelve a encontrarse metafóricamente en Jn 14,18]. Son imagen típica del desamparo, y en ocasiones del abuso impune del poderoso. Y Dios no permanece insensible ante ellos. La “religiosidad”, es decir el encuentro con Dios implica dar respuesta a esta “sensibilidad” de Dios, que es “Padre”, por el que sufre, por el desamparado. Lo interesante en este caso es que la “pureza” no viene dada por lo ritual sino por un obrar económico-social ante las víctimas de la sociedad, los desamparados, los que están en “tribulación” (thlipsis, angustia, opresión, sufrimiento; a veces – no en este caso – referido a los sufrimientos de los últimos tiempos). El encuentro con Dios se da en el compromiso social con los que sufren. De ese modo se mantendrán “incontaminados” (áspilos; cf. 1 Ti 6,14; 1 Pe 1,19; 2 Pe 3,14) del “mundo” (kósmos). El “mundo” en diversos escritos (no en todos) del NT aparece como el ámbito contrario a Dios. En Santiago el término es negativo: el amigo del mundo es enemigo de Dios (3,3), los “pobres de este mundo” son ricos en la fe y herederos del Reino (2,5), la lengua es capaz de un “mundo” de injusticia (3,6). El mundo es la prepotencia, el abuso. Sin duda entre Dios y el mundo hay una distancia, pero lo cierto es que esta “contaminación” del mundo no es ritual sino un compromiso de “obrar” según Dios.

Nota breve: un manuscrito (P 74) que no refleja propiamente el texto, pero revela cómo se leyó en esa ocasión, transcribe: “protegerlos [a los huérfanos y viudas] del mundo”. El compromiso religioso no sólo incluye visita activa sino también protección.
Curiosamente el lenguaje de la carta es cultual, pero su contenido es claramente social (como se verá en otras oportunidades de la carta).


Evangelio según san Marcos     7, 1-8. 14-15. 21-23

Resumen: en una polémica con fariseos y escribas Jesús confronta con la pureza ritual de los utensilios señalando que es en la inteligencia, en las decisiones donde surge lo bueno o lo malo, no en la pureza exterior.


El Evangelio de Marcos, después del relato de la multiplicación de los panes (omitido por la liturgia y reemplazado por el relato y discurso de Juan) presenta un texto de discusión con “fariseos y escribas venidos de Jerusalén”. Como en 2,16 el motivo del debate es algo ocurrido a raíz de lo hecho por los discípulos (¿Marcos destaca lo que molesta a los escribas del accionar concreto de los miembros de su comunidad?). La pregunta se remonta a la pureza ritual. La pureza o impureza (que no hay que confundir necesariamente ni con suciedad ni con pecado) es un hecho ritual. Hay determinadas cosas que vuelven impuro a las personas (tocar cadáver – aún sin saberlo –, el contacto con sangre propia o ajena, algunos temas sexuales…) y para poder participar del culto es imprescindible purificarse (un problema siempre será el de aquella persona que haya contraído impureza sin saberlo). Y la purificación supone una serie de rituales. De esto encontramos abundante material en el libro del Levítico. Aunque muchos de estos rituales se aplican a los sacerdotes, la religiosidad propia – y la escrupulosidad – de los fariseos amplificó todos estos rituales a su vida cotidiana. A esto alude el largo paréntesis de los vv.3-4, sobre lo que hacen “los fariseos y todos los judíos”. “Comer con las manos impuras” se repite encerrando este paréntesis (vv.2.5) mostrando claramente que los destinatarios del Evangelio no son cristianos provenientes del judaísmo sino de origen pagano. Este es el motivo por el que muchos tenían utensilios de piedra y no de barro cocido ya que aquella no transmite la impureza. El problema de la escasez de agua también es un tema que ha de tenerse en cuenta, especialmente cuando el pozo estaba alejado y el ánfora no podía ser demasiado grande (beber y cocinar era prioritario). De todos modos, no todos los judíos eran tan escrupulosos, aunque – y es el caso – sí lo eran los fariseos. Marcos finaliza el paréntesis diciendo que esas cosas las hacen “por tradición”, es decir, costumbres heredadas del pasado. La respuesta de Jesús les dirige un término que es muy duro y habitual: ¡hipócritas! (en realidad, es la única vez que encontramos el término en Marcos, Lucas lo utiliza algunas veces [x4] mientras es frecuente en Mateo [x15]).

Una nota sobre el término “hipócritas”: el término, en realidad tiene su origen en el teatro, refiere a la representación, a un personaje. Herodes el Grande construyó varios teatros y anfiteatros en su territorio, e incluso parece haber comenzado la construcción de uno en Séforis. Asimismo, sabemos que construyó uno en Jerusalén, aunque la falta de restos arqueológicos hace pensar que posiblemente este fuera de madera y no de piedra (ambos eran muy habituales); allí celebró juegos gimnásticos en ocasión del triunfo de Pompeyo sobre Marco Antonio, en Actium, pero luego no sabemos nada de este edificio. Séforis fue destruida por los romanos a la muerte de Herodes y su sucesor en Galilea, Antipas la reconstruyó e incluso la transformó en capital de su gobierno. La reconstrucción de la ciudad, y la edificación de un importante teatro requirieron un considerable número de carpinteros (tekton). Séforis queda a menos de 6 kms de Nazaret. ¿Conoció Jesús – el campesino – la ciudad? No lo sabemos, aunque quedando a menos de una hora de camino no es improbable, como tampoco lo es que haya trabajado en ella ejerciendo su oficio. ¿Toma Jesús de este ambiente el término “hipócritas”? También hay que notar que Jesús jamás visita Séforis, según los datos que poseemos del N.T. Pero es muy razonable que “el judío Jesús” intentara evitar una ciudad tan helenizada y que, además, había empobrecido económicamente todos los pueblos del entorno.

