martes, 15 de enero de 2019

Comentario Domingo 2C

Los signos de Jesús nos invitan a descubrir la vida escondida

DOMINGO SEGUNDO – “C”
Eduardo de la Serna



Lectura del libro de Isaías          62, 1-5

Resumen: la metáfora matrimonial sirve al profeta para resaltar que la alianza con Dios sigue vigente y que pronto se realizará en medio de la historia actual de opresión y violencia.

El gran salto dado por Oseas comparando el amor entre Dios e Israel con el amor de esposos se continuó en muchos textos proféticos, e incluso adquirió nuevos aspectos. Sión – Jerusalén será por siempre esposa de Yahvé. El texto continúa (vv.6-8) con referencia a los enemigos siendo que sólo los miembros de su pueblo disfrutarán sus dones (v.9).

Dios no descansará hasta que la justicia se implante en Sión y la salvación se manifieste sobre todo su pueblo. Justicia y salvación (tsedaqa’ y îesû‘â) aquí son paralelos (como también en el Salmo 119,123) imaginados como antorcha y resplandor. En realidad, como es frecuente en el estilo poético de Isaías, el v.1 son dos paralelos sinonímicos (como otros párrafos de la unidad: v.2a; 3; 4a.b; 4c.d):

A.- Por causa [a] de Sión [b] no callaré [c],
A’. por causa [a] de Jerusalén [b] no quedaré quieto [c],
B.- hasta que salga [a] como resplandor [b] su justicia [c]
B’. y su salvación [c’] como antorcha [b’] que arde [a’].

Lo cierto es que la liberación anunciada en 60,1-3 parece demorarse pero que Dios reafirma que eso es algo que ocurrirá. Es un oráculo de salvación (y no que el profeta afirma que insistirá, “no callará”, en pedirle a Dios que se concrete). Esto es expresado en la metáfora de la luz (resplandor -  antorcha).

Pero el texto abandona la referencia “sobre” Jerusalén para hablar “a” ella. Comienza con una ironía sobre las naciones / los reyes que verán esa “justicia” y la gloria (resplandor). A continuación resalta que con la dignidad que Jerusalén ha recibido se ha hecho merecedora de un “nombre nuevo”, lo que significa un cambio trascendental en su mismo ser. Propiamente, el nombre no está dicho. Lo importante es que lo tendrá. Y que saldrá de la boca de Dios que lo “grabará” (perforará) de un modo perdurable.

El texto pasa a comparar ahora la ciudad con una corona y con una tiara, ambas usadas por la realeza (cf. Jer 13,18; Ez 16,12; 23,42; Sab 5,16). De este modo la imagen permite visualizar a Jerusalén como una reina o una princesa. Pero no están en la cabeza de la mujer sino en las manos de Dios, con lo que la escena es la de una coronación. El “todavía no” del v.1 está próximo.

En el v.4 surgen una serie de nombres (no necesariamente “el nombre nuevo”) que remiten a “tu tierra” (vv.4a.b.c). El “no se dirá de ti” (a y b) remite a la actual realidad que cambiará: “abandonada” y “desolada”. Los términos permiten referirse tanto a una mujer como a una ciudad, y es con esa imagen que juega el profeta para reforzar la idea del amor. La insistencia en que Yahvé es el “poseedor”, el que se “casa” se repite 4 veces (vv.4 y 5; cf. 54,5) y el verbo es “baal” con lo que refuerza que Yahvé (y no otro dios como baal) es su verdadero “poseedor”. 

El v.5 marca un cambio que en algunas traducciones es disimulado. El paso es a “los hijos” lo que es problemático ya que los hijos no se casan con su madre. Ni la desposan. Pero como sigue en el terreno de la metáfora sin duda que se alude a los “hijos de Jerusalén”, es decir los “desolados”, los que regresan del exilio. Y al retornar a Jerusalén harán realidad los desposorios. Que es manifestado en el “tu Dios” conclusivo que recuerda el lenguaje de la alianza.


Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios        12, 4-11

Resumen: algunos miembros de la comunidad pretenden reconocimiento por parte de Pablo por sus manifestaciones más espectaculares. Pablo les remarcará que lo que cuenta es que todos los carismas son dones de Dios al servicio de la comunidad y que jactarse, por lo tanto, es un sin sentido.

