martes, 26 de octubre de 2021

Comentario a las lecturas, domingo 31 "B"

 Para Jesús el amor es militancia

Domingo trigésimo primero - “B”

Eduardo de la Serna



Lectura del libro del Deuteronomio    6,2-6

Resumen: En una especie de “credo” el autor del Deuteronomio le señala al pueblo que está a punto de (volver) llegar a la tierra prometida, la garantía de la bendición de Dios en la medida en que rechace la idolatría y se comprometa en el amor obediente a Dios.

La redacción del libro del Deuteronomio es tema de debate entre los estudiosos. En este caso estamos en el marco de la fidelidad a la alianza que se ha establecido y que dice relación a la tierra. Si bien hasta ahora los judíos habían “escuchado” a Moisés (1,3; 4,12-13), ahora (desde 4,1) se insiste con “Escucha, Israel” (šema’ Israel; 5,1; 6,3.4; 9,1; 20,4; 27,9). El marco es litúrgico. Es decir, el Israel al que se dirige el libro, asamblea litúrgica, debe escuchar como lo hizo el pueblo en el desierto. Lo que debe escuchar son los preceptos y mandamientos (ḥuqqîm wemišpatim; el par se encuentra 14 veces en Deuteronomio, en 6,1 se añade “normas”, mēșāba, término típico de Deuteronomio, x43). Estos deben ser cumplidos en la tierra que van a poseer por los que leen y su descendencia para así “prolongar sus días”. La fórmula repite 4,40: ser feliz (x19 en Dt) y multiplicarse (término habitual para expresar la bendición de Dios, ver 7,13). Esto ocurrirá en la tierra “que mana leche y miel”.

El tema es frecuente en la literatura cananea: “los cielos llovieron abundancia, los ríos manan miel” (ANET 140).

La fecundidad de la tierra fue un tema siempre conflictivo, especialmente entre los profetas del reino Norte (= Israel). El contraste con el desierto es evidente, pero una vez asentados olvidaron a Yahvé “siguiendo a los baales”, dioses de la fecundidad. Por eso, en Deuteronomio, hay una particular insistencia (varios autores notan una relación ideológica entre Deuteronomio y el profeta Oseas) en la tierra por un lado y en la unicidad de Dios por el otro (y la unicidad de santuario), cosa que se reitera en el nuevo “escucha, Israel” de v.4.
La cercanía con Oseas se refuerza en la insistencia de que Dios ha de ser “amado” (x13 en Dt; ya no “temido” como en los tratados de vasallaje, algo que puede estar en el sustrato primitivo del Deuteronomio). La relación está dada, como se repite en el libro, entre el amor a Dios que se expresa en el cumplimiento de los preceptos y mandamientos (“los que lo aman y cumplen sus mandamientos”, 7,9; ampliado en 11,1 a prescripciones, normas, preceptos y mandamientos”). Este amor ha de ser con todo el corazón, el alma y las fuerzas (típico de Dt: 4,29; 10,12; 11,13; 13,4; 26,16; 30,2.6.10; Jos 22,5; 23,14; del maravilloso rey Josías dice:

Ni antes ni después hubo un rey como él, que se convirtiera al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas, conforme en todo con la ley de Moisés” (2 Re 23:25).
Estas palabras, que el autor “dicta” han de quedar en el “corazón” (la sede de los pensamientos) para poder repetirla a los hijos (volviendo así a lo expresado en el v.2).

La teología deuteronomista presenta entonces, en estrecha relación la posesión de la tierra, la felicidad y multiplicación del pueblo, con el cumplimiento frecuente de las normas dadas por el único Dios y que han de repetirse de generación en generación. Cuando esto se escribe, nada de eso se había cumplido, convirtiendo el texto, entonces, en una suerte de kerygma para el pueblo que retornará del cautiverio en Babilonia y tiene ante sí la posibilidad de empezar de nuevo. El autor le señala casi a modo de un “Credo” (¡escucha!) los criterios a cumplir si quiere ser feliz.



Lectura de la carta a los Hebreos              7,23-28

Resumen: la carta a los Hebreos sigue señalando el contraste entre dos sacerdocios: el antiguo sacerdocio levítico y el único y de una vez para siempre de Jesús.

La carta a los Hebreos sigue profundizando el Sumo Sacerdocio de Cristo a semejanza de Melquisedec como es expresado en el Salmo 110. En este caso el acento está puesto en la perdurabilidad.

Es sabido que todo sumo sacerdote debe ser reemplazado por otro a su muerte. Pero puesto que Jesús es sumo sacerdote a partir de la resurrección ya no muere más y por lo tanto no tiene necesidad alguna de ser reemplazado, de aquí que sea “sacerdote para siempre” (ver 7,3.8.16).

Un tema frecuente en toda la “carta” es el contraste entre el sacerdocio antiguo (el levítico, temporal, sacerdocio producto de separaciones rituales) y el sacerdocio nuevo de Cristo. Este es plenamente eficaz, puede interceder perfectamente por estar siempre vivo.

El sacerdote ideal [“nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, (v.26)”] podemos contemplarlo ahora en Cristo. Por eso introduce un nuevo elemento de superioridad de este sacerdocio con respecto al antiguo: las ofrendas. Los viejos sacerdotes debían ofrecen un sacrificio por los pecados del pueblo (se refiere, como en toda la obra, a la fiesta judía del Yom Kippur), pero para que esa ofrenda sea eficaz, debe ofrecer antes una víctima por sus propios pecados, ya que de otro modo sería infructuosa. Nada de eso es necesario con Cristo. Su “don de sí” también es “para siempre” y es plenamente eficaz (no necesita repetirse año a año, revelando de ese modo su ineficacia).

El texto culmina con una nueva insistencia en el contraste entre ambos sacerdocios: la debilidad de los sacerdotes contrasta con la “perfección” de aquel que es Hijo.

Una nota sobre la “perfección”. El verbo “perfeccionar” es especialmente sacerdotal (el texto griego de Lev 4,5; 8,33;16,32 hace referencia a la “perfección de las manos” de los sacerdotes). El uso del verbo (teleióô) en Hebreos es muy frecuente (2,10; 5,9; 7,19.28; 9,9; 10,1.14; 11,40; 12,23) y ha de entenderse en este sentido.


+ Evangelio según san Marcos          12,28b-34

Resumen: un escriba pregunta a Jesús por la jerarquía de mandamientos. Jesús remite al mandamiento del amor, cosa que el escriba felicita por estar por encima del criterio sacerdotal de los sacrificios. Por ese camino se entra al reino de Dios.

Como es frecuente en Marcos nos encontramos con unidades de a tres. Luego del diálogo con fariseos y herodianos primero y luego con saduceos, el Evangelio nos presenta hoy un diálogo con un escriba.

Es curioso el texto ya que en general el segundo evangelio presenta una imagen negativa de los “escribas”, mientras que de este Jesús afirma que “no está lejos del reino de Dios”. Aunque a continuación nos mostrará que en este caso parece tratarse de “la excepción que justifica la regla” ya que los escribas suelen enseñar cosas incorrectas (v.35) y “devorar” la hacienda de las viudas (v.40).

En este texto, a diferencia de los dos anteriores, no se dice que sea una pregunta para “atraparlo” (v.13) o partiendo de un error (vv.24.27), cosa que sí dice el paralelo de Mateo (22,25) y Lucas (10,25). La pregunta por el “primer” mandamiento es una pregunta muy importante. Los judíos reconocían 613 mandamientos. ¿cuál es el primero (no se refiere al orden sino a la importancia)? Aquel que de ninguna manera puedo dejar de cumplir si hubiera “conflicto de intereses”. En los diferentes grupos judíos no había unanimidad en qué era lo principal y tenían diferentes criterios. Al escriba le interesa saber qué tiene Jesús para decir ya que ha respondido bien a los saduceos.

