jueves, 9 de octubre de 2025

Lectura de la Dilexit Te desde Gustavo Gutiérrez

Lectura de la Dilexit Te desde Gustavo Gutiérrez

Eduardo de la Serna



Con la centralidad de los pobres que lo caracterizaba, Gustavo Gutiérrez repetía dos frases que hoy, en la Exhortación apostólica del papa León XIV adquieren nueva actualidad.

1.- Desde su experiencia pastoral en el Rimac, Gutiérrez insistía que al repetirle a los pobres que “Dios los ama”, ellos son buenos y no nos cuestionan, pero creo que dirían ¿cómo dice usted que Dios nos ama con todas las carencias que tenemos? Si Dios nos ama, ¿por qué no se nota? Y, entonces, repetía, «¿Cómo decirle al pobre que Dios lo ama?»

2.- Leyendo los textos bíblicos, Gutiérrez tenía claro que el cuidado del pobre es indispensable. Y, siguiendo Éxodo 22,25-26 habla de la prenda o garantía: “

Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque con él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre qué va a dormir, si no? Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy compasivo.

Y, entonces, partiendo de esto se preguntaba, «¿dónde dormirán los pobres?»

Creo que ambos elementos subyacen a la totalidad de la exhortación. Toda ella está formulada como una afirmación en la que, tomando la voz del Señor en el Apocalipsis comienza y termina diciéndole: “¡te he amado!” (3,19; # 1.121).

Por otra parte, la centralidad del cuidado de los pobres se repite muchas veces a lo largo del texto. Así lo dice casi concluyendo:

He decidido recordar esta bimilenaria historia de atención eclesial a los pobres y con los pobres para mostrar que ésta forma parte esencial del camino ininterrumpido de la Iglesia. El cuidado de los pobres forma parte de la gran Tradición de la Iglesia, como un faro de luz que, desde el Evangelio, ha iluminado los corazones y los pasos de los cristianos de todos los tiempos. Por tanto, debemos sentir la urgencia de invitar a todos a sumergirse en este río de luz y de vida que proviene del reconocimiento de Cristo en el rostro de los necesitados y de los que sufren. El amor a los pobres es un elemento esencial de la historia de Dios con nosotros y, desde el corazón de la Iglesia, prorrumpe como una llamada continua en los corazones de los creyentes, tanto en las comunidades como en cada uno de los fieles. La Iglesia, en cuanto Cuerpo de Cristo, siente como su propia “carne” la vida de los pobres, que son parte privilegiada del pueblo que va en camino. Por esta razón, el amor a los que son pobres —en cualquier modo en que se manifieste dicha pobreza— es la garantía evangélica de una Iglesia fiel al corazón de Dios. De hecho, cada renovación eclesial ha tenido siempre como prioridad la atención preferencial por los pobres, que se diferencia, tanto en las motivaciones como en el estilo, de las actividades de cualquier otra organización humanitaria (# 103).

Y así dice claramente:

en un mundo donde los pobres son cada vez más numerosos, paradójicamente, también vemos crecer algunas élites de ricos, que viven en una burbuja muy confortable y lujosa, casi en otro mundo respecto a la gente común (# 11).

Citando la subversiva carta de Santiago (2,14-17; 5,3-5) afirma de modo contundente: “¡Qué fuerza tienen estas palabras, aunque prefiramos hacernos los sordos!” (# 30)

Con sencillez afirma que

Los pobres no están por casualidad o por un ciego y amargo destino. Menos aún la pobreza, para la mayor parte de ellos, es una elección. Y, sin embargo, todavía hay algunos que se atreven a afirmarlo, mostrando ceguera y crueldad (# 14).

Porque – lo acababa de indicar:

Muchas veces me pregunto por qué, aun cuando las Sagradas Escrituras son tan precisas a propósito de los pobres, muchos continúan pensando que pueden excluir a los pobres de sus atenciones. (# 23)

El ejemplo y el testimonio de Óscar Romero merece destacarse:

En el período postconciliar, en casi todos los países de América Latina se sintió fuertemente la identificación de la Iglesia con los pobres y la participación activa en su rescate. Fue el corazón mismo de la Iglesia el que se conmovió ante tanta gente pobre que sufría desempleo, subempleo, salarios inicuos y estaba obligada a vivir en condiciones miserables. El martirio de san Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, fue al mismo tiempo un testimonio y una exhortación viva para la Iglesia. Él sintió como propio el drama de la gran mayoría de sus fieles y los hizo el centro de su opción pastoral (# 89).

Una Iglesia pobre, para los pobres y de los pobres. ¡De eso se trata! Y, como lo indica el mismo Papa:

Se comprende bien, entonces, por qué se puede hablar también teológicamente de una opción preferencial de Dios por los pobres, una expresión nacida en el contexto del continente latinoamericano y en particular en la Asamblea de Puebla, pero que ha sido bien integrada en el magisterio de la Iglesia sucesivo (# 16).

