jueves, 6 de enero de 2022

Mesas y casas

Mesas y casas

Eduardo de la Serna



Los estudios contemporáneos de la Biblia han incorporado las ciencias sociales con excelentes resultados. Es un tema complicado, ya que las ciencias sociales requieren “campo”, cosa que no se tiene hablando de más de 2.000 años pasados, pero, aplicadas cuidadosamente, humildemente y críticamente los resultados son importantes. Esto requiere, por cierto, mirar con detenimiento y atención el universo cultural, histórico, político, social del entorno bíblico.

Uno de los aportes importantes, especialmente para el llamado Nuevo Testamento, es el reconocimiento de “la casa”. Ciertamente no se refiere a la edificación (aunque también) sino a todo lo que esta significa. Es interesante, para comenzar, que las casas de pequeños poblados pescadores, como Cafarnaum, por ejemplo, revelan que en el “patio” (centro de la casa) desarrollaban sus tareas tanto varones como mujeres. Se han encontrado elementos de cocina (propio de las mujeres de entonces) y de pesca, como anzuelos o restos de redes (propio de los varones de entonces). Las casas de los pequeños poblados campesinos, entonces, no tenían espacios propios según el género, cosa que sí ocurría en las ciudades. Pero los escritos cristianos no se dirigen, especialmente, a pobladores campesinos sino urbanos. Jesús desarrolló su ministerio en ambiente campesino, pero su movimiento (más tarde llamado “cristianismo”) fue constituido por “los primeros cristianos urbanos”. La correspondencia neotestamentaria está dirigida a comunidades ciudadanas, lo mismo que el Apocalipsis, y también los Evangelios. En este sentido, entonces, “la casa” no es lo mismo cómo la vivió Jesús de cómo la viven los escritos posteriores.

Ya plantean los antiguos escritores greco-romanos que “la casa” es una mini-ciudad y la ciudad es una “gran casa”. Como se vive en la casa se espera se viva en la ciudad y viceversa. Ya en los primeros escritos (las cartas de Pablo) en la casa es donde se reúne la comunidad, lo que supone, ciertamente, una casa holgada para recibir un número importante de personas (y, por eso, además, es normal que se hable de “las Iglesias de…” ya que se supone que hay más de una casa “cristiana” en la ciudad). Ahora bien, a medida que el “cristianismo” empieza a organizarse, y estructurarse, lo va haciendo según el modelo de “la casa”, en la que hay alguien que garantiza el orden y por tanto que esa casa “sea bien vista” por los demás: el oikodespotês / pater-familias. Una casa en la que el garante ostenta que tiene correcta y debidamente sometidas y sometidos a mujer, hijos, hijas, esclavos y esclavas, y que sabe manejar bien el dinero. De allí que, en los escritos más tardíos, se comienza a pretender este orden en las comunidades a fin de que los cristianos no sean mal vistos por los demás y, por lo tanto, no sea infructuoso cualquier intento evangelizador. Esto mismo se ve, con diferentes matices en los Evangelios (donde es más evidente es en Marcos donde Jesús “adentro” explica todo).

Dentro de esa estructura, también, está “la mesa”, es decir lo que culturalmente significa la comida. No solo la dieta, sino también cómo se come, con quiénes, etc. En general, por ejemplo, no era habitual que las mujeres comieran con los varones (Filón de Alejandría comenta como novedad que entre los Terapeutas las mujeres comían con los varones), aunque no tenemos muchos elementos para saber qué ocurría en los ambientes campesinos en este sentido. Sin embargo, todo indica que en las mesas de Jesús también participaban las mujeres y, probablemente, también en las comunidades de Pablo. Las mesas de Jesús resultaban escandalosas para muchos (“¡y come con ellos!”), lo mismo las de Pablo que como extremo, ante uno que vive de un modo que “ni entre los paganos” va a decir con ese “¡ni comer!” La mesa compartida es expresión de la fraternidad-sororidad que Jesús instaura en la que todos y todas son hermanos y hermanas hijos de un único Padre, el Abbá (e Imma, la madre), Dios.

Pero las mesas han cambiado… ¡y las casas! En barrios cerrados o countries – como en las ciudades amuralladas – sólo puede acceder un pequeño grupo (que son “como uno”) o el personal de servicio, debidamente investigado y revisado. Y las mesas son espacios de ostentación de las diferencias marcadas por un “nosotros-ellos”. Sólo un grupo muy selecto es invitado a las mesas de La Embajada el 4 de julio. No es una mesa de/para todos. Sólo un grupo, también selecto, participa de la mesa judicial en la que se decide la libertad o no de quienes son “ellos”. Sólo un grupo selecto pertenece a la “mesa de enlace” donde enlazan la comida de un pueblo para apropiársela. Son mesas muy pequeñas, porque no se espera que se incorpore nadie que no sea “nosotros”. Todo lo contrario a las mesas de Jesús a la que todxs son invitadxs y sólo queda fuera quién se auto excluye porque no quiere reconocer como hermanxs a “esos”.

Es un tema de mesas, entonces… Rutilio Grande, que será beatificado este año, decía un mes antes de ser asesinado:

«El mundo material es para todos sin fronteras. Luego, una mesa común con manteles largos para todos, cómo está eucaristía. Cada uno con su taburete. Y que para todos llegue la mesa, el mantel y el con qué. Por algo quiso Cristo significar su reino en una cena. Hablaba mucho de una cena. El de 33 años celebró una cena de despedida con los más íntimos; y dijo que ese era el memorial grande de la Redención. Una mesa compartida en la hermandad, en la que todos tengan su puesto y su lugar». 


Imagen tomada de http://angelescustodios.net/dat/2016/03/

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