Es interesante que la respuesta de Jesús destaca dos mandamientos y ninguno de ellos está en los llamados “Diez Mandamientos”. Comienza citando literalmente Deuteronomio 6,4-5, el šema, sólo que añadiendo “con toda tu mente” al trío corazón, alma y fuerzas (reemplaza dynameôs de LXX por isjyos). Pero agrega un segundo mandamiento: el “amor al prójimo” (Lev 19,18); ambos se integran por la repetición del verbo “amarás”. El amor no se trata de un sentimiento sino algo que se ha de tenerlo presente en la sede de las decisiones (corazón), en lo cotidiano (la vida, “alma”, psyjê), con todas las capacidades (fuerzas); sin duda, la intención es destacar la totalidad con diferentes enfoques o acentos.

Para los judíos, el “prójimo” es siempre otro judío. El texto no lo aclara (de hecho en Marcos el término “prójimo” solo se encuentra en esta unidad, y el verbo “amar” también, además de 10,21). Podemos pensar que en un primer momento Jesús – que se dirige a judíos – lo ha entendido de este modo, pero las fronteras comienzan a abrirse tempranamente: “amar al enemigo” (Mt 5,43-44) y como un “samaritano” (Lc 10,29), aunque el Jesús de Marcos reconoce a los “que no están con nosotros” (9,40) ya que Jesús da la vida por una multitud (10,45; 14,24).

El escriba reconoce que Jesús tiene razón y sintetiza la respuesta que le dio omitiendo ‘alma’ y ‘mente’ reemplazándolas por ‘inteligencia’, comprensión (synesis) destacando – aunque Jesús no lo había dicho – precisamente el conflicto de intereses: es más importante el amor que los sacrificios y holocaustos (recordar que esto está dicho en el Templo, donde – además – se recita frecuentemente el šema‘). Si Jesús había respondido bien al escriba, ahora es este el que interpreta correctamente a Jesús, de allí que ‘el le reconozca que “no estás lejos del reino de Dios”. Jesús no se ubica en la corriente sacerdotal que pone el Templo, el culto y los sacrificios por encima de todo, sino en coherencia con los profetas que ponen su centro en el “amor” expresado en el cumplimiento del “derecho y la justicia” (Am 5,21; Sal 40,7-9; 1Sam 15,22; Is 1,11; Os 6,6). El reino de Dios que Jesús predica desde el comienzo es inseparable de los hermanos y hermanas, hijos del Dios abbá.


Foto de Martin Luther King, Jr. siendo detenido en Montgomery (Alabama) por «vagancia» en septiembre de 1958 tomada de Wikipedia

sábado, 23 de octubre de 2021

Las mujeres, una mujer, no princesa/s

 Las mujeres, una mujer, no princesa/s

Eduardo de la Serna



Quiero empezar con una frase del impresentable Javier Milei, en la que niega que por un mismo trabajo las mujeres reciban menor salario, la “prueba”, para él, es que si así fuera las empresas estarían llenas de mujeres. Más allá de lo que esto implica de los criterios de contratación, su dicho (como muchos otros, como por ejemplo su negación del cambio climático) tiene un evidente conflicto con la realidad. Pero a esto no se lo suele llamar ideología (la ideología es cuestionada y criticada si es “progre”, no si es de derecha); no se señala que el prisma con el que mira y analiza distorsiona totalmente los hechos y los falsea. La realidad nos dice otra cosa, ciertamente.

Y, con un motivo evidente: el cumpleaños de las Abuelas de Plaza de Mayo, quiero simplemente hacer memoria de algunas mujeres del presente, de las que no haré una biografía, sólo una referencia a las huellas que dejan para marcar rumbos en nuestro caminar.

Y, como digo, pienso en el presente simplemente por una casi pereza intelectual de mirar detenidamente en nuestro pasado; es evidente que si hay huellas hoy es porque las hubo ayer… y antier. Y las habrá mañana. Basta pensar (y son las primeras que se me ocurren) en Juana Azurduy, Manuelita Sáenz y Evita Perón donde ya, más que huellas, tenemos mojones. Y tampoco quiero mirar más allá de nuestras fronteras y pensar, por ejemplo, en Angela Merkel o en Michelle Obama. Tampoco en algunas personajas de las que me faltan elementos para mirar detenidamente, como Michelle Bachelet o Dilma Rousseff, o incluso Rigoberta Menchú. Simplemente pienso en diferentes áreas; y tampoco olvido que hay allí algunas que representan todo lo contrario de lo que quisiera señalar, basta mirar las mujeres de Cambiemos (o Juntos), a mujeres que ayer militaban en Derechos Humanos hasta que “pasaron cosas”, o mujeres en la ciencia o… (los nombres saltan a la vista de quien quiera mirar). Quiero mirar a las que quiero mirar, simplemente.

Por lo señalado no puedo menos que comenzar por las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo; un faro en la lucha y la militancia, en la mirada del ayer y los pasos firmes de hoy. Basta verlas con la debilidad de los años (superan los 90 muchas de ellas) y la firmeza de sus convicciones. Como si nos gritaran al oído consignas de ayer, empujones de hoy y rumbos de mañana, movilizando timoratos, empujando dubitativos y exponiendo visiblemente a los que frenan o desvían la marcha de un pueblo. Pocas mujeres como ellas, cuyos nombres todos conocemos (sin reconocer siempre sus apellidos… que no son lo más importante, porque es su nombre el que las nombra) trazan tan claramente una línea del ayer al hoy. Y todos sabemos que dos puntos marcan una recta, y solo una. Un camino recto. Uno por transitar. Un hacia dónde.

En la política, además del nombre señero del hoy, hay otras muchas a las que mirar con admiración, reconocimiento… y amor. Mayores y menores, hasta casi niñas que expresan convicciones. Todos recordamos nuestra adolescencia o miramos la de otros y otras con su rebeldía, razonable y hasta justa, que cuestiona a las madres (y padres): “mamá no me entiende”, “mamá es la peor madre del mundo”, “yo quisiera que mi mamá fuera como la mamá de fulanx” … hasta que, en algún momento, a veces tarde, une descubre que “mamá tenía razón”. En nuestra democracia adolescente, muchas veces pasa lo mismo; además de que no faltan quienes exponen públicamente sombras de nuestras madres (reales o inventadas, “fake” se les dice) como si hubiera quien no las tuviera. Sólo quisiera celebrar, en una a todas, a aquella que ayer se quejaban de que hablaba mucho y hoy de que habla poco, y que cuando expone ese “poco” deja claro el camino y el rumbo. Sinceramente.

Mirando el ambiente de las artes resulta evidente que, “que las hay, las hay” (y si el dicho alude a las brujas, expresamente no lo menciono, porque si algo creo que hay que evitar es ese dicho aplicado a mujeres. Siglos de dolor y muerte se provocó el atributo). No necesariamente me han de gustar, por aquello de “sobre gustos…”, pero difícilmente se puede ignorar presencia de mujeres señeras en la música, la literatura, las artes plásticas. No hace mucho perdimos una grande cuyo nombre remite a tres palabras claves: Patria, Tucumán, libertad. Una que supo reunir en torno a ella (y el honor que significaba ser convocado/a) a todos y todas en recitales o en su obra final y maravillosa, cantando.