Creo – mirando el texto papal – que de cierto modo Gustavo Gutiérrez ¡puede descansar en paz!

 

PS. Cualquier lector de las obras de Gustavo Gutiérrez conoce, desde la programática Teología de la Liberación. Perspectivas (cap. 13 nota 3; 1971) la importancia del discurso del cardenal Lercaro citado en # 84.


Foto personal 2019

Nota breve a la Exhortación apostólica “Dilexit Te” del papa León XIV

Nota breve a la Exhortación apostólica “Dilexit Te” del papa León XIV

Eduardo de la Serna



Para empezar, quiero señalar una serie de cosas aclaratorias o que me han llamado la atención de la exhortación Dilexit Te (DT), para luego señalar una serie de textos que me resultan sumamente interesantes.

1.- La exhortación indica expresamente que gran parte de la misma es “pluma” del Papa Francisco:

en continuidad con la encíclica Dilexit nos, el Papa Francisco estaba preparando, en los últimos meses de su vida, una exhortación apostólica sobre el cuidado de la Iglesia por los pobres y con los pobres, titulada Dilexi te, imaginando que Cristo se dirigiera a cada uno de ellos diciendo: no tienes poder ni fuerza, pero «yo te he amado» (Ap 3,9). Habiendo recibido como herencia este proyecto, me alegra hacerlo mío —añadiendo algunas reflexiones— y proponerlo al comienzo de mi pontificado, compartiendo el deseo de mi amado predecesor de que todos los cristianos puedan percibir la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres. (# 3).

Es decir, el texto (como lo fue a su vez la primera encíclica de Francisco, Lumen Fidei), un documento “a cuatro manos”. Eso sirve para entender estilos y fuentes, pero, evidentemente, el actual Papa es el responsable, es el “firmante”.

2.- Me resulta llamativa la ausencia de la Virgen María salvo en el párrafo 1, donde “como de pasada” alude al canto del Magnificat sin, a su vez, detenerse en ella. Era casi como “de rigor” que todo documento papal terminara con una alusión a la Virgen. En DT eso no ocurre.

3.- Me resulta extraña la frase casi final: "Pues bien, una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy." Miré en otras traducciones y dicen lo mismo. No entiendo, ¿hay que poner límites al amor? ¿Ya no repetimos aquello de “la medida del amor es amar sin medida” (carta de Severo, obispo, a san Agustín; carta 109)?

Yendo al texto, creo evidente que hay muchas cosas en las que se percibe la “letra” de Francisco, y otras la de León (la referencia a las obras de san Agustín en # 47 me parece evidente). La importancia dada al Magisterio episcopal latinoamericano y las referencias a Medellín, Puebla (# 90) y Aparecida creo que son ilustrativas. Hay elementos muy oportunos para nuestra actualidad, como por ejemplo la referencia a la "propiedad privada" (# 86). Señalo las que me resultaron más significativas:

«Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). No estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación; el contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia. En los pobres Él sigue teniendo algo que decirnos. (# 5)

Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar su grito. (# 7)

En este sentido, se puede decir que el compromiso en favor de los pobres y con el fin de remover las causas sociales y estructurales de la pobreza, aun siendo importante en los últimos decenios, sigue siendo insuficiente. (# 10)

Al compromiso concreto por los pobres también es necesario asociar un cambio de mentalidad que pueda incidir en la transformación cultural. En efecto, la ilusión de una felicidad que deriva de una vida acomodada mueve a muchas personas a tener una visión de la existencia basada en la acumulación de la riqueza y del éxito social a toda costa, que se ha de conseguir también en detrimento de los demás y beneficiándose de ideales sociales y sistemas políticos y económicos injustos, que favorecen a los más fuertes. De ese modo, en un mundo donde los pobres son cada vez más numerosos, paradójicamente, también vemos crecer algunas élites de ricos, que viven en una burbuja muy confortable y lujosa, casi en otro mundo respecto a la gente común. Eso significa que todavía persiste —a veces bien enmascarada— una cultura que descarta a los demás sin advertirlo siquiera y tolera con indiferencia que millones de personas mueran de hambre o sobrevivan en condiciones indignas del ser humano. (# 11)

Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual. Porque en otros tiempos, por ejemplo, no tener acceso a la energía eléctrica no era considerado un signo de pobreza ni generaba angustia. La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de un momento histórico concreto». (# 13)

