viernes, 3 de marzo de 2023

«Maldito el hombre que confía en el hombre» (Jeremías 17,5)

«Maldito el hombre que confía en el hombre» 

(Jeremías 17,5)

Eduardo de la Serna



Para evitar todo mal entendido en el uso del título y la cita escogida, quiero aclarar de entrada, brevemente, qué dice Jeremías en el texto seleccionado.

“Maldito” quiere decir que alguien (o eventualmente algo) es o está “maldecido” por Dios. Se supone que determinada situación o acción (en este caso, esta confianza) es algo no querido por Dios y se pone en estado de alerta al auditorio con la finalidad de evitarla. En ocasiones, algo maldecido por Dios es o debe ser destruido, quemado o anulado.

“Hombre” es ambiguo, ya que en la primera referencia utiliza, en hebreo, geber (semejante a “fuerte”) mientras en la segunda utiliza adam. “Maldito el geber que confía en el ‘adam” sería, literalmente; “maldita la persona que confía en los mortales” expresa una excelente traducción (TOB). Mientras en la primera parte, el acento está puesto en una persona con una cierta vitalidad, en la segunda simplemente en la humanidad, y mortalidad. No es sensato que un fuerte confíe en algo débil, obviamente.

“Confiar” (batah) se asemeja en ocasiones a (buscar) “seguridad” (ver Lev 25,18.18). Y aquí radica el motivo de la “maldición”: en la sede de la confianza, la búsqueda de seguridad. Por eso el contraste a continuación: “¡Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo!” (Jer 17,7). Ciertamente no se trata de confianzas que podríamos calificar de “humanas”; se refiere a la que podemos calificar de “existencial”. Y, como varios autores han señalado, aquí radica el sentido de la verdadera “fe” o también de la “idolatría”, es decir, dónde ponemos nuestra seguridad: sea esto en Dios (y sólo en Dios) o en cosas o personas, aunque estas sean muy buenas (o incluso “de Dios”, como es el Templo, el sábado, la alianza, etc.).

Es decir, no se refiere a que uno pueda o no confiar, por ejemplo, en un amigo, sino que se refiere a la “confianza fundamental”. Por eso el “amén” (creer) es estar firme en la roca que es Dios, y toda otra actitud nos lleva a un “terreno resbaladizo” y es como edificar la existencia sobre arena (esa es la idea subyacente en el texto de Mateo 7,24-27).

Así entendido, podemos afirmar que toda confianza, aun en cosas buenas, o hasta excelentes, que no sea en la base existencial confiar en Dios, nos ubica en el terreno de la idolatría. Y, esto vale no solamente para cosas del Antiguo Testamento, como las señaladas, vale también para nuestro tiempo y podemos hacer un ídolo de la Iglesia, del Papa, etc. Se puede decir, por ejemplo (así se ha dicho) que la eclesiolatría (hacer de la Iglesia un ídolo) fue la responsable del asesinato de Juana de Arco, ya que ella debía confesar ante el tribunal su fe en “la Iglesia militante” (ella decía que lo hacía en la Iglesia triunfante). Por no aceptar a ciegas lo que le decía “la Iglesia” fue condenada – por ella misma – a muerte. No está de más reiterar una vez más que no se cree “en la Iglesia” (esta no es “objeto” de fe) sino solamente creemos en Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es cierto que nuestra fe es la fe de la Iglesia (en ese sentido sí se puede decir “en” la Iglesia, en el sentido de creer “dentro de la Iglesia”). Una “excomunión”, por ejemplo, sería el reconocimiento (o la sanción) de que alguien no está en comunión con la Iglesia, pero no de que no “cree en la Iglesia”.

En la Iglesia contemporánea, especialmente como consecuencia de un papado tan extenso como el de Juan Pablo II, y, marcado, además, por la firme autoridad papal, que él y su entorno ejercieron, resulta que no fueron (ni son) pocas las veces que “lo dice el Papa” resulta más importante que lo que dicen los mismos Evangelios. Tanto que el Papa Francisco debió alertar contra eso en Evangelii Gaudium 38: “Lo mismo sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios”.

Esto – creo – es fundamental de comprender: la Iglesia, los ministros (ordenados o con autoridad) son simplemente “ministros”, es decir, intermediarios entre Dios y un pueblo al que deben (debemos) servir. El ejemplo evidente se puede ver en el relato vocacional de Jeremías. Él presenta su objeción mirando su situación (y sus temores); la respuesta de Dios (“no digas…”)  lo ubica: la clave es Dios (“lo que yo diga”) y el pueblo (“donde te mande” [1,7]). En todo caso, de la idoneidad o no del ministro, se ocupa Dios, irónicamente podemos decir que “es su problema”, no el nuestro. Esto puede ayudar a ubicarnos plenamente: tanto a quienes experimentamos impotencia o limitaciones, como a quienes podemos creernos importantes o fundamentales por ejercer un ministerio. ¿Son importantes los ministros? ¡Importantísimos! Pero siempre y cuando no se pongan delante de Dios o delante del pueblo. Cuando – es el caso de Abraham o de Moisés, por ejemplo – el ministro se pone a defender al pueblo delante de Dios (que está, por ejemplo, irritado contra ellos), o a Dios delante del pueblo (porque han abandonado la alianza, por ejemplo), ejerce a pleno su vocación.

Precisamente por todo esto, es insensato “confiar” en la Iglesia, para seguir el ejemplo señalado desde el comienzo. Esto no quita, obviamente, que haya personas más confiables que otras, pero – siguiendo lo indicado – en la medida en que ejerzan plenamente y con fidelidad su rol de intermediarios; y – de ninguna manera – entendiendo esta “confianza” en el sentido de “edificar la vida sobre”, que es la imagen fundamental. Edificar la vida sobre el Evangelio del Reino es una cosa, edificar la vida sobre dichos y hechos de un episcopado (por ejemplo; y peor aun si se trata de algunos episcopados que sus frecuentes testimonios de intermediaciones se caracterizan por el olvido o la negación del Evangelio) ciertamente es "otra cosa".

Esto acá señalado no pretende ser “en el aire”, pretende hacer expresa referencia a expresas palabras y actitudes, a expresos testimonios y ejemplos, a expresos archivos y a expresos “ministros” que pretenden hacer expresos panegíricos. Eso, al menos, es lo que lo motivó. Al que le quepa el sayo…

 

Foto tomada de https://entusiasmado.com/castillos-de-arena/#gs.rktyvu

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