sábado, 29 de enero de 2022

Lo siento en el alma

 Lo siento en el alma

Eduardo de la Serna



Nuestro lenguaje cotidiano, y también el religioso, tiene introyectados algunos términos que no está mal pensarlos, sea para profundizarlos, precisarlos o, eventualmente, para descartarlos. Uno de ellos, ¡y muy común!, es el término “alma”.

No voy a comentar aquí todo lo que esto significa y su origen y sentido, sino que me interesa pensarlo en nuestra actualidad, nuestra catequesis y ambientes semejantes. La palabra “alma” es parienta de la palabra “vida”, y, de hecho, los términos hebreos (nefesh) y griego (psyjê) que la mencionan significan tanto una como la otra según sea el caso. La prohibición de comer comida con sangre, entre los judíos, tiene que ver con eso, precisamente porque la sangre, donde está la vida, es el alma de un animal (y, por lo tanto, algo del mundo “santo”, divino), algo que – por eso mismo – no se debe comer. Es decir, en el ambiente bíblico (Antiguo y Nuevo Testamento), al hablar de “alma”, de la vida se trata.

Pero en el mundo griego, el término “alma” es otra cosa. Es lo contrario de “cuerpo”. Y si en el ambiente bíblico, el alma es todo el ser humano “animado”, vital, en el mundo griego, son dos cosas diferentes (dualismo), “cuerpo y alma”. Para señalarlo claramente: los diferentes aspectos humanos, por ejemplo, el corazón, los riñones, el alma son vistos siempre de un modo unitario en la Biblia: se tratan “del ser humano” pensante, sintiente, animado... En cambio, en el mundo griego, que “distingue” para entender, se trata de diferentes “partes” de la persona. Por eso, para los griegos, la muerte es la “separación del alma del cuerpo”. Este dualismo, por ejemplo, lleva a entender que “el cuerpo es cárcel del alma”, como sostiene el platonismo, con lo que, evidentemente, no sólo se entiende una evidente superioridad de esta sobre aquel (en la muerte, el alma se libera), sino que, esto lleva también a que muchos nieguen la pertinencia de la resurrección (contra estos escribe Pablo en 1 Corintios 15, “¿cómo andan diciendo algunos que no hay resurrección?”); es decir, si el alma se libera, no es lógico que vuelva a “encarcelarse” en la resurrección. Estas imágenes llevaron, en la historia, a actitudes dualistas como que el ser humano es una mezcla de ángel (el alma) y bestia (el cuerpo) en los que éste debe ser controlado, o domado, de modo que no nos domine. Así se explicaban ayunos y mortificaciones, cilicios y otras maneras de tratar al “hermano burro”, como a veces llamaban al cuerpo.

Este dualismo (platonismo, en general) llevó, por ejemplo, a leer la Biblia de un modo “espiritual” por encima de una “lectura material” (= histórica). Este helenismo empezó a ser cuestionado y dejado de lado por alguno de los grandes místicos, que empezaron a entender a Dios de un modo distinto. Por ejemplo, el gran teólogo Hans U. von Balthasar afirma que “por la sola hazaña de haber eliminado de la Iglesia los últimos residuos de la interpretación neoplatonica (santa Teresita) ya merece un puesto dentro de la historia de la teología” [Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Barcelona 1989, 198 (es bueno recordar que también por eso, las dos Teresas. la de Ávila y la de Lisieux, fueron proclamadas Doctoras de la Iglesia)].

Este dualismo marcó por muchísimo tiempo la espiritualidad en la Iglesia desde que el ambiente griego y su cultura fue el instrumento utilizado por los cristianos de los siglos II y III para el diálogo con el mundo. Por ejemplo, san Justino (s. II) quiso mostrar muy seriamente, a su medio ambiente del Imperio Romano, que, en los textos de los grandes filósofos como Sócrates y Platón, había “semillas del Verbo”. Y su aporte fue muy valorado. El problema ocurrió cuando ese aporte al diálogo, se asumió erróneamente y, entonces, todo (la Biblia y la persona humana) fue entendido de modo “griego”. Por eso muchos teólogos piensan que hoy es indispensable “deshelenizar el cristianismo”. Hay muchas cosas que solemos entenderlas de un modo más griego que bíblico, y hoy son piedras (o abrojos) en el camino: la concepción de la mujer, es griega, lo mismo la de la belleza, del poder, de la verdad y, por supuesto, ¡del alma!

La vieja frase “salva tu alma”, por ejemplo, expresa esta idea (las “almas del purgatorio”). El cuerpo no importa, “lo que se va al cielo es el alma”, con lo cual, afirmar que “creo en la resurrección de la carne” no pareciera tener sentido. Esta imagen dualista llevó a entender, por ejemplo, que hay “dos historias”, una es la historia profana y otra la “historia sagrada”, la “de la salvación”; a nosotros nos tocaría atender solo la “divina”, lo otro es “profano”. Mientras que una mentalidad bíblica, en cambio, entiende que los creyentes debemos “meter a Dios” en la historia humana. Israel debe enfrentar a Egipto, a los hititas, asirios, babilónicos y demás pueblos de su entorno, y en medio de esas situaciones, ir buscando vivir e implantar “el derecho y la justicia”, ser “luz para las naciones”. No es una historia “espiritual” que “sobrevuela” la política, la sociedad… Lo mismo ocurre en el cristianismo, donde Jesús “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”, y hubo Herodes y hubo mártires… En la historia (es decir, en lo social, lo político, lo económico, lo cultural…) debemos regar – o, acompañar la siembra que Dios hace – del reino (porque en la historia siempre hay “semillas del Verbo”, sin duda).