El ambiente de las ciencias también muestra mujeres que brillan (aunque, como en todos lados, los que pueden – es decir, los que tienen poder – exhiben impúdicamente algún nombre en la práctica detestable); al personal de salud, ¡salud! Y valga también para la docencia con maestras y profesoras que “enseñan”, en todo el sentido de la palabra, y a alguna que reconocemos recién cuando la reconocen fuera. Y, ¿cómo olvidar los Medios de comunicación? Esos que frecuentemente incomunican… Pero en el cual muchas mujeres, voces inconfundibles en ocasiones, nos hacen poner un oído atento y predisponernos a la escucha. Aunque sería injusto no tener muy presentes las voces silenciadas, de ayer y de hoy, voces añoradas y, quizás ilusoriamente, siempre esperadas. O las imágenes de aquellas de las que, siempre soñando, seguimos esperando el Milagro de su libertad…

No podría ignorar lo que se ha llamado el “movimiento de mujeres”, que reúne desde actrices hasta colectivos de víctimas de la violencia, la discriminación, o “simplemente” reunidas por una lucha que engrandece a todes. No está de más repetir, una y mil veces más, que el feminismo no es un movimiento en favor de las mujeres; es en favor de la humanidad toda. Carlos Mugica, hablando de opresores y oprimidos decía “a mi me hace mal que me oprima y a él le hace mal oprimirme”. Vale para este caso: el patriarcado le hace mal a la mujer, porque la victimiza, pero también le hace mal al varón porque lo pone en un lugar de inhumanidad.

Y finalmente una nota sobre las mujeres en la Iglesia. Podríamos ironizar con la frase ya famosa de uno que nos debe todo: “esa te la debo”. Y sería cierto. Pero no podemos ignorar que si hoy la Iglesia está presente en millones de espacios y lugares (más allá de aquellos de los que debiera estar separada) se debe casi exclusivamente a mujeres: abuelas, catequistas, y hasta secretarias parroquiales… Es difícil encontrar quienes hoy puedan decir que tienen fe en Jesús y señalen como su causa a curas, obispos o religiosxs, pero sí quienes puedan mirar a sus abuelas, madres, catequistas… La Iglesia tiene rostro de mujer; y no me refiero a la tontería de que está “casada” con Cristo, o cosas semejantes, me refiero a que lo que de la Iglesia hoy se hace visible y amable, en lo que, en una inconmensurable mayoría de las veces, de mujeres hablamos.

Como dije, el cumpleaños de las Abuelas motivó que escriba esto. Que no pretende ser abarcativo, sino tirar puntas. Puntas que invitan a mirar, a posicionarse (no sólo tomar posición, sino estar en una posición), es decir saber de dónde venimos, dónde estamos y hacia donde vamos. Y saber que es un camino que no hemos transitado sin mujeres, y que no queremos que siga sin ellas.

 

Imagen tomada de https://palabritasajenas.blogspot.com/2018/03/mujeres-2018-princesas.html

jueves, 21 de octubre de 2021

Milagros y exorcismos de Jesús en tela de juicio

 Milagros y exorcismos de Jesús en tela de juicio

Eduardo de la Serna



Antes de comenzar mi reflexión sobre los llamados milagros y exorcismos de Jesús quiero decir algo sobre el título. Más de una vez me ha ocurrido de haber sido criticado, o haber tenido que dar explicaciones, por algo escrito solamente a raíz del título. Y – lo reconozco – con frecuencia, mi intención es que este sea provocador, es decir provocar la lectura; una especie de “anzuelo”.

En el lenguaje común, algo que está en “tela de juicio” es algo que está en duda, que se discute y – casi, casi – que se niega su realidad desde el comienzo. Pero, por lo que sé, el término proviene del ambiente judicial y se refiere a la “trama” de un juicio que, finalmente, espera una sentencia justa. Y es en este sentido que lo quiero pensar en estos párrafos que siguen.

 

Milagros

Lo que llamamos “milagros” en ocasiones traduce el término hebreo pl’ (Gen 18,14: “¿hay algo difícil, imposible, para Dios?”; algo “difícil” de evaluar, Dt 17,8; cf. Zac 8,6). El término, en ocasiones, se traduce al griego por adynatéô (alfa privativa, del verbo dynamai, poder: es decir: no poder, impotencia, imposible). En el Nuevo Testamento, el término castellano milagro suele traducir el griego “dynamis” que es de uso común: “lo que se puede / apto…”; la raíz remite a lo “ad-mirable”, lo asombroso. Alude a la reacción frente a algo que se “mira”. En este sentido hay una nota importante de diferencia: un signo de “poder” (en griego) remite a la fuerza que un hecho o acontecimiento tiene, mientras que referirlo como “milagroso” (en castellano) remite a la repercusión que tiene el hecho en el o los testigos. Hay que señalar, además, que, con frecuencia, como es razonable, no siempre el término “dynamis” se debe traducir por “milagro” (“poder”, sea este humano o divino, es también dynamis). Es bueno notar que, en ocasiones (pocas), se utiliza también el término thaumasía (muy frecuente en los Salmos [x51], solo 2 veces en Mateo, una en Marcos y una en Juan), lo admirable, maravilloso. Notemos, entonces, que mientras en castellano el acento está puesto en lo que los testigos observan de un hecho, en griego, el lenguaje de los Evangelios, el acento está puesto en el “poder”, sea de Dios, de Jesús, del Reino…

Sin duda muchos de los hechos-de-poder de Jesús causan asombro, pero – notablemente – muchos de estos no son calificados, simplemente se dice “abrió los ojos al ciego”, o “hizo andar al cojo”, pero no se lo califica de “milagro”; el término suele utilizarse en sumarios, no en narraciones.

En este sentido, es de notar una serie de elementos. [1] El así llamado “secreto mesiánico”, propio de Marcos: es decir, Jesús que manda, infructuosamente, por cierto, callar frente a un hecho-de-poder porque no quiere ser reconocido por los “milagros” sino en la cruz, “verdaderamente” (15,39). [2] También la intencionalidad teológica de los evangelistas al narrarlos, donde pretende “un plus” del hecho en sí: la humanidad “levantada”, la humanidad que “camina”, la humanidad que puede “ver” …  No es tanto, entonces, el hecho-de-poder lo que cuenta, en el relato evangélico, sino la vida, el discipulado, la fe… [3] Es sabido, también, que Juan no utiliza jamás el término dynamis (sí una vez thaumasía, para señalar – el ex ciego de nacimiento – lo “extraño” de que los “judíos” no sepan de donde es Jesús, 9,30); Juan utiliza el término signo (sêmeia), también conocido por los sinópticos pero en el sentido de aquellos que piden un “signo” a Jesús, o él que invita a reconocer los “signos de los tiempos”… los “milagros”, entonces, en el cuarto Evangelio “esconden” algo que debe ser descubierto, esconden la “gloria” de Jesús. [4] Finalmente notemos que el uso del par “signos y prodigios” (sêmeia kaì terata) tiene una connotación profética: es lo que se espera del profeta semejante a Moisés (Dt 34,11; cf. 18,18). Los signos y prodigios, entonces, son como lo fue la salida de Egipto (Dt 26,8) aunque también es algo que pueden llegar a hacer los “falsos profetas” (cf. Mt 24,24). Los “signos y prodigios” son frecuentes (además de en Deuteronomio [x6], donde son obras de Dios en las que Moisés interviene como mediador profético) en Hechos de los Apóstoles (x9) señalando la vocación profética de la comunidad cristiana; desde la venida del Espíritu Santo la Iglesia debe ser profética.

