Jesús se va sin dejarnos solos
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Eduardo de la Serna
Lectura de los Hechos de los apóstoles
2, 1-11
Resumen: los apóstoles están juntos en
Jerusalén, según Jesús les ha indicado, esperando “la promesa” de Dios, a fin
de que habiéndolo recibido, puedan salir a anunciar a todos el Evangelio, la
predicación de Jesús. El espíritu viene sobre ellos y se manifiesta en las
lenguas que deben proclamar a todo el mundo y en la palabra única que deben
anunciar, “la buena noticia del reino”. Al recibir el espíritu, la Iglesia
recibe el impulso desde Dios para el desempeño de su misión evangelizadora
“hasta los confines de la tierra”.
Comentando el comienzo de Hechos de los Apóstoles, el
domingo pasado, de la Ascensión, mostramos (remitimos allí) las expresas
semejanzas que Lucas pone entre el comienzo del ministerio de Jesús y el
ministerio de la Iglesia. En este caso, por cierto, la presencia del Espíritu,
que impulsó a Jesús, el descenso de ese espíritu de modo físico, o corporal,
una voz o ruido del cielo… Si Lucas quiere señalar que comienza el “tiempo de
la Iglesia”, va a destacar que el gran protagonista de todo esto es
–precisamente- el Espíritu Santo.
Hay
que recordar que los apóstoles, para Lucas, están en Jerusalén aguardando “la
promesa” que Dios ha hecho con los suyos. Jerusalén, por otra parte, es la meta
de las grandes peregrinaciones litúrgicas de los judíos, especialmente en las
tres grandes fiestas: las tiendas (otoño), la pascua y ¡pentecostés! (estas en
primavera). Es por eso que se mencionan tantos judíos oriundos de tantos
lugares (partos, medos, elamitas…).todos han ido, como es habitual a la ciudad
santa. Y allí están los discípulos de Jesús esperando el espíritu.
El
texto tiene dos partes que parecen contradictorias aparentemente. Al derramarse
el Espíritu, los apóstoles comienzan a hablar “en otras lenguas según el
espíritu les concedía expresarse”. Por otro lado, a continuación el enfoque
cambia y ya no se trata de que se hablan diferentes lenguas sino que al que
habla “cada uno lo escucha en su propia lengua”, lo cual es evidentemente
opuesto. Probablemente esto señale dos elementos teológicos diferentes que el
autor quiere destacar. Ambos signos (y ambos en relación a la palabra) son la
consecuencia visible del don del Espíritu Santo sobre la comunidad de
discípulos.
Las
así llamadas “lenguas” son una consecuencia de la presencia del Espíritu Santo
en Hechos (ver también 10,46; 19,6). Del mismo modo que los “signos y
prodigios” (2,19.22.43; 5,12; 6,8; 7,36; 14,3; 15,12) estamos ante
manifestaciones del espíritu. Evidentemente Lucas quiere hacer patente en estos
hechos que se trata de una intervención divina (precisamente la mala
interpretación de que se trata de que están borrachos, v.13 requiere mostrar de
un modo indudable que se trata del obrar de Dios. De todos modos, por tratarse,
como es evidente, de un texto programático que alude al comienzo de la misión
de la Iglesia, seguramente no hemos de descuidar que a “toda lengua” debe
llegar la predicación de los apóstoles. Deben ir “hasta los confines de la
tierra” y allí todos deben escuchar la palabra de Dios.
Pero
por otro lado, nos encontramos ante una escena extraña, el texto dice que “cada
uno lo escucha hablar en su propia lengua”. Esto es raro ya que por lo general
todos entendían el griego. Es decir, no hacía falta ningún milagro para ser
comprendidos, sin embargo algo quiere destacar Lucas aquí. Nuevamente el tema
es la lengua, pero ahora hay una lengua que todos comprenden cada uno con su
propiedad. Se ha pensado que Lucas quiere mostrar los efectos contrarios de la
dispersión de lenguas ocurrida en Babel. Es posible (aunque el texto de Babel diga
otra cosa, así parece haberse leído en este tiempo), pero si es el caso, no
parece que debamos encontrar aquí el eje principal de interpretación del
relato. El Evangelio es la palabra que deben anunciar, y debe ser comprensible
para todos. Lo que todos entienden son “las maravillas de Dios”. Este término,
“maravillas” (megaleia) es la única vez que se encuentra en el NT. En Dt 11,2
se refiere a la manifestación de Dios a los presentes (ver 2 Mac 3,34; 7,17),
son manifestaciones que llegan “hasta el cielo” (Sal 70,19). Es un término
habitual en el libro del Eclesiástico (17,8.10.13; 18,4; 36,7; 42,21; 43,15;
45,24). El término viene de “megas” (grande, que sí es frecuente). La
construcción es semejante a la que María dice en el Magníficat: “ha hecho en mi
favor maravillas (megála) el poderoso. Santo es su nombre” (Lc 1,49). Dios
actúa en medio de la humanidad, se manifiesta. Y estamos invitados a reconocer
esa intervención. Tal es el caso de los milagros (en ambos sentidos) que
debemos mostrar a todas las naciones en todas las lenguas. El Evangelio debe
ser conocido y aceptado, debe crecer.