Los pobres no están por casualidad o por un ciego y amargo destino. Menos aún la pobreza, para la mayor parte de ellos, es una elección. Y, sin embargo, todavía hay algunos que se atreven a afirmarlo, mostrando ceguera y crueldad. Obviamente entre los pobres hay también quien no quiere trabajar, quizás porque sus antepasados, que han trabajado toda la vida, han muerto pobres. Pero hay muchos —hombres y mujeres— que de todas maneras trabajan desde la mañana hasta la noche, a veces recogiendo cartones o haciendo otras actividades de ese tipo, aunque este esfuerzo sólo les sirva para sobrevivir y nunca para mejorar verdaderamente su vida. No podemos decir que la mayor parte de los pobres lo son porque no hayan obtenido “méritos”, según esa falsa visión de la meritocracia en la que parecería que sólo tienen méritos aquellos que han tenido éxito en la vida. (# 14)

No es posible olvidar a los pobres si no queremos salir fuera de la corriente viva de la Iglesia que brota del Evangelio y fecunda todo momento histórico. (# 15)

Toda la historia veterotestamentaria de la predilección de Dios por los pobres y el deseo [sic] divino de escuchar su grito (# 18)

Jesús es la revelación de este privilegium pauperum. Él se presenta al mundo no sólo como Mesías pobre sino como Mesías de los pobres y para los pobres. (# 19)

Y la Iglesia, si quiere ser de Cristo, debe ser la Iglesia de las Bienaventuranzas, una Iglesia que hace espacio a los pequeños y camina pobre con los pobres, un lugar en el que los pobres tienen un sitio privilegiado (cf. St 2,2-4). (# 21)

Muchas veces me pregunto por qué, aun cuando las Sagradas Escrituras son tan precisas a propósito de los pobres, muchos continúan pensando que pueden excluir a los pobres de sus atenciones. (# 23)

Por esta razón se recomiendan las obras de misericordia, como signo de la autenticidad del culto que, mientras alaba a Dios, tiene la tarea de disponernos a la transformación que el Espíritu puede realizar en nosotros, para que seamos todos imagen de Cristo y de su misericordia hacia los más débiles. En este sentido, la relación con el Señor, que se expresa en el culto, pretende también liberarnos del riesgo de vivir nuestras relaciones en la lógica del cálculo y del interés, para abrirnos a la gratuidad que circula entre aquellos que se aman y que, por eso, ponen todo en común.  (# 27)

¡Qué fuerza tienen estas palabras [Sgo 2,14-17; 5,3-5], aunque prefiramos hacernos los sordos! (# 30)

Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres». (cita de GD 48; # 36)

Es significativo que el primer discípulo en dar testimonio de su fe en Cristo con el derramamiento de su propia sangre fuera san Esteban, que formaba parte de este grupo. En él se unen el testimonio de vida en la atención a los necesitados y el martirio. (# 37)

La caridad hacia los necesitados no se entendía [Padres de la Iglesia] como una simple virtud moral, sino como expresión concreta de la fe en el Verbo encarnado. (# 39)

Al escribir [Justino] sobre la asamblea de oración del primer día de la semana, destacaba que, en el centro de la liturgia cristiana, no se puede separar el culto a Dios de la atención a los pobres. (# 40)

«no dar a los pobres es robarles, es defraudarles la vida, porque lo que poseemos les pertenece» (Crisóstomo, # 42)

Al comentar el encuentro de Jesús con el joven rico y el «tesoro en el cielo» que está reservado a quienes dan sus bienes a los pobres (cf. Mt 19,21), Agustín pone en boca del Señor las siguientes palabras: «Recibí tierra y daré el cielo. Recibí cosas temporales y daré a cambio bienes eternos. Recibí pan, daré la vida. […] He recibido alojamiento y daré una casa. He sido visitado en la enfermedad y daré salud. Fui visitado en la cárcel y daré libertad. El pan que se dio a mis pobres se consumió; el pan que yo daré restaura las fuerzas, sin acabarse nunca». El Altísimo no se deja vencer en generosidad por aquellos que le sirven en los más necesitados; cuanto mayor es el amor a los pobres, mayor es la recompensa por parte de Dios. (# 45)

En una Iglesia que reconoce en los pobres el rostro de Cristo y en los bienes el instrumento de la caridad, el pensamiento agustiniano sigue siendo una luz segura. Hoy, la fidelidad a las enseñanzas de Agustín exige no sólo el estudio de sus obras, sino la disposición a vivir con radicalidad su llamada a la conversión, que incluye necesariamente el servicio de la caridad. (# 47)

Sobre este aspecto, en resumen, se puede afirmar que la teología patrística fue práctica, apuntando a una Iglesia pobre y para los pobres, recordando que el Evangelio sólo se anuncia bien cuando llega a tocar la carne de los últimos, y advirtiendo que el rigor doctrinal sin misericordia es una palabra vacía. (# 48)

En el gesto de limpiar una herida, la Iglesia proclama que el Reino de Dios comienza entre los más vulnerables (# 52)

Basilio demostraba así que para estar cerca de Dios hay que estar cerca de los pobres. (# 54)