En 12,1 comienza un nuevo apartado de la carta a los corintios. Como los demás, empieza con “con respecto a…” (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12) que parece ser – en cada caso – la respuesta que da Pablo a preguntas que los corintios le han formulado por carta (7,1). En la carta también hay enfrentamiento a temas que Pablo conoce por información oral (1,10; 5,1; 11,18; 15,12). En este caso, la pregunta es acerca de “los espirituales” y Pablo desarrolla el tema en tres grandes partes, concluyendo en 14,40. El capítulo 12, por su parte tiene también tres grandes partes donde Pablo presenta el planteo en general (vv.4-11 [texto del día]), un análisis a partir de la metáfora del cuerpo (vv.12-27) y la conclusión (vv.28-31). Los vv.1-3 constituyen la introducción a toda la unidad. Veamos brevemente:

En la introducción [veamos someramente ya que explica el texto y los que vendrán], Pablo presenta un contraste entre el pasado y el presente de los destinatarios, el tiempo de la idolatría, tiempo “sin espíritu” y el hoy, tiempo “con espíritu”, tiempo “en la fe”. El contraste llega al extremo de la máxima blasfemia con la máxima confesión de fe, por tanto aquel que dijera “Jesús es anatema”, algo imposible de decir si ese tal tiene el espíritu, y la gran confesión de fe, “Jesús es Señor”, algo sólo posible de decir “en espíritu”. Esto, así dicho, pone la fe como el eje y el criterio de pertenencia. Pero esta fe está movida por el espíritu de Dios. Muchas cosas que antiguamente los corintios hacían son muy semejantes a lo que hacen ahora (por ejemplo hablar en aparentes lenguas extrañas), ¿cómo saber si a ello nos mueve el espíritu de Dios o un espíritu extraño o un ídolo? Pues la fe, la confesión de fe, es el criterio. Si uno confiesa a Jesús, tiene el espíritu de Dios.

Sin embargo [y entramos en el texto] – y esto es particularmente duro para aquellos que se creían más importantes que otros por tener manifestaciones del espíritu que son más espectaculares (como el don de lenguas) – lo primero que Pablo señala es que esos “espirituales” se identifican con carismas. Es decir, dones de la gracia. Nadie puede, por tanto, jactarse, ya que todo es don de Dios, y no para el propio provecho, sino para el servicio de la comunidad. No es ni propio ni para sí. Esos dones son “distribuidos” (v.4), y tienen su origen en Dios. A cada uno Dios le da diversos “carismas” y todos son para el provecho de la comunidad (v.7). A continuación Pablo enumera algunos de esos carismas y más adelante (v.28) continuará mencionando otros. Es decir, no pretende dar una lista exhaustiva de los dones, sino mencionar algunos para destacar la pluralidad y variedad, pero en el sentido de la unidad. Puesto que la pregunta fue por “los espirituales” el acento paulino está en que estos dones son dados por el espíritu (algo que repite insistentemente en la unidad). Sin duda el punto de partida – que desplegará en la larga unidad 12-14 – radica en que los dones del espíritu no han de medirse por la espectacularidad de los mismos, sino por el servicio que presten en la comunidad. Todo parece indicar que quienes se jactan de estas manifestaciones espirituales son los sectores de clase alta de la comunidad y pretenden un reconocimiento que Pablo les negará. 


Lectura del evangelio según san Juan       2, 1-11

Resumen: el primero de los signos nos muestra una revelación sobre Jesús que estamos invitados a descubrir para creer en ella. Los tiempos mesiánicos han llegado.

La referencia a “Caná de Galilea” a comienzo y final del relato le da unidad. Sin embargo no hay que olvidar que este texto es una suerte de bisagra entre el comienzo “histórico” de Juan (1,19-2,11) y el primer bloque que comienza y concluye en Caná (2,1-4,54, cf. 4,46). El primero parece una suerte de “primera semana” de Jesús (cf. 1,19.29.35.43; 2,1), el segundo se ha presentado como “de Caná a Caná”. En este sentido, el relato de las bodas constituye el fin de la primera semana y el comienzo de los signos.

El relato de un acontecimiento constituye el “marco narrativo” de lo que Juan calificará de “signo” (sêmeia). Esto nos permite concluir, para comprender el texto, que lo ocurrido no es lo importante. Podemos decir que el hecho constituye como la suerte de la “cáscara” de una semilla (sêmeia) para la que lo importante es su núcleo. O, para formularlo claramente, debemos intentar dar respuesta a la pregunta de ¿cuál es el signo que da Jesús en Caná?

Lo primero que es importante señalar es que en Juan los “signos” son ciertamente cristológicos, y por tanto la respuesta debe aclarar qué dice de Cristo el signo; pero aclarando que es algo “de Cristo a nosotros”, a nuestra fe. Para entendernos bien: el signo “del pan de vida” nos dice que debemos recibir a Jesús, que es el que alimenta nuestra vida (6,26-27); el signo del ciego nos dice que Jesús es el que ilumina nuestra vida y al mundo entero (9,5); el signo de Lázaro nos dice que Jesús da vida eterna al creyente (11,25-26). Sin duda que la respuesta de fe a este signo es el paso siguiente que Juan nos invita a dar (“manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos” v.11).

Podemos decir que la conversión del agua en vino, entonces, es como la “cáscara” a la que hicimos referencia. Allí debemos descubrir el signo.