Lo que Jesús mostrará es que son “tradiciones humanas” y que no tienen su origen en la voluntad de Dios. Y recurre para ello al profeta Isaías:

Isaías 29,13 (hebreo)
Isaías 29,13 (griego)
Marcos
Dice el Señor: Por cuanto ese pueblo se me acerca con su boca, y me han honrado con sus labios, mientras que su corazón está lejos de mí, y el temor que me tiene son preceptos enseñados por hombres.
Así dice el Señor: se acerca a mí este pueblo, con los labios me honra y su corazón está lejos de mí, pero me dan culto en vano, enseñan preceptos y enseñanzas de hombres.
Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan enseñanzas que son preceptos de hombres.   (vv. 6-7)


Obviamente que las tradiciones son meramente humanas, y no deberían ser normativas.

A continuación Jesús ejemplifica esto con un caso característico (omitido por la liturgia). Este obrar en realidad anula la Palabra de Dios, y por tanto conduce a la maldición. De hecho se ha transformado la tradición en un pretexto para obrar según la propia voluntad y no según la Palabra de Dios.

En v.14 encontramos un nuevo auditorio aunque el tema parece continuidad con el anterior: la pureza ritual. Si a continuación encontramos a Jesús entrando en tierra pagana (= impura) no parece que la posición y el destaque sean ajenos a la intención de Marcos. Como en 4,3 comienza invitando a “escuchar”, pero lo que importa no es lo exterior sino lo interior y – como en 4,9 – concluye con “quien quiera oír, que oiga” (omitido). Como en 4,10 Jesús se dirige a solas a los suyos, “en la casa”, y como en 4,13 les cuestiona la incredulidad (¿no comprenden…?). La decisión se debe tomar en el corazón (sede de las disposiciones), se debe “pensar bien” y a partir de allí tomar la decisión de actuar el bien o el mal.

En las primeras comunidades parece haber sido muy importante la observancia de las normas judías. Y a continuación encontramos un importante “catálogo de vicios” (como se ha visto en otras ocasiones, un “catálogo” se trata de una suerte de “lista de pecados” propios del ambiente judío en territorio pagano alertando, desde una mirada creyente, lo que se entiende como un mal en los modos que viven los contemporáneos.



domingo, 26 de agosto de 2018

Carta abierta a Claudio Bonadío


Carta abierta al señor Claudio Bonadío




Señor Bonadío:

Sabrá usted que los seres humanos solemos movernos en la vida diaria y cotidiana con un criterio de confianza: confío que nadie pasará un semáforo en rojo, por eso cruzo; confío que el que está sentado a mi lado en el tren no me golpeará; confío en un o una docente para la educación de mis hijos; confío en que la carne o el pescado que me venden estará fresco, etc… Obviamente puedo verme defraudado en la confianza, pero si mi desconfianza fuera sistemática, prácticamente no podría salir a la calle, y me quedaría en mi casa, confiando que estará bien construida.

La confianza también se pone en personas al elegirlos para un cargo; sea el cura del barrio, un legislador o un presidente, gobernador o intendente, por ejemplo. O confío en que lo que los medios de comunicación transmiten es verdad, y creo que Donald Trump es el presidente de los EEUU, aunque nunca lo vi en mi vida, o que determinada cosa ocurrió. Y la confianza también se pone en el poder judicial. Obviamente yo no puedo seguir un expediente, ver todos los pasos del proceso y por tanto confío en que los inocentes gocen de libertad y los probadamente culpables estén en prisión. Confío en que se ha respetado el proceso, además que las distintas instancias judiciales refuerzan mi confianza. Por cierto, que alguien se puede equivocar – es humano – y por eso es bueno que todo se revise a fin de que la sociedad toda pueda confiar en que la justicia es un pilar fundamental de la sociedad.

Todos sabemos que si bien por justicia puede entenderse “dar a cada uno lo que le corresponde” hay quienes entienden que les corresponde aquello por lo que han hecho méritos y otros creen que les corresponde aquello que necesitan para vivir, pero este tema es complejo. Aunque los cristianos tendamos a mirarlo desde esta última mirada, no pretendo una justicia confesional.

Ahora bien, y esto motiva este escrito, si la confianza es lo necesario para la vida en sociedad, y – en el caso del poder judicial – lo es la confianza de la administración de la justicia, debo confesarle que, siguiendo sus hechos de gobierno, sus pasos en un bazar, su administración y ejercicio del poder, ha logrado usted en mi persona que no tenga absolutamente nada de confianza. Nada. No confío en nada de lo que usted hace, que parece más para el show y para contentar a sus amigos o mandantes, no confío en que administre usted justicia, ni que lo hagan los cortesanos que lo aplauden luego de comidas conjuntas: la amistad, parece, tiene su precio. Y lo triste de esto, señor Bonadío, es que arrastra usted con su peso a toda la administración de “justicia” (que no lo es). Y logra, entonces, que no crea – porque no confíe (la fe y la confianza son hermanas, ¿sabía?) – en nada que falle la justicia. Y, entonces, mañana el juez Fulano fallará en favor de algo o alguien o contra ese alguien o ese algo, y sospecharé que no hay justicia legítima en ese fallo. Ha logrado usted que yo – y sospecho que muchos otros más – desconfiemos del poder judicial, que tendrá “poder” por fuerza, tendrá por corporación y por dinero, pero no por confianza y credibilidad. Usted podrá allanar y no creeré que lo que exhiba la haya encontrado en el allanamiento, podrá mostrar testigos arrepentidos y no creeré que sean sino extorsionados o mentirosos, podrá mostrar cuadernos y no creeré que el amanuense sepa siquiera escribir. No le creo nada.