Podríamos formular muchas críticas y más preguntas a la imagen del alma como lo único importante; desentenderse del cuerpo significa desentenderse del hambre, de la falta de salud, de las torturas, la guerra y la violencia, cosa que – evidentemente – Jesús no hizo, ni hicieron sus amigos en la historia. Es la persona humana (toda la persona) la que está llamada a caminar las huellas de Jesús, el que regaló pan y perdón, sanaba enfermos y anunciaba Buenas Noticias… y que a todas las personas con las que “caminamos juntos” (sínodo) los convoca a buscar juntos, para todas, todos y todes, vida plena. Una vida que busca “el pan nuestro de cada día” y que pide al Padre, “perdona nuestras deudas”, una vida que quiere que los pobres sean felices porque toda su persona, toda su “vida” encuentra en Jesús la plenitud. Se trata de buscar la felicidad de todos, todas y todes, con “toda el alma”, es decir, con todas las fuerzas y toda la vida.


Foto tomada de http://josevaldez4bc36.blogspot.com/2011/04/gotas-de-sangre-biografia-de-joseph.html

miércoles, 26 de enero de 2022

Manadas, jaurías y comunidad

 Manadas, jaurías y comunidad

Eduardo de la Serna



Es sabido que en el “reino animal” muchas especies construyen su fortaleza por el trabajo conjunto. Una manada de ñus, de cebras o de antílopes se vuelve casi inexpugnable para leones, hienas o chacales. Es necesario azuzarlos para que en la corrida uno quede aislado y pueda así, ser atrapado. Y esta importancia del conjunto vale para abejas y hormigas, pirañas y sardinas, y otros animales varios. Para atacar o defenderse muchas especies parecen saber la importancia de que “los hermanos sean unidos”, que “unámonos como hermanos, que nadie nos vencerá”, o “que no es cosa de salvarse cuando hay otros que jamás se han de salvar”. Que “la unión hace la fuerza” no es algo que los animales saben y por eso lo aplican, sino algo que ellos aplican y por eso nosotros lo sabemos. Y, no solo “nosotros”, sino también “los otros”. Por eso el “¡divide y vencerás!”, porque “si entre ellos pelean, los devoran los de afuera”.


Ahora bien, nada de esto tiene que ver con la importancia de la unidad en el movimiento de Jesús. No se trata de unidad para la defensa o el ataque (“del maligno enemigo defiéndeme”, sic), se trata de unidad porque “así somos”; eso somos. La Iglesia es comunidad, no la suma de individuos; es pueblo, no la suma de “ciudadanos” (por eso, entre paréntesis, me incomodan mucho las referencias o cantos en singular: “defiéndeme”, “espíritu… ven a mi vida…”, “tú puedes / debes” …). Esa comunidad es vista como una familia. Pero no como cualquier familia, sino una familia “al modo de Jesús”. Es evidente que, si bien la familia es una estructura de base de la sociedad, para Jesús esta debe relativizarse: “Que los muertos entierren a sus muertos”. Veamos un ejemplo: familias hay de muchos modos y maneras, ayer, y hoy. Y mañana. Abraham, nada menos, tuvo varias mujeres. Y lo mismo Jacob, ¡nada menos! Juan el Bautista y Jesús, por lo que sabemos, ¡ninguna! Pero Jesús propone otro tipo de familia, “los que escuchan la palabra y la practican” (es decir, los discípulos del Reino), y por eso, frente a su Pascua definitiva, que es comida de familia, Jesús pregunta por la sala para “comer la pascua con mis discípulos”, es decir, con la nueva familia. En esa familia hay un Padre (que es también Madre) que a todxs lxs transforma en hermanxs. Esa es la comunidad de Jesús. Más adelante, por ejemplo, Lucas, Pablo y Juan, insistirán en que esa comunidad, además, es “animada” por el Espíritu Santo. Nadie, entonces, ocupa un lugar jerárquico en la familia de hermanxs (“a nadie llamen padre”), el discipulado de iguales.