Pero
esta tarea misionera de llegar a “toda lengua” (cf. Fil 2,11) no es algo que
podamos desplegar sin la intervención de Dios. La Iglesia no puede comenzar su
ministerio sin el Espíritu que la empuja, la impulsa y la llena de vida. Gente
de todos los pueblos puede escuchar la palabra de Dios y –a partir de su fe-
recibir el bautismo, y comenzar a su vez ellos a dejar crecer el Evangelio.
Lectura de la primera carta de san Pablo a los cristianos de
Corinto 12, 3b-7. 12-13
Resumen: El espíritu es el que anima y
fortalece a la comunidad. El que hace que los diferentes miembros de la
ekklesia estén al servicio los unos de los otros enriqueciendo el “cuerpo” y
siendo gestores de unidad en la plena vivencia de la diversidad.
En
12,1 comienza un nuevo apartado de la carta a los corintios. Como los demás,
empieza con “con respecto a…” (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12) que parece ser –en
cada caso- la respuesta que da Pablo a preguntas que los corintios le han
formulado por carta (7,1). En la carta también hay enfrentamiento a temas que
Pablo conoce por información oral (1,10; 5,1; 11,18; 15,12). En este caso, la
pregunta es acerca de “los espirituales” y Pablo desarrolla el tema en tres
grandes partes, concluyendo en 14,40. El capítulo 12, por su parte tiene
también tres grandes partes donde Pablo presenta el planteo en general
(vv.4-11), un análisis a partir de la metáfora del cuerpo (vv.12-27) y la
conclusión (vv.28-31). Los vv.1-3 constituyen la introducción a toda la unidad.
En este caso, el texto litúrgico mezcla, sin un criterio literario aparente, la
última parte de la introducción y la primera parte de casa una de las dos
primeras unidades (vv.4-10 y vv.11-12). No es fácil entender el criterio de los
cortes, aunque la centralidad del tema del Espíritu, propio de la celebración,
queda destacada. Veamos brevemente:
En
la introducción, Pablo presenta un contraste entre el pasado y el presente de
los destinatarios, el tiempo de la idolatría, tiempo “sin espíritu” y el hoy, tiempo “con espíritu”, tiempo “en
la fe”. El contraste llega al extremo de la máxima blasfemia con la máxima
confesión de fe, por tanto aquel que dijera “Jesús es anatema”, algo imposible
de decir si ese tal tiene el espíritu, y la gran confesión de fe, “Jesús es
Señor”, algo sólo posible de decir “en espíritu”. Esto, así dicho, pone la fe
como el eje y el criterio de pertenencia. Pero esta fe está movida por el
espíritu de Dios. Muchas cosas que antiguamente los corintios hacían son muy
semejantes a lo que hacen ahora (por ejemplo hablar en aparentes lenguas
extrañas), ¿cómo saber si a ello nos mueve el espíritu de Dios o un espíritu o
un ídolo? Pues la fe, la confesión de fe, es el criterio. Si uno confiesa a
Jesús, tiene el espíritu de Dios.
Sin
embargo –y esto es particularmente duro para aquellos que se creían más
importantes que otros por tener manifestaciones del espíritu que son más
espectaculares (como el don de lenguas)- lo primero que Pablo señala es que
esos “espirituales” con carismas. Es decir, dones de la gracia. Nadie puede,
por tanto, jactarse, ya que todo es don de Dios, y no para el propio provecho,
sino para el servicio de la comunidad. No es propio ni para sí. Esos dones son
“distribuidos” (v.4), y tienen su origen en Dios. A cada uno Dios le da
diversos “carismas” y todos son para el provecho de la comunidad (v.7). A
continuación Pablo enumera algunos de esos carismas (lo que es omitido en el
texto) y más adelante continuará mencionando otros. Es decir, no pretende dar
una lista exhaustiva de los dones, sino mencionar algunos para destacar la
pluralidad y variedad, pero en el sentido de la unidad.