La vida monástica, por lo tanto, cuando es fiel a su vocación original, muestra que la Iglesia sólo será plenamente esposa del Señor cuando sea también hermana de los pobres. El claustro no es un mero refugio del mundo, sino una escuela en la que se aprende a servirlo mejor. Allí donde los monjes abrieron sus puertas a los pobres, la Iglesia reveló con humildad y firmeza que la contemplación no excluye la misericordia, sino que la exige como su fruto más puro. (# 58)

La caridad cristiana, cuando se encarna, se convierte en liberadora. Y la misión de la Iglesia, cuando es fiel a su Señor, es siempre proclamar la liberación... Cuando la Iglesia se arrodilla para romper las nuevas cadenas que aprisionan a los pobres, se convierte en signo de la Pascua. (# 61)

Enseñan [los mendicantes] que la Iglesia es luz sólo cuando se despoja de todo, y que la santidad pasa por un corazón humilde y volcado en los pequeños. (# 67)

Para la fe cristiana, la educación de los pobres no es un favor, sino un deber. Los pequeños tienen derecho a la sabiduría, como exigencia básica para el reconocimiento de la dignidad humana. Enseñarles es afirmar su valor, darles las herramientas para transformar su realidad. (# 72)

La Iglesia, como madre, camina con los que caminan. Donde el mundo ve una amenaza, ella ve hijos; donde se levantan muros, ella construye puentes. Sabe que el anuncio del Evangelio sólo es creíble cuando se traduce en gestos de cercanía y de acogida; y que en cada migrante rechazado, es Cristo mismo quien llama a las puertas de la comunidad. (# 75)

Cada uno a su manera descubrió que los más pobres no son meros objetos de compasión, sino maestros del Evangelio. No se trata de “llevarles a Dios”, sino de encontrarlo entre ellos. Todos estos ejemplos enseñan que servir a los pobres no es un gesto de arriba hacia abajo, sino un encuentro entre iguales, donde Cristo se revela y es adorado. (# 79)

En particular, se reconoce nuevamente que la realidad se ve mejor desde los márgenes y que los pobres son sujetos de una inteligencia específica, indispensable para la Iglesia y la humanidad. (# 82)

El Concilio Vaticano II representa una etapa fundamental en el discernimiento eclesial en relación a los pobres, a la luz de la Revelación. Si bien en los documentos preparatorios este tema fue marginal, desde el radiomensaje del 11 de septiembre de 1962, a un mes de la apertura del Concilio, san Juan XXIII centró la atención sobre el mismo con palabras inolvidables: «La Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres». Fue pues el gran trabajo de obispos, teólogos y expertos preocupados por la renovación de la Iglesia ―con el apoyo del mismo san Juan XXIII― lo que reorientó el Concilio. Es fundamental la naturaleza cristocéntrica, es decir, doctrinal y no sólo social, de tal fermento... bien expresada por el cardenal Lercaro en su memorable intervención del 6 de diciembre de 1962... (# 84)

En el período postconciliar, en casi todos los países de América Latina se sintió fuertemente la identificación de la Iglesia con los pobres y la participación activa en su rescate. Fue el corazón mismo de la Iglesia el que se conmovió ante tanta gente pobre que sufría desempleo, subempleo, salarios inicuos y estaba obligada a vivir en condiciones miserables. El martirio de san Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, fue al mismo tiempo un testimonio y una exhortación viva para la Iglesia. Él sintió como propio el drama de la gran mayoría de sus fieles y los hizo el centro de su opción pastoral. (# 89)

es preciso seguir denunciando la “dictadura de una economía que mata” y reconocer que «mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas». Aunque no faltan diferentes teorías que intentan justificar el estado actual de las cosas, o explicar que la racionalidad económica nos exige que esperemos a que las fuerzas invisibles del mercado resuelvan todo, la dignidad de cada persona humana debe ser respetada ahora, no mañana, y la situación de miseria de muchas personas a quienes esta dignidad se niega debe ser una llamada constante para nuestra conciencia. (# 92)

Se vuelve normal ignorar a los pobres y vivir como si no existieran. Se presenta como elección racional organizar la economía pidiendo sacrificios al pueblo, para alcanzar ciertos objetivos que interesan a los poderosos; mientras que a los pobres sólo les quedan promesas de “gotas” que caerán, hasta que una nueva crisis global los lleve de regreso a la situación anterior. Es una auténtica alienación aquella que lleva sólo a encontrar excusas teóricas y no a tratar de resolver hoy los problemas concretos de los que sufren. (# 93)

Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través de un cambio de mentalidad, pero también con la ayuda de las ciencias y la técnica, mediante el desarrollo de políticas eficaces en la transformación de la sociedad. Siempre debe recordarse que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación individual e íntima con el Señor. La propuesta es más amplia: «es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino». (# 97)

