jueves, 28 de noviembre de 2024

Pedro, un amigo de Jesús (1)

Pedro, un amigo de Jesús (1)

Eduardo de la Serna



Uno de los personajes bíblicos más conocidos es Pedro, un amigo de Jesús. De hecho, se lo menciona muchísimas veces e incluso hay escritos que se le atribuyen a él. Tratemos de ver algo de este personaje, aunque debamos dedicar próximamente otra nota ya que es muy importante y extenso.

Como se sabe, “Pedro” no es su nombre sino el sobrenombre que recibió. En el Nuevo Testamento se utiliza incluso este mismo sobrenombre en arameo, “Cefas”, luego traducido a “Pedro” (= piedra). Se habla de él en los 4 evangelios, en los Hechos de los Apóstoles, en Pablo (en las cartas a los Gálatas y en 1 Corintios), y – como dijimos – hay dos cartas que afirman ser escritas por él (las 1 y 2 de “Pedro”).

Salvo en una ocasión, Pablo siempre se refiere a él como “Cefas”; nombre que también encontramos en Juan (1,42). En Hechos 15,14, Santiago lo llama “Simeón”, nombre que también “se da” Pedro en 2 Pe 1,1 (“Simeón Pedro”). Con frecuencia en los Evangelios y en Hechos se aclara “Simón Pedro” (Mt 16,16; Mc 14,37; Lc 5,8; Jn 1,40; Hch 10,18 entre otros), y otras veces simplemente “Pedro” (Mt 8,14; Mc 5,37; Lc 8,45; Jn 1,44; Hch 1,13 entre otros) o Simón (Mt 16,17; 17,25; Mc 1,16.29.30; Lc 4,38; 5,3; 24,34; Jn 1,41; 21,15-17. Los textos afirman que “Pedro” es el sobrenombre que le dio Jesús (Mt 16,18; Mc 3,16; Lc 6,14; y Jn 1,42 llamándolo – como dijimos – “Cefas”); sólo Mateo da una razón a ese sobrenombre (“piedra de la Iglesia”).

El evangelio más antiguo, el de Marcos, muestra con mucha frecuencia la cercanía de Jesús con Pedro y los hermanos Santiago y Juan (a los que también da un sobrenombre, “hijos del trueno”, 3,17). El libro de los Hechos muestra desde el comienzo (1,15) el lugar principal que ocupa en la comunidad hasta que desaparece en el libro (15,7) dejando su lugar a Pablo.

Como se dijo, en el Nuevo Testamento hay dos cartas que se le atribuyen, aunque es posible que las hayan escrito discípulos suyos como era muy frecuente en esos tiempos. Pero esto nos permite formular una pregunta oportuna en esta nota. ¿Por qué tanta importancia a un discípulo en especial? Pablo, aunque no tiene dudas en confrontarlo si es el caso (Gal 2,11-14), sabe que su voz es autorizada (Gal 1,18) y preponderante. De hecho, Pedro es al primero al que se le aparece el resucitado según lo que él ha escuchado (1 Cor 15,3-5); concretamente – para Pablo – es el referente máximo de la predicación a los judíos (Gal 2,7-8, la única vez que él lo llama “Pedro” y no “Cefas”) así como él lo es para la predicación a los no-judíos.

Este lugar “principal” de Pedro es un tema muy importante en el Nuevo Testamento y luego en la tradición cristiana. La pregunta principal - en este caso - es esta: en los escritos bíblicos, ¿hay un “ministerio” de Pedro o se trata sólo de un caso excepcional? Es decir, nadie discute que Pedro ocupa un lugar muy importante en las primeras comunidades (la cantidad de libros del NT que lo mencionan lo demuestra), pero la pregunta es si, muerto Pedro, está previsto que otro ocupe su lugar. Es evidente que la gran mayoría de los libros del NT están escritos cuando ya Pedro había muerto, lo cual es indicio de que no se quiso olvidar su memoria, y – además – que discípulos suyos escribieran cartas en su nombre muestra que su importancia no había desparecido con su muerte. Incluso hay que notar que se dirigen a comunidades por las que Pedro no había pasado, que nosotros sepamos (ver 1 Pe 1,1), lo cual muestra que su nombre y su tradición tienen un prestigio que no se quiere borrar y que trasciende los límites geográficos por los que él estuvo. Incluso, terminado el tiempo del NT, esa tradición continuó, especialmente relacionada con comunidad de Roma. Ese ministerio de Pedro es el que los católico-romanos llamamos el “papado”. Por cierto, que el Papa no es el jefe de la Iglesia (el cual es Jesús, evidentemente... "mi iglesia") sino que es el sucesor de Pedro; uno que, como Pedro, puede acertar o equivocarse (muchísimas veces Pedro se equivoca en dichos o hechos [Mt 16,22-23; Mc 14,71; Lc 9,33; Jn 13,8; Hch 10,13-14; Gal 2,14], lo que no impide que siga siendo “Piedra”), pero que su nombre muestra un ámbito de unidad, un espacio “eclesial”. Pedro – el Papa, en este caso – se muestra como un “lugar”, más que como una “persona” en la que los católico-romanos podemos vivir y manifestar nuestra fe.

Icono sobre Pedro tomado de https://es.wikipedia.org/wiki/Simón_Pedro#/media/Archivo:Petersinai.jpg

martes, 26 de noviembre de 2024

Comentario a las lecturas 1er domingo adviento C

 Se acerca la liberación de la esperanza

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO – “C”

Eduardo de la Serna



Lectura del libro del profeta Jeremías     33, 14-16

Resumen: Jeremías anuncia la llegada futura de un rey que hará la voluntad de Dios y por ello el pueblo vivirá seguro y en paz ya que así también Israel y Judá serán fieles al proyecto de Dios de cumplir el derecho y la justicia. 


Es sabido que el libro de Jeremías es muy desordenado (por ejemplo, la Biblia griega tiene otra numeración de capítulos). En ese contexto, y seguramente bastante tardío (y muy posiblemente no perteneciente al profeta) se encuentra esta unidad aludiendo a las esperanzas futuras. Pero no hay referencia a anuncio alguno de castigo, seguramente porque el “castigo” (= el exilio) ya ha ocurrido.

La unidad elegida en la liturgia es la primera parte del oráculo que finaliza en v.26. La elección y fidelidad de Dios a sus elegidos (Judá e Israel, es decir los reinos del norte y el sur) no está motivada por la fidelidad del pueblo (vv.23-24). Esto ocurrirá en un futuro indeterminado (“vienen días”), fórmula frecuente en los profetas para anunciar un castigo o también esperanza.

El texto del anuncio se encuentra casi idéntico en 23,5-6 donde añade que éste será “un rey prudente” y las que estarán a salvo serán “Judá e Israel”, no Jerusalén, como en este texto. Quizás este sea una repetición del anterior más centrado en el rey futuro e ideal (como David) que se espera, de allí que se aluda a Jerusalén.

Lo que se señala es que es un “germen”, “retoño” (tsemah) que será “justo” (tsedaqa’). La referencia a un brote de justicia es frecuente en el segundo y tercer Isaías (45,8; 58,8; 61,11; “germen” es el nombre misterioso de un siervo de Dios en Zacarías 3,8; 6,12). Se hace referencia a la intervención de Dios en favor de su pueblo, en este caso “encarnada” en un personaje monárquico que gobernará en favor del pueblo (todo lo contrario de lo que han hecho los reyes de tiempos de Jeremías).