El
texto está cortado, como dijimos, y comienza la primera parte de la metáfora
del cuerpo. Aquí se limita a la presentación de la figura y a presentar lo que
es aparentemente un aparente dicho pre-bautismal pre-paulino. La imagen del
cuerpo y los miembros destacando la unidad y la diversidad parece haber sido
tomada de la filosofía estoica, donde era común, aunque varios autores piensan
en otros orígenes diversos. La imagen de la ciudad o del universo entendido
como cuerpo es común en el entorno. Y los astros o la creación, y los
“ciudadanos” entendidos como miembros. En este caso, el punto de partida es
este, y refiere a la unidad y la diversidad, pero dando un paso extraño
gramaticalmente: “así también Cristo”, no es “así también el cuerpo de Cristo”
o “estando en Cristo”, etc. Sin duda la unión de los cristianos en Cristo es
tal que genera una unidad indisoluble, para Pablo. Lo cual hace impensable la
división en el seno de la misma. División que no necesariamente significa
ruptura, pero que puede ser hacer sentir a otros que por no ser como nosotros
somos (o por no tener el carisma espectacular que nosotros tenemos) no son
parte nuestra. O –por el contrario- hacer creer a otros, los más débiles, que
no son “de los nuestros” por no tener nuestros carismas (ambos elementos se ven
reflejadas en las imágenes que siguen: “no te necesito” o “no soy del cuerpo”,
como dichos de unos y otros en la comunidad). Esta imagen, supone una mutua
pertenencia al cuerpo al cual ingresamos por el bautismo. Es por esto que Pablo
pone aquí un dicho (que es semejante a Gal 3,28 y parece semejante a Col 3,11).
Esto parece indicar que existía una suerte de confesión de fe, o catequesis
pre-bautismal que indicaba algunas características del bautismo en los que
reciben el sacramento, y que Pablo utiliza y coloca aquí. En este caso, fiel al
tema que está desarrollando, Pablo destaca que la diversidad (judío y griego,
esclavo y libre) no afecta la comunidad, sino que por el contrario, la
enriquece (en Gálatas, como el tema es otro y los conflictos también, el acento
está puesto en que no hay superioridad de unos sobre otros y lo que cuenta es
la unidad). Una nota con respecto al dicho: en Gálatas encontramos otro par:
“varón y mujer”. Ciertamente, si 1 Corintios es cronológicamente anterior a
Gálatas, hemos de decir que más tarde, Pablo añade el par varón-mujer al dicho
que había recibido; por el contrario, si Gálatas es anterior a 1 Corintios,
habría que explicar por alguna razón, por ejemplo, en el seno de la comunidad
corintia, la razón por la que Pablo omite expresamente a la mujer y el varón en
este texto. Parece bastante probable que Gálatas sea posterior a 1 Corintios,
por lo que pareciera que en 1 Cor Pablo simplemente cita el texto (incorporando
al Espíritu, donde decía Cristo). La importancia del lugar de la mujer en 1
Corintios mueve a Pablo a que la siguiente vez que cita este texto añada “varón
y mujer”, como lo hace en Gálatas.
Pero
veamos brevemente el tema del espíritu en esta unidad. Para empezar, es sensato
suponer que Pablo no está pensando en la “tercera persona de la Santísima
trinidad”. Sería anacrónico. El espíritu es el don de Dios; se dona y envía su
fuerza para que la comunidad pueda mantenerse fiel a los caminos de Dios. Este
es el don que se da a la comunidad y por el cual proclama su fe (Jesús es
Señor), es la fuerza que unifica el cuerpo y sus miembros, y que manifiesta en
cada miembro diferentes “carismas” a fin de que toda la comunidad se enriquezca
y crezca. Este don, recibido en el bautismo es gestor de unidad en la comunidad
eclesial, del mismo modo que los miembros lo son en el cuerpo del que forman
parte.
+ Evangelio según san Juan 20, 19-23
Resumen:
Jesús se va, pero el espíritu es derramado para continuar en la comunidad con
sus mismas características, y así poder vivir conforme al testamento que Jesús
deja en su discurso final.