Por esta razón, el amor a los que son pobres —en cualquier modo en que se manifieste dicha pobreza— es la garantía evangélica de una Iglesia fiel al corazón de Dios. De hecho, cada renovación eclesial ha tenido siempre como prioridad la atención preferencial por los pobres, que se diferencia, tanto en las motivaciones como en el estilo, de las actividades de cualquier otra organización humanitaria. (# 103)

A veces se percibe en algunos movimientos o grupos cristianos la carencia o incluso la ausencia del compromiso por el bien común de la sociedad y, en particular, por la defensa y la promoción de los más débiles y desfavorecidos. A este respecto, es necesario recordar que la religión, especialmente la cristiana, no puede limitarse al ámbito privado, como si los fieles no tuvieran que preocuparse también de los problemas relativos a la sociedad civil y de los acontecimientos que afectan a los ciudadanos (# 112)

Ya sea a través del trabajo que ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y personales, será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son para él: «Yo te he amado» (Ap 3,9). (# 121)

 

Imagen tomada de la web del Vaticano, www.Vatican.va

Malaquías, un profeta casi anónimo

Malaquías, un profeta casi anónimo

Eduardo de la Serna



En la Biblia, en el conjunto de escritos que se suele conocer como los “Doce Profetas (menores)” (es decir, los profetas que no son Isaías, Jeremías y Ezequiel, los “grandes profetas de Israel”) se encuentra un pequeño libro atribuido a Malaquías. Este nombre se presenta en su obra, en 1,1 y nunca más volvemos a encontrarlo en toda la Biblia (sí se menciona algunas veces a personas con un nombre muy semejante: Malquías). Siendo que “Malaquías” significa “mi mensajero”, algunos estudiosos se preguntan si no se trata más bien de un título o un encargo antes que de un nombre. Pero, aunque la “i” final sea indicio de un posesivo (“mi/mío”; como en “Elí, Elí” significa “Dios mío, Dios mío”… [ver Mt 27,46]) también ocurre frecuentemente en varios nombres.

Pero que no conozcamos más que este Malaquías no es indicio de nada, puesto que otros personajes, como Habacuc y Jonás sólo son mencionados en la Biblia hebrea exclusivamente en referencia al profeta. De todos modos, se trate de un nombre o de un encargo (mensajero, que en hebreo se dice “malak” y en griego se dice “ángel”) lo cierto es que el autor escribe en un tiempo concreto, ante una situación concreta y la enfrenta decidida y valientemente.

¿Qué ha ocurrido? Después de la gran debacle que significó el exilio de la elite a Babilonia en los años 597 a 537 a.C., tiempo después, los judíos pudieron reconstruir el templo (posiblemente cerca del año 515 a.C.; ver 1,10.). Pero ya pasó la euforia inicial, y hay un enfriamiento de la fe y de los compromisos. Hay culto (1,7-9.12.13) y ministros litúrgicos (2,3-9), pero reina la apatía (por esto se lo suele ubicar cerca del 450 a.C.): a Dios no le preocupa – dicen los desalentados – si somos o no fieles a sus preceptos (sábados, diezmos, etc.; 3,6-12), de hecho, si Él no castiga a los malvados, ¿de qué vale, entonces, respetar sus mandamientos? (3,14-15). Hay unos pocos del pueblo que se mantienen fieles, hay un grupo que ya no tiene remedio (2,10-12) y un tercero que, así lo cree Malaquías, todavía pueden reencauzarse con una buena reprimenda (3,13-21).

Con valentía, el profeta enfrenta a los sacerdotes que ofrecen víctimas de poco valor (1,6-2,9), a los que no respetan la justicia social y perjudican a los jornaleros, a los huérfanos, viudas y migrantes (3,5), a los que no tienen compromiso en sus matrimonios (2,10-16) …

La sensación de que Dios se ha desinteresado de su pueblo, que sus promesas no se concretan, ha llevado a muchos a una relajación de su fe. Es, especialmente a ellos, que se dirige el “mensajero” de Dios (3,1). Es casi como si fuera una última oportunidad antes que “algún día”, no muy lejano (3,2.19.21.23), Dios se hará presente de un modo “grande y terrible” (3,19.23). Los que hayan escuchado al mensajero (también comparado con lo que hizo Elías en su tiempo; 3,23) serán reconciliados y – obviamente – no serán exterminados (3,24), los “alumbrará el sol de justicia” (3,20).

En el Nuevo Testamento, aunque no se lo mencione por su nombre, es citado con frecuencia, especialmente las dos referencias a aquel que será enviado (3,1 y 3,23-24). La comparación, como dijimos, con Elías, servirá a las primeras comunidades para comparar a este “mensajero” con Juan, el Bautista. Lo encontramos en Mt 17,10-11; Mc 1,2; 9,11-12; Lc 1,17.76; 7,19.27; Jn 3,28. Si algunos pensaban que el mismísimo Elías volvería algún “día”, las comunidades cristianas les dicen que “uno como Elías” ya vino… ¡y su nombre era Juan!