Señalemos, entonces, que Jesús, no pretende habitualmente, manifestar el poder del Reino, pero “no puede” permanecer indiferente ante el dolor y el sufrimiento; se conmueven sus entrañas y su compasión manifiesta visiblemente que Dios “no quiere” el sufrimiento del ciego, del cojo, de la viuda que acaba de perder a su único hijo… E incluso se “enoja” ante la fuerza de la enfermedad, como ante la persona con lepra. Pero, y esto parece lo importante, todos estos acontecimientos deben interpretarse como un signo de quién es Jesús, y de la presencia del Reino:

Vayan a informar a Juan de lo que han visto y oído: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los que tienen lepra quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben el Evangelio. (Lc 7,22)

Y no puede dejarse de lado que en esta lista de “signos”, de “milagros”, se incluye la evangelización a los pobres. Ciertamente se trata de manifestar el cumplimiento de textos de Isaías (26,19; 29,18-19; 35,5-6; 61,1), pero en la lista de signos, que manifiestan la presencia del Reino, no puede omitirse el anuncio del Evangelio a los pobres; precisamente los que no tienen “buenas noticias” en su vida cotidiana (como no tienen vista los ciegos, ni pureza los que tienen lepra…).

Señalemos, entonces, que los llamados “milagros” de Jesús son inseparables de su predicación del Reino, son constitutivos de esta y ni siquiera son lo más importante.

 

Exorcismos

Los llamados “exorcismos”, en cambio, remiten directamente al término griego (exorkistês) y sólo se encuentra una vez en toda la Biblia (Hch 19,13) referido a unos “exorcistas judíos ambulantes” que conjuran “en el nombre del Jesús que Pablo predica” … Flavio Josefo, en cambio, hace referencia a algunos exorcismos, también judíos:

El método del tratamiento de curación era del siguiente tenor: acercaba a la nariz del endemoniado el anillo, que tenía debajo del sello, una raíz del árbol que Salomón había indicado, y luego, al olerla el enfermo, le extraía por las fosas nasales el demonio, y nada más caer al suelo el poseso, Eleazar hacía jurar al demonio que ya no volvería a meterse en él, mencionando el nombre de Salomón y recitando los encantamientos que aquel había compuesto. (Ant. VIII,46-48)

Los exorcismos, entonces, se realizan por conjuros y rituales (y la notable referencia a Salomón), cosa que Jesús nunca realiza; él simplemente “expulsa” a los demonios luego de “conminarlos” (confrontarlos). [1] El término expulsar, quitar (ekballô) no necesariamente alude a los demonios (quitar una pelusa; o ser expulsado de un lugar) aunque es el término habitual; [2] conminar, ordenar (epitimáô) también se utiliza en otras ocasiones (Pedro conmina, reprende, a Jesús, el mendigo ciego Bartimeo es conminado a callar), se trata de una palabra confrontativa o de autoridad, como Jesús que manda callar, o conmina a la tempestad.

Lo importante, en nuestro caso, es que Jesús jamás realiza conjuros ni rituales, simplemente expulsa con su palabra, palabra que tiene autoridad. Y, nuevamente, esa palabra es signo del Reino de Dios (“si expulso demonios con el dedo de Dios es que el reino de Dios ha llegado a ustedes”, Lc 11,20). Se puede decir claramente, que Jesús no hace exorcismos, pero sí que expulsa demonios con la autoridad de su palabra; algo particularmente importante en Marcos y totalmente ausente en Juan. Es interesante (responde a la teología de Lucas, por cierto) que Jesús “reprende” a la fiebre que tiene “presa” a la suegra de Simón con una actitud que recuerda a Elías y Eliseo; es la palabra profética la que “expulsa” a la fiebre personificada que se había apoderado de la mujer.

No debe dejarse de lado, además, el sentido político que tienen – al menos en ocasiones – las expulsiones de demonios: no es inocente que el demonio que ha dominado a una persona en Gerasa, y que no puede ser dominado ni controlado, reciba el nombre de Legión, y que sea desplazado a una piara de cerdos (el jabalí era imagen de la IX legión, legio fretensis). Se ha afirmado, y coincidimos con ello, que los estados alterados de conciencia (EAC) son vistos como “demonios” en muchos ambientes pre-industriales, y que esto ocurre frecuentemente en los sectores más vulnerables de la comunidad, quienes experimentan críticamente la exclusión de la sociedad. El terapeuta le manifiesta con autoridad que hay otra sociedad en la que es incluido, restaurando, así, su psiquis dañada, alienada (se trata del reino, ciertamente, en el caso de Jesús).

 

Conclusión

En sociedades o comunidades con una fe débil, suele ser frecuente la necesidad de recurrir o pretender milagros o exorcismos para fortalecer a los alienados o a los necesitados;  la proliferación de estos suele ser, curiosamente, un alivio para muchos; un supuesto signo de la presencia de Dios para otros (y, con frecuencia, un buen ingreso económico para unos pocos). Pero, precisamente, mirando los evangelios, suele ser, claramente, expresión de una fe limitada y no una búsqueda firme y profunda de aquello que da hondura a nuestra vida (esa es la raíz hebrea del término fe, amén, la raíz, los cimientos, la firmeza).

No se trata de poner confianza en lo exterior, en lo extraordinario, precisamente, sino aprender a hundir las raíces de la vida en el Reinado de Dios, en un Dios que, como padre/madre nos invita a profundizar nuestra existencia en la palabra de Jesús, palabra profética, palabra con autoridad, palabra que nos envía y nos invita a salir de nosotros mismos hacia la cruz y los crucificados, los pobres para que tengan buenas noticias y así se pueda mostrar al mundo las maravillas de Dios que en signos y prodigios manifiesta que su p/maternidad se hace presente en la vida de las hermanas y los hermanos, ¡y vida en plenitud!

martes, 19 de octubre de 2021

La ofensa de las piedras

 La ofensa de las piedras

Eduardo de la Serna



Resulta curioso que la prensa hegemónica, esa que le busca el pelo al huevo (para no hablar de la quinta pata al gato, porque no muerden la mano gatuna que les da de comer), como no puede hablar de disturbios, de saqueos, o de aluvión zoológico, lo que resaltó, recalcó y repitió de la marcha del 17 de octubre fue que dos imbéciles vandalizaron el memorial de los muertos por covid (y ya hice mención en otra parte que esos mismos medios jamás dijeron palabra sobre las frecuentes vandalizaciones de los pañuelos ni siquiera cuando fueron directamente arrancados de la plaza).

Curioso. Los que hicieron todo lo posible para que mucha gente muera, se montaron luego en el luto y el duelo y llevaron piedras (después de las bolsas mortuorias) haciendo memoria por los “muertos que vos matáis”. El gobierno, entonces, utilizó esas piedras para hacer un lugar de la memoria (y fracasó el intento opositor de quejarse por la violación de la propiedad privada; demasiado hilarante era).

Las piedras son un símbolo polisémico en muchas culturas: por lo que he podido saber se colocan piedras al visitar a los muertos en las culturas celta, masai, judía mientras que en otras culturas como mongoles, kasajos, obos, tibetanos, inuit y andinos suelen indicar caminos (límites de comunidades, cruce de caminos, lugares de caza). Una piedra puede ser “fundamental” o “capital”, puede ser incluso instrumento para la pena de muerte por apedramiento… Con piedras se construyen casas y caminos “empedrados” y hasta se sellan tumbas. Con piedras se hacen instrumentos desde cuchillos sacrificiales hasta platos o jarras. En suma, piedras pueden significar una cosa y casi la contraria. En la Biblia, por ejemplo, así como se erigen piedras conmemorativas (Gen 35,14) a su vez se prohíbe que las haya (Dt 16,22).

Resulta, insisto, curioso que la prensa parezca responsabilizar de un destrozo a los mismos que lo edificaron… Y me permito una analogía.