Es sabido que en tiempos del A.T. la tentación de recurrir a los ídolos para obtener fertilidad (de la tierra los ganados o la propia) fue uno de los principales temas de los profetas del pre-exilio. Así, Elías anuncia una sequía, como una manera de decir a Israel que la fecundidad no han de esperarla de Baal sino del mismo Yahvé (cf. 1 Re 17,1). Así, por ejemplo, lo anuncia Miqueas: “Sembrarás y no segarás, pisarás la aceituna y no te ungirás de aceite, el mosto, y no beberás vino” (6:15). Amós anuncia: “Entonces haré volver a los deportados de mi pueblo Israel; reconstruirán las ciudades devastadas, y habitarán en ellas, plantarán viñas y beberán su vino, harán huertas y comerán sus frutos”. (9:14). Y en los escritos apócrifos se dice:

Pero en cuanto a los otros, los que estaban interesados en la justicia y las nobles accionesy la piedad y los pensamientos más justosángeles los levantarán a través del río en llamas y los llevarán a la luz y a la vida sin preocupacionesen el camino inmortal del gran Dios y tres manantiales de vino, miel y leche. (Oráculos Sibilinos, 2: 313-318)
Y entonces Dios le dará una gran alegría a los hombres, por la tierra y los árboles e innumerables rebaños de ovejas dará a los hombres el verdadero fruto de vino, la miel dulce y la leche blanca y el grano, que es lo mejor para todos los mortales. (Oráculos sibilinos 3:619-623)
En esos días toda la tierra será labrada con justicia; toda ella quedará cuajada de árboles y será llena de bendición. Plantarán  en ella toda clase de árboles amenos y vides, y la parra que se plante en ella dará fruto en abundancia. De cuanta semilla sea plantada en ella, una medida producirá mil, y cada medida de aceitunas producirá diez tinajas de aceite” (1 Henoc 10:18-19).
“… Cada vid tendrá mil ramas y cada rama producirá mil racimos, y en cada racimo habrá mil granos y de cada grano saldrá un tonel de vino” (Apocalipsis de Baruc 29,5).

La abundancia de los frutos de la tierra es característica de los tiempos mesiánicos. Y acá se vislumbra el signo.

Expresamente señala Juan que llenaron “hasta el borde” las seis tinajas de piedra que eran de unas “dos o tres medidas”. La medida (bat, metrêtàs) era de 45 litros, lo que puede decirse de entre 90 y 135 litros aproximadamente. Sin duda se trata de una cantidad enorme de agua. La abundancia mesiánica está patente.

A esto se ha de señalar que el banquete es imagen también de los tiempos mesiánicos (Is 25,6-8; Jl 4,18), particularmente una alianza matrimonial (Is 61,10; 62,4; Os 2,16-25).

Esto nos permite notar el signo: con Jesús llegan – en él – los tiempos mesiánicos en los que disfrutaremos plenamente de los dones de Dios.

El texto señala algunos otros elementos que comentaremos brevemente:

  • La madre se dirige a Jesús constatando simplemente la carencia. Como las hermanas de Lázaro, sólo señalan (“si hubieras estado”, 11,21.32), aunque esto implique una nota de confianza no mencionada.
  • Jesús se dirige – extrañamente – a su madre como “mujer”, como lo repetirá en la otra escena joánica, 19,26, algo anómalo en el modo de dirigirse un hijo a su madre (quizás deba entenderse en sentido teológico). Y le acota literalmente “qué a mí y a ti” con lo que establece distancia con su interlocutora (qué tengo que ver yo contigo). La frase aparentemente dura no continúa en ese sentido en el relato.
  • La frase de la madre (en Juan no se hace mención a su nombre) a los sirvientes es semejante a la que el Faraón dice a su pueblo con respecto a José: “hagan todo lo que él les diga”, cf. Gen 41,55. Es una frase indicadora de una confianza ilimitada, y en el texto puede entenderse como propia de un discípulo.
  • La referencia al “vino mejor” es propio de Juan; los signos siempre tiene un “plus”: el ciego es “de nacimiento”, Lázaro lleva muerto “cuatro días”…

Sin embargo hemos de destacar un elemento final muy importante: Juan numera este signo como el primero. Y acota que en él se manifiesta la gloria y los discípulos creen.

En el Evangelio de Juan, en toda la primera parte (capítulos 1-12) Jesús se manifiesta a los suyos pero en “signos”. Es decir, en hechos en los cuales los destinatarios y lectores estamos invitados a ir “más allá” de la cáscara. Cuando esto se logra (cosa que no ocurre frecuentemente, como se ve en 6,26) se descubre allí “escondida” la “gloria” (doxa) de Jesús. Y esto conduce a creer. En cambio, al llegar “la hora” (que aquí se señala expresamente que no ha llegado; cf. 4,21.23; 5,25.28; 7,30; 8,20) (ver 13,1) en la Pascua Jesús manifiesta su gloria y gloria de Dios (cf. 13,31). Tenemos así, en el cuarto Evangelio, dos manifestaciones de la gloria de Jesús que conducen al destinatario a creer, con lo que logra la vida divina: una por signos y la otra en la manifestación clara del amor extremo de Jesús.



dibujo tomado de ierp.org.ar

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