Como comunidad es evidente que hay diferentes roles, servicios, ministerios. Y nadie puede pensar que no tiene ninguno o, tampoco, que los que “no son como nosotros” no son importantes. Es más, Pablo les afirma a los Corintios (comunidad frecuentemente tentada por la división) que los más importantes son los más débiles. Nadie debe creer “yo no soy” ni tampoco debe hacer creer a otrxs “vos no sos”. Lo que importa es el cuerpo, sin duda. No se trata de jerarquías, entonces (jerarquía, de hieros, sagrado y arjê, principio; ¿puede haber otro “principio sagrado” en la Iglesia que no sea el Espíritu Santo?), se trata de ministerios, de servicios, de carismas. En esta comunidad hay diferentes servicios, sin duda, pero no se trata de “autoridades” o “jefes”. El Papa, o el Obispo, por ejemplo, son los garantes de la comunidad, los que deben (tienen la responsabilidad de) cuidar la unidad. Así, se deben entender algunas cosas, habitualmente malentendidas: un cisma es una ruptura, una división; una “herejía” es una facción, una parte (o una secta); una excomunión es el reconocimiento de que alguien no participa de la comunión… Lamentablemente estas imágenes, por ejemplo, se han entendido exclusivamente desde una mirada “legal”, punitiva, cuando no siempre son negativas (en el Evangelio de Juan es frecuente que Jesús provoque “división”, cisma [sjisma], o en Hechos de los Apóstoles los “cristianos” son vistos como una “secta”, haíresis de las muchas, como fariseos o saduceos)… Una cosa es reconocer que alguien no está en (plena) comunión y otra muy diferente es “echarlo” de la comunión (cosa posible en ocasiones, sin duda, pero no deseable). Debemos señalar, por ejemplo, que – aunque parezca extraño – quien que atestigua la eclesialidad es la misma Iglesia, y puede haber (¡y ha habido!) papas, u obispos que no sean instrumentos de la comunión. Esto es lo que en lenguaje teológico se llama la “recepción”, el reconocimiento de eclesialidad, de pertenencia, algo que – evidentemente – no se experimenta en un momento breve, sino que requiere un largo proceso de discernimiento que asegure la catolicidad (universalidad), la apostolicidad (fidelidad a la tradición apostólica), la santidad (por la conducción del Espíritu Santo) y la unidad (porque de comunidad se trata): es decir, no es un “decreto” el que indica la pertenencia sino la aceptación del pueblo de Dios. Por eso es importante tenerlo claro, la comunidad eclesial no es un cuartel con obediencia vertical, sino una comunidad-familia, con comunión de vidas y de mesa, donde todos los ministerios, servicios y carismas están puestos al servicio de la comunión / comunidad. Sólo siendo verdadera comunidad la Iglesia puede mostrar y predicar creíblemente a todxs los seres humanos la Buena Noticia que Jesús trae a los pobres, ¡que es para eso que existe! Si no, sería solo un rebaño, y andaría dispersa “como ovejas que no tienen pastor”.


Foto tomada de https://www.diariodemocracia.com/vida/sociedad/171729-multitudinaria-peregrinacion-lujan/

martes, 25 de enero de 2022

Video con comentario al Evangelio del domingo 4º "C"

 Video con comentario al Evangelio del domingo 4º "C"


también puede verse en

https://youtu.be/DoN7zFXF5qI

Eduardo

Domingo 4C

 El profeta Jesús para todas y todos

DOMINGO CUARTO – “C”


Eduardo de la Serna



Lectura del libro de Jeremías                1, 4-5. 17-19


Resumen: Jeremías es llamado a predicar, pero el contenido de su palabra generará rechazo por parte de las autoridades y del mismo pueblo. Dios le asegura al profeta que estará a su lado en esos momentos. 

El texto de Jeremías es, en realidad una selección de fragmentos de los primeros oráculos del profeta. Cada uno de ellos comienza con la misma fórmula: “me dirigió Yahvé la palabra en estos términos” (v.4.11.13; 2,1). Es decir, el texto conjuga la primera parte del primer texto y la segunda parte del tercero.

La primera parte constituye lo que se ha llamado la “vocación de Jeremías”. Como es sabido este texto está estructurado de un modo frecuente para designar una misión difícil (como la de Moisés, la del Bautista o la de Jesús): presentación divina, diálogo entre el personaje divino y el elegido (con fórmulas como “no temas”, “yo estoy contigo” y encargo de la “misión difícil: liberar al pueblo, volver los corazones y preparar al Señor un pueblo dispuesto, y salvar al pueblo), el destinatario plantea una objeción y recibe un signo por parte de Dios. Veamos:


Moisés (Ex 3-4)
Jeremías 1
Juan Bautista (Lc 1)
Jesús (Lc 1)
“yo soy el Dios de tu padre…” (3,6)
“me dirigió Yahvé la palabra” (v.4)
“se le apareció el ángel del Señor” (v.11)
“envió Dios al ángel Gabriel” (v.26)
“te envío al faraón para que saques a mi pueblo de Egipto” (3,11)
“profeta de las naciones te constituí (v.5)
“será grande ante el Señor… preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (v.15.17)
“será grande… Hijo del Altísimo” (v.32)
“no me creerán ni me harán caso… nunca he sido de palabra fácil” (4,1.10)
No sé expresarme, soy un muchacho (v.6)
“soy viejo y mi mujer de avanzada edad” (v.18)
“no conozco varón” (v.34)
Tiró el cayado al suelo y se convirtió en una serpiente” (4,3)
Alargó su mano y tocó mi boca (v.9a)
Mira… Vas a quedar mudo (v.20a)
“Mira… tu parienta Isabel… en su sexto mes” (v.36)
“Vete que yo estaré en tu boca” (4,12)
He puesto mis palabras en tu boca (v.9b)
“Hasta el día que sucedan estas cosas” (v.20b)
“Hágase en mi según tu palabra” (v.38)


Como se ve, el texto litúrgico constituye solamente la primera parte, es decir el encuentro y el encargo. Luego, omitiendo la segunda escena (visión de la rama de  almendro) y la presentación de la tercera (visión del puchero derramado). 