Lo que caracteriza este rey esperado es que practicará “el derecho y la justicia” (mispat-tsedaqa’). Ambos términos, que se encuentran juntos 50x en el A.T. son el sentido fundamental por el cual Dios ha elegido a su pueblo. “Así” debe vivir (“practicar”), cf. Is 5,7. Así lo repite Jeremías (4,2; 9,23; 22,3.15). A causa de este reinado justo, que permitirá al pueblo (Judá e Israel, o Jerusalén) vivir conforme a la voluntad de Dios, es que Judá estará a salvo (iesa’) y Jerusalén estará segura (betah). Es interesante notar que ambos términos se repiten en el Sal 44,7 señalando que no están en las armas la seguridad y salvación, sino que – por el contrario – se encuentran en Dios (Sal 86,2).

Esto repercutirá en favor del pueblo ya que Yahvé es llamado “nuestra justicia” (no “mía”, lo que significa “Sedecías” que es el rey con el que Jeremías entra en conflicto, cf. 1,3; al rey se lo menciona 49x en este profeta). En el rey esperado, tan distinto del rey contemporáneo, la justicia, fidelidad a Dios y a su pueblo será un hecho. Ya vienen días.



Lectura de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Tesalónica.     3, 12-4, 2

Resumen: la expectativa en la “venida” de Jesús es una tensión que ha de estar marcada por la vida del amor, pero no solamente a los miembros de la comunidad sino también a todo el mundo. Eso debe caracterizar a los seguidores de Jesús.


La venida (parousía) futura e inminente de Jesús es tema recurrente en las primeras cartas de Pablo (1 Tesalonicenses y 1 Corintios; el término también alude a otras “venidas” como la de enviados de Corinto donde Pablo, de Tito, o de Pablo mismo a la comunidad, cf. 1 Cor 16,17; 2 Cor 7,6.7; Fil 1,26; 2,12). Por otro lado, en 1 Tesalonicenses es un término estructurante de algunas unidades a modo conclusivo (2,19; 3,13; 4,15; 5,23). El término “venida” (parousía) tiene su origen en el ambiente político y refiere a la “venida” a una ciudad de una autoridad (no particularmente el Emperador). Esta llegada, en muchos casos esperada, suele hacer a la comunidad el don gratuito (“gracia”) de los beneficios del Emperador (a causa de un desastre o una alianza, por ejemplo). Sin duda el uso por parte de Pablo de estos términos (como también de otros términos provenientes del ambiente político) son claramente contra-culturales y subversivos y así eran comprendidos por sus destinatarios. En 5,2 se identifica la “venida” con “el día del Señor”.

Como se dijo, en 3,13 finaliza la unidad. En 4,1 da comienzo una nueva parte expresada por los términos característicos (“exhortar”, parakaléô) y el vocativo “hermanos”. En este caso, solamente se destaca la introducción (ya que las instrucciones dadas por Pablo están omitidas, vv.3-12). 

La indicación de vivir en el amor (distinguiendo, pero integrando, el amor “mutuo”, es decir entre los miembros de la comunidad, y “hacia todos”, es decir incluyendo al resto de la humanidad) marca la unidad. No sólo el discurso es diferente al de la cultura hegemónica, sino que también la conducta de los miembros de la comunidad ha de serlo (incluso en caso de persecución). 

Lo que Pablo pedirá en la exhortación está omitido en el texto, pero tiene que ver especialmente con no vivir como vive el mundo (romano) del cual han salido los que ahora pertenecen al movimiento de Jesús. No vivir cómo viven los de afuera es la expresión visible de la “separación” y es lo que agrada a Dios.



Evangelio según san Lucas     21, 25-28. 34-36

Resumen: en un día indeterminado los habitantes de la tierra temblarán de susto por los signos cósmicos que se avecinan; pero los que se mantengan fieles y expectantes estarán de pie y con dignidad ante el hijo del hombre que viene a juzgar.


Un texto muy semejante al evangelio del domingo pasado da comienzo al tiempo del Adviento (de hecho, expresamente se omiten los vv.29-33 con la metáfora de la higuera que estaba presente en el texto de Marcos).  

Es evidente que el importante capítulo escatológico de Marcos (c.13) ampliado en Mateo (cc.24-25) es bastante breve en Lucas limitándose a unos pocos versículos. Hay algunos elementos propios de Lucas que merecen destacarse en esta unidad.

La referencia a las señales cósmicas en Marcos, citando Is 13,10 se limitan a ser solo mencionadas (v.25) pero añadiendo referencia al rumor de las olas, aludiendo al salmo que canta la intervención de Dios que responde en la creación salvando y a quien se le da gracias por ello (cf. Sal 65,8). Pero (como Marcos) retoma Is 34,4 destacando que eso no exime a los seres humanos de desfallecer de miedo y angustia por lo que vendrá ante el sacudón de “las fuerzas del cielo”. Es en este marco dramático pero expectante en el que se verá “el hijo del hombre”, personaje al que refería la Primera lectura el domingo pasado. Como allí se dijo, esta figura originalmente colectiva (= Israel), en tiempos del NT ya era vista de un modo individual, aludiendo a un personaje (mesiánico) que hará su intervención judicial en la historia. Esa venida puede ser terrible o benéfica depende la actitud de los testigos. La nota de esperanza de Lucas se reafirma con su frase conclusiva (propia de Lucas): “cuando esto empiece a suceder estén erguidos y levanten la cabeza porque se acerca la liberación”. Estar erguido (anakyptô) es precisamente lo que Satanás no permite a la mujer a la que somete hace años (13,11). En Dn 13,35 es la actitud de la confianza en Dios (cf. Job 10,15) o ante los otros (Jn 8,7.10). “Levantar cabeza” es la actitud de la dignidad, del orgullo o la alegría contraria a la opresión (cf. Zac 1,21). El motivo de esta doble actitud es la cercanía de la “liberación” (apolytrôsis). El término apolytrôsis viene de lyô y remite a “desatar”. Se utiliza en Pablo, y las cartas de sus discípulos, en el sentido de ser “desatados de los lazos del pecado” (Rom 3,24; 8,23; 1 Cor 1,30; Ef 1,7.14; 4,30; Col 1,14 y en Heb 9,15; 11,35). Es la actitud de redimir a los esclavos. El contexto político y cósmico de este texto de Lucas invita a preferir “liberación” (no se hace alusión a los pecados, por ejemplo en toda la unidad, pero si al conflicto).