El segundo domingo de Pascua hemos comentado este Evangelio (aquí
se encuentra sólo la primera parte, la escena “sin Tomás”, allí incluía la
segunda parte también). Repito ese texto y añado una nota
sobre el Espíritu en Juan. Es evidente que este texto hoy es puesto en la
liturgia por la referencia al envío del Espíritu.
El día de la resurrección está concluyendo. De madrugada, María
Magdalena fue al sepulcro (20,1); más tarde María se encuentra con Jesús a
quien confunde con el “jardinero” (20,15) y lo comunica a los “discípulos” y al
atardecer de ese mismo día tiene lugar la aparición a “los discípulos”. No
sabemos quiénes eran los que estaban en este relato (por lo cual “los
discípulos” como conjunto son los que deben ser tenidos en cuenta en el relato),
sólo sabemos quién faltaba, Tomás, que será el protagonista, junto con Jesús,
de la próxima y última escena. Esta unidad tiene entonces dos partes separadas
por una semana (a fin de que la nueva aparición del resucitado vuelva a ocurrir
en domingo). La ausencia y presencia de Tomás marca el elemento -nuevo en la
segunda- que las relaciona, pero no hace falta caer en el fundamentalismo de
preguntar si entonces Tomás no recibe los dones dados por Jesús en la primera
visita.
Empecemos señalando que la presencia de Jesús con
las puertas cerradas (v.19.26) parece intentar aludir a que Jesús no ha vuelto
a la misma vida pasada: su cuerpo es el mismo, pero es a su vez distinto, es
glorificado. Como en la escena que sigue, las palabras de Jesús reconocen el
don de la paz (shalom, algo necesario en medio del “temor”; no es justo decir
que la paz ya está entre ellos –a causa de la ausencia de verbo, lit. “la paz
con ustedes”- ya que el temor y la alegría posterior parecen desmentirlo) que
Jesús les otorga (vv.19.26) y a continuación “les muestra las manos y el
costado” reforzando así la idea de que “el resucitado es el crucificado”,
continuidad y diferencia. Esto dicho anticipa la escena de Tomás, pero también
nos adelanta que lo que dirá luego de los que “creen sin ver” no se refiere a
los discípulos sino a los lectores del Evangelio.
La alegría y la paz nuevamente otorgadas tienen
una nueva dimensión. No se trata simplemente de repetir un saludo y que los
discípulos se “alegren” por verlo resucitado, la “paz” y la “alegría” son dones
escatológicos, como es escatológico todo el ambiente de esta escena. La
resurrección de Jesús empieza a derramar sobre los suyos, los discípulos, los
dones esperados para el final de los tiempos. Precisamente el gran don, el que
engendra los anteriores, es el Espíritu que ahora entrega el resucitado. Nosotros
lectores ya sabemos que sobre el pequeño grupo al pie de la cruz –los creyentes
representados en la madre y el discípulo amado- se ha dado el espíritu (19,30),
como estaba anunciado (7,39). Pero el espíritu –ver los dichos del Paráclito
(ver 14,16.26; 15,26; 16,7, siempre en el discurso de despedida)- no se derrama
sobre el pequeño grupo, sino sobre todos los creyentes para ser testigos
(20,22; ver 15,26-27).
Ahora bien, como se puede ver en una lectura integral
de todo el Evangelio, uno de los elementos centrales de la cristología joánica
es presentar a Jesús como “enviado” del Padre. El “enviado” (hebreo “sheliah”) es
una institución característica para la cual la persona tiene “la misma
autoridad que tiene quien lo envía”, es decir, lo que dice, lo que decide, lo
que deja de hacer es el mismo ‘enviador’ quien lo hace. Siendo Jesús “enviado
del Padre” evidentemente pronuncia su misma palabra, opera sus mismas obras
como todo a lo largo del Evangelio queda claro. “Enviado” en griego se dice con
dos términos, pempô y apostellô (de donde viene “apóstol”). Así podemos decir
que en el cuerpo del evangelio de Juan sólo hay un “apóstol” que es Jesús. Sin
embargo, una vez resucitado, Jesús “envía” a sus discípulos así “como el Padre
me envió” (ver 13,16.20; 17,18), y –en coherencia con los textos mencionados-
es un envío “al mundo”.
A continuación les da la capacidad de hacer
llegar a todos el perdón de Dios (en un texto que tiene cierto contacto con Mt
16,19; 18,18).