La escena del puchero derramado sirve para hablar de que “vendrán” “familias” en especial “del norte” y empezará el “desastre”. Pero en v.17 el texto se dirige al profeta (ya no a lo visto en la visión). La visión “cíñete el lomo” puede querer decir “prepárate a lo que venga”, pero en algunos casos (como la Pascua) es una clara nota de esperanza (Ex 12,11). Lo que viene, en este caso, es la resistencia del pueblo a escuchar al profeta – algo que sabremos en la lectura, será una constante en la vida de Jeremías – diciéndole que resista y no tema. Decir lo que el Señor le mande es lo propio de los profetas de Israel, pero es el gran problema de Jeremías porque lo que debe decir no es agradable a los oídos del pueblo. Por eso no debe “desmayar” ya que cuenta con la ayuda de Dios para ello (el verbo desmayar, espantarse [hatat] es muy frecuente en Jeremías (x19). En este caso, Dios mismo fortalecerá a Jeremías (plaza fuerte, pilar de hierro, muralla de bronce). Aquí encontramos sintetizado todo el ministerio de Jeremías: la oposición – en muchos casos dramática y hasta mortal a su predicación (“te harán la guerra”) sea por parte de reyes o jefes, sacerdotes o pueblo. Pero Jeremías prevalecerá porque “Dios está a su lado” (reconozcamos que es tan cruel el rechazo que en algunos momentos no es la presencia de Dios lo que Jeremías experimenta, cf. 20,14-18).


Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios             12, 31-13, 13

Resumen: Pablo quiere remarcar la centralidad del amor por sobre todos los carismas y destaca que sin el amor aun estos vividos en plenitud no sirven de nada. Sólo el amor, que con la fe y la esperanza son centrales en toda la vida, perdura de un modo definitivo. 

Los capítulos 12 al 14 de 1 Corintios constituyen una unidad con sub-unidades de las cuales el texto litúrgico conforma una. Los corintios han consultado a Pablo acerca de “los espirituales”, probablemente porque algunos – los que tenían manifestaciones carismáticas muy espectaculares, como los que hablaban lenguas – pretendían ser legitimados por el Apóstol como más importantes en la comunidad. Así, Pablo dedica el cap. 12 a destacar la importancia de la unidad y la diversidad recurriendo a la metáfora del cuerpo y los miembros para recién después decir que los más importantes son los que edifican la comunidad con la palabra como los apóstoles o profetas. Pero antes de comparar insistentemente la profecía y las lenguas (cap. 14) insistirá en que sea como fuere ningún carisma cuenta si no hay amor. Es posible que Pablo mismo añada este capítulo cuando ve que la situación en la comunidad se agrava seriamente y quiere poner claro el pilar fundamental del amor. En ese caso, sería añadido (por el mismo Pablo) luego de redactar los capítulos 12 y 14. La ambición de un camino más excelente quizás en un primer momento se refiera a la profecía (ver 12,31 y luego 14,1) pero al ser introducido el cap.13 ciertamente ese camino más excelente es el amor.

El texto tiene tres partes muy claras fácilmente visibles:

1.    Aunque… si no tengo amor (vv.1-3)
2.    El amor… (vv.4-7) 
3.    El amor… (vv.8-13)

La segunda y la tercera unidad finaliza cada una con referencias a la fe y la esperanza (vv.7.13).

La primera parte afirma que “aunque” tuviera cada carisma “en grado sumo”: lenguas ya no “de hombres” sino hasta “de ángeles”, “conociera todos los misterios”, fe hasta para trasladar montañas, aunque repartiera todos los bienes… nada sirve si no hay amor.

Una pequeña nota que sirve para entender la crítica textual… en el v.3 hay un “empate” entre los manuscritos. Algunos dicen “aunque” kauthêsômai y otros dicen “kaujêsômai), sólo hay una letra de diferencia “th” o “j”. En el primero de los casos se refiere a una “cauterización”, dar la vida a las llamas; en otro a la “jactancia”. Por eso algunas traducciones contemporáneas elijen una u otra. No hay motivos seguros para una u otra (muchas traducciones que optan por una, en nota dan la otra como variante). De todos modos, y a la hora de lo interesante es que sólo el amor da sentido a todo obrar.

La segunda parte destaca características que el amor tiene o que no tiene: es paciente, amable, decorosa, se alegra con la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Y, por el contrario, no es envidiosa, ni jactanciosa, ni se engríe, ni busca su interés, ni se irrita, ni busca el mal, ni se alegra con la injusticia. Evidentemente Pablo destaca una serie de valores que son “compañeros” del amor, y “vicios” que le son ajenos.

La tercera parte tiene a su vez dos partes, la primera señala que los carismas (precisamente los que pueden tenerse pero nada sin amor, de la parte 1) desaparecerán “cuando venga lo perfecto”. Desaparecerán las profecías, las lenguas, la ciencia porque son parciales. El criterio es escatológico: al venir lo “perfecto” (téleios) lo “parcial” (méros) desaparecerá (el término es abrumadoramente paulino en la Biblia, x4 en Esdras, x1 en Lc, x1 en Heb, x3 en los discípulos de Pablo y x22 en Pablo). La metáfora que ilumina esto es el paso de la niñez a la madurez, donde la infancia se deja absolutamente. 

Es importante recordar que la niñez en el mundo bíblico es vista como incompletez. En la misma 1 Corintios Pablo les dice que debió tratarlos como niños porque no eran maduros (3,1) y les sugiere ser “niños en maldad” pero no ser “niños en juicio”, es decir, sean capaces de buen juicio, e incapaces para la maldad (14,20). En este caso, la madurez es haber abandonado la etapa incompleta (lo parcial) y entrado en la madurez.

