martes, 21 de marzo de 2023

Las vocaciones, ¿una bendición?

Las vocaciones, ¿una bendición?

Eduardo de la Serna



Hay una especie de principio teológico casi indiscutible (a eso lo llamaban theologoumenon) que dice que allí donde hay vocaciones a la vida ministerial (presbiteral, religiosa, etc.) está llegando la bendición de Dios. Una congregación, seminario, casa religiosa en la que abundan las vocaciones se sabe “bendecida” por Dios.

Entonces, como – pareciera – Dios se relaciona con nosotros en un esquema casi comercial, si hacemos las cosas bien (do) Él nos manda vocaciones como regalo (ut des).

Hace muchos años, en un encuentro de curas, dos de ellos habían “fundado” una suerte de congregaciones. Uno tenía bastantes vocaciones, el otro no, y entonces, aquel le dijo “es que tenés que saber a dónde ir para buscarlas” (él iba a colegios de la elite, por ejemplo). Ambos dos, fueron acusados y condenados por abusos. Y “el más bendecido”, incluso, expulsado del ministerio ordenado.

¿De qué Dios estaríamos hablando al pensar que regala vocaciones en cantidad en un ambiente y no lo hace en otro sumamente necesitado? Además, ¿no es un poco un Deus ex machina ese tal “dios”? ¿No será, más bien, reflejo de una sociedad, de cómo está, a dónde va el medio ambiente?

Quiero poner un ejemplo… A comienzos de los 70 parecía que todo el mundo, convulsionado, iba en una dirección: Carlos Mugica decía que “pronto toda la Iglesia será tercermundista”, “Vicky” dejaba la carrera de trabajo social porque “la revolución está a la mano, ¡ya viene!”, y, súbitamente, vinieron las dictaduras, la “reacción”, y todo fue diferente a lo imaginado. Pero, en ese interim, se llenaron los seminarios, las vocaciones florecían por doquier. Dios ¿bendecía la revolución que venía? ¿Qué habría pasado para que ahora bendiga “lo contrario”?

En estos momentos, pareciera que, por un lado, las derechas florecen por todas partes, aunque también están vivas las propuestas alternativas. Pero, vemos que los jóvenes, desencantados, quieren seguridades, caminos rectos, firmeza, “romper todo”, por lo que es lógico que busquen propuestas religiosas donde les digan qué sí y qué no se debe hacer, y que con firmeza y autoridad puedan sentir el alivio de “no equivocarse” (“el que obedece no se equivoca” dice la vulgata de la tontería:

"¿Y cómo nos manifiesta Dios su propia voluntad? Por medio de sus representantes en la tierra. La obediencia, y sólo la santa obediencia, nos manifiesta con certeza la voluntad de Dios. Los superiores pueden equivocarse, pero nosotros obedeciendo no nos equivocamos nunca” repite Maximiliano Kolbe).

La obediencia, así entendida, libera la conciencia del error, de la equivocación que, parece, sería la cosa más espantosa que nos puede ocurrir. Parece que lo que cuenta no es el amor sino el acierto… Y, entonces, incorporarse a grupos de “obediencia debida” resulta un “suave alivio del alma”. Y, si, además, tenemos la garantía divina de la bendición, entonces la seguridad es total. “Podemos respirar en paz y sentir que el alma se expande”.

Pero, la abundancia de vocaciones, ¿indica “necesariamente” que eso es lo que Dios quiere (y bendice)? ¿No indicará, más bien, dónde se ubica hoy cierta sociedad? ¿No indicará que hay una Iglesia que se dirige en esa dirección, lo que no necesariamente indica que tal sea la voluntad de Dios? Sin duda que los diferentes acontecimientos de la historia (también la abundancia o la ausencia de vocaciones) nos invitan a pensar, y a intentar “pensar desde Dios” los signos. Por ejemplo (y sólo a modo de pensamiento alternativo al “oficial”), la falta de vocaciones al ministerio ordenado (presbiteral, que no diaconal, en muchas partes), ¿no nos invita a pensar, más bien, que Dios no quiere una Iglesia “clericalista”?, ¿no será que la Iglesia debemos pensarla desde el laicado, desde el servicio, desde “las bases”? Ser muchos o ser pocos ¿es necesariamente garantía de bendición / maldición (o abandono)? ¿No hemos experimentado en la historia de la Iglesia cientos de casos en los que una gran mayoría aceptaba, o aplaudía un modo de vivir o ser mientras que un muy pequeño grupo escogía otro camino que – con el tiempo – resultó más “de Dios”? ¿No hubo, por ejemplo, aceptación general (incluso de grandes santos, como Bernardo de Claraval) a las Cruzadas, mientras un grupo microscópico, encabezado por Francisco de Asís escogió otro camino?

En suma, creo que es falso de toda falsedad creer que el hecho de que haya o no vocaciones, deba interpretarse necesariamente como bendición o no de Dios a un grupo, o un modo de ser Iglesia. Sí creo que eso debe pensarse, rezarse, discernirse para tratar de buscar cómo caminar mejor, como ser, hoy, más fieles al reinado de Dios (el mismo que Jesús compara con un grano de mostaza, por cierto); cómo dar, a nuestro tiempo, la mejor respuesta de vida y esperanza, de verdad y alegría, cómo anunciar buenas noticias… las mismas que, si no lo son para los pobres pareciera extraño evangélicamente. No creo que la abundancia de vocaciones sea indicio de dónde está Dios, sí creo que allí donde los pobres reciben esas buenas noticias, eso sí es señal de dónde está Jesús. Y, sinceramente, de eso se trata la Iglesia.

 

Foto tomada de https://es.catholic.net/op/articulos/49050/cat/347/si-tuvieras-fe-como-un-grano-de-mostaza.html

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