Imagen tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Malaquías_(profeta)

martes, 7 de octubre de 2025

Domingo 28C

La fe de los marginados es ejemplo para el pueblo de Dios


DOMINGO VIGESIMOCTAVO - "C"


                                                                                                                                   






Lectura del segundo libro de los Reyes     5, 10. 14-17

Resumen: Un hombre poderoso del ejército sirio está cubierto de “lepra”, y por recomendación de una esclava jovencita va a ver al profeta Eliseo. Dos horizontes: el del poder y el de la impotencia se enfrentan, pero el poder se manifiesta impotente ante la enfermedad. Sólo Dios puede curar. Pero el “hombre de Dios” limpiará al enfermo que así reconocerá a Yahvé como único Dios.

Para acompañar el relato del Evangelio de la curación de diez persdonas con lepra por parte de Jesús, la liturgia nos presenta la curación de Naamán, jefe del ejército arameo que padece esa misma enfermedad [por lepra ha de entenderse toda enfermedad de la piel; en este caso parece asemejarse bastante a la psoriasis]. El texto es amplio y presenta elementos variados (que continúan la serie de milagros obrados por Eliseo), muchos de ellos omitidos en el texto litúrgico: los triunfos militares del rey arameo son obra de Yahvé (v.1); la mujer de Naamán tiene una pequeña esclava judía que le habla sobre el profeta (vv.2-3), el rey arameo manda una carta al rey de Israel que la toma como si fuera una excusa para ser atacado (v.7), cuando Eliseo manda a Naamán bañarse siete veces en el Jordán éste se molesta porque “los ríos de Damasco son mejores” (v.12), pero son los servidores (nuevamente los esclavos son mediadores) los que lo convencen de hacerlo (v.13). En la escena final, Naamán pide excusas por los cultos que deberá dar a causa de su cargo, pero que eso no debe tomarse más que como algo “oficial” ya que se ha convertido a Yahvé (vv.18-19) y –finalmente- el criado de Eliseo, Guejazí, a diferencia de los otros criados, pide a Naamán aquello que Eliseo había rechazado (una recompensa por la curación) y en “castigo” se le “pega” a él la lepra de Naamán (vv.20-27). El relato, como se ve, tiene una serie de elementos que se han omitido para dejar solamente la curación en primer plano; pero veamos el texto y su marco:

Los vv.1-9, como se ha dicho, constituyen la introducción preparando el encuentro entre Naamán y Eliseo. Enterado de los temores del rey de Israel, Eliseo se decidirá a intervenir “para que sepa que hay un profeta en Israel” (v.8).

En vv.10-19 se produce la curación, o mejor dicho, la “purificación”; es interesante que si en la primera parte –vv.3.6.7- se habla de “curación”, en el cuerpo del relato se prefiere “limpieza” (vv.10.12.13.14) lo que subraya el sentido cultual, y el encuentro entre ambos. Esta tiene tres partes: objeción de Naamán a hacer lo que el profeta le encarga (vv.11-13), v.14, curación instantánea y vv.15-19 reacción y confesión de fe de Naamán.

Los vv.20-27 presentan la reacción negativa –y su consecuencia- del criado de Eliseo, que contrasta claramente con los criados / esclavos de Naamán.

Hay un elemento que no puede dejarse de lado: Naamán es presentado como un “gran hombre”, importante, y que se mueve en “ambientes importantes”, lo que contrasta con el “mundo de los servidores / esclavos”. Cuando una “muchacha pequeña” esclava le habla a su mujer del profeta “que hay en Samaría”, Naamán se mueve en el horizonte de los hombres importantes: habla con el rey, éste se dirige al rey de Israel en términos oficiales, lo llena de regalos, una carta oficial, pero el poder se detiene aquí: no puede hacer nada frente a la enfermedad: “sólo Dios” da la muerte y la vida (v.7). 

El profeta, “hombre de Dios” (vv.8.14.15) “envió” a decir al rey (¿cómo se enteró?) “que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel”. Eran las palabras de la “muchacha joven”, pero saber que hay un profeta no era lo que Naamán buscaba sino su curación (“curación”, no “purificación”, ya que es un extranjero). Con toda su parafernalia (“sus caballos y su carro”) llega ante el profeta y este no le “da audiencia” sino que envía un emisario con el encargo de bañarse 7 veces en el Jordán, y “tu carne se volverá limpia” (el profeta sí piensa en “purificación”). El hombre importante, poderoso, se marcha indignado: las cosas no eran como él las pensaba. A su enojo, suma el desprecio por el Jordán: en Damasco hay ríos mejores (v.12). Nuevamente interviene el “mundo de los esclavos” que evitan el fracaso y hacen caso a lo dicho por el hombre de Dios. El gran hombre sale del baño con la carne como “de un muchacho joven” (ver v.2). El general, “supo que había un profeta”, y no se limita a agradecer la “curación” sino que confiesa a Yahvé y se proclama “siervo” esclavo de Eliseo (v.15.17[x2]) y siervo de Yahvé (v.18).