La escena queda abruptamente interrumpida –no hay
despedida ni partida- con la referencia a la ausencia de Tomás. En un diálogo
entre ambas escenas los asistentes confirman que han “visto al Señor” (nuevamente
se confirma que la alusión a los que creen sin ver no se refiere a ellos) pero
Tomás manifiesta explícitamente su incredulidad yendo más allá de la visión, él
quiere tocar.
Centrándonos en el tema del "Espíritu" podríamos señalar la importancia que en Juan tiene el personaje al
que llama “paráclito”, o detenernos en el “envío”, que tan importante es el en
Cuarto Evangelio. O la relación entre el espíritu y la comunidad joánica.
Intentaremos –brevemente- un camino intermedio.
Las Biblias contemporáneas tienden a no traducir la palabra griega
“paráclito” que antiguamente se traducía por consolador, abogado, etc. Es que
el término “paráclito” es muy amplio y abarca esos elementos y también otros
más. Como se sabe, las referencias al paráclito se encuentran en el largo
discurso de despedida de Juan (Jn 13-17). Como una suerte de “testamento” de
Jesús, él prepara a los suyos para su partida, y reconoce como verdaderos
“herederos” a aquellos que vivan como él, en este caso, “el amor, como yo los
he amado”. El paráclito aparece como una suerte de personaje que Jesús enviará
cuando se vaya. Por eso “conviene” que se vaya ya que si no, no recibirán el
paráclito. Si miramos algunos términos que se le aplican: verdad, envío, está
con los discípulos, que el mundo no puede recibir ni conoce, que enseñará, son
términos que se aplican también a Jesús en Juan. En cierta manera el Paráclito
es una nueva manera de presencia de Jesús glorificado en medio de los suyos. Es
un enviado a una comunidad, y con una misión concreta, que esta comunidad
sienta la presencia en su vida cotidiana, en el conflicto, en conocer la
verdad.
Un elemento interesante que concentra “el misterio” en Juan es el
momento de la muerte de Jesús. Allí, afirma Juan, Jesús “entregó su espíritu”.
El grupo al pie de la cruz resume, en cierto modo, la primera Iglesia: dos
personajes con fuerte carga simbólica están allí (al decir “simbólica” por
supuesto que no negamos su entidad real): el discípulo amado y la madre de
Jesús. Que a partir de este momento serán “madre e hijo”. Hay elementos (no
tantos como los que luego desplegarán los Padres de la Iglesia a partir de
Justino) para pensar en la madre como una suerte de “Eva”: hay referencia a un
jardín, a una mujer-madre, a una costilla. Y hay un discípulo que es amado, que
tiene profunda intimidad con Jesús en la pasión, lo acompaña en la cruz, lo
reconoce resucitado y cree sin ver a Jesús. En cierto modo, la novedad que
Jesús trae, la nueva comunidad de discípulos está allí en la cruz, y a ellos
“entrega su espíritu”. En un instante Juan concentra pasión y envío del Espíritu,
algo que luego desarrollará en el relato que nos toca comentar.
Mirando el término “espíritu”, en Juan no es muy frecuente, como
lo es en otros (x19 en Mt; x23 en Mc; x36 en Lc [+ x70 en Hch] y x24 en Jn).
Luego de una alusión al Bautismo de Jesús –no mencionado en Juan- habla de un
“nacimiento” según el espíritu que refiere a los discípulos a partir de nuestro
bautismo, a una verdadera adoración “en espíritu”, las palabras de Jesús “son
espíritu y vida”. En 7,39 señala expresamente que el Espíritu lo recibirán los
seguidores a partir de la glorificación de Jesús, esto es, a partir de la
Pascua. Fuera de esta mención expresa, debemos esperar al discurso de despedida
para escuchar hablar del Espíritu como un don. Este don, presentado como
paráclito, como se ha dicho, es un modo nuevo de presencia de Jesús entre los
suyos: espíritu de verdad, enviado y maestro, que no hablará por su cuenta,
como ocurre con el enviado. Luego de estos anuncios, quedan los dos textos
finales a los que hemos hecho referencia: Jesús, que en la cruz “entrega su
espíritu” y que a los discípulos reunidos (¿quiénes? No se dice) les entrega su
espíritu en un soplo.
La comunidad de los discípulos de Jesús continúa, Jesús se va pero
no se desentiende de nuestra suerte. El y el Padre envían un paráclito, alguien
con las mismas características de Jesús para que los discípulos puedan vivir el
testamento que ha dejado, vivir el amor los unos a los otros como él nos ha
amado.
Dibujo tomado de http://ismaelojeda.wordpress.com