jueves, 23 de febrero de 2023

Un aporte para reconocer los falsos profetas

Un aporte para reconocer los falsos profetas

Eduardo de la Serna



Dejando de lado, como es evidente, a aquellos y aquellas que hablan en nombre de los dioses de los pueblos vecinos, en Israel siempre fue un problema reconocer cuando, alguien que hablaba, lo hacía en nombre de Dios o no. Evidentemente, si alguien decía "Baal dice X cosa" no era un verdadero profeta para los judíos. Pero ¿y si alguien decía Yahvé Dios dice X? ¿Cómo saber?

Un profeta es alguien que, ante determinadas circunstancias, concretas o probables, afirma ante esto “lo que Dios dice es ‘X’ cosa” (“así dice el Señor”, u “oráculo del Señor”). Es decir, alguien que pretende expresar la voluntad favorable o la crítica de Dios ante algo concreto. Es verdad que un texto afirma que, si alguien habla en nombre de Dios, pero Dios no le mandó hablar, ese tal debe ser rechazado (Dt 18,20). Ahora bien, ¿Cómo sabemos que Dios le ha mandado o no hablar? Este también es un problema en la historia bíblica. Algunos pretenden dar una respuesta a este tema, pero esa misma respuesta sirve para un momento pero no sirve en otras ocasiones. Veamos a modo de ejemplo un caso sencillo:

El pueblo se encuentra con la inminente invasión del poderoso ejército babilónico. ¿Qué dice Dios de esto? Algún profeta (Jananías) dice claramente que Babilonia no podrá someter a Israel porque Dios protegerá a su pueblo (ver Jer 28,1-2), pero Jeremías dice que este sometimiento inminente es consecuencia del olvido de Israel de todo aquello que Dios quiere que su pueblo viva y no queda más remedio que aceptarlo (Jer 27,6-11). ¿Cómo sabrá el pueblo cuál de ambos es un verdadero o un falso profeta? (porque no es justo pensar que Jananías actuaba de mala fe); es razonable pensar, además, que, para el auditorio, la profecía de Jananías es más agradable a los oyentes, y, de hecho, será escuchado, cosa que no ocurrirá con Jeremías (lo que él dice desalienta al pueblo, es adversario de la patria o cosas por el estilo, le cuestionan). Entonces, ¡en este contexto!, Jeremías pronuncia una frase contundente:

 

Mira que los profetas les dicen: No verán la espada, no pasarán hambre, les daré paz duradera en este lugar. El Señor me contestó: Mentira profetizan los profetas en mi Nombre; no los envié, no los mandé, no les hablé; visiones engañosas, oráculos vanos, fantasías de su mente es lo que profetizan” (Jer 14:13-14; en 28,9 señala claramente que son falsos profetas los que anuncian “paz”).

 

Ahora bien, esto es razonable en este tiempo y contexto político de Israel, sin embargo, poco más de 50 años después, otro profeta afirma:

 

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: Ya reina tu Dios!” (Isa 52:7).

 

Es decir, si en un tiempo, uno que anuncia paz es un falso profeta, años después, uno que anuncia la paz es un verdadero profeta. Ciertamente el tiempo ha cambiado, la situación también. Y, entonces, en tiempos nuevos Dios tiene algo nuevo para decir a su pueblo.

 

Otro ejemplo puede verse en un dicho, probablemente del sur (Judá) que indica que se acerca un tiempo por venir y será de tanta paz que “de las espadas forjarán arados y de las lanzas, hoces” (Is 2,4; Mic 4,3) mientras que en otro tiempo la invitación es la opuesta: “de los arados forjen espadas, de las podaderas, lanzas” (Jl 4,10).

 

Es decir, y esta es la primera clave: los tiempos concretos, las personas concretas, las situaciones concretas llevan – para los profetas – a la conclusión de que Dios tiene cosas diferentes para decir en cada una de ellas.

 

En el Nuevo Testamento también se hace referencias a los “falsos profetas”, aunque no se indique criterios posibles de reconocimiento (ver Mc 13,22; Lc 6,26; 2 Pe 2,1; 1 Jn 4,1; Ap 16,13; 19,20; 20,10).  El tema es particularmente importante en Mateo (7,15; 24,11; 24,24). Más allá de lo que pudieran enseñar estos personajes, lo interesante es repetir que, para los autores bíblicos, estos personajes afirman hablar de parte de Dios, pero Dios no les ha mandado hablar.

 

Pero el tema sigue vigente al terminar los tiempos bíblicos en los primeros escritores cristianos, y es importante señalarlo para entender mejor el tema. Un escrito de fines del s. I o comienzos del s. II, conocido como la “Didajé”, es decir, 'enseñanza de los apóstoles', afirma esto:

 

    Ahora, a todo el que llegue a ustedes y les enseñe todo lo anteriormente dicho, recíbanlo. Pero si, extraviado el maestro mismo, les enseñare otra doctrina para su disolución, no le escuchen: si les enseña, en cambio, para acrecentamiento de su justicia y conocimiento del Señor, recíbanlo como al Señor mismo.

    Respecto a apóstoles y profetas, obren conforme a la doctrina del Evangelio. Ahora bien, todo apóstol que venga a ustedes, sea recibido como el Señor. Sin embargo, no se quedará más que un solo día. Si hubiere necesidad, otro más. Mas si se queda tres días, es un falso profeta.

    Al salir el apóstol, nada lleve consigo, salvo pan, hasta nuevo alojamiento. Si pide dinero, es un falso profeta.

    No tienten ni examinen a ningún profeta que habla en espíritu, porque todo pecado será perdonado, mas este pecado no se perdonará. Sin embargo, no todo el que habla en espíritu es profeta, sino el que tiene las costumbres del Señor. Así, pues, por sus costumbres se discernirá al verdadero y al falso profeta.

    Además, todo profeta que manda en espíritu poner una mesa, no come de ella; en caso contrario, es un falso profeta.

    Igualmente, todo profeta que enseña la verdad, si no practica lo que enseña, es un falso profeta.

    En cambio, si un profeta se ha probado que es verdadero y se dedica al ministerio mundano de la Iglesia, pero sin enseñar lo que él hace, no será juzgado por ustedes, pues tiene su juicio con Dios. Así, en efecto, lo hicieron también los antiguos profetas.

Mas si dice en espíritu: "Denme dinero" o cosas semejantes, no le escuchen. En cambio, si dijere que se dé a otros necesitados, nadie le juzgue. (Did 11:1-12)

 

Como se puede ver, el criterio, en este caso, es si el supuesto profeta beneficia a la comunidad o se beneficia a sí mismo, sea aprovechando la hospitalidad, o el dinero, o la comida… Y acá podemos vislumbrar un criterio para el reconocimiento del verdadero profeta: el bien de la comunidad, incluso en propio perjuicio. No es fácil reconocer, en un momento concreto, si un profeta es verdadero o no. Pasado bastante tiempo es más fácil decirlo, pero no en medio de la situación que se desea pensar “desde Dios”. Puede pasar – como en el caso de Jeremías – que no nos guste lo que dice el profeta; puede pasar que alguien diga cosas lindas, cosas que queremos escuchar, con la finalidad de aprovecharse de las comunidades.  Como decimos, no es fácil, tocará siempre un discernimiento comunitario, oración, debate, honestidad y humildad, y una mirada creyente de la realidad para poder descubrir si alguien habla o no y escuchar, entonces, que “así habla el Señor”.

 

Imagen tomada de https://vayaalteatro.com/las-dos-mascaras/

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