La reacción de Naamán es presentada como “conocimiento”, lo que contrasta la mala comprensión anterior (v.11). Naamán quiere recompensar a Eliseo por la curación, pero este se niega terminantemente (lo que causará la posterior reacción negativa de su criado). Eliseo quiere dejar claro que fue Dios y no él mismo el que obró la curación, y rechaza toda ofrenda. Entonces Naamán –ya que Dios está en la tierra de Israel- quiere llevar la carga de dos mulos de tierra para allí dar culto a Yahvé ya que “en toda la tierra no hay otro Dios” (v.15) y ya no ofrecerá holocaustos o culto sino a Yahvé (v.17). Él que antes había negado seriedad al rio de Israel, ahora pide –como esclavo (v.16)- llevarse tierra de ese lugar. Incluso pide perdón por adelantado al profeta de tener que postrarse en el templo de Rimmon (Hadad) cosa que deberá hacer por su cargo, pero adelanta que no lo hará por idolatría sino por “deber civil”, lo que el profeta manifiesta comprender diciéndole que “vaya en paz” (v.19); no hay idolatría en Naamán, el “hombre de Dios” mostró que “hay un profeta” y Yahvé fue “conocido”. 


Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo     2, 8-13

Resumen: En una suerte de testamento de Pablo se señala que su prisión no impide que el Evangelio siga siendo predicado ya que la solidaridad entre nuestro obrar –positivo o negativo- con Jesús es plena. Jesús sigue obrando y la Palabra no está encadenada aunque sí lo esté el ministro. 

El discípulo de Pablo se dirige a Timoteo, su “heredero” en la comunidad. Le pide que “recuerde”, que haga “memoria” de Jesús Cristo a quién destaca como resucitado. Y esto tiene que ver con su “Evangelio”, lo que “Pablo” ha predicado. En las cartas Pastorales, el Evangelio es presentado como “evangelio de la gloria de Dios” (1 Tim 1,11), pero que lleva al apóstol a sufrimientos de los que Timoteo debe ser solidario [synkakopatheô] (2 Tim 1,8) pero que destruye la muerte y hace irradiar vida e inmortalidad (2 Tim 1,10). Es posible que esta unidad (2,8-13) forme parte de una suerte de “testamento” que quiere legar a Timoteo la importancia de la enseñanza (2,1-7); el sufrimiento (2,8-13), y el enfrentamiento con los falsos maestros (2,14-3,16). Pablo está padeciendo por el Evangelio (v.9) y alienta a su amigo mostrando el valor del sufrimiento por esa causa. El poder de la resurrección (puesto delante de todo, incluso del nacimiento para resaltar su lugar) provoca –aun entre cadenas- que el Evangelio sea predicado. La palabra no está encadenada (v.9). es posible que el autor piense que sus colaboradores han de continuar la predicación, pero la insistencia en la unidad de la solidaridad de Cristo y los cristianos, también puede anticipar lo que hemos llamado “la comunión de los santos”. Las mismas cadenas y sufrimiento paulinos tienen eficacia salvífica entre los suyos, los “elegidos” para su “salvación” en la “gloria eterna”.

Para justificar esa afirmación cita un himno primitivo quizás conocido por la comunidad. Pero lo hace introducido por la fórmula “pistós ho lógos” (es "un dicho creíble /confiable"). Hay una fórmula ligeramente semejante en Ap 21,5 y 22,6 pero así expresada se encuentra solamente en las cartas Pastorales (1,15; 3,1; 4,9; 2 Tim 2,11 y Ti 3,8); se ha sugerido que podría ser una suerte de catálogo o colección de dichos usados en la catequesis. En el primero de los casos (1 Tim 1,15) se afirma que “Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores”, luego que si uno aspira a ser “epíscopo desea una noble función” (1 Tim 3,1; no ha de entenderse en sentido “episcopal” que sería anacrónico; y ha tenido y tiene consecuencias funestas de “carrerismo”); luego que “si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos la esperanza puesta en Dios vivo, Salvador de todos” (1 Tim 4,10), finalmente el epíscopo debe ser capaz de exhortar con la sana doctrina y refutar a los que la rechazan (Ti 3,8). Como se ve, se trata ya de una Iglesia más estructurada, con ministerios más organizados y una “doctrina” (= Evangelio) afirmada (y rechazada por los “falsos maestros”). Lo que aquí afirma es la plena solidaridad entre nuestra actitud y Jesús presentada en un himno que asegura que la unión con el sufrimiento de Cristo trae aparejada la participación en su resurrección. El sufrimiento unido al de Cristo actúa efectivamente en toda la comunidad (cf. 2 Cor 1,6; 4,10-12).con claro paralelismo. El himno pone de relieve la plena solidaridad entre Jesús y el creyente estableciendo la correlación entre “nosotros” y “él”.