Luego de la referencia a la higuera (omitida, como se dijo) el acento está puesto en la actitud velante que se ha de tener. Esto supone evitar lo que impide velar (borrachera, embriagueces, preocupaciones) contrastante con la actitud de orar a fin de “mantenerse en pie” ante el hijo del hombre que viene. Invita a estar atentos, tener cuidado (cf. 12,1; 17,3; 20,46), prestar atención (Hch 5,35; 8,6.10.11). Lo que se debe buscar es que el corazón (sede de las decisiones) no esté “pesado” por las actitudes que impiden pensar con claridad: borracheras (sólo aquí en la Biblia), embriagueces (usado en los códigos de vicios por Pablo, cf. Rom 13,13; Ga 5,21) y preocupaciones, o ansiedad (8,14 es una de las actitudes, como lo son las riquezas, que ahoga la palabra que fue sembrada). Estar atentos hará estar “preparados” para la venida súbita de “aquel día”. El día de Yahvé es el momento decisivo de la intervención de Dios y alude aquí a la venida del hijo del hombre. En Lucas tiene que ver con la llegada definitiva del Reino (10,11-12) que es algo imprevisto (12,46; 17,31; 21,23). Este día será universal (todos los habitantes de la tierra, literalmente “sentados en la faz de la tierra”, seguramente para reforzar el relajamiento y lo improviso de la venida). El “lazo” es la trampa, la captura (Rom 11,9), hay que evitar caer en los lazos del diablo (1 Tim 3,7; 2 Tim 2,26) o del dinero (1 Tim 6,9).

Estar despiertos y en oración permitirá prevalecer y “escapar” de lo terrible que se avecina (todas las cosas por venir) y mantenerse de pie, parados “delante” (14,2; 19,4.28) de este hijo del hombre que viene. 



lunes, 25 de noviembre de 2024

Una nota -más teológica- sobre el tema del racismo…

Una nota -más teológica- sobre el tema del racismo…

Eduardo de la Serna


Como es obvio, toda cultura, más o menos universal, tiene sus propias estructuras armadas en torno a sus “mapas” antropológicos, históricos, culturales, religiosos, etc. Un ejemplo harto conocido – y frecuente, y doloroso, y peligroso – es el patriarcado. Para esta estructura, la mujer (y el varón “afeminado”, es decir que no responde a los cánones hegemónicos de masculinidad) son tenidos como inferiores, hasta el punto de negárseles en ocasiones toda entidad. La mujer es tenida como una propiedad del varón (sea el padre y luego el esposo, por ejemplo).

Veamos unos textos:

1.- La mujer prudente se impone límites incluso en lo que es honesto. La que pretende parecer muy sabia y elocuente debe ceñirse la túnica hasta la canilla, sacrificar cerdos en honor de Silvano y acudir a los baños más baratos. Que la mujer que se acuesta contigo carezca de estilo oratorio, que no dispare un entimema retorcido en párrafos redondeados. Que no conozca todas las historias y que se quede sin entender algo de los libros. [Juvenal. Satiras VI,444-451]

2.- Téano [hija o esposa de Pitágoras], colocándose el manto alrededor de su cuerpo, enseñaba el brazo. Cuando alguien le dijo: «Hermoso brazo», ella le respondió: «Pero no público.» Conviene que no sólo el brazo sino también el discurso de la mujer prudente no sean públicos; que ella sienta respeto y tenga cuidado de desnudar su palabra ante personas de fuera, ya que en la palabra se descubren los sentimientos, caracteres y disposiciones de la que habla. [Plutarco, Los deberes del matrimonio 31]

3.- Destacando lo contracultural, no solamente por el lugar de las mujeres, sino también el papel político de la democracia y el rol del “poder judicial”, Aristófanes, en, “La asamblea (ekklêsía) de las mujeres”, Comedias III [Barcelona: Gredos 2007, 333-409] presenta a mujeres, disfrazadas de varones que toman decisiones para mejorar la ciudad decidiendo cosas como estas:

Entonces que ninguno me interrumpa ni me contradiga antes de enterarse de mis intenciones y de oír su explicación. Les diré que es preciso que sean comunes los bienes de todos, que todos tengan parte del común y vivan de los mismos recursos, y no que uno sea rico pero el otro pobre. Que no posean unos grandes extensiones y otros no tengan ni para su fosa; que no tengan unos montones de esclavos y que otros carezcan de un mal ayudante. Pues bien, al contrario: yo establezco un único modo de vida, común e igual para todos. [# 589-597] Una vida igual para todos: les digo que voy a convertir la ciudad en una única vivienda, derribándolo todo hasta conseguir una única morada, de modo que todos puedan pasar adonde estén los otros [# 575].

Destaco en extenso estos textos para evitar cualquier – y frecuente – tentación de responsabilizar al cristianismo de ser gestor del origen del patriarcado, por ejemplo: Y creo que, erróneamente, se ha responsabilizado a San Pablo, de actitudes misóginas. Pero, de ninguna manera se ha de negar que la Iglesia también fue asumiendo actitudes machistas y propias del patriarcado.

Pero sería injusto – precisamente con las mujeres – negar el rol primordial que ellas tuvieron en el nacimiento de las comunidades cristianas. Si el “cristianismo” nace a partir de la experiencia creyente en la resurrección de Jesús, es innegable que el primer rol primordial en este anuncio nace de la voz de las mujeres. Y, es también cierto, que, aunque en muchos ambientes, con el paso del tiempo, el cristianismo se va adaptando al modelo cultural romano, por otra parte no deja de haber actitudes totalmente subversivas.

Por ejemplo, la crítica principal que hace el filósofo griego Celso (s. II) contra el cristianismo para mostrar su ser supersticioso es que sólo consigue convencer a necios, plebeyos, y estúpidos, a esclavos, chiquillos y mujeres (Origenes, Contra Celso III, 50.55):

Vemos, efectivamente, en las casas privadas a cardadores, zapateros y bataneros, a las gentes, en fin, más incultas y rústicas, que delante de los señores o amos de casa, hombres provectos y discretos, no se atreven a abrir la boca; pero apenas cogen aparte a los niños mismos y con ellos a ciertas mujercillas sin seso, hay que ver la de cosas maravillosas que sueltan: “que no hay que atender ni a padres ni a preceptores, sino creerlos únicamente a ellos; pues aquéllos son unas necios y unos estúpidos y, preocupados como están por vacuas tonterías, ni saben ni hacen nada que sea realmente bueno. Ellos, sólo ellos, son los que saben cómo se debe vivir, y si los niños les obedecen, no sólo serán ellos felices, sino que harán también feliz a su familia". Y si, mientras hablan, columbran que se acerca alguno de los preceptores, encargados de la enseñanza de los niños, hombres prudentes, o el padre mismo, los más cautos se callan de miedo; pero otros, más descarados, tratan de soliviantar a los niños, susurrándoles que en presencia del padre o de los preceptores no quieren ni pueden explicarles nada bueno, pues se lo impide la estolidez y necedad de aquéllos, corrompidos que están totalmente y sumidos en la más profunda maldad, y que pudieran castigarlos; que si quieren, tienen que desentenderse del padre y preceptores y, junto con las mujeres y sus compañeros de juegos, apartarse a la habitación de las mujeres o al taller de zapatería o de curtidos, y allí recibirán cabal instrucción. Tales son los discursos con que tratan de persuadir [#55].

Para evitar malos entendidos es bueno recordar que, en el Imperio Romano, la religio se trata de una virtud cívica (y que, por lo tanto, es normativa para todos los ciudadanos); lo que está por fuera de esto, y no es – por lo tanto – virtuoso, es la superstitio. Uno de los aspectos a tener en cuenta, además de la fidelidad a las normas, es la aceptación, o al menos la tolerancia, a toda religio licita, es decir, aquellas confesiones religiosas que son toleradas (por ejemplo, debido a su importante antigüedad); por eso, ser tenido como “novedades” es algo, además, crítico. El cristianismo, para esta mentalidad, además de superstitio, era – obviamente – novedoso; por eso es razonable que se lo cuestione por su “ateísmo”.

