jueves, 19 de enero de 2023

Ser hermanas y hermanos

Ser hermanas y hermanos

Eduardo de la Serna



Evidentemente la relación entre personas calificados como “hermanos” o “hermanas” remite en primer lugar a un contexto familiar. Se refiere a las personas que tienen una misma ascendencia. Pero, como es fácil imaginar, no es lo mismo este modo de relación en diferentes épocas, o situaciones… por ejemplo, no es el mismo modo en el campo que en la ciudad, no es lo mismo en casos de familias polígamas que monógamas, no es lo mismo en tiempos de opresión o esclavitud que en ambientes de libertad, no es lo mismo en caso de padre ausente que de padre presente…

Mirando exclusivamente la Biblia, el término “herman---” se encuentra más de 1.250 veces. Ciertamente no es sensato transferir al tiempo pasado nuestras imágenes de hoy sobre el tema. Las familias se conformaban de modos totalmente diferentes y muchas cosas de ayer serían incomprensibles hoy, del mismo modo que a la inversa.

Para empezar, hay que comprender lo que llamamos “la casa” (que es mucho más que el mero edificio); y de nuevo, es importante señalar que no es lo mismo la casa en el ambiente rural que en el ambiente urbano, el trabajo de las mujeres, por ejemplo, no era igual; no es lo mismo en tiempos en que dominaban los griegos que en dominio de los romanos (y tantos otros dominadores). Por ejemplo, es de notar que más del 90% de la población vivía en el mundo campesino, y más del 5% restante en los suburbios de las urbes. Menos del 5% pertenecía a la élite de las ciudades. Y, a modo de ejemplo, más de ese 90% se relacionaba con sus vecinos con trueque, por lo que no utilizaba monedas (lo cual era un problema cuando – desde los persas, y particularmente en tiempos romanos – la exigencia de pagar impuestos era una dificultad y, obviamente, causa de empobrecimiento creciente). La familia, entonces (extendida, la llamaríamos hoy, incluyendo padre y madre, hijos con sus mujeres y sus respectivos descendientes, eventualmente esclavos y sirvientes, jornaleros) no sólo era una unidad de relación sino también una unidad productiva, y – eventualmente – de defensa y solidaridad. En este sentido, por ejemplo, no es extraño que – valga como ejemplo – un varón a su esposa la llame “hermana”.

Esto lleva a que, entonces, la categoría “hermanos” se ampliara también a los miembros del mismo clan y, más aún, a todos los miembros del mismo pueblo. Es sabido que los judíos, concretamente, se llaman entre sí “hermanos”. Y señalemos algo sobre las mujeres: estas eran tenidas como propiedad del padre hasta que pudiera cederla en propiedad a un marido. Formaban parte del grupo familiar, como propiedad, y – en ocasiones – no era algo distinto a los jornaleros, esclavos o hasta animales de servicio. De hecho, cuando un padre la entregaba a su nuevo esposo, ella dejaba de formar parte de esta casa para incorporarse a una nueva. Por eso no era, habitualmente, tenida como “hermana” en el sentido de “miembra del pueblo” o “del clan”.

Lo habitual era que los padres tenían a sus hijos pequeños dentro de la casa; habitualmente a cargo de la madre hasta que los varones tuvieran edad de ser enseñados por el padre en el oficio hereditario. El padre era la máxima autoridad de la casa y debía ser obedecido. Incluso, era razonable que los golpes y “varas” fueran parte del proceso pedagógico (en la casa o también – por ejemplo, entre los griegos – en el espacio de formación con un “maestro”); la obediencia era tan importante que, en casos extremos, está prevista la pena de muerte para un hijo desobediente.

Si nos concentramos en Jesús y su Evangelio, es evidente que él insistió claramente en que Dios es “papá” (usando la expresión aramea abbá). Esto le permite presentar que todos los que quieren que este Dios abbá reine se vean entre sí como hermanos (Jesús no avanza, aunque pareciera que silenciosamente sí lo hace, en incluir mujeres como “hermanas”); para él la nueva familia es la de los discípulos (y tiene discípulas). Siguiendo esta misma línea de pensamiento, san Pablo será más explícito y hablará también de “hermanas” (lo que es, también, comprensible ya que se dirige especialmente a un ambiente urbano). Las comunidades eclesiales deben relacionarse entre sí como verdaderas familias donde nadie esté por encima de nadie, nadie se vea como superior a nadie ni actúe como tal: todos hermanos y hermanas y sólo un “padre / abbá”, Dios.

Las actitudes de quienes actúan como superiores (imperios, amos, patrones, opresores, triunfadores, etc.) nada tienen que ver con la familia de hermanas y hermanos que Israel propone y Jesús refuerza. Todas las leyes de Israel miran a los otros judíos como hermanos y como tales deben ser tratados y juzgados. Los débiles, las víctimas, los esclavos, los pobres deben ser rápidamente asistidos solidariamente por la familia, sea la familia acotada o ampliada; es impensable pasar de largo ante el caído.

Es interesante que, fuera del mencionado esquema familiar, las imágenes que Jesús propone con más frecuencia para aludir a su seguimiento, también se muevan dentro del esquema familiar: la casa, la comida, la mesa… O, incluso, cuando el Evangelio empieza a extenderse fuera de las fronteras de Israel (como es el caso del cristianismo primitivo) las imágenes más importantes son también casi familiares, especialmente “la amistad” (que en el ambiente greco-romano es una relación de iguales en la que no hay superioridad-inferioridad). No es difícil de entender, entonces, que las relaciones de verdadera amistad o de verdadera hermandad sean las imágenes usadas en el Nuevo Testamento para ejemplificar cómo es el “reinado de Dios”: el Dios abbá reina allí donde las personas se relacionan entre sí como verdaderos hermanos / hermanas / amigos / amigas. De eso se trata el Evangelio.

 

Imagen tomada de https://www.cope.es/religion/vivir-la-fe/evangelio/noticias/que-haga-voluntad-dios-ese-hermano-hermana-madre-20210126_1104951

 

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