La imagen del espejo no resulta evidente, quizás se refiera a ver de un modo “mediado” mientras que luego la visión será “cara a cara”. Conocer “como soy conocido” es “como Dios me conoce” lo que indica una visión perfecta.

La conclusión también puede prestarse a diferentes lecturas. Notar que no dice que la fe y la esperanza desaparecerán. Dice que “ahora subsisten” y que “la mayor” (como el carisma mayor que va a mostrar, 12,31) es el amor. Obviamente si por “fe” se entiende “lo que no se ve y se cree” en el “cara a cara” este desparecerá; si por “esperar” se refiere “aguardar” lo que aún no ha llegado, ciertamente en el “cara a cara” ya no se aguarda porque se ha alcanzado. Pero si por fe se entiende – como también es frecuente en Pablo, afirmar la vida en Cristo, ciertamente en el “cara a cara” la vida estará plenamente afirmada en Cristo. Si por “esperar” se refiere a “confiar plenamente” es obvio que en el “cara a cara” la confianza será plena. De todos modos no cabe duda que el amor es la mayor de todas. Y de eso se trata.


Lectura del evangelio según san Lucas                    4, 21-30

Resumen: Jesús en la sinagoga de Nazaret continúa el comienzo de su ministerio. Lucas nos destaca el carácter profético de Jesús, el sentido inclusivo de la mujer en su comunidad y la dimensión misionera más allá de las fronteras de Israel.

El texto litúrgico es la segunda parte del comenzado la semana pasada (puede verse allí el esquema y la estructura de toda la unidad). 

Además de comenzar como había allí finalizado hay un breve diálogo con Jesús (o más precisamente “decían” no “a” sino “sobre” Jesús, es decir “se decían” entre ellos). El dicho tiene tres partes que parecen aisladas:

  1. ¿no es el hijo de José?
  2. Me dirán “médico cúrate a ti mismo”
  3. “ningún profeta es bien recibido en su tierra”
Para ver bien el texto es importante contrastarlo con el texto de Marcos, lo que nos permitirá notar la diferencia y aportes:


Marcos 6,3-4
Lucas 4,22-24
¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él.
Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»

Él les dijo: «Seguramente me van a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria».
Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio».
 Y añadió: «En verdad les digo que ningún profeta es bien recibido en su patria».


Es posible que el acento en el “hijo de José” tenga que ver que en el ambiente helénico de Lucas cueste aceptar que Jesús trabaje. Así dicho no se hace referencia a eso, ni a  los parientes de Jesús, lo que es coherente con el mayor lugar que Lucas da a la madre de Jesús. 

La referencia a lo sucedido en Cafarnaúm es coherente con el desplazamiento que ha hecho Lucas y al que hicimos mención el domingo pasado. Lucas sabe que Jesús no comenzó su ministerio en Nazaret, pero allí empieza con lógica evangélica su predicación. El refrán (parabolê) “médico cúrate a ti mismo” se encuentra también en los escritos rabínicos (de modo casi idéntico en Genesis Rabba 23,4).

Lucas omite la referencia a patria, parientes y casa de Marcos (que es importante en la teología de Marcos). El profeta no es “aceptado” (recordar el “año aceptable del Señor” en 4,19) en su “patria” (patrís) que es donde le piden que realice lo realizado en Cafarnaúm.

El texto continúa con un doble ejemplo bíblico que propone Jesús. El caso de Elías y Eliseo que realizaron un milagro a extranjeros es el punto de partida del discurso y de la reacción de los oyentes:


Muchas viudas
había en Israel
en los días de Elías,
cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país;
a ninguna de ellas fue enviado Elías,
sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón.
Y muchos leprosos
había en Israel
en tiempos del profeta Eliseo,

ninguno de ellos fue purificado
sino Naamán, el sirio».

Hay tres elementos interesantes para resaltar:

1.    Como es frecuente en Lucas, se ponen en paralelo un varón y una mujer, en este caso una viuda y un leproso. Lucas muy habitualmente – al insistir en el paralelo – pone en un mismo nivel de igualdad a la mujer y al varón (la oveja / moneda perdida; la mostaza / levadura que crece “hasta”; el amigo / la viuda que insisten en la oración… etc.). 

2.   Lucas insiste en destacar de un modo notable a Jesús como “profeta". Es algo en lo que insiste de comienzo a fin de su obra (y que insistirá en la vocación profética de la Iglesia). En este caso es a semejanza de Elias y Eliseo, dos profetas que se caracterizan por sus milagros, a diferencia de los restantes profetas. Elías es un personaje importante y Marcos y Mateo lo comparan con el Bautista que anuncia la llegada de los tiempos mesiánicos (como lo había anunciado Malaquías 3).  Lucas, que sí lo hace en la infancia, en el cuerpo de su evangelio destaca que es Jesús el que se compara con Elías (por ejemplo, cf. 7,11-17 [1 Re 17,23]; 9,54-55 [cf. 2 Re 1,10]; 9,61-62 [cf. 1 Re 19,19-21]); y también con Eliseo (cf. 9,10-17 [cf. 2 Re 4,42-44]).

3.    La referencia a Sarepta y al sirio Naamán refiere al “envío” a extranjeros, es decir “no judíos”. Aquí radica, seguramente, la reacción negativa, pero también un tema central de la teología misionera de Lucas (cf. 24,47).