Es decir, lo que forma parte de la vida cristiana desde sus orígenes, que es el rol absolutamente igualitario, y primordial de muchas mujeres, es visto, desde la mentalidad romana, como algo detestable (y, lamentablemente, no faltaron los cristianos que asumieron más el rol del dominador que la novedad del Evangelio).

La discriminación, en este caso, no era cuestión de “raza” (= racismo), sino de género. Insisto en el rechazo también de quienes no “encarnan” el modelo cultural de masculinidad hegemónico. No está de más recordar que cada cultura tiene modelos propios, y mientras el varón modélico en Atenas es el filósofo, en Roma, madre de las violencias (alimentada con leche de loba e hija de sabinas secuestradas), el varón ha de ser agresivo e imponerse, mientras el buen judío medita la Tora, y el buen cristiano debiera asemejarse al varón crucificado…

Ciertamente es razonable que quien tiene una estructura mental, cultural, armada en base a lo que entiende por valores y desvalores, tenga dificultades en entender o recibir otra cultura, otro modo de vida diferente. Pero una cosa es la dificultad para entender y otra, ¡muy otra!, es el rechazo, la agresión y la violencia que vuelve imposible todo diálogo, encuentro y respeto por lo diferente. Esa actitud colonial, imperial, debería quedar descartada de todo ambiente de encuentro humano. O, quizás, esa actitud se auto-excluye sencillamente de la humanidad. Nada menos.

 

Foto tomada de https://una.edu.ar/noticias/dia-internacional-de-la-eliminacion-de-la-discriminacion-racial_34728


Cierto que no somos racistas

Cierto que no somos racistas

Eduardo de la Serna



Alguien dijo una vez, y muchos lo creyeron, que Argentina no es un país racista.

Queda por ver, pero no es acá donde se hará, por qué parece que han “desaparecido” los indígenas y la negritud que abundaban, como en toda América Latina, para transformarnos en un país “blanco”. Y, antes que nada, aclaro: que nos han hecho creer que somos una nación blanca es cierto, pero – aunque la proporción actualmente visible de indígenas es menor en Argentina que en Bolivia y la de negros, menor que en Uruguay (por citar países vecinos), no es menos cierto que ambas son importantes, aunque – por un tiempo, afortunadamente ido – hubo quienes escondían su propia realidad para ser incluidos, para sentirse “parte” de una nación “evidentemente europea” (sic). Tampoco deja de merecer ser tenido en cuenta que, aunque en ningún gobierno haya habido una justa reivindicación (y reparación) no es menos cierto que no es lo mismo con unos gobiernos que con otros. La reivindicación de Julio A. Roca, ya en la Dictadura cívico militar con bendición eclesiástica – que celebró “los 100 años de la Campaña al Desierto” –, y durante el macrismo y el actual gobierno es buena expresión de esto.

Me inspira estos pensamientos el maravilloso trabajo de E. Raul Zaffaroni, Colonialismo y Derechos Humanos (Buenos Aires: Taurus 2022) destacando la enorme relación entre colonialismo y racismo, en nuestro caso en la Argentina.

Me permito señalar dos citas:

(El) tema de los mapas es interesante como indicador de superioridad, que depende del lugar en que se ubique quien los traza (…) para llevar a cabo esta empresa de limpieza de sangre apeló (España) a un biologismo racista (…) lo que realmente se inventó con el colonialismo originario fue el racismo por melanina (45-46)

La difusión académica de los diletantismos racistas sufrió un golpe de gracia cuando en 1950 la Unesco, repitiendo palabras del biólogo Julián Huxley, declaró «los graves errores ocasionados por el empleo de la palabra ‘raza’ en el lenguaje corriente hacen deseable que se renuncie completamente a él cuando se aplica a la especie humana y que se adopte la expresión ‘grupos étnicos’» (192)

También es interesante notar que ese racismo no es menos vigente en la misma “pura” Europa, ya que no es lo mismo ser alemán, francés o inglés, que español, portugués o italiano (y no es lo mismo serlo del norte que del sur) … Y la Argentina que se autopercibía europea, quería ser económicamente inglesa y culturalmente francesa. La ciudad de Buenos Aires especialmente (aunque en algunas doctas ciudades esto no les sea ajeno) era la abanderada de esa dizque argentinidad.

Resulta que ahora los periódicos nos informan de dos casos terribles:

  1.       En un club de golf del balneario de Pinamar una mujer paseaba y descansaba, como, parece, lo hacía frecuentemente. Pero una pareja que jugaba la atacó con un palo de golf, y, roto este, con otro. Y, por lo que parece, a los gritos de “pago 50.000 dólares para venir acá”, “esto no es Ostende”, “ratas, vayan a tomar mate al Conurbano” … y un testigo, que filmaba, afirmó: “tiene razón (sic) pero no es para pegarle”.
  2.       En el barrio las Cañitas (pleno Buenos Aires) un joven estaba con la bandera del estado Palestino. Y un señor empezó a insultarlo a los gritos. Los insultos fueron los mismos de siempre, a los que nos tiene habituados el gobierno y sus brazos armados, y decía, además, “váyanse de mi barrio (sic)”, “yo soy rico y ustedes unos negros de…”, “los ricos no vamos presos”, “¡váyanse de acá!”

Y me acordé que “no somos racistas”, y que el mapa mental de estos engendros es un mapa sacro y blanco, y que la no menos sacra “propiedad privada” de su club, su barrio, su derecho los autoriza al insulto y la agresión impune porque no vamos presos. Y viendo esto, y mirando tantas cosas no tan grotescas, pero sí semejantes, puedo entender por qué ganó Milei. Por qué perdimos los humanos.


Imagen toimada de https://www.facebook.com/MafaldaDigital/posts/humor-de-viernes-libertad-/1789207054527674/

jueves, 21 de noviembre de 2024

Natán, un profeta de la corte

Natán, un profeta de la corte

Eduardo de la Serna



En Israel– como también ocurría entre los pueblos vecinos – hubo diferentes personajes - masculinos y femeninos - de los que se decía que la divinidad se introducía en ellos y podían hablar u obrar en su nombre. Son los que conocemos con el nombre de los “profetas”.

Había diferentes tipos de profetas: unos andaban en grupo y en ocasiones entraban en trance para luego reconocer en ese hecho una intervención de Dios (1 Sam 10,11). Un ejemplo de estos es el profeta Eliseo. Otros eran personas “comunes” pero que en algún momento más o menos frecuente, recibían un mensaje de parte de Dios que debían pronunciar públicamente (2 Sam 24,11; Jer 28,12; Ag 1,1, etc.). La mayor parte de los profetas que conocemos por los libros pertenecen a este grupo. Pero hay un tercer grupo, los profetas “profesionales”. Son personas que pertenecen, por ejemplo, a la corte, y son frecuentemente consultadas por el rey a fin de conocer la voluntad de Dios antes de tomar alguna decisión importante. A este último grupo pertenece el profeta Natán.

Natán pertenece a la pequeña corte del rey David, y con frecuencia tiene acceso al monarca casi sin pedir audiencia (2 Sam 12,1; 1 Re 1,22). Aparece sin introducción, sin que se nos haga referencia a cuándo es que accede a la corte, cuál es su familia, de dónde proviene (2 Sam 7,2); pero lo encontramos especialmente en tres momentos muy importantes de la vida de este rey.

