miércoles, 29 de abril de 2020

Tempus tacendi


Tempus tacendi


Eduardo de la Serna



Con esa frase, ruín por demás, cómplice por cierto y repugnante por cierta se expresaba el cardenal Primatesta en respuesta a la carta enviada por la Conferencia Argentina de Religiosos a pocos días del asesinato de dos curas, un laico y el obispo de la Rioja (1976).

La oración (conocida por el tema musical popularizado por Vox Del, “tiempo de hablar, también de callar”) pertenece al libro bíblico del Eclesiastés (3,7), citada comme il faut en latín. No es el caso comentar el texto que alude a los tiempos propicios, o “la hora”, como se han traducido los dos términos hebreos del párrafo. No se trata en todos los casos de elegir ya que en ocasiones eso no es posible (plantar-cosechar, por ejemplo), sino simplemente que la ocasión “allí está”, pero en otras sí lo es; hablar y callar (loquendi et tacendi) parece el caso. Algunos anacoretas lo utilizaron, por ejemplo, para explicar la elección de su ida al desierto a una vida en aislamiento y silencio. El caso es que se aquí hace referencia a que “prudencialmente” (“como serpientes”, explica Primatesta siguiendo a Mateo 10,16) han evaluado la situación y concluido que es tiempo de callar. Hoy, a años vista, es evidente el – por lo menos – desacierto de la decisión. No es posible saberlo, pero es razonable preguntarse cuántas vidas habría salvado una clara palabra episcopal, en ese entonces. No eran pocos, ya entonces, los que clamaban por un tempus loquendi.

Pero en ocasiones pareciera que miembros de la Iglesia han decidido permanecer en dicho tempus, y eligen y siguen eligiendo callar. Y hoy, como ayer, no parece evidente la razón prudencial por la que han elegido y siguen eligiendo el silencio.

Pareciera que, puesto que pastores, la razón prudencial debiera ser lo que se considera un bien para el “rebaño”. Y, mirando los tiempos idos, que quiera Dios y el pueblo “nunca más” regresen, no se ve el “provecho” en cuestión, antes bien se ve muerte y el silencio de los cementerios negados. Y si de bienestar se trata, el silencio ante el neoliberalismo de antier y de ayer tampoco pareciera prudencial. La imagen de la cobardía o de la complicidad – o ambas – emergen en ocasiones demasiado atronadoras como los gritos del silencio, valga el oxímoron. Es verdad que por momentos se escuchan palabras en exceso; documentos y montañas de papeles tapan el bosque de la muerte. El problema prudencial es si las palabras escogidas saben ir al nudo, al meollo, a lo medular. allí donde se juega la vida, porque lo que es documentos los hay en cantidad, pero palabras oportunas cuidando la vida (porque por vida entendemos bastante más que 9 meses) brillan por su ausencia, volviendo a los oxímoron.

Y de silencios hablamos, con el perdón de la metáfora. Porque – y debemos reconocer algunas aisladas palabras precisas y oportunas, hoy como ayer – muchos añoramos un tempus loquendi ante un empresariado detestable y buitre (con perdón de la fauna que no merece la comparación) que, presiona por doquier para su propio beneficio, y que si “suelta” un paquete de fideos (de segundas marcas, por cierto) lo hace para que mañana “los negros” no saqueen nuestros bienes y bienestares. Y añoramos palabras ante la incomunicación mediada por la mentira, el desconcierto, las medias comunicaciones de medios de mentira y desaliento para que los clarines no silencien los llantos de los niños. Y añoramos palabras ante funcionarios que nos dan una palmada y una bolsa dejando sin agua una villa, sin remedios una salita y sin verdades una comunidad. ¿Qué pasaría si hablaran? No lo sabemos porque callan. Lo intuiremos mañana. Mientras tanto, eso sí, aparecen en todas las fotos.


Imagen de El Grito Nº 3, de Oswaldo Guayasamín (Quito, Ecuador)

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