Sin duda nada de esto le importará a usted. Ya logró ser palmeado en la espalda por funcionarios, ex periodistas y hasta algún embajador que lo invita a su fiesta patria. Ya logró aparecer en cientos de Medios… pero nunca estará entero. Yo, por mi parte, no le creeré. Y me tomo el trabajo de decirlo para que mañana, cuando falle sobre A o sobre Z tenga yo la libertad de decir que no le creo nada. Siga encarcelando o liberando a su antojo, que no es justicia. Pero sepa que, para algunos, será usted uno de los grandes responsables de la degradación de las instituciones fundamentales de la república (quédese tranquilo, ¡no es el único!). Pero a lo mejor, cuando se jubile con su magro salario (ciertamente no merecido) podrá visitar su madre patria y el 4 de julio celebrarlo “en casa”. Yo, por mi parte, seguiré soñando en que los tres poderes de la república (o los cuatro, si quiere) algún día serán creíbles, confiables, y podremos salir a la calle sin desconfiar que alguien – con una pistola Glock, por ejemplo – nos mate por la espalda y luego siga suelto.

Eduardo de la Serna


sábado, 25 de agosto de 2018

El escándalo de los abusos


Una breve reflexión a partir de los escándalos de los abusos


Eduardo de la Serna



Hace mucho tiempo ha empezado a salir a la luz – cada vez con más comprensible escándalo – noticias de abusos de niñas, niños o adultos en situación de vulnerabilidad por parte de miembros del clero o consagrados.

Se podrá decir que en algunas denuncias hay hipocresía (la misma película Spotlight señala que el tema es muy antiguo y no había sido tenido en cuenta, o el reciente caso de Pensilvania habla de abusos durante 70 años; sin duda “algo” fue desencadenante; ¿la guerra de Irak?). Muchos destacan que la proporción en el clero no es mayor que en otros ambientes (docentes, enfermeros, etc.) y es ciertamente notablemente menor a las situaciones ocurridas en el seno del hogar. Muchos destacan, finalmente, que la proporción en el clero es ínfima en comparación con los miles de curas y religiosos dedicados hasta el heroísmo en su ministerio. Y supongamos que todo esto es cierto (tiendo a creer que lo es), lo que no deja de ser cierto es que hay un preocupante número de religiosos abusadores y – lo que es aún más grave – hay decenas de miles de menores o vulnerables abusados.

Y creo que, aunque hubiera sólo un cura que abusó de nada más que un menor, eso es un escándalo. Y ese escándalo debe ser reparado en las heridas provocadas y sancionado para evitar con toda la firmeza posible que no ocurra en adelante. Y acá radica el escándalo: en que no se ha hecho lo necesario o suficiente para que no vuelva a ocurrir. Ninguna institución – tampoco la Iglesia – podría impedir que algún miembro delinca, pero toda institución debe tener los mecanismos para evitar que se reitere y aplicar las sanciones pertinentes a quienes lo hicieran. Viendo la proliferación de casos, viendo que se aplica una dinámica semejante en casi todos ellos, y el ocultamiento por parte de los responsables (superiores de congregaciones, obispos) cabe hasta preguntarse si ellos consideran realmente grave el hecho de los abusos, lo cual duplicaría la gravedad.

Sin duda el tema trasciende lo sexual (el Papa en su reciente carta al pueblo de Dios [20 de agosto 2018] habla de “abusos sexuales, de poder y de conciencia”), pero – además – trasciende el tema del “pecado”. A un compañero, cuando nos manifestamos críticamente por el “caso Grassi” (que – dicho sea de paso – sigue sin ser sancionado eclesiásticamente, aunque todas las instancias judiciales lo han reconocido culpable) un cura le dijo “el que esté libre de pecado tire la primera piedra”. Sin duda – y lo he escrito en otra parte – se trata de un pecado, pero ¡además!, se trata de un delito, y la eventual confesión y absolución no reemplaza el fuero civil donde se debe dirimir el hecho. En lo personal, creo que, además, se ha mirado corporativamente: lastima a la “corporación”, por eso el silencio, los traslados, como si no lastimara mucho más el hecho. Y, además, como si no lastimara a las víctimas. Recuerdo cuando un obispo visitó a un cura preso por abuso y señaló que “es de los nuestros” y no había visitado antes a las víctimas; muchos le reclamamos que ellos eran antes y más de “los nuestros” que el cura.

En lo personal, creo que hay muchas cosas para pensar, y no sé si realmente se están pensando:

  • Pensar una Iglesia más desde las víctimas que desde la “jerarquía”
  • Pensar menos en el escándalo que en la humillación de la verdad
  • Pensar el modo de vida del clero, desde el celibato a la vida comunitaria
  • Pensar cómo aplicar la “tolerancia cero” desde las mismas estructuras eclesiásticas, no solamente desde las “cabezas” de los eclesiásticos
  • Pensar el tema desde la sociedad antes que desde lo intraeclesiástico. La insistencia del Papa en el ayuno y la oración me parece insuficiente y pobre. Porque no se trata de medios para “evitar algo en el futuro” sino de pedir perdón por cosas del pasado, y – como ya dije – creo que es mucho más que un tema de “pecado” (¡que lo es!) [dejo de lado que, además, el Papa, para hablar del “ayuno y oración”, cita en nota 1 el texto de Mt 17,21, texto que no figura en los mejores manuscritos; Karadima fue “condenado” a llevar una vida de penitencia y oración, y entretanto el escándalo sigue].
  • Pensar como purificar, seguramente con vergüenza, la mirada que la sociedad tiene de los eclesiásticos. El “caso Grassi”, que sigue sin ser resuelto intraeclesialmente, más allá de la condena civil, es a todas luces un escándalo; no solamente que conserve sus licencias ministeriales en la cárcel, sino que, además, no haya sido expulsado del estado eclesiástico.
  • Pensar seriamente todas las causas que puedan contribuir a que esto ocurra para evitarlas en el futuro, o limitarlas al extremo y sancionarlas sin dilación alguna. Por ejemplo, el Papa dijo que no fue bien informado en Chile, pero no ha quedado hasta ahora pública constancia de quiénes son los que lo mal informaron (aunque se sospeche). El escándalo fue público. El secretismo y demás aspectos en los que no sea público lo que debiera serlo solo contribuye al descrédito y al escándalo. Y la demora o lentitud también.