Aunque, por los textos bíblicos, sepamos que quién edifica el Templo en Jerusalén, es Salomón (1 Re 6), el texto nos dice que quién primero planeó hacerlo es David. El texto es interesante por el juego de palabras con la imagen de la “casa”: “Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras el arca de Dios vive en una tienda de campaña” (2 Sam 7,2). La casa “palacio” contrasta con la no-casa “templo”. En un primer momento Natán le dice a David que Dios está conforme con eso (7,3), pero, luego, en sueños, Dios lo contradice (7,4) y debe volver al rey para – nuevo juego de palabras con el término “casa” mediante – desdecirlo. Dios le anuncia al rey que Dios “le edificará una casa” (7,11). Ahora “casa” es familia, es decir una “dinastía”. Es decir, que mientras David quiere construir una “casa” a Dios, en realidad Dios le construirá a él una “casa” y su familia siempre estará en Jerusalén. Con esta promesa de Natán Dios “firma una alianza” de que siempre habrá un “hijo de David” en el trono (7,13.16). Es bueno – acá – recordar que Jesús es “hijo de David”, es de su “casa” (Lc 1,27.69; 2,4).

Pero David, “el rey ideal”, no está libre de pecado (es interesante notar que la Biblia no tiene problema en mostrar los pecados de los personajes más importantes como Abraham, David, o Pedro), y – a pesar de tener un harem (ver 2 Sam 3,2-5), como tantos reyes de su tiempo – adultera o viola a Betsabé, la mujer de Urías, un jefe militar de su ejército (2 Sam 11,3-5). Incluso, ante el embarazo de ella, hace asesinar a Urías para “tapar” el delito (11,15-17). Nuevamente Natán interviene en nombre de Dios, esta vez para criticar duramente a David que debe reconocer su pecado (12,1-15). El castigo merecido queda suspendido porque el rey se manifiesta arrepentido, pero el hijo no llega a nacer (12,13-14). Más tarde, el rey y su ahora nueva mujer engendran a Salomón (12,24).

Finalmente, cuando David está perdiendo sus fuerzas, ya anciano, se suscita un conflicto por la sucesión del poder. Adonías ambiciona el poder y se proclama rey (1 Re 1,9), cosa que no apoyan el sacerdote Sadoc ni Natán. El profeta integra a Betsabé (1 Re 1,11) en el proyecto de convencer a David que aliente el ascenso al trono de Salomón, cosa que finalmente éste hace (1 Re 1,30-37). En nombre de Dios – una vez más – Natán garantiza la dinastía de David, en este caso en la sucesión de Salomón.

Es interesante notar que, aunque Natán fuera un profeta rentado, y que debía decir al rey lo que lo beneficiara (cosa que con frecuencia hace), esto no impide que hable en nombre de Dios incluso para confrontarlo y cuestionar su accionar como contrario a la voluntad de Dios (arriesgando así su vida, obviamente). De eso se trata ser profetas, se esté donde se esté, se viva donde se viva, pronunciar palabras de parte de Dios, aunque sean de difícil aceptación o incluso rechazadas: “así dice el Señor” (2 Sam 7,5; 12,7) …


Icono ruso sobre Natán tomando de https://ca.wikipedia.org/wiki/Natan_%28profeta%29#/media/Fitxer:Nathan.jpg

miércoles, 20 de noviembre de 2024

El Jesús que aprendo a conocer

El Jesús que aprendo a conocer

Eduardo de la Serna



Es evidente que cada quién tenemos un Jesús introyectado que nos hace pensar, o intuir, que él “es así” o “no es así” cuando nos hablan o vemos una imagen diferente del que conocemos y abrazamos. Pero no es menos cierto que ese Jesús no es el mismo que conocimos de niños: ha crecido con nosotros, ha cambiado, se ha travestido con otras ropas, rostros, colores… Y, probablemente, seguirá cambiando.

Pero, ¡son tantos los que hay en góndola!, que es sensata la pregunta de cuál se va asemejando más y más al del madero y al que anduvo en la mar. Porque es evidente que todo Jesús anunciado está cargado de nuestras cargas, nuestra cultura, nuestras imágenes, nuestras crisis; y es ese el que mostramos, y es ese el que nos muestran. Evidentemente, cuando hablamos de Jesús hablamos de ese mismo que tenemos dentro; y no es insensato empezar sabiendo que ese Jesús del que hablamos honestamente, ¡no es Jesús! (solo puede ocurrir que se le asemeje).

Y así, hablamos o nos hablan de Jesuses altos o bajos, blancos u oscuros, sonrientes o lagrimeantes, aislados o acompañados… Un Jesús en oración, un Jesús hacedor de milagros, un Jesús eucaristía, un Jesús rodeado de personas, un Jesús…

En estos párrafos quiero mostrar al Jesús que fui conociendo en mis años militantes (que no han terminado).

En los grupos juveniles, allá por los primeros 70s lo veíamos y presentábamos como un amigo, un compañero de camino; era “el Flaco” (para incomodidad de sectores formales, por cierto). Era un Jesús al que sentíamos y sabíamos cercano, con el que conversar en los momentos particulares (que, con el paso del tiempo, fueron viniendo aterradoramente sobre nosotros). Creo que ese Jesús amigo y cercano, aunque fuera tomando otros rostros, fue fundamental para sobrevivir en la “noche oscura”; eran momentos de pánico y soledad en los que experimentar la cercanía abrazadora del amigo daba otro aire; otra paz.

Pero esa noche oscura, en mi caso, coincidió con mi estadía en el Seminario preparándome para ser cura (y, debo decir, que, salvo el primer año introductorio, en lo que a la estadía en el seminario respecta, no fueron para mí años complicados). Pero señalo dos elementos (podrían ser más) que entonces me marcaron… por un lado la soledad forzada ante la desaparición de amigas y amigos, o los exilios indispensables de otros y otras. Esto me hizo, por un lado, empezar un nuevo mundo de relaciones (que no era el de la militancia sino el “parroquial”) ya como seminarista. La formalidad estaba a la mano. Metafóricamente hablando, con mis amigos, desapareció “el Flaco” … y desapareció “Cacho”, que era el “yo” que era. Por otro lado, fue concentrarme en el estudio, en lo que no tenía dificultades, particularmente en lo bíblico. Fueron estos encuentros con la Biblia, especialmente con algunos docentes muy adecuados, los que me hicieron buscar con mis capacidades e incapacidades y me llevaron a entrar más y más en la Biblia, cosa que no he dejado de hacer hasta el día de hoy. Y, no es menos evidente, es precisamente en la Biblia donde pude ir encontrando un Jesús más nutritivo, más existencial, más vivo.