La reacción negativa es esperada, pero  - obviamente – todavía no pueden concretar la muerte de Jesús que ya está anticipada (v.29). Lucas ya puede comenzar el ministerio del profeta Jesús que, ahora sí, se dirige a Cafarnaúm.




Foto tomada de http://obrerofiel.com/jesus-es-rechazado-en-nazaret/

sábado, 22 de enero de 2022

Una muerte traumática y dramática, la de Jesús

 Una muerte traumática y dramática, la de Jesús

Eduardo de la Serna


La muerte de Jesús siempre fue un tema digno de profundizar. Maestros espirituales, teólogos, artistas, biblistas lo han hecho y hacen. Y, en frecuentes ocasiones, con buen provecho para quienes somos espectadores, o lectores (aunque debemos reconocer que hay lecturas, pinturas o canciones que deforman absolutamente un acontecimiento tan profundo que no lo merecería).

No pretendo aquí hacer un nuevo aporte a un tema tan importante, sino una breve síntesis. Que quizás en eso sí sea aporte.

Ya Ignacio Ellacuría distinguía “¿por qué muere?” de “¿por qué lo matan?” Veamos: una cosa es la actitud de Jesús (y de Dios) que lo conduce a la muerte violenta (y no deseada; pensar que Dios “quiere” que su hijo sea cruelmente torturado y asesinado me resulta atroz. Nada menos parecido a un “buen padre”), y otra es la razón que motiva a los violentos a su ejecución. Y, todavía, es muy importante, pensar qué conclusiones extrajeron de la muerte y sus consecuencias, los seguidores de Jesús. La idea de que "la muerte" de Jesús nos salva es bastante discutible, y merecería una reflexión en otro momento.

Nadie diría hoy que “a Jesús lo mataron por decir que era hijo de Dios” como se escuchó en un tiempo. Esa imagen marcaba un quiebre entre el Jesús “que anduvo en la mar”, predicador de parábolas, sanador de multitudes y, ¡de pronto, en Jerusalén!, las autoridades (religiosas y políticas) deciden sorpresiva e inexplicablemente su ejecución. Casi como que no hay unidad entre uno y otro momento, entre “el que anduvo en la mar” y “el Jesús del madero”. Es evidente que a Jesús lo mataron por lo que decía y hacía, especialmente en Galilea, y que en Jerusalén “la copa se llenó hasta el borde”. Jesús quiere mostrar a un Dios que reina (de ahí las parábolas), y lo hace en la plenitud de vida (de ahí las curaciones), reintegrando socialmente a los quebrados (de ahí los “exorcismos”), confrontando con los que ponen trabas a la plena integración de todos, porque ha “venido para reunir” (de ahí los conflictos, de allí la elección de Doce). Este discipulado de iguales resulta intolerable para quienes no pretenden serlo. No es seguro que la pena de muerte le estuviera vedada al Sanedrín, pero resulta muy probable (por el contexto y los textos) que Jesús parecía gozar de un cierto apoyo popular; de allí que un grupo, seguramente pequeño, de autoridades judías pidan la participación del gobernador-procurador Pilato. Ante la amenaza de muerte, Jesús tiene la alternativa de huir (algunas veces lo ha hecho) o de enfrentar la situación, plenamente confiado en Dios (no en que Dios intervendrá para liberarlo, sino que Dios “no estará lejos”). La muerte está decidida; y Jesús exclama que a pesar de todo “tú eres mi Dios”; esas pueden ser las palabras arameas del crucificado que permitieron la confusión con el llamado a Elías (Eli-attá confundido con Elia-tá).

Queda aparte – y no lo reflexionaremos aquí – la centralidad de la resurrección. Sólo digamos que no se trata de una suerte de “final feliz” sino de una palabra de Dios. El que había callado en la cruz dice su palabra definitiva que no es sino amor y vida. Y vida definitiva. Y vida divina.

Pero la cruz es ciertamente escandalosa (1 Cor 1,23). No solamente porque no se trata de cualquier muerte, sino de “¡y muerte de cruz!” (Fil 2,8). Y los primeros cristianos intentaron llenar de sentido esta muerte, de comprenderla y sacar conclusiones.

Los primeros seguidores de Jesús, antes de Pablo, dirán que fue una muerte “por nuestros pecados” (1 Cor 15,3). Como era de esperan encontraron en las Escrituras una razón; en este caso se trató del cuarto Canto del Siervo de YHWH: “por” significa “en favor de” (no es, por supuesto, por culpa de nuestros pecados; cf. Is 53,5); la muerte de Jesús, muerte vicaria, nos libera de todo lo que nos separa de Dios, nos abre el camino definitivo del encuentro.

Pablo, que no separa la muerte de la resurrección, sino que las comprende como un mismo “momento”, o "dos caras de una misma moneda" y entiende que la humanidad está oprimida por el poder del pecado, el poder de la muerte (y el poder de la ley) afirma que, paradojalmente, en su muerte Jesús quiebra definitivamente el poder de la muerte. La imagen que Pablo tiene es la del dormido que despierta (despertar y resucitar se dicen con la misma palabra griega, egeírô), del que vela (como repite en sus primeras cartas: 1 Tes 5,6.10 y 1 Cor 16,13).