Sin duda todos son inocentes si no se demuestra su culpabilidad. Pero no puede haber ninguna oportunidad de que aquellos de quienes se sospecha seriamente abusos tengan ninguna ocasión u oportunidad de reiterar sus delitos o continuar los abusos.

Es llamativo que muchos casos resonantes de abusos se han gestado en grupos ultraconservadores (incluso algunos que predicaban una moralidad sexual ultramontana); no se ha de descartar que el amiguismo en la curia con estos sectores haya contribuido a su silencio. El caso de la amistad de Marcial Maciel con Juan Pablo II parece repetirse en los casos de “la toca de Asis”, los sodalicios, Karadima, el Verbo Encarnado y otros. En estos casos, quizás resulte ejemplificador no solamente mencionar y sancionar a los responsables sino también a sus amigos, aunque sean jerarcas, o hasta santos.

En suma, quizás sea positivo que la Iglesia deba pasar por la crítica – a veces injusta, a veces encarnizada – a fin de mostrarse ante la sociedad con un rostro nuevo y transparente. ¡Oh, feliz culpa! [para evitar mala interpretación, el dicho de la “feliz culpa” se aplica en la liturgia pascual a la “culpa de Adán” que, a partir de ello suscitó “un redentor”. En este caso la aplico a la enorme gravedad del delito que, a lo mejor sirva para que la Iglesia cambie y se muestre renovada ante el mundo al que está llamada a servir].



Foto tomada de http://midevocional.org/cuidado-con-las-piedras-de-tropiezo/

Los "nuestros"


“... y los suyos, no lo recibieron...” (Jn 1)

Eduardo de la Serna
 (texto escrito y compartido en marzo de 2003)



Las víctimas


            El judaísmo de tiempos de Jesús no se caracterizaba, en muchos casos, por lo que hoy llamamos “tolerancia”. La “exclusión” de muchos y muchas judíos y judías era sistemática: que impuros, que esclavos, que mujeres, que pobres, que des-honrosos, que publicanos, que pecadores... Jesús claramente rompió con este sistema de exclusiones, recibiendo, en nombre de un Dios al que revela como Abbá -papá- a mujeres, niños, pecadores, publicanos, y hasta extranjeros. Jesús quiere “incluir” a todos los que acepten a Dios, en un banquete del que sólo quedan excluidos los “hermanos mayores”, los que no aceptan a los otros como “hermanos”.

            La característica de la predicación de Jesús es revelar a Dios como padre y como Dios “rico en misericordia”. La “compasión”, la búsqueda del caído, la atención a las víctimas es lo propio de Jesús, el que siente “compasión” porque estaban “como ovejas sin pastor”, el que vino “a buscar a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”, de allí que nos invite a “ser compasivos como es compasivo nuestro Padre Dios”. Lo propio de Dios es estar del lado de las víctimas.

            A diferencia de los pueblos y culturas religiosas en los que el “sacrificio” es la búsqueda de aplacar la sed de Dios, y se logra así saciar, al menos por un tiempo, la violencia divina, Israel progresivamente va descubriendo un Dios que se identifica con las víctimas. Ciertamente el “extremo” de esto se encuentra en la cruz a la que es llevado Jesús de Nazareth, en la que Dios está totalmente identificado con su Hijo, y permanece totalmente ajeno a los victimarios, aunque algunos de ellos lo hagan en nombre del Dios de Israel.
            Si hemos de responder a la pregunta, ¿quiénes son “los de Jesús” desde los Evangelios? Ciertamente la respuesta sería: “¡las víctimas!” Los leprosos, los niños, los pecadores, los pobres; “de ellos es el Reino de Dios”, para ellos “ha venido”, aunque los “victimarios” sean, en tantos casos, los “religiosos oficiales” de Israel.

            Si hemos de mirar el Evangelio de Juan y preguntarnos por quienes son “los de Jesús” (y por tanto, “los nuestros”), la respuesta no sería distinta: “habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo los amó hasta el extremo” (13,1s). “Los suyos” son los que han recibido a Jesús, los que lo han amado, los discípulos.

La corporación

Lamentablemente, como todos los grupos “cerrados”, la Iglesia puede correr el riesgo de ser corporación, y entonces “los nuestros” son los que están “dentro”, los que “hay que defender”, aunque “hacia fuera” levantemos banderas de verdad y justicia. Así, hay que mirar con “otros ojos” a los de adentro que a los de afuera, aunque deberíamos reconocer que Jesús quebró con todas las instancias corporativas, y vino a declarar puro lo que el sistema declaraba impuro, a tocar lo intocable, y a incluir lo excluido.

Ciertamente “la institución” puede o bien mirar constantemente las “fuentes fundacionales”, o “mirarse a sí misma”. Allí jugará la suerte de su fidelidad.

Cuando las víctimas eran contadas de a miles, la “corporación”, ¿se puso del lado de las víctimas o del lado de los victimarios? Peor aún, si los victimarios se llamaban a sí mismos “occidentales y cristianos” y las víctimas “aparecían” como “ateos”, ¿de qué lado estaba la “corporación”? ¿del lado de las víctimas o del lado de la institucionalidad? Esto lo hemos vivido dolorosamente cuando la corporación eclesiástica no recibió a las víctimas y tenía frecuentes reuniones con los victimarios. Y cuando mucho tiempo después la jerarquía dijo que pedía perdón, ¿pidió perdón por esto? La parábola del fariseo y el publicano, ¿no nos dice nada?