Para quienes no estén en tema les cuento, muy sucintamente, que, cuando estaba en la Facultad de Teología (1975-1980), los estudios serios decían que no era posible conocer al Jesús histórico con los elementos con los que contamos; por tanto, en mi formación e investigación, Jesús estaba “escondido” (así se decía) detrás del “Cristo de la fe”. El Cristo que, por ejemplo, los Evangelios predicaban era – es, precisamente – una predicación (en griego se dice kérygma) de un personaje concreto (Mateo, Marcos, Lucas, Juan, por ejemplo) a comunidades concretas con intencionalidades concretas… ¿Cómo encontrar allí a Jesús? Parecía imposible. Pero desde adentrados los 80s se empezó a profundizar un nuevo modo de encuentro con Jesús, nuevos métodos, nuevos límites, menos ambiciosos acaso, nuevos conocimientos, pero que hicieron “explotar” los trabajos sobre Jesús (por cierto, muchísimos de ellos de nula seriedad académica). Por tanto, al Jesús que se manifiesta en los estudios bíblicos lo fui descubriendo ya terminada la Facultad de Teología en mis lecturas posteriores.

Soy consciente que Lucas, por ejemplo, presenta al Jesús que él conoce y que puede predicar a su comunidad, y no “el Jesús real”; y lo mismo los demás evangelistas, por cierto. Pero no es menos cierto que detrás de ese Jesús predicado se asoma aquel que caminaba los caminos galileos.

Y no voy a entrar en temas académicos, que no es el caso, pero no soy menos consciente que muchos (colegas o no) muestran y/o predican un Jesús que, me parece, totalmente deformado. Un Jesús desencarnado echando rayos místicos, un Jesús eucaristía adorada sin pueblo, un Jesús milagrero, un Jesús en las nubes me parece que es más alienación que huellas para andar.

Quiero señalar tres textos que me parecen ilustrativos en este sentido:

  •          Demasiadas teologías oficiales hablan como si la Biblia dijera que la Palabra se hizo nube y sobrevoló sobre nosotros, en vez de lo que realmente afirma: que la Palabra se hizo carne y plantó su chabola entre nosotros” (J. I. González Faus, Etty Hillesum. Una vida que interpela, Santander: Sal Terrae 2008, 73).
  •          Un Jesús cuyas palabras y hechos no encontraran rechazo, sobre todo entre los poderosos, no es el Jesús histórico” (J. P. Meier, A Marginal Jew. Rethinking the historical Jesus, New York: Doubleday [ABLR] 1991, 177 [versión castellana, Un Judío Marginal (Estella, Navarra 1998; edición digital) 174]).
  •          El Cristo que no puede ser secuestrado por la gente de alto nivel económico es el Jesús histórico”, E. Johnson, “The Word was made Flesh and Dwelt among Us. Jesus Research and Christian Faith”, en D. Donnelly, Jesus, a Colloquium in the Holy Land, London: Continuum 2001, 162; en castellano “La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, en D. Donnelly (ed.), Un coloquio en Tierra Santa, Estella (Navarra) Verbo Divino 2004, e-book 204 (citando a J. Miranda).

Hay una serie de criterios, molestos en ocasiones, que no quiero dejar de lado a modo conclusivo…

  •          Creerse los “dueños”, los garantes de la ortodoxia, del “verdadero” Jesús, suele ser indicio de que lo estamos manipulando y nos aprovechamos de él (y de nuestro “poder”);
  •          Presentar un Jesús que nos beneficia económicamente (por ejemplo, con apariencias de milagros, sanaciones, exorcismos) no solamente es manipulación de Jesús, de la fe del pueblo y de sus dolores y necesidades, sino que nos pone a nosotros por delante.
  •          Presentar un Jesús solo compañero de camino, solo humano-hermano, también nos pone en el terreno de la distorsión o la amputación.
  •          Presentar un Jesús desencarnado, sea solo glorioso, sea solo resucitado, sea solo eucarístico (para ser adorado y no masticado) nos pone en el peligroso terreno de la idolatría [la idolatría no es solo la adoración de lo que no es Dios, sino también la manipulación de Dios].

Jesús es complejo. ¡Maravillosamente complejo!; y por eso adueñarse de él lo deforma. Dejar a Jesús ser Jesús debería ser la permanente consigna de la oración, la predicación, la catequesis, las comunidades…

En suma, sigo vislumbrando el rostro de Jesús, intuyéndolo, descubriéndolo con hermanas y hermanos, tachando jesuses deformados, abrazando rostros pobres, con el hedor de los pueblos, encontrando algunos aspectos que me permiten “armar el rompecabezas” y mostrar, con mis límites, al Dios que se autolimita, al “tan humano, solo Dios”, al que eligió la historia para que lo podamos ver ¡cara a cara!, como una persona con sus amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,15). Ese es el Jesús que conozco, el que amo, y el que quisiera ir mostrando para que sea amado:

«Solo hay una cosa que hacer durante la noche, la única noche de la vida que llegará una sola vez, y es amar, amar a Jesús con todas las fuerzas de nuestro corazón y salvar almas para él, para que sea amado... ¡Oh, hacer amar a Jesús!» (Sainte Thérèse de l’Énfant-Jésus et de la Sainte-Face, Correspondance Générale T. I, Paris: Cerf – DDB 1974, 504 (nouvelle édition, lettre à Celine 96 [15 de octubre 1889] 2vº; edición castellana, Obras completas, Burgos: Monte Carmelo 51980, carta 74, pag. 440).

 

Imagen del Grafito de Alexámenos. Se trata de la primera "imagen" de Jesús que se conserva. Es una burla de Jesús crucificado, en quien Alexámenos creía, representado como un burro en la cruz, grabada en una escuela de Roma de los primeros siglos (dice "Alexámenos adora a Dios" (ALEXAMENOS CEBETE THEON). 

 https://es.wikipedia.org/wiki/Grafito_de_Alexámenos#/media/Archivo:Alexorig.jpg

martes, 19 de noviembre de 2024

Comentario a las lecturas domingo 34º B

 El reino de la vida y la paz ha comenzado... y se manifiesta

 DOMINGO TRIGESIMOCUARTO – “B”

CRISTO REY

Eduardo de la Serna




Lectura de la profecía de Daniel     7, 13-14

Resumen: Daniel ve en sueños una serie de imágenes terribles, pero finalmente una señala que Dios no se desentiende de su pueblo y podrá vivirse para siempre en un ambiente humano sin opresores ni violentos.


Para comprender el texto litúrgico es necesario mirar bien todo el texto del capítulo 7 hasta su final en el versículo 14, En v.15 comienza la segunda parte en la que Daniel, ante lo que ve queda preocupado y pide explicación de todo esto (7,15-28). El texto litúrgico, entonces, conforma la mirada final de las “visiones nocturnas” (= sueños) de Daniel. El texto señala – como es propio de la literatura apocalíptica que en cuanto tuvo las visiones Daniel las puso por escrito (v.1). Se refiere a cuatro bestias terribles. La imaginación intenta mostrar figuras monstruosas de destrucción con lo que a las imágenes animales (león, oso, leopardo) añade elementos que refuercen lo dramático (alas, costillas…). El acento está puesto en la cuarta bestia que es la más terrible (no tiene imagen, simplemente señala que era terrible, espantosa y muy fuerte, con dientes de hierro, que come, pisotea y tritura… “Era diferente de las bestias anteriores” (v.7). Se destaca que tiene diez cuernos (el cuerno es imagen de poder por lo que tiene pleno poder, pero no es interminable; ver Ap 12,3; 13,1; 17,3.7.12.16). Y “estaba yo observando” cuando despunta un pequeño cuerno con su boca decía cosas espantosas (v.8). Acá está el acento del presente del libro ya que a continuación se pasa a un “intervalo” donde un Anciano (sin dudas Dios) a quien miles y miles lo sirven, se sienta en el tribunal y se abren los libros (en la literatura apocalíptica los libros son los libros donde están escritos los nombres de los justos, el “libro de la vida”). Entonces la pequeña bestia es aniquilada, las otras bestias despojadas de poder y es ahora donde surge la visión conclusiva de la liturgia de hoy: el “hijo del hombre”. Este “hijo de hombre” viene del cielo (las bestias venían del mar, v.3) y es presentado ante el “anciano” y recibe “poder”.