Carlos Mugica contaba que, en su pasado gorila, había custodiado los templos incendiados por la barbarie peronista; pero una vez que de dejó convertir por los pobres, que aceptó el “hedor” del pueblo, se autocriticaba diciendo que se “había conmovido por los templos de piedra que habían sido destruidos y nada me había conmovido los cientos de templos vivos bombardeados en la plaza”. A lo mejor acá haya una interesante comparación: porque los mismos de las bolsas mortuorias, preocupados por las piedras hicieron todo lo posible para que los muertos fueran más y más, al menos “los que tengan que morir”, y luego simular dolor. Son los que ahora se hacen los escandalizados por unas piedras y se despreocupan de los 30.000. Son los que nada dijeron de los/as desocupados/as, los/as hambrientos/as, los endeudados por los fugadores, los que enfermaron de enfermedades ayer olvidadas, los empobrecidos, desescolarizados… y más, mucho más. Miles y millones por los que no pusieron una piedra, sino que sus policías apedreaban, millones que no marcaban caminos, sino que erigían muros de propiedad privada…

Raro, muy raro que se hagan los preocupados por unas piedras los que tienen caras de idem. Pero ya estamos acostumbrados.

 

Foto de “clarín” de piedra tomada de https://www.alamy.es/foto-flauta-de-piedra-caliza-jugador-periodo-arcaico-fecha-primera-mitad-del-siglo-vi-b-c-cultura-chipriota-caliza-media-dimensiones-h-10-1-2-in-26-7-168230226.html

Comentario a las lecturas, domingo 30 "B"

 

En medio de las sombras de la cruz 

un mendigo se pone en camino

DOMINGO TRIGÉSIMO - "B"


Eduardo de la Serna



Lectura del libro del profeta Jeremías     31, 7-9


Resumen: Israel está cautivo, pocos han sobrevivido, pero Dios les asegura que se ocupa de ellos haciéndoles llegar la salvación, y una salvación que es para todos, inclusiva, no solo para los fuertes de la asamblea.
    

Jeremías canta e invita a cantar la alegría por el regreso de los desterrados. Es un canto de alegría por “Jacob”, el primero (lit. “la cabeza”, rosh) de los pueblos (cf. Is 12,6; 40,9-10; 44,23; 55,11; Sal 47,2.9-10; 68,33-36). Con tres verbos insiste: háganlo oír, alaben, digan la obra de Dios por los suyos: la salvación.

El pueblo, oprimido en el exilio escucha el anuncio de su regreso, la situación de angustia y muerte se transforma en vida y salvación, Dios ha socorrido a “su pueblo” (’am), a los sobrevivientes (“el resto”, sa’ryt). Por el “resto” se trata en un primer momento de los sobrevivientes de una batalla (cf. Gen 45,7; 2 Re 19,4.30-31; 1 Cro 4,43; 2 Cro 36,20…) pero – especialmente luego del exilio – es imagen del pueblo de Dios desterrado al cual Dios reúne (Jer 23,3; 42,2; Ez 9,8; 11,13; Am 5,15; Mi 2,12; 4,7; 5,6-7; Sof 2,9; Ag 1,12.14; Zac 8,11-12). El “resto”, salvado por Dios es visto como el pequeño grupo que permanece fiel a Dios y sus caminos. Pablo, al plantear en Romanos la respuesta de Israel frente a Jesús (Rom 9-11) utiliza la imagen del “resto” citando Is 10,22-23 para aludir a aquellos israelitas que reconocieron a Jesús como mesías (Rom 9,27; 11,5).

Este “resto” será “reunido” por Dios de todas las regiones donde está “disperso”. Y los convocados no son solamente los varones fuertes o aptos para la batalla sino también los incapacitados (ciegos y lisiados), impuros para participar del culto (Lev 21,18; 2 Sam 5,8 cf. Dt 15,21; Mal 1,8) y también para las mujeres en situación de debilidad (embarazadas y parturientas). A eso el autor lo llamará “gran asamblea” (qahal gadol; la Biblia griega lo traduce “mucha multitud”). La asamblea de Dios resulta inclusiva, lo que refuerza el grito de alegría.

El contraste entre el pasado y el presente queda expresado en las lágrimas de ayer y el consuelo de hoy manifestado en el camino llano y las corrientes de agua (esto recuerda el anuncio del Deutero Isaías del regreso del exilio, cf. Is 40,3-4;  es posible que alguno haya influido en el otro sin que sea fácil precisar cuál).

Cuando Jeremías profetiza, el reino norte (Israel, “Efraín”; “primogénito”) hacía tiempo que estaba destruido. Asiria (“el norte”) había llevado exiliados a gran parte del pueblo, pocos (“un resto”; cf. Is 43,5-6) habían sobrevivido a un pueblo tan sanguinario. Pero como un nuevo éxodo (camino llano, agua) el Dios de la alianza se presenta como un “padre” (cf. Ex 4,22; Dt 32,6) que se ocupa de su hijo primogénito salvándolo.



Lectura de la carta a los Hebreos     5, 1-6

Resumen: la carta a los Hebreos empieza a preparar el terreno y dar un paso más en su afirmación teológica de que Jesús es sacerdote. Para ello mira los elementos del sacerdocio antiguo que le son útiles para aplicarlos luego a Cristo.


La carta a los Hebreos había mostrado la novedad sacerdotal de Cristo: es creíble (destacado la semana pasada) y compasivo, misericordioso, lo que destacará la lectura de hoy. Pero el texto, para poder afirmar esto (sabiendo que Jesús era laico, no sacerdote) presenta unos elementos característicos del sacerdocio antiguo que le sirven para relacionarlos con Cristo. Pero dentro de las muchas cosas que podría destacar del sacerdocio antiguo destaca sólo aquellas (5,1-4) que le sirven para mostrar la debilidad (“los pecados”) omitiendo otras (como rituales, baños, vestidos, pertenecer a la tribu de Leví, unciones, sacrificios…). Como el sacerdote debía ofrecer un sacrificio por sus propios pecados (Lev 9,7-8; 16,6) antes de ofrecerlo por los pecados del pueblo (9,15; 16,15) queda de manifiesto su propia debilidad. Pero además, el sacerdocio no se trata de una “carrera” o un “escalafón” sino de algo que sólo Dios puede conferir y es un camino que está cerrado a los ambiciosos (cf. Núm 16). Es decir, el autor toma los elementos del sacerdocio antiguo que le sirven para aludir a la semejanza con Cristo al que pretende mostrar como sacerdote también él.

A partir del v.5 comienza a hablar del sacerdocio de Cristo empezando por la humildad: Cristo “no se glorificó a sí mismo” sino que es Dios el que lo ha nombrado Sumo Sacerdote. Pero este sacerdocio, y aquí solamente lo introduce ya que lo desarrollará más adelante (cap. 7), es sacerdocio de un modo nuevo, “al modo de Melquisedec”. La referencia a Melquisedec la recibe del Salmo 110,4 donde había encontrado (v.1) un punto de partida propio de la cristología tradicional (“siéntate a mi derecha”, Heb 1,13). De hecho, para dar el salto teológico de presentar una cristología sacerdotal, antes el autor consideró necesario partir de la cristología tradicional (Sal 2; 110), como se repite aquí: Jesús es “Hijo” (v.5; cf  Heb 1,5; Sal 2,7) y está sentado a la derecha de Dios.



Evangelio según san Marcos     10, 46-52

Resumen: Jesús está llegando a Jerusalén en un clima de incomprensión por parte de los suyos. Un mendigo ciego grita pidiendo “compasión”, en este caso, recuperar la vista. Pero súbitamente, al recuperarla Marcos nos presenta al ciego como modelo de discípulo, justo cuando se aproxima el momento dramático del ministerio de Jesús y el escándalo de su soledad.