En el Evangelio de Marcos, que tiene una cierta nota de “secretismo” (pero no para ser revelado a un pequeño grupo de perfectos sino explicado a los de dentro de la casa, a su nueva familia) la muerte de Jesús forma parte del escándalo que sólo sus seguidores podrán comprender. Marcos no teme ser chocante y provocador. Jesús es abandonado de todos, ¡hasta de Dios!, e incluso, el anuncio de la resurrección no es proclamado por las testigas en la tumba vacía, “porque tenían miedo” (16,8). La Transfiguración, que es una suerte de anticipo de la resurrección, invita a escuchar al Hijo (9,7; es decir, ya no a Elías y Moisés). La resurrección es la que explica el sentido del escándalo, pero esta no es comunicada… Sólo unos pocos lo reconocerán, los de “dentro” (4,11).

En Mateo, la muerte de Jesús es indicio de la llegada de los tiempos escatológicos (por eso el “sismo”, 27,54; 28,2; cf. 8,24), por lo que Jesús resucitado “no se va” (como ocurre en Lucas) sino que permanece “hasta el fin del mundo” (28,20) en su comunidad, la Iglesia (el término “Iglesia” sólo se encuentra en Mateo en los evangelios) porque es “Dios con nosotros” (1,23).

En Lucas, donde Jesús con frecuencia es presentado como profeta (ya desde el texto programático él se compara con Elías y Eliseo, 4,24-27; cf. 7,16.39; 13,33.34; 22,64; 24,19), Jesús sufre la muerte de un profeta (6,23; 11,47, “¿a qué profeta no persiguieron sus padres?”, Hch 7,52). Del mismo modo la Iglesia, en Hechos de los Apóstoles, que debe proseguir en el nuevo tiempo la obra de Jesús, también ha de ser profética, y afrontar las consecuencias (la pasión de Jesús y de los primeros cristianos están claramente puestas en paralelo en esta obra).

En Juan, la pascua es “paso” (es interesante que las demás pascuas en Juan son “la fiesta de los judíos”, la última, en cambio, es “paso de este mundo al Padre”, 13,1), de las tinieblas a la luz, un nuevo nacimiento, “de lo alto” (3,3), como el nacimiento del grano de trigo (12,24). En la cruz se integran todos los momentos de vida plena: “muerte-resurrección-donación del espíritu”: y Jesús, “inclinando la cabeza entregó el espíritu”, 19,30. Este paso se da en el acto de creer (3,18; 5,24), es un paso de la vida “mundana” (psyjê) a la vida divina (zôê).

En el Apocalipsis hay una integración entre Jesús “el testigo (mártys) el creíble / confiable (pistôs)” (1,5) y el primer “mártir”, Antipas (“mi” testigo, “mi” confiable; 2,13), del mismo modo que lo hay entre dos “testigos” (mártys, 11,3), los que durante el tiempo que dure la persecución (1.260 días = 42 meses = 3 años y medio [la mitad de siete, el número “perfecto”], cf. vv.2.3.9), la Bestia (= Roma) los matará “allí donde también su Señor fue crucificado” (11,8).

Destruida Jerusalén y el Templo, los cristianos venidos del judaísmo (en Roma) añoraban los cultos maravillosos que allí había. El autor de Hebreos, entonces, pretende mostrar, con una lectura espiritual (alegórica) que todo ha sido ya asumido por Cristo de una vez para siempre: Jesús es el “nuevo” y único sacerdote (por la resurrección) en la que entra al verdadero santuario (el cielo, no uno “hecho por manos”, como también lo eran los ídolos; 9,11.24). Su muerte, entonces, es vista alegóricamente, como un sacrificio que llega a Dios dando el perdón definitivo, de modo que ya no hacen falta nuevos sacerdotes, ni nuevos sacrificios (9,23.26; 10,12).

Como puede verse, el hecho traumático y dramático del asesinato de Jesús fue interpretado de diversas maneras por los diversos escritores para sus diversas comunidades. Todas estas interpretaciones dicen algo, pero deben ser leídas y comprendidas en su texto y contexto, autores y destinatarios/as. Por ejemplo, leer una interpretación teológica, como es el caso de la lectura espiritual como “sacrificio”, y aplicarla al hecho histórico (y hablar de la cruz como un sacrificio de Jesús) es distorsionar tanto los hechos como sus interpretaciones. Y empobrece toda lectura, desde los hechos históricos como también las diversas lecturas e interpretaciones que permiten diferentes comprensiones enriqueciéndolas.


Foto tomada de http://www.reflexionyliberacion.cl/ryl/2018/03/29/tiene-sentido-la-muerte-de-jesus/

 

miércoles, 19 de enero de 2022

Abrojos en el camino

  Abrojos en el camino

Eduardo de la Serna



Señalaba, en un escrito anterior, la importancia de, cada tanto, hacer un alto para sacar los abrojos que se nos han adherido en el camino. De ninguna manera se trata de “adaptarse a las modas”; toda renovación eclesial debe tener dos puntos principales: Jesús y la historia. Jesús para ver, del modo más profundo posible, qué es lo que Jesús quería; y la historia, para intentar “encarnar” el Evangelio en nuestro presente concreto.

«Por tanto, aunque la renovación de la Iglesia sólo puede venir del retorno a su origen, tal renovación es algo completamente distinto de restauración, glorificación romántica del pasado (que, a fin de cuentas, sería tan poco cristiana como la simple modernización). Y esto se debe, en última instancia, a que el Jesús histórico, en el que se apoya la Iglesia, es a la vez el Cristo que ha de venir, el que la Iglesia espera; a que Cristo no es simplemente un Cristo ayer, sino a la vez el Cristo hoy y siempre (cfr. Heb 13, 8)» (J. Ratzinger).