Antes de seguir es importante una breve nota sobre la apocalíptica: la literatura apocalíptica es sumamente concreta e histórica a pesar de aparentar ser mitológica o de ensueño. Hace referencia a situaciones o grupos concretos de su tiempo pero “disfrazados” de imágenes extrañas. En un contexto de conflicto, persecución y muerte se invita a los lectores a pensar la realidad y mirarla con esperanza: Dios no se desentiende de su pueblo. La destrucción de Jerusalén (año 587 a.C.) hizo que Israel perdiera su libertad, primero en manos de los babilonios, luego de los persas, luego de los griegos ptolomeos y finalmente los griegos seléucidas (= cuatro bestias). Dentro de estos, además, Antíoco IV fue particularmente sanguinario quemando los libros de la Ley, obligando a comer alimentos impuros, prohibiendo las reuniones los sábados, profanando el templo (es la “pequeña bestia” que blasfema). Pero Dios no permanece indiferente, y ante tanta destrucción “monstruosa” finalmente enviará un pueblo “humano” (Israel, el “hijo del hombre”). Y mientras los otros monstruos destructores tienen un poder terrible, pero limitado (diez), cuando llegue el tiempo de Israel su poder “será eterno” y su reino “no será destruido”.

El contraste entre las bestias y el “hijo de hombre” (es obvio que el acento está puesto en la humanidad de este nuevo personaje) es evidente en la misma imagen. Este nuevo grupo – Israel – tendrá “poder, honor y reino” y todos los “pueblos, naciones y lenguas” lo servirán. Sin dudas el contraste es notable, no sólo entre lo terrible y brutal por un lado y lo humano, por el origen desde el mar (lugar de las fuerzas del mal, ver Ap 21,1) y desde “las nubes del cielo”, sino también en el breve tiempo que dura (que durará, porque está escrito en tiempo de persecución, y allí se fundamenta la esperanza) en contraste con el “poder eterno” y “reino no destruido” en el que Israel – como en tiempos de David – reinará y dejará que sea Dios el que reine (el anciano). 

Nota conclusiva sobre el “hijo del hombre”. El hebreo es una lengua “florida”, redundante. Un “hijo de hombre” sin dudas es sencillamente un “hombre”, un ser humano (así se usa, por ejemplo, con toda frecuencia en el libro de Ezequiel). Es evidente que en este caso se refiere a un “grupo humano” en contraste con las bestias, y – por lo tanto, si las bestias eran pueblos opresores, aquí también se refiere a un pueblo, ver v.27: “el pueblo de los santos del Altísimo”. Ahora bien, con la expectativa creciente en la venida futura de un enviado de Dios (un/el mesías) esta figura del “hijo del hombre” empezó – siempre en la literatura apocalíptica – a tener connotaciones ya no colectivas sino personales. Es en ese sentido que será usado en tiempos de Jesús y es muy posible que él mismo lo haya utilizado aplicado a sí mismo (aunque, curiosamente siempre lo hace en tercera persona y el muchos casos en futuro). Así se ve por ejemplo, en el libro apócrifo de Henoc:
Allí vi al que posee el «Principio de días», cuya cabeza es blanca como lana, y con él vi a otro cuyo rostro es como de apariencia humana, mas lleno de gracia, como uno de los santos ángeles. Pregunté a uno de los santos ángeles, que iba conmigo y me mostraba todos los secretos, acerca de aquel Hijo del hombre, quién era, de dónde venía y por qué iba con el «Principio de días». Me respondió así:
—Este es el Hijo del hombre, de quien era la justicia y la justicia moraba con él. El revelará todos los tesoros de lo oculto, pues el Señor de los espíritus lo ha elegido, y es aquel cuya suerte es superior a todos eternamente por su rectitud ante el Señor de los espíritus. Este Hijo del hombre que has visto levantará a los reyes y poderosos de sus lechos y a los fuertes de sus asientos, aflojará las bridas de los poderosos y destrozará los dientes de los pecadores. Echará a los reyes de sus tronos y reinos, porque no lo exaltan ni alaban, ni dan gracias porque se les ha dado el reino. Humillará el rostro de los poderosos y los llenará de vergüenza: la tiniebla será su morada; gusanos, su lecho; y no tendrán esperanza de levantarse de él, porque no exaltan el nombre del Señor de los espíritus. Estos son los que erigen como árbitros a los astros del cielo, levantan la mano contra el Altísimo, pisotean la tierra y moran en ella mostrando iniquidad en todas sus obras. Su fuerza está en su riqueza, y su fe, en los dioses que forjaron con sus manos negando el nombre del Señor de los espíritus, persiguiendo sus casas de reunión y a los creyentes que se apegan al nombre del Señor de los espíritus. (1 Hen 46; ver también 47-49).


Lectura del libro del Apocalipsis     1, 5-8

Resumen: el libro del Apocalipsis comienza con un canto litúrgico donde se canta a Jesucristo y se celebra los efectos de su amor en la vida de la comunidad.



El libro del Apocalipsis está lleno de elementos y cantos litúrgicos lo cual es coherente con esta literatura que pretende establecer una suerte de “puente” entre el cielo y la tierra, Dios y su pueblo (de eso se trata la liturgia). 

El texto parece un coro que puede estructurarse de esta manera:

[lector           "Juan, a las siete Iglesias de Asia:          Gracia y paz a ustedes
de parte de Aquel que es, que era y que va a venir, y
de parte de los siete Espíritus que están ante su trono, y
de parte de Jesucristo,       el Testigo fiel,
                                                      el Primogénito de los muertos,
                                el Príncipe de los reyes de la tierra.

[coro            Al que            nos ama
                    nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre
                    nos ha hecho reyes y Sacerdotes para su Dios y Padre,

A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén".

[lectorÉl viene sobre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado.                         Por Él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra. Sí, así será. Amén.

[el rey Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que                                  vendrá, el Todopoderoso.

La asamblea experimenta el amor actuante (participio presente) y responde con tres coros a los tres atributos de Jesucristo.