La unidad conformada por los tres anuncios de la pasión con sus correspondientes malentendidos y enseñanzas de Jesús llega a su fin. Jesús está llegando a Jerusalén y previamente pasa por Jericó (menos de 30 kms). Al salir de la ciudad con los discípulos y una multitud considerable en el camino  encuentran un mendigo. Para la sociedad antigua el mendigo está más bajo que el esclavo en la escala social ya que al menos, este tiene el sustento asegurado. Mendigar es la última posibilidad que tiene en cuenta como solución el administrador deshonesto (Lc 16,3), y eso lo avergüenza. En este caso, se trata de un ciego (término preferido por Mateo, x17) que lo que hace es “mendigar” (Lc 18,35), “pedir limosna” (eleêmosynê, término preferido de Lucas-Hechos, x12).


Sin embargo, al escuchar que el que pasaba era “Jesús el Nazareno”, “se puso a gritar y decía”, pedía “compasión” (eleêson). La raíz verbal es la misma ya que la “limosna” se entiende como  un acto de compasión. Pero no es dinero lo que en este caso el mendigo pide como se dirá enseguida (“¿qué quieres que te haga?”). El ciego lo llama dos veces “hijo de David”, algo que Jesús no parece ver con buen agrado, al menos puesto en boca de los escribas (12,35-37).


Jesús, que está “en camino” (a Jerusalén, queda dicho) se detiene ante el ciego que está junto al camino”. Y lo “llama” (notar que el verbo “llamar”, fôneô se repite tres veces en el mismo versículo), se trata de “pronunciar / emitir un sonido” y puede ser desde un susurro (Sal 115,7; Is 29,4) a un grito (Dn 4,14; 5,7; Mc 1,26), el canto de un ave (Sof 2,14; el canto del gallo, Mc 14,30), de un instrumento musical (1 Cr 15,16; 1 Mac 9,12; Am 3,6) o una consulta (Is 8,19; 19,3) o invitación (Lc 14,12).


La reacción del ciego es súbita: arroja el manto. El verbo arrojar (apobállô) no es muy frecuente (x5 en LXX y x2 en NT), e indica desprenderse (cf. Tob 11,8), dejar caer (cf. Is 1,30). Ex 22,25-26 afirma claramente que el manto (himatíon) es lo único que el pobre tiene y Dios se ocupa de él porque es “compasivo” (eleêmôn). A lo ya señalado agrega que dio un salto (anapêdêsas, única vez en el NT, x6 [o 7] en LXX) y fue hacia Jesús. Allí él le pregunta al ciego: ¿qué quieres tú que haga? ¿Cuál es la “compasión” que pretende?


Con un nuevo título dirigido a Jesús (rabbouní) le pide la vista. Literalmente “rabb” es “fuerte”, por lo que rabbí es “mi fuerte” y rabbouní es un aumentativo, “mi fortísimo” en el sentido de “mi maestro”. Lo que el ciego pretende es “ver” (anablepsô). La frase “tu fe te ha salvado” es repetida en los evangelios en diferentes contextos: una mujer con hemorragias (Mc 5,34), una prostituta (Lc 7,50), un leproso samaritano (Lc 17,19), un mendigo ciego… siempre se dirige a personas marginales. Obviamente la palabra “salvación” significa diferentes cosas según el destinatario: curación o perdón, por ejemplo. Como ocurre en muchos otros casos luego de obrado el milagro Jesús dice al beneficiario que se vaya: “vete” (cf. 1,44; 2,11; 5,19.34; 7,29), sin embargo, el relato concluye de otro modo: por una parte que “al instante” / entonces (euthús; término preferido de Marcos: x6 en Mt, x3 en Lc, x3 en Jn y ¡x42 en Mc!) recobra la vista (anablépsen). Pero en lugar de irse, el que había sido ciego “lo seguía (akoloutheô) por el camino” (hodós). En 10,32 Marcos había dicho que iban “de camino” a Jerusalén, y “los que lo seguían” tenían miedo. En Lc 9,57 Jesús va en camino (a Jerusalén, 9,51) y uno de entre la gente le afirma que lo “seguirá”. “Seguir” es ciertamente un verbo propio del discipulado (x25 en Mt; x18 en Mc; x17 en Lc; x19 en Jn): ver 1,18; 2,14; 6,1; 8,34; 9,38; 10,21.28; 15,41.


El contexto y algunos elementos del relato invitan a descubrir que no estamos ante un mero relato de milagro. Éste ciertamente existe, pero una serie de aspectos invitan a ver algo más. Marcos había presentado otra curación de ciego (8,22-26) pero que en un primer intento no parece exitosa: “veo los hombres como árboles que caminan”, (v.24) lo cual es propio del marco de incredulidad que rodea la unidad. Pero ahora Jesús ha explicado ante los malos entendidos de los que lo siguen cuál es el verdadero camino del discipulado (“el que quiera”, 8,35; 9,35; 10,44). Llegando a Jerusalén, donde Jesús ha anunciado su muerte, el relato nos presenta a uno que ve el camino en el que estaba antes detenido, y al “ver” a Jesús (cf. 4,12; 8,18) deja todo lo (poco / casi nada) que tiene (el manto; cf. 1 Re 19,19) y lo sigue. Justo llegando a Jerusalén, en un marco donde los más cercanos a Jesús (Pedro, Santiago y Juan y los Doce) no lo comprenden, Marcos nos presenta un modelo de discípulo (quizás por eso la insistencia en su nombre).



Foto tomada de www.rie.cl

lunes, 18 de octubre de 2021

video con comentario al Evangelio del domingo 30 "B"

 Video con comentario al Evangelio del domingo 30 "B"



Puede verse también en 


https://youtu.be/4wmTp23XrVY


Eduardo

De eso se trata (un 17 de octubre)

 De eso se trata

Eduardo de la Serna




Después de leer varios comentarios sobre la marcha de ayer, 17 de octubre (y como es razonable hacerlo, también artículos críticos), quisiera decir brevemente algo para quién le interese, o le sirva.

Empiezo con dos refranes. Los escuché, y no es el caso confirmar su autenticidad (tienen razonabilidad, que en este caso es lo que cuenta): en casa de un amigo, en nuestra adolescencia, recuerdo que en su habitación tenía pegada una frase que atribuía a Pascal: “o se tienen pocos amigos o se tienen pocas ideas”. La otra es un dicho que parece que proviene de la India: “si todo es azul, ¡el azul no existe!”.

Tengo claro, y más en estos momentos, que un estilo confrontativo puede no servir para conducir. Este estilo parece que resta, mientras uno “acuerdista” pareciera que suma. Pero el problema es sumar a quién, el problema es qué significa sumar, el problema es para que se sumaría a algunos. Si algo hemos podido aprender es que “todos” no existe. Muchos quizás sí. Los odiadores, los injustos, los despreciadores no debieran ser sumados porque su ser es la resta. Y pretender incluirlos en un ilusorio todos significaría sumar a quienes restarán. ¡Raro! Esa actitud de pretender tener un millón de amigos, como se ironiza, de invitar a los grandes empresarios, abrazar a sindicalistas que se negaban a poner una fecha, de sentar o sentarse ante las cámaras de la mentira, en realidad, no suma. Ni un poroto. Y muchos, al verlo, se sienten (nos sentimos) excluidos. Si yo sé que Tal busca y buscará mi aniquilación, prefiero que sea claro que está enfrente y no que esté en casa; yo no entraría en ese “todos”.

Varias veces hemos referido a la profundidad del imprescindible: “si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente” (que parece aludir a otro grande, también muy grande: “dice mi padre que un solo traidor puede con mil valientes”) … E invitar a cenar a un/a traidor/a es, por lo menos insensato. O estúpido. O suicida.