I.- Señalábamos como un “abrojo” la sacralidad, que se parece más a algo propio del Antiguo Testamento que a la novedad que trae Jesús y su movimiento. Pareciera que, como somos incapaces de entender nuestra relación con Dios fuera del culto y los sacrificios, había que entender la Eucaristía como uno de ellos, para lo cual debe recurrirse a figuras extrañas como “sacrificio incruento” o cosas semejantes. La misma muerte de Jesús fue vista como “sacrificio” a pesar que nada lo indica.

Me permito un breve paréntesis, expresado en el debate entre dos grandes autores, René Girard (que sostiene que la lectura no sacrificial de la muerte de Jesús de todo el Nuevo Testamento, sufre un retroceso en la carta a los Hebreos, que sí la hace) y Albert Vanhoye (que explica convincentemente el sentido espiritual, alegórico, de la carta a los Hebreos. Sensatamente sostiene que un sacrificio [sacrum faciens] es hacer sagrado algo, con lo que la muerte de Jesús lo sería). De todos modos, y fuera del lenguaje alegórico, un encuentro de amigos puede ser, entonces, algo sagrado, pero nadie llamaría a eso un “sacrificio”.

Sin duda no se está negando la importancia de la Eucaristía; sólo cuestiono que esta sea sacrificio, dirigida por un sacerdote en un altar. La mesa compartida, que remite al discipulado de iguales, al reconocimiento de hermanxs, al pan para todxs, a un Jesús que se dona en el amor pleno y extremo, a un banquete sencillo, expresión del reino de Dios, parece tener bastante densidad como para olvidarla.

II.- Otro abrojo frecuente es la imagen habitual de que los seres humanos se realizan plenamente en el “matrimonio”. Entonces, además de aquellos que eligen contraerlo, se ha interpretado la vida religiosa como un matrimonio, expresado simbólicamente en el añadido al nombre “de…. sumado a un aspecto religioso: (p.e.: Teresa "de Jesús"). Esto, llega a la incomodidad en el caso de la vida religiosa masculina de entenderse, a veces, como un matrimonio entre el alma [que sería femenina, sic] y Dios [que sería masculino, sic]. E incluso, hasta hay imágenes de que los presbíteros también “se casan con la Iglesia” (sic). La incapacidad de entender la plenitud humana fuera del esquema matrimonial lleva a afirmar cosas insensatas como estas. Mucho más sensato sería afirmar que la plenitud humana está dada por la vida del amor. Este, sin duda, puede ser matrimonial, o también consagrado, ministerial, y también de otros tipos según como cada quién entienda que puede vivir, amar y servir del mejor modo posible. Muchas personas que han elegido no vivir en pareja no merecen la sospecha de que su vida no es plena. Tampoco los que han elegido otro tipo de relaciones que no están marcada por “lo establecido”.

III.- Otro abrojo notable es la separación entre lo sagrado y lo profano, que también mencionamos en otro escrito. Es cierto que esta separación marcó todo el universo del Antiguo Testamento, pero no es menos cierto que en Jesús muchas cosas han cambiado. No comparto los que creen que lo sagrado ha desaparecido y que todo es profano, pero sí que (como la historia de salvación) es en la historia concreta donde debemos descubrirlo y fecundarlo. Lo sagrado y lo profano, antes intocables, han entrado en comunión y en lo cotidiano podemos vivir lo sagrado (sacrum faciens) y lo sagrado debemos vivirlo en la cotidianeidad.

IV.- Otro abrojo es la actitud frecuente de creer que la actitud de sacrificio, ascetismo o “con-tracción” es necesariamente más buena (y santa) que la “dis-tracción”. Jesús, más de una vez lleva sus amigos a descansar. De hecho, el descanso es algo sagrado, y no solamente el sábado (¡que lo es!) sino el descanso de la tierra, los animales y los esclavos… Es interesante que, en Marcos, cuando Jesús elige a los Doce, una de las cosas principales que se afirma es que eso ocurre, “para que estén con él” (3,14); es sabido que la actitud de “comer y beber” provocó que fuera criticado como un “hijo rebelde” (Dt 21,20; Mt 11,19 / Lc 7,34). Es sabido, también, que mientras Teresa de Ávila quería que fuera visible su vida de “oración y recreación” su sucesor pretendió, al menos en Adviento y Cuaresma que las recreaciones no ocurrieran o fueran reducidas. La fiesta, el Descanso, el encuentro de amigos para “estar con ellos” es sencillamente expresión de vida. No es en las actitudes que limitan la vida sino en las que la expanden donde Jesús elige hacerse presente. La alegría no es solamente un don del Espíritu Santo sino también una vida que se expresa y se celebra.

Cuando hablo de “abrojos” me refiero a cosas adheridas, a veces casi encarnadas, que no son, por lo menos necesarias y fundamentales, para vivir “como Jesús quería”, y que a veces, incluso, distorsionan hoy de tal modo la vida de fe que nos impiden una verdadera espiritualidad (caminar según el Espíritu). De buscar ser fieles – libres – cristianos se trata; de ir siempre a las fuentes, como señala el texto arriba citado. Nada menos.