Pero la pregunta más grave como miembros de La Iglesia es la siguiente: ¿quiénes son los “nuestros”? ¿las víctimas o los miembros de la corporación? Ciertamente, si miramos la actitud de Jesús, sabremos cuál debe ser la respuesta; si miramos la actitud corporativa también sabremos cual será, lamentablemente.

Cuando uno de los miembros de la “corporación” es victimario, ¿quiénes son “los nuestros”?


Nota:

El obispo X dijo, hace unos días, que el padre X [encarcelado por abusos] es “uno de los nuestros”, lo visitó con cierta periodicidad en la cárcel. El “veedor/observador” del obispado en el juicio parece haber tomado clara postura en su favor, el obispo no cree que un cura “pueda mentir”.

Hay niños abusados, violentados, y torturados. Y hay un abusador, torturador y violador. Nadie de la curia visitó jamás a los niños víctimas, nadie instó a “rezar por las víctimas”. ¿Se juega acá la suerte de la corporación o la fidelidad a Jesús estando del lado de las víctimas?


foto tomada de http://www.infocatolica.com/blog/mirada.php/1510120253-107-piedra-de-tropiezo

viernes, 24 de agosto de 2018

Mensaje final del Encuentro 2018, curas opp


Mensaje Final Encuentro Nacional Curas en la Opción por los Pobres 2018


Reunidos en el 31º encuentro nacional en la ciudad de Santiago del Estero, madre de ciudades, hacemos memoria agradecida de la vida y testimonio del padre Obispo Gerardo Sueldo, en el 20º aniversario de su Pascua. Su vida de compromiso evangélico con la verdad y su denuncia profética de la injusticia, nos ilumina. Las circunstancias que rodearon su muerte y el cierre apresurado de la causa, siguen exigiendo una investigación seria para poder llegar a la verdad.

También hacemos memoria de uno de los acontecimientos eclesiales latinoamericanos más relevantes del post Concilio Vaticano II: los 50 años de la publicación de los documentos finales de la II Conferencia general del Episcopado Latinoamericano reunida en Medellín. Aquel momento clave marcó el camino de la renovación eclesial y de la opción por los pobres para nuestro continente. Afirma el documento sobre la justicia: “Es el mismo Dios quien (…) envía a su Hijo para que hecho carne, venga a liberar a todos los hombres de todas las esclavitudes a los que tiene sujetos el pecado, la ignorancia, el hambre, la miseria y la opresión, en una palabra, la injusticia y el odio que tienen su origen en el egoísmo humano” (Medellín I, 2, 3).

Siguiendo el camino trazado por los documentos de Medellín, reflexionamos sobre la realidad actual de nuestro país a la luz del Evangelio.

La situación económica y social del país parece encaminarse a un colapso. Las políticas de ajuste, acompañadas de falsas justificaciones, hacen caer sobre las mayorías populares los costos de la fiesta especulativa y de la fuga de capitales. Responsabilizamos a las políticas de transferencia de riqueza del gobierno de Mauricio Macri por el crecimiento de la pobreza y la indigencia; el deterioro generalizado de la calidad de vida de trabajadores, jubilados, discapacitados y personas vulnerables; el grave deterioro de la educación y la salud públicas; y la destrucción de las fuentes de trabajo. En nombre del ajuste, las políticas predatorias del actual gobierno han quitado importantes estímulos a la producción y al trabajo, como el llamado “Fondo sojero”, han desmontado la Secretaría de Agricultura Familiar y avanzan sobre el Fondo de Garantía de Sustentabilidad del ANSES.

Este gobierno entrega nuestra soberanía económica y política al FMI, a la embajada de EEUU y a las grandes corporaciones. Para esto, instrumentaliza el poder judicial y reprime la protesta social con el fin de eliminar cualquier resistencia efectiva o potencial a los intereses que rigen el actual modelo de concentración de la riqueza. De este modo, menoscaba el estado de derecho, viola las más elementales garantías constitucionales, altera el debido proceso y multiplica las presas y los presos políticos. El país no tiene futuro en estas condiciones. No se puede ir contra la vida y la dignidad de la población en nombre de la codicia de una élite minoritaria que se opone a la distribución equitativa de la riqueza.

Rechazamos, una vez más, las declaraciones del obispo castrense Santiago Olivera. La teoría de los dos demonios es inaceptable: justifica el terrorismo de estado, deslegitima el trabajo -ampliamente consensuado por la sociedad argentina- de los organismos de DDHH en la búsqueda de memoria, verdad y justicia, y acalla el clamor de las víctimas. Nos preguntamos por el motivo de esta insistencia. Esta postura del obispo castrense, la presión ejercida sobre los legisladores por parte de algunos obispos en la votación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, y la escasa lectura de los procesos culturales de nuestra sociedad -como la aparición del colectivo feminista- alejan a la Iglesia institucional de las búsquedas y angustias de nuestro tiempo. Esto no hace más que afirmar una posición autoritaria, donde el diálogo es más una declamación que una realidad. Los numerosos pedidos de apostasía son un emergente simbólico del rechazo a una Iglesia preocupada por su autopreservación, sin la libertad y la creatividad necesarias para acompañar la complejidad de las situaciones humanas del mundo actual.

En este sentido sería interesante abrir el debate social sobre la separación entre Iglesia y Estado, no sólo en lo que concierne a la cesación del sostenimiento económico por parte del Estado sino también en lo que atañe a la búsqueda de una sana convivencia con autonomía de competencias.

Renovamos nuestro compromiso con el espíritu de los documentos  de Medellín, construyendo una Iglesia cercana a los pobres, tanto en sus sufrimientos como en sus múltiples expresiones populares de fe y alegría, en sus procesos de organización política y sus búsquedas de justicia, paz, pan y trabajo. Unimos, a esta renovación, la memoria agradecida y dolorosa por Chicha Mariani, recientemente fallecida. Su vida nos recuerda las palabras de Jesús: “Felices los que trabajan por la justicia porque de ellos es el Reino de los Cielos”. 