Ayer, en la plaza, me pareció sentir esa mezcla de alegría y reproche. Y no me refiero a los discursos, lo que sería una obviedad, me refiero a los miles y miles de autoconvocados. Me refiero a los cantos, a los aplausos, a los carteles, a los comentarios. Y no me interesa “ni un tantico así” lo que digan los hegemónicos sobre la vandalización de las piedras por los muertos por COVID cuando nunca dijeron media palabra sobre las vandalizaciones de los pañuelos, ni me importa la insistencia en la supuesta – y falaz – afrenta a un pobre dibujante y evidente plagiador cuando callaron ante amenazas con cohetes a la luna, cuando se hacen los escandalizados por espionaje, porque en este caso no lo manipulaban Arribas y Majdalani, probablemente; porque en ese caso era buenísimo, aunque yo fuera la espiada.

Pero ayer hubo también alivio. No electoral, que es otro tema. Alivio de ver caras y escuchar cantos. Y no las caras de todos, sino las caras de los nuestros. Nuestros rostros. Y, ahora sí, “todos” nosotros. Desentumecernos, aliviarnos de la abstinencia, y que al final de la tarde (es mi caso) nos duela todo, con el dolor del alivio, el dolor del “¡al fin!”

Habrá otras marchas, sin duda. Hoy mismo muchos de los que no pueden festejar lealtad celebran la corporación, e invitan a movimientos sociales amigos desinvitando centrales no tan cómplices. Otros trabajadores participarán, sin duda, celebrando. Y mañana mismo el músculo desentumecido puede estar alerta para el grito y el canto eventual “de los que amamos tanto”. Las elecciones pasarán, bien, mal o no tanto, pero hay y habrá un pueblo unido, que quizás sea vencido (lo fue en varias ocasiones, porque “¡pasaron!”) pero unidos empieza la resistencia. Y un 17 de octubre lo mostró, muchos años ha, y otros lo gritarán, con tiza o con carbón, con redes o con marchas (aunque sean “bullrichescamente” reprimidas). Se trata de causas, de trata de luchas, se trata de utopías. ¡De vida se trata!

viernes, 15 de octubre de 2021

¡Miren! Pero miren bien

                                   ¡Miren! Pero miren bien

Eduardo de la Serna

 


Hace mucho tiempo, una mujer enorme, y con razón, nos criticaba. No sé si a todos, a muchos o a algunos. Pero hoy, y sintiéndome ajeno a esa crítica, me atrevo a repetirla con otra dirección. Al observar a liberales, neoliberales o libertarios exclamo, “miren cómo nos hablan de libertad, cuando de ella nos privan en realidad”.


Fue notable la patética escena, desconozco si auténtica, si guionada o dicha con animus iocandi de Javier Milei; “¡Átenme, átenme!” en el innecesario debate de los candidatos a diputados por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). En realidad, él estaba “atado” por un contrato, o por un acuerdo previo que establece las reglas de un debate, además del acuerdo tácito del respeto. Pero a eso nos tienen habituados los liberales, neoliberales y libertarios: a hacer lo que ellos quieren con su libertad abusando o privándonos de la nuestra. Es lo mismo que hizo Macri en todo su gobierno, o Rodríguez Larreta en la CABA. Nos hablan de libertad para privatizar el río, para usurpar el Correo o la misma Patria, o injuriar y robar tiempo en un debate y privan, en realidad, del acceso a la costanera, a una patria para todos/as/es o del tiempo que otros candidatos debían usar.


¿Y qué hacen cuando otros les hablan de libertad? Pues se van, habitualmente, obviamente a su madre patria viajaron Macri y Rodríguez Larreta, o gritan e insultan, a lo Espert o Milei. De paso, la frase “zurdos de mierda”, ¿es muy diferente de judíos de mierda, negros de mierda, putos de mierda? Porque da la sensación que algo despreciado, casi vomitado es reforzado por el “de mierda”. Y a eso, en mi cultura, lo llaman discriminación. Claro que, para algunos, todos son zurdos, porque (casi todos) están a su izquierda (lo cual es casi una obviedad) y quisieran atarles la mano izquierda, porque son siniestros, y enseñarles que solo deben usar la derecha. Pero sea desde el desprecio o desde los gritos no está de más preguntarnos ¿y mi libertad?  Porque, ¿respetarla? No parece que lo hagan ¡ni un poquito!


Mientras tanto, desatados, Macri grita que no se inunda más, o Milei cualquier cosa (haciéndose el intelectual que no resiste un debate “atado” a las reglas). Se podrá decir que uno es pelado, otro bien peinado y otro luciendo peluca, pero lo cierto es que, salvando estéticas, nos privan de la libertad que ostentan a los gritos y secuestran a todos salvo para los suyos. Eso sí, ¡miren cómo nos hablan de libertad!

 

Foto tomada de https://mimusicamialma.wordpress.com/2017/08/24/violeta-parra-y-su-cancion-infinita-que-dira-el-santo-padre/

jueves, 14 de octubre de 2021

Los profetas y Dios que no se calla

 Los profetas y Dios que no se calla

Eduardo de la Serna



Desde hace ya tiempo me parece importante prestar mucha atención a dos grandes profetas de Israel: Jeremías y Ezequiel. Ambos no son muy distantes en el tiempo, aunque sí en la geografía: Jeremías habla desde Judea, Ezequiel desde Babilonia. Ambos en los comienzos del s. VI a.C.

Un profeta es alguien que pronuncia palabras (o realiza gestos) de parte de Dios a un grupo de destinatarios sean estos el pueblo, los dirigentes, o algunos grupos de la élite. Por eso, en los relatos vocacionales de ambos (y también de otros) la imagen se desvía a la boca: “me tocó la boca… pongo mis palabras en tu boca” (Jer 1,9), “abre la boca y come lo que te doy… cómete este rollo y ve a hablar a la casa de Israel” (Ez 2,9; 3,1).

Ezequiel es de familia sacerdotal, por eso es llevado cautivo a Babilonia en un primer momento (año 597). Sus compañeros de exilio son parte importante de la élite de su pueblo, y a ellos debe dirigirles la palabra. Más adelante se engrosará el número de cautivos cuando Jerusalén sea destruida (587) y toda la dirigencia sea llevada a “los canales de Babilonia” (Sal 137,1). Quizás sea la experiencia, pero lo cierto es que Ezequiel sabe que, aunque hable maravillosamente, no harán caso a sus palabras. Y, de hecho, Dios mismo se lo reconoce:

Acuden a ti en tropel y mi pueblo se sienta delante de ti; escuchan tus palabras, pero no las practican; con la boca dicen elogios, pero su ánimo anda tras el negocio. Eres para ellos como un cantante de amor, tienes buena voz y tocas armoniosamente. Escuchan tus palabras, pero no las practican. (Ez 33,31-32)

 

Esto provoca en Ezequiel la tentación de no hablar: ¿cuál sería el sentido? ¿para qué hacerlo? Pero Dios lo ha elegido como profeta, precisamente, para que hable, aunque el rollo que ha debido comer, dulce a la boca (3,3), son palabras “fúnebres, lamentos y amenazas” (2,10). Ante esta tentación Dios mismo lo alerta con la imagen del vigía: éste debe anunciar a la ciudad los peligros que se avecinan (3,17; 33,7). Y, con claridad le dice que, si él le encarga corregir al malvado, si no lo dice, “yo te pediré cuentas a ti”, pero si, por el contrario, lo advierte, y el malvado no cambia de actitud, “morirá él por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida” (3,18-19). Dios mismo insiste en que es muy posible que Ezequiel no sea escuchado (2,5.7; 3,11) pero lo que Dios pretende es que nadie pueda decir que el Señor se desentendió de su pueblo: él habló por intermedio del profeta, el tema es que no fue escuchado: “sabrán que había un profeta” (2,5; 33,33). Esto no quita que, en una ocasión, a modo de signo visible (como es frecuente en los profetas) precisamente porque “son una casa de rebeldía” Dios lo manda a encerrarse en su casa y no debe aparecer entre ellos

 

“yo haré que tu lengua se te pegue al paladar, quedarás mudo y dejarás de ser su censor… más cuando yo te hable, abriré tu boca y les dirás: Así dice el Señor Yahvé, quien quera escuchar que escuche, y quien no quiera que lo deje porque son una casa de rebeldía” (3,24-27).

