viernes, 22 de marzo de 2019

La incómoda necesidad de la memoria


La incómoda necesidad de la memoria


Eduardo de la Serna



Muchos acontecimientos se conjugan en estos próximos días o semanas que nos invitan a fortalecer la memoria.

El 24 de marzo de 1976 se implantó en la Argentina un gobierno genocida. Desde hacía muchos meses se estaba preparando. Había paramilitares o fuerzas de seguridad descontroladas (Masacre de Pasco, muertes de Carlos Mugica y de Pancho Soares, por ejemplo), se había implantado un modelo económico neoliberal pero había todavía una sociedad, militancia y sindicatos que se oponían; incluso se había ensayado un borrador de golpe con un brigadier que intentó un levantamiento y lo sancionaron con un “chas-chas en la cola”. Y el 24 de marzo, impulsado, incentivado e ideologizado desde el establishment, con aporte empresarial y de los medios (basta recordar el desabastecimiento y las noticias antes y una vez ocurrido el golpe) y bendecido por la jerarquía eclesiástica, empezó una noche oscura de terror, muerte, sangre y silencio. La clase media (o quienes sueñan con identificarse con ella) callaban al ritmo de “por algo será”, “algo habrán hecho” y linduras del estilo. Y no hemos de descuidar la complicidad de muchos actores internacionales (aunque otros militaran fuertemente en sentido opuesto). La URSS apoyaba el golpe, los EEUU lo alentaba aunque, (a diferencia de la URSS) recibía denuncias por las violaciones de DDHH y les daba cabida, la embajada alemana tenía dentro un delegado de las FFAA, la francesa calló hasta que tocaron a connacionales, la de Israel, a pesar del claro anti judaísmo de muchos, comerció y vendió armas a la Argentina. Y cuando empezaron a escucharse voces externas, los Medios empezaron a hablar, en los almuerzos de la TV, por ejemplo, señalando la “campaña anti-argentina en el exterior”. La muerte por balas y la muerte por neoliberalismo fueron carcomiendo el modelo genocida. Terminó el mundial de fútbol con un triunfo en el que solo creen los fundamentalistas. Los buenos sindicatos (siempre los hubo, y hay también, de los otros) empezaron a movilizarse y se inventó una guerra con Chile; cuando esta fracasó por iniciativa de una de las mejores cosas que hizo Juan Pablo II en su pontificado, se lanzaron a la aventura enloquecida y alcohólica de una guerra contra Gran Bretaña (y los EEUU) que, a pesar de los medios, que repetían “vamos ganando” como si de un partido de fútbol sin Messi se tratara, terminó en fracaso. Cuando la realidad nos estalló en la cara, la dictadura tuvo los días contados. Y todos los 24 de marzo estamos invitados a hacer memoria.

En 24 de marzo de 1980 fue asesinado en El Salvador su arzobispo, Oscar A. Romero. Reconozcamos que la curia vaticana, impulsada por Alfonso López Trujillo, quería destituir al arzobispo desde ya hacía tiempo. Un comisario fue enviado, el obispo Antonio Quarraccino (títere de López Trujillo) que hizo una serie de propuestas lamentables que fueron frenadas oportunamente por un gran cardenal brasileño: Aloisio Lorscheider, que realizó una nueva visita y presentó informes contradictorios a los del innecesario obispo argentino. Pero las huestes de la derecha no podían soportar una nueva Nicaragua y se jugaron el todo por el todo: el asesinato del arzobispo fue el puntapié inicial de una guerra civil que, en los hechos, finalizó con otra matanza, la de los jesuitas. El batallón Atlacatl, inspirado por Elliot Abrams (el enviado de Donald Trump para Venezuela) ejecutó miles de personas, de los que la masacre de El Mozote no es sino un dolorosísimo “sacramento”. Pero la muerte de Romero fue silenciada, doblemente martirizado, acusado de comunista, propiciador de las guerrillas y otras “linduras” del estilo. Resulta casi irónico que después que siempre lo silenciaron, negaron y calumniaron, cuando la beatificación y canonización de Romero avanzaba y ya era un hecho, el Opus Dei (y sus lacayos) empezaron a decir que Romero era del Opus, que estuvo con el Opus y, por supuesto, nada tenía que ver con la teología de la Liberación. El crimen de Romero duró muchos años hasta que el pueblo, que lo había canonizado anticipadamente, impuso su fe por sobre la estructura eclesiástica. La memoria estaba viva.

En abril de este año, más precisamente, el 27, en la ciudad de la Rioja serán beatificados su obispo, un religioso, un cura y un laico: Enrique Angelelli, Carlos de Dios Murias ofm conv., Gabriel Longeville y Wenceslao Pedernera respectivamente. Una iglesia martirial que marca un camino de primavera a una Iglesia silenciosa, temerosa y escondida. Durante décadas el episcopado negó o calló el martirio (estos y todos los demás). Prefirió creer a los genocidas: “accidente” pontificaron, quizás para tranquilizar su conciencia (o venderla). Si hasta todavía hoy, grandes pontífices religiosos o políticos de la derecha siguen necesitando el accidente para no tener que explicar demasiado acerca de sus vidas de ayer, sus alianzas y sus presentes. Mártires matados en la dictadura cívico militar con complicidad eclesiástica ciertamente precisaban silencio; consiguieron memoria.

Todos estos acontecimientos nos deberían sacudir y desestabilizar. El silencio y sus cómplices fueron grandes amigos de la muerte, porque la verdad moviliza. Molesta. Incomoda (como la libertad, reconozcámoslo). Es por eso mismo que los mismos que golpearon cuarteles, pusieron ministros, callaron mártires, titularon “orden” y demonizaron militantes, hoy siguen, con nuevas herramientas y viejas malicias, tratando de callar la memoria, distorsionarla o – a lo sumo – domesticarla. Un Romero o un Angelelli con cara angelical, un aniversario del genocidio transformado en “feriado” y no en “día de la memoria” es, precisamente engaño. Y esos mismos son los que nos han impuesto un inepto (inepto para el pueblo, que apto para ellos) e imponen otros para que a nadie se le ocurra eso de ser un continente independiente, por ejemplo. Mirar la lista de actuales presidentes latinoamericanos asusta, con las contadísimas excepciones por todos conocidas (y la novedad de México, cuyos resultados aun debamos esperar para ver). Piñera, Uribe 2.0 (perdón, se llama Duque), Macri, Bolsonaro, Lenin Moreno, que jugaba en el otro equipo, Stroessner 2.0 (Obdó, creo que es el sobrenombre) no permiten demasiadas esperanzas, especialmente existiendo O Globo y Clarín, El Mercurio y La Nación, El Tiempo y El Comercio, y tanta prensa mentirosa. Pero la memoria, como canta León, es “libre como el viento”. Y de nosotros, y de los que queremos que esa memoria nos impulse, motive y comprometa, depende nuestro mañana.


Dibujo tomado de http://lamosquitera.org/1976-24-de-marzo-2017/memoria-verdad-justicia-2/

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