Que la Virgen de Luján, patrona de Argentina, Óscar Romero, Enrique Angelelli, Carlos de Dios Murias, Gabriel Longueville, Wenceslao Pedernera y tantos otros mártires nos ayuden a madurar nuestro compromiso con el Evangelio y los pobres.


Curas en la Opción por los Pobres
23 de agosto de 2018


martes, 21 de agosto de 2018

Comentario domingo 21B

La novedad de Jesús resulta dura aún para los discípulos

DOMINGO VIGESIMOPRIMERO - "B"


Eduardo de la Serna




Lectura del libro de Josué     24, 1-2a. 15-17. 18b

Resumen: en el contexto de una alianza de las tribus de Jacob Josué invita al pueblo a hacer una opción en favor de Yahvé o servir otros dioses.


El libro de Josué llega a su fin. Todo él está estructurado en torno a la llegada y entrada a la tierra de la Promesa. Las tribus se han localizado y antes de empezar el nuevo capítulo (el libro de los Jueces) se establece una alianza.

No es el caso en este lugar detenernos en el acontecimiento – o probable acontecimiento – histórico. Lo cierto es que las diversas tribus (sean estas cuales fueren y cuantas fueren) se comprometen entre sí, se reconocen mutuamente como hermanas. De parte de Dios, Josué pronuncia un discurso mostrando la intervención de Dios en la historia pasada (omitido en el texto litúrgico, vv.2b-14). En realidad Josué comienza hablando de parte de Dios (texto omitido) y finaliza hablando él al pueblo como consecuencia de esto: “elijan ustedes”… “yo y mi casa”. Sin duda es el texto clave de la unidad. Una alianza no sólo establece una relación entre las partes sino que se remite a una divinidad (o a la divinidad de cada parte) a modo de garante. En otra breve omisión del texto (nuevamente falta la referencia al accionar de Dios en la historia con los otros pueblos dejando sólo la alusión a Egipto que sintetiza brevemente todo la anterior en el accionar de Dios) las restantes tribus también  reconocen a Yahvé como su Dios.

Como es fundamental en la teología deuteronomista, la opción está entre Yahvé y los otros dioses, los dioses de los demás pueblos (del otro lado del Río [Éufrates], amorreos) y liberados de otros pueblos (Egipto y de los pueblos del camino del éxodo). 

Así, la alianza de Siquem se establece y presenta como “servicio” a los dioses o a Yahvé. Los participantes deben hacer una opción y tomar parte de la misma. O elegir a los dioses de los pueblos, o al Dios que acompaña a su pueblo en la historia de liberación (“nos hizo subir”, “obró grandes señales”, “nos guardó por el camino”, “expulsó a esos pueblos”…). “Servir a Yahvé” es la respuesta, primero de Josué (y su casa) y luego “el pueblo” (‘am). Pero este servir  implica “no abandonar” (v.16) a ese Dios que ha acompañado. El “abandono” de Dios supone una ruptura de la alianza (Dt 28,20; 29,24; 31,16) y esto supone consecuencias: “Si abandonan al Señor y sirven a dioses extranjeros, se volverá contra ustedes, y después de haberlos tratado bien, los maltratará y aniquilará”. (Jos 24,20). Este es el corazón de la teología deuteronomista: lo que ha ocurrido con Israel (fundamentalmente el exilio) se debe a que han “abandonado” a Yahvé (Jue 2,12; 10,6.10.13; 1 Sam 8,8; 12,10; 1 Re 8,57; 9,9; 11,33; 18,18; 19,10.14; 2 Re 17,16; 21,22; 22,17). 

Servir a Yahvé o abandonarlo es la disyuntiva ante la que el pueblo se encuentra en Siquem. Josué da un paso e invita a los demás a seguirlo.


Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso     5, 21-33

Resumen: en un esquema mental y legal propio de su tiempo se presenta un “código” con los roles del varón y la mujer en la “casa”. Sin embargo, a diferencia de los códigos habituales, también el varón tiene una responsabilidad teológica con la mujer.


Los así llamados “códigos domésticos” no son propios ni exclusivos del llamado “Nuevo Testamento” (o “nueva alianza”, o “biblia cristiana”, o “segundo testamento”), y deben ser entendidos en su tiempo y contexto. Lamentablemente han sido utilizados con mucha frecuencia para referir al lugar secundario que, supuestamente, debería cumplir la mujer con respecto al varón en las comunidades y la vida social-eclesial. Con justicia (y salud) son textos que molestan al universo femenino. Veamos brevemente:

Es evidente que Pablo da a la mujer un lugar plenamente igualitario en sus comunidades. Sus discípulos (Colosenses y Efesios pertenecen a discípulos del Apóstol con toda probabilidad) relegan a la mujer (cosa que agravarán más aún las cartas llamadas “Pastorales”). Algo semejante se descubre en la llamada carta Primera de Pedro. No es este el lugar para justificar el justo lugar que la mujer merece, ni tampoco las diferentes etapas del ambiente neotestamentario y su relación con la mujer. Es importantísimo, pero aquí debemos comentar el texto litúrgico. Sin embargo puntualizaremos muy brevemente el tema porque la victimización de la mujer, su invisibilización o su lugar secundario en las comunidades eclesiales lo amerita: Pablo pertenece a la así llamada “primera generación cristiana”, en ella la mujer ocupa un lugar – como el que ocupó en el ministerio de Jesús – de igualdad. Pero el paso a la segunda generación cristiana supuso una “organización”, estructuración de la comunidad eclesial. Y esta estructuración se dio siguiendo el modelo social de “la casa”. Esta es el ámbito en el cual un varón desarrolla su vida (como una pequeña ciudad en miniatura) para lo cual ha de saber desenvolverse en las relaciones. Esto implica “someter” a los que pertenecen a su “casa”. Si uno sabe “administrar” bien su casa (oiko-nomía, normas de la casa) será un buen ciudadano, participará en las “asambleas” (ekklesia) y puede aspirar a administrar la ciudad. Esto implica, obviamente: “someter” a su/s mujer/es, hijo/s y esclavo/s. De esto se tratan los “códigos domésticos”, del saber administrar. De "mostrar" a los demás que esta “casa” mantiene un buen “orden”. Estos códigos eran comunes en el ambiente:

“Ahora que conocemos de una manera positiva las partes diversas de que se compone el Estado, debemos ocuparnos ante todo del régimen económico de las familias, puesto que el Estado se compone siempre de familias. Los elementos de la economía doméstica son precisamente los de la familia misma, que, para ser completa, debe comprender esclavos y hombres libres. Pero como para darse razón de las cosas es preciso ante todo someter a examen las partes más sencillas de las mismas, siendo las partes primitivas y simples de la familia el señor y el esclavo, el esposo y la mujer, el padre y los hijos, deberán estudiarse separadamente estos tres órdenes de individuos para ver lo que es cada uno de ellos y lo que debe ser”. (Aristóteles, Política I, 1253b).
“…si lo acosas [al necio] con preguntas acerca de sus instituciones ancestrales, está en condiciones de hablar con presteza y facilidad; y se halla capacitado para instruir acerca de las leyes el esposo a la esposa, el padre al hijo y el amo a los siervos”. (Filón de Alejandría, Apología de los judíos 7.14)
“…si se nos pregunta qué es lo con su presencia hace al Estado bueno al máximo consiste, tanto en el niño como en la mujer, en el esclavo como en el libre y en el artesano, en el gobernante como en el gobernado, en que cada uno haga sólo lo suyo, sin mezclarse en los asuntos de los demás”. (Platón, La República IV, 433)

El “desorden” de la “casa” atenta contra la polis, la ciudad.

La comunidad cristiana de la segunda (y tercera) generación es vista como una “casa” y debe mantener este tipo de orden. Una lectura descontextualizada de estos textos (Ef 5,21-6,9; Col 3,18-4,1; 1 Pe 3,1-7) ha sido en buena parte responsable del lugar injusto de la mujer (¡y los esclavos!) en la historia de la Iglesia.

El texto litúrgico del día se limita solamente a la primera parte, la relación entre esposos. Como otras unidades de Efesios, también este código parece influenciado por Colosenses, pero en este caso sumamente “teologizado”.

Colosenses 3
Efesios 5

21 Sean sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo.
18 Mujeres, sean sumisas a sus maridos, como conviene en el Señor.

22 Las mujeres a sus maridos, como al Señor,  23 porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. 24 Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo.
19 Maridos, amen a sus mujeres, y no sean ásperos con ellas.

25 Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a la   Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, 26 para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, 27 y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. 28 Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. 29 Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, 30 pues somos miembros de su Cuerpo. 31 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. 32 Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia.

33 En todo caso, en cuanto a ustedes, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido.

La ampliación es evidente. El amor entre Cristo y la Iglesia es la “razón teológica” de esta sumisión y amor. La parte “superior” no puede hacer lo que desee con la “inferior”, el ejemplo de Cristo le sirve de criterio normativo: un amor dispuesto a dar la vida. Si bien el texto mantiene una cierta desemejanza con Pablo, hay una diferencia marcada por la “superioridad” del varón sobre la mujer. Sin embargo hay una serie de elementos que también limitan esta actitud y accionar de superioridad:

  1. El texto no se dirige solamente a la parte “fuerte” (varón esposo, padre, amo) sino que también se dirige – y da entidad, reconocimiento – a la parte débil (esposa, hijos, esclavos). No se trata de un ejercicio de autoridad (“sometan a…”) sino de reconocimiento de una norma (no necesariamente con agrado).
  2. También la parte “fuerte” tiene una responsabilidad y compromiso hacia los débiles.
  3. En el Imperio romano la llegada al poder de la dinastía de los “Flavios” (Vespasiano, Tito, Domiciano del 69 al 96) limita el lugar de la mujer que habían dado los “Julio-Claudios” (Augusto, Tibertio, Caligula, Claudio, Nerón, del 27 a.C. al 68 d.C.). Esto también coincide con el paso de la primera generación cristiana (30-66/70) a la segunda (70-110 aprox.).

Un elemento final: si bien es cierto que el cristianismo de la segunda generación relegó a la mujer en su lugar eclesial, esto no fue tan drástico como ocurrió más adelante en siglos posteriores. Las comunidades eclesiales eran “iglesias domésticas”, eran una “casa” y – aunque la casa relegara el lugar de la mujer, este era “el espacio de la mujer”, a diferencia del varón que era “de la polis”. Así todavía se ven mujeres ocupando roles importantes en las comunidades paulinas de esta y la siguiente generación (notar, por ejemplo, que a pesar de lo dicho en 1 Tim 2,11 en la carta se alude a “diakonas” (3,11), “presbíteras” (5,2; cf. Tit 2,3) y se reconoce un importante rol a las “viudas” (5,3-16). La influencia del esquema mental greco-romano seguirá influyendo más adelante y será decisivo en que ella sea “secundaria” en la Iglesia posterior (y contemporánea).


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     6, 60-69

Resumen: Muchos discípulos dejan de seguir a Jesús ya que no son capaces de aceptar su novedad y quisieran otro modo de revelación. Pedro, en nombre de los Doce, en cambio, reconoce en las “palabras” de Jesús, la “vida” que él había anunciado.