El acento está puesto en el rey-reino que tiene características particulares. Lo primero que se dice de “aquel” que “es, era y va a venir” hace referencia a su muerte (martys pistós, un testigo creíble), a la resurrección (el primer nacido de entre los muertos, “primogénito) y ser “príncipe de los reyes” (Sal 89,28) y a estar “sentado junto a Dios”:
Dijo el Señor a mi señor: Siéntate a mi derecha hasta que haga a tus enemigos estrado de tus pies. El Señor extenderá desde Sión el poder de tu reinado: ¡domina entre tus enemigos! (Sal 110:1-2)

El coro, entonces, canta lo que el amor actuante de Jesús ha provocado en ellos: liberar de los pecados (con su sangre, no parece referencia al Bautismo sino a los efectos de la muerte de Jesús). La sangre “compra” (5,9), “lava” (7,14), “vence” (12,11), y como el vino (del lagar, 14,20) la beben los asesinos (16,6) y embriaga (17,6). Y el efecto es ser “un reino y sacerdotes”. Esto vuelve a repetirlo en la primera gran visión (cc.4-5) en 5,10: “con la sangre del cordero ‘compró’ hombres de “toda raza, lengua, pueblo y nación haciendo un reino y sacerdotes”. De hecho, los muertos en fidelidad resucitarán y serán “sacerdotes” y “reinarán” con él “mil años” (20,6). Es interesante que en Apocalipsis este ser sacerdotes, que es propio del pueblo de Dios (como en Ex 19,5), es inseparable del reino. 

La referencia al “traspasado” (ver Jn 19,37) remite a Zac 12,10: 
“…derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito”.

Con la auto-presentación de Jesús como “principio y fin” (alfa y omega, cf. 21,6; 22,13 y 1,17; 2,8; Is 41,4; 44,6) y como el que “es, era y va a venir” (cf. 4,8) retoma el comienzo cerrando la unidad.



Evangelio según san Juan     18, 33b-37

Resumen: en diálogo con Pilato Jesús contrapone dos mundos, dos modos de vivir. El de la vida, la luz, la fe sobre el que Él reina, y otro reino, de este mundo, en el que reina el diablo, la violencia, las tinieblas y la muerte.



El Evangelio de Juan tiene una serie de características que lo diferencian de los restantes evangelios. Una de ellas es que en la Pascua no encontramos un “juicio” religioso a Jesús (con Caifás, en los Sinópticos). Podemos afirmar que en realidad todo el Evangelio constituye un juicio en el que Jesús presenta testigos y en el cual los seres humanos están auto-juzgándose a sí mismos según sea su respuesta ante Jesús. Creer o no creer es en realidad el verdadero juicio.

El encuentro con Pilato se caracteriza con constantes entradas y salidas de Pilato al encuentro de los que entregan a Jesús (los judíos, que quedan fuera del pretorio para no quedar impuros y poder comer la pascua) y Jesús que está dentro. Estas entradas y salidas marcan pequeñas unidades que concluyen con la entrega para que sea crucificado. En su primera salida Pilato pregunta por la acusación y le afirman que Jesús es un “malhechor” (kakòn poiôn) por eso lo han “entregado”. Al entrar (este segundo momento constituye la lectura del día con la omisión de v.38a) la consulta no es por el “mal que ha hecho” (como en Mc 15,14 y los paralelos) sino si es “el rey de los judíos”. Este será el tema del diálogo entre Jesús y el procurador.

La primera parte de la respuesta de Jesús “dices esto por tu cuenta o lo han dicho otros” es doblemente irónica. Más adelante señalará Juan que los judíos afirman “no tenemos más rey que el César” (19,15; con lo que proclaman que Dios no es su rey, cosa que es característica de la fe de Israel; cf. Sal 47,9; 55,20; 146,10; Is 52,7); de hecho según los sumos sacerdotes es Jesús quien ha dicho que es rey, y que ellos no lo reconocen (19,21). Si es “rey de los judíos” lo concreto es que “tu pueblo” te ha entregado. El verbo “entregar” (paradídômi) en 6,64.71; 12,4; 13,2.11.21; 18,2.5; 19,11; 21,20 se aplica a Judas; en 18,30.35 se refiere a los “judíos”; en 19,16 Pilato lo entrega “a los sumos sacerdotes” para que fuera crucificado. Sólo en 19,30 la entrega tiene una connotación positiva ya que Jesús “entrega” su espíritu.

Jesús, entonces, comienza a aludir a su “reino” como “no de este mundo” con lo que – y Pilato comprende correctamente – Jesús se autoproclama rey pero de un modo distinto. Para empezar, es un reino de no-violencia: su gente no “combate” (agônizomai) para evitar que Jesús sea “entregado” a “los judíos” (v.36). No es la lucha lo propio de los servidores-guardias (hypêrétai) de Jesús.

Lo característico de Jesús es lo contrario de “este mundo” (kosmou toutou) ya que este es de los judíos (8,23), ya que Jesús vino a un juicio que tiene relación con creer o no en él (9,39), el que no ve la luz tropieza (11,9), rechaza esta vida mirando la vida eterna (12,25) ya que “este mundo tiene por príncipe” al diablo (12,31; 16,11). La hora de Jesús es su paso al Padre (13,1). Los discípulos de Jesús “no son de este mundo” (15,19). En Juan, entonces, se hace referencia a dos mundos, pero que no se refieren al mundo “celestial” y al “secular” sino a los que reciben a Jesús y los que lo rechazan, y – por tanto – rechazan su invitación al amor. El “mundo este” es el ambiente hostil a Jesús y obviamente en el cual Jesús no reina. Este mundo es el espacio de la muerte y la violencia.

Sin ser del mundo, Jesús vino al mundo a hablar en nombre de Dios (6,14; 11,27; 16,28). Pero los seres humanos prefirieron las tinieblas a la luz (3,19), y ese es – como se dijo – el “juicio” (9,39) para que el que crea no siga “en tinieblas” (12,46) porque vino “a salvar” (12,47). En los adversarios, en cambio, el que viene es “el príncipe de este mundo” (14,30). 

A esto Jesús lo llama dar “testimonio de la verdad” y “ser de la verdad” (v.37). La verdad, en la Biblia, no es una palabra que es conforme a la realidad, sino que es la conformidad a la alianza. Por “verdad” se ha de entender “fidelidad”, “lealtad” y también “amor”, por eso se puede “caminar en verdad” o “ser de la verdad” (por eso la verdad hace libres, 8,32), por eso el diablo es “padre de la mentira” (8,44) y homicida. Lo contrario de ser mentiroso es “guardar la palabra” de Dios (8,45). Esto es lo que Jesús testimonia (martyreô) ya que es testigo de Dios (3,11.32) y de que las obras “del mundo” son perversas (7,7). Dentro de los múltiples “testigos” del juicio al que hicimos referencia más arriba, Juan el Bautista ha venido para ser testigo “de la luz” (1,7.15.32.34; 3,26.28; 5,33), la samaritana da testimonio (4,39), las obras del Padre (5,36; 10,25; 12,17 [la vida de Lázaro]), el mismo Padre (5,37; 8,18) y las Escrituras (5,39) y el mismo Jesús lo da de sí mismo (8,13.14) y también lo hará el Paráclito (15,26) y los discípulos (15,27) especialmente el discípulo amado (19,35; 21,24). 

A esto se refiere con “escuchar su voz”, como la voz del viento-espíritu (3,8), ya que escuchar la voz (recibirla, creer en ella) conduce a la vida (5,25) como la voz del pastor da vida a las ovejas (10,3.27).

En suma, la vida y la muerte juegan su suerte en la Pascua de Jesús. Los que no escuchan su voz, los de la mentira, los de la violencia, los que lo entregan a la muerte, las tinieblas quedan del lado de “este mundo” y su “príncipe”, mientras que en el otro se congregan los de “la verdad”, los que escuchan la voz de Jesús, los de la luz. Sobre estos Jesús reina y sobre estos entrega su espíritu.


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