 

La clave del texto parece ser, no tanto lo que Dios le manda decir (porque no dice lo que ha de hablar) sino simplemente que se sepa que Dios mandó un profeta y que éste no fue escuchado; diga lo que sea que diga. El profeta no es importante, en este caso; lo que importa es Dios y también la “casa de rebeldía”; el profeta es simplemente un mediador entre Dios y los suyos. Un mediador que no puede callar, salvo cuando Dios lo calla, y debe hablar cuando Dios lo envíe: sabrán que había un profeta porque hubo uno que habló de parte de Dios, a su pueblo cabeza dura: “así dice el Señor” (2,4; 3,11.27). Como invitación profética parece una invitación al fracaso, sin dudas.

Jeremías, por su parte, se encuentra en los momentos previos e inminentes a la invasión babilonia (cerca del 600 a.C.), y lo que va a decir es que Dios se va a desentender de la ciudad y del templo, que la próxima invasión es consecuencia de la infidelidad y desobediencia de Jerusalén y sus reyes. ¡Ya es tarde! Como era de esperar, estas palabras resultan chocantes: desalienta la resistencia, parecen de un enemigo de la patria. Las autoridades y el pueblo mismo empiezan, cada vez con más vehemencia y violencia a resistir a Jeremías hasta el punto de pretender matarlo. Es el momento en que el profeta entra en conflicto con Dios: es él quien le manda hablar y lo persiguen por eso. En una serie de textos (que, quizás no muy precisamente, se los ha llamado las “confesiones” de Jeremías) cada vez con más angustia él se queja ante Dios por el cual se siente cada vez más abandonado. Llega hasta el extremo de gritar:

Me violaste, Señor, y me dejé violar; me forzaste, y me venciste. Yo era motivo de risa todo el día, todos se burlaban de mí.

Si hablo, es a gritos, clamando ¡violencia, destrucción!, la Palabra del Señor se me volvió insulto y burla constantes, y me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su Nombre. Pero la sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía.

Oía el cuchicheo de la gente: Cerco de Terror, ¡a denunciarlo, a denunciarlo! Mis amigos espiaban mi traspié: A ver si se deja violar, lo venceremos y nos vengaremos de él. (Jer 20,7-10)

Las palabras que Dios le manda decir son “violencia y destrucción”, es comprensible, entonces que la gente y sus amigos quieran atacarlo. La imagen de la mujer seducida, violada, ciertamente es chocante, especialmente porque él se compara a ella y a Dios como el que impone su poder. Por eso se propone callar, pero no lo logra, la Palabra de Dios aflora y le quema por dentro. Nuevamente no parece una vocación al éxito la vocación del profeta.

Es momento de decir una palabra sobre otros personajes frecuentes en Israel, y particularmente en conflicto con Jeremías: los falsos profetas. No se refiere en este caso a los profetas que hablan en nombre de otros dioses (Dt 18,20), lo cual resulta evidente, ni tampoco los que profetizan por dinero (Mic 3,11), sino de aquellos que hablan de parte del Dios de Israel. Cuando dos profetas dicen cosas contrapuestas ¿cómo saber cuál habla realmente de parte de Dios? Digámoslo sencillamente: ¡no hay manera! La misma Biblia propone criterios diferentes, y – además – incompletos. Jeremías mismo dirá que si anuncian “paz” son falsos profetas (14,13-14) lo cual, ciertamente no aplica al discípulo de Isaías que es “mensajero que anuncia la paz” (Is 52,7). ¿Cómo saberlo, entonces? En ocasiones se dice que si lo que dice el profeta se cumple, entonces es un verdadero profeta (Dt 18,21), pero ¿cómo saberlo cuando “si se cumple” ya es tarde, como, por ejemplo, cuando se pretende saber si Dios está de acuerdo o no con una batalla? En ese caso, ciertamente, ya es tarde (1 Re 22,1-39; “si es que vuelves victorioso, es que Yahvé no ha hablado por mí”, v.28). En el caso de Jeremías, confronta con Jananías. Ambos dicen hablar de parte de Dios. Jananías también dice “Así dice Yahvé Sebaot, el Dios de Israel” (28,2). Como decimos, no hay modo de saber en el momento cual de los dos habla realmente de parte de Dios (y no es sensato pensar en mala voluntad o engaño de parte de Jananías; es muy razonable suponer que él está convencido que Dios habla por su boca y quiere defender al pueblo judío de los adversarios babilónicos: “¡Dios no lo permitirá!”). Ciertamente, la “recepción” es importante, pero hemos de señalar que Jananías fue mucho más aplaudido que Jeremías en su tiempo. Hubieron de pasar décadas y más décadas para descubrir que Jeremías había sido profeta de Dios y, por tanto, sus palabras conservadas en el canon bíblico.

Ahora bien, ¿cómo recibe el profeta una palabra de parte de Dios para luego pronunciarla? Ciertamente no necesitamos imaginar situaciones extraordinarias y maravillosas, los profetas ven lo que está a nuestros ojos y con mucha frecuencia no sabemos, no podemos o nos negamos a ver. Al ver un alfarero o unas cestas con higos, Jeremías sabe que Dios está hablando (18,3; 24,1). En el caso de Ezequiel es más complicado porque utiliza el lenguaje de visiones o imágenes, pero lo cierto es que, en ambos casos, y todos los demás profetas, frente a lo que ven sienten como y lo que Dios siente. Esta sym-pathia (sentir con) con lo que Dios experimenta es la que mueve a los profetas a pronunciar una palabra: no puede permanecer callado cuando “venden al pobre” (Am 2,6), cuando los poderosos “corren los mojones” apropiándose terrenos de los débiles (Dt 19,14; 27,17), frente a las mujeres de la elite que “oprimen a los débiles y maltratan a los pobres” mientras beben con sus maridos (Am 4,1), acostados en camas de marfil (Am 6,4), los que “han comido la carne de mi pueblo” (Mi 3,3) … Los profetas ven y sienten como Dios, y saben que Dios – entonces – les manda hablar de su parte. Y no pueden callar. No deben callar.

Y sería muy extraño creer que Dios ya no siente y ya no habla. ¿Cómo sería ese Dios que habló ayer, sintió ayer pero hoy permanece indiferente en el séptimo cielo, mientras devoran la carne de su pueblo, corren los mojones u oprimen al pobre? ¿o será que algunos profetas han elegido callar, han reprimido el fuego interior para no tener que gritar o escuchar los gritos ante las palabras que se supone deberían decir? Porque si Dios siente dolor ante el dolor, llanto ante los llantos y no puede permanecer indiferente ante el clamor de su pueblo, pues no es Dios sino sus intermediarios, los profetas, los que deberían pronunciar su palabra. El aparente silencio de Dios ante los dolores de la humanidad, ¿no será, más bien, el silencio de sus vigías? Me lo pregunto, sencillamente, por eso que Dios dice que “pedirá cuentas” (Jer 9,9; Ez 3,18) … No me gustaría quedar en deudas con él. Y no por temor, sino porque creo que no se lo merece. Porque querría que sean miles y miles los que puedan conocer – y por lo tanto, amar – a Dios, un Dios madre de ternura y padre de ternura, un Dios que no puede, no sabe y no quiere permanecer indiferente ante los que sufren. Y, además, los que sufren tampoco se lo merecen.


Foto tomada de https://www.religiondigital.org/libros/Jeremias-Ezequiel-profetas-tiempo_0_2350864907.html