El largo discurso del “Pan de vida” llega a su fin. Como hemos visto, la intervención de los asistentes había marcado los diferentes momentos (“la gente”, v.25; “los judíos”, vv. 41. 52) y ahora intervienen “los discípulos” (v.60). Como ocurre con todos en el discurso, estos no entienden a Jesús: “es duro este lenguaje”. El breve discurso conclusivo dirigido a ellos se dirige especialmente en v.67 a “los Doce” (que no ocupan un lugar importante en el Cuarto Evangelio, cf. Mt x10; Mc x11; Lc x8 [Hch x2; Pablo sólo x1], Jn x4, x3 en esta unidad) ocupando en ésta un lugar importante Pedro. La respuesta de Jesús a lo dicho por Pedro (vv.70-71) se ha omitido en el texto litúrgico.

Los discípulos: el texto señala que “murmuran”, lo que – como se ha visto – es la actitud característica de rechazo al enviado o ministro de Dios (como Moisés y Aarón). La murmuración es por lo “duro” que es esta palabra que han “escuchado”. Por el contexto, se refiere a la comida de la carne y bebida de la sangre del hijo del hombre; aunque si se refiere – como es posible – a todo el discurso, parece aludir a un contraste entre una revelación tradicional, de aquellos que “suben” hacia Dios para escuchar su palabra a diferencia de Jesús que no precisa subir para transmitirla puesto que “ha bajado”. En este caso, sería un contraste con el esquema religioso preestablecido lo que representa la “dureza” inadmisible. Es inaceptable, duro y ofensivo (sklêros) no se puede “escuchar”. Ellos no sólo han sido testigos de la autorevelación de Jesús, sino también de que se les ha manifestado en la barca (“yo soy”, v.20). Jesús es más que la misma ley, él “ha bajado del cielo” (vv.33.38.41.42.50.51.58), ¿qué pasaría si lo vieran subir?: ¿acaso creerían?, ¿podrían “escucharlo”? ¿Alude a Moisés que “subió” para recibir la Torá? La oración queda inconclusa… Para manifestar “las cosas de Dios” Jesús no precisa subir al cielo (como sí lo precisan Moisés, Abraham, Henoc…). Las palabras de estos “reveladores” son “carnales”, “materiales”. Las de Jesús – en cambio – son “espíritu” y vida (zôê, que en Juan refiere a la vida divina). Pero la palabra puede ser – y lo será – rechazada (1,11-13; 3,11-21.31-36). Hasta uno será traidor (v.64). Sin embargo este “ir” hacia Jesús, la aceptación de su palabra, vida y espíritu es iniciativa divina, del Padre (v.65). 

Se pone entonces en juego un doble modo de ser discípulo. Muchos discípulos consideran inaceptable la palabra (logos) y la rechazan y abandonan a Jesús (v.66). El verdadero discipulado se recibe del Padre y el discípulo cree (vv.64-65). El discipulado no viene dado por “estar”, por “escuchar” sino por la respuesta dada llena de espíritu y vida divina. Muchos (polloi) consideran inaceptable que Jesús no se conforme al modelo como Moisés, o sus propios modelos preestablecidos. Eso es ofensivo o duro y por eso ya “no andaban con él” (v.66).

Los Doce: Jesús, entonces se dirige a un pequeño grupo dentro de los discípulos, los “Doce”. ¿“También ustedes” quieren regresar a los modelos preestablecidos de lo conocido? Como suele ocurrir en otros textos de los Sinópticos, Pedro habla “en nombre de” los demás (cf. Mt 15,15: 17,4; 18,21; 19,27; Mc 9,5; 10,28; Lc 8,45; 9,33; 12,41; 18,28). Pedro afirma que Jesús tiene “palabras” (rhêmata) de “vida eterna  (v.68). El Padre los ha “atraído” hacia Jesús y ellos aceptan la palabra (como – en la unidad anterior – la Madre [2,5], el Bautista [3,29], los samaritanos [4,42], el funcionario real [4,50]): 

          Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida [zôê]. (v.63)
          Tú tienes palabras de vida [zôê] eterna, (v.68)


Pero Pedro va más allá: “nosotros” (= los Doce) “creemos y sabemos” y lo que afirma es que Jesús es “de Dios”, cosa que los lectores sabíamos pero nadie había confesado. La santidad de Jesús tiene allí, en el Padre, su origen. Pero aún esto es pasible de duda y traición (texto omitido). Una nueva  unidad del Evangelio se empieza a preparar.

Una nota sobre la así llamada “confesión de fe de Pedro”. La pregunta de Jesús en los sinópticos acerca de qué dice los “hombres” acerca de Jesús viene respondida por Pedro “en nombre” de los discípulos (“ustedes”). El texto es central en Marcos que lo ubica como conclusivo de la primera de las dos partes de su Evangelio (8,29): “tú eres el Cristo”. En Mateo el texto es ampliado (16,17-20; también amplía la parte negativa: “satanás”, vv.22-23) destacando la figura de Pedro en referencia a la “Iglesia” de la que Pedro es “piedra”. En Lucas, aunque el texto no parece fundamental, no debe descuidarse que Jesús formula la pregunta luego de estar “en oración”, algo que Lucas destaca en momentos muy importantes. En los tres textos se hace referencia a Jesús como “Cristo” (Lc añade “de Dios” y Mateo “el hijo de Dios vivo”). Juan parece aludir aquí a la misma tradición (una confesión de fe de Pedro poniendo la confianza en Jesús) con una formulación diferente referida a las “palabras”. En los Evangelios se encuentran otras confesiones de fe, aunque especialmente en Mateo y Marcos la de Pedro ocupa un lugar clave, como se dijo. No deja de ser interesante que “tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” es calificado de “Confesión de fe de Pedro”, pero es lo mismo que afirma Marta (Jn 11,27) sin que se suela hablar de “confesión de fe de Marta” (¿machismo?). 


Dibujo tomado de periodicocamino.com