La estructura es evidente:

[A] Si… con él, también… con él (v.11b)
[A’] Si… con él, también… con él (v.12a)
[B] Si... (algo negativo hacia “él”) pues él… (v.12b)
[B’] Si... (algo negativo hacia “él”) pues (él)… (v.13a)

Los dos primeros párrafos son ciertamente positivos (11b y 12a), mientras los dos segundos son alarmantes (12b y 13a).Las dos primeras notas remarcan la solidaridad con la unión del prefijo “con” (syn) al verbo vivir / reinar. Podría leerse literalmente:

si conmorimos, también con-vivimos / si resistimos, también conreinaremos”. 

La primera parte del verso es ciertamente paulina. “Si hemos muerto con Cristo (creemos que) también viviremos con él” se encuentra en Rom 6,8 (aunque no es literalmente idéntico ya que Pablo usa “si hemos muerto con Cristo” y no si “conmorimos”, pero si usa “con-vivir”).

La aclaración de que “no puede renegar de sí mismo” parece añadida al verso para explicarlo.

Lo importante, como puede verse, es la estrecha solidaridad entre nuestro obrar y el de Cristo el cual –por otra parte- da sentido a la idea anterior: el Evangelio es predicado aunque “Pablo” esté entre cadenas (la Palabra, que no se encadena) por la fuerza de la resurrección que sigue operando en la comunidad por esa solidaridad profunda.




Evangelio según san Lucas     17, 11-19

Resumen: en un texto exclusivo de su Evangelio, Lucas presenta una curación de diez personas con lepra. Diez son curados, pero sólo uno da gracias a Dios por ello; así –una vez más en su Evangelio- nos informa que un extranjero es presentado como modelo de religiosidad.

A la curación de un varón con lepra que se encuentra en Marcos y Lucas retoma en 5,12-16, él añade de su propia fuente una nueva curación de diez personas con lepra. Aunque el esquema es semejante, con algunos cambios de orden, Lucas añade elementos que es necesario destacar.

Lucas 5
Lucas 17
12 Y sucedió que, estando en una ciudad, 


se presentó un hombre cubierto de lepra que
11 Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea,
 12 y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia
12b al ver a Jesús, se echó rostro en tierra, y le rogó diciendo «Señor, si quieres, puedes limpiarme».
13 y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
14 Y él le ordenó que no se lo dijera a nadie. Y añadió: «Vete, muéstrate al sacerdote y haz la ofrenda por tu purificación como prescribió Moisés para que les sirva de testimonio».

14 Al verlos, les dijo: «vayan y preséntense a los sacerdotes».
13 El extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante le desapareció la lepra.

Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.
15 Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz;
 16 y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano.
15 Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades.
17 Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
 18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?»
 19 Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».

La referencia a un lugar, el pedido del/los que tienen lepra, el postrarse en tierra, la referencia a la presentación a los sacerdotes, la curación presentada como “purificación”, y la reacción posterior son elementos comunes a ambos relatos. Veamos algunos elementos:

Como se ha señalado con frecuencia, una vez más Lucas insiste en el viaje de Jesús a Jerusalén. El tema no debe descuidarse, y por eso insiste sobre el tema. Siendo que Jesús es presentado en cierto paralelo con Elías y Eliseo desde el discurso inaugural en la sinagoga de Nazaret (4,25-27), y que Jesús –con algunas palabras semejantes- resucita al hijo único de una viuda (7,11-17), como lo hizo Elías, ahora, la purificación de un “extranjero” con lepra, como es el caso de Eliseo y Naamán, puede tener cierta clara intención en Lucas. 

La referencia geográfica a “los confines entre Samaría y Galilea” es extraña y ha hecho pensar que Lucas no conocía bien la geografía de la región. Sin duda la referencia a Samaría acompaña el hecho de que uno de los que tienen lepra era samaritano, y –por otra parte- la insistencia en la ida a Jerusalén. 

Como corresponde a las prescripciones rituales, quienes tienen lepra permanecen a distancia (Lev 13,45-46; Núm 5,2-3). El enfermo debería “gritar” a la lejanía que es “impuro” (Lev 13,45), pero en este caso, estos gritan pidiendo “compasión”. La frase que le dirigen lo llama “epístates” (maestro [epístates en el NT sólo se encuentra en Lucas, 7 veces; mientras que “didáskalos” es más habitual, 12x en Mateo; 12x en Marcos; 17x en Lucas y 8x en Juan]; curiosamente, en este caso, quien lo usa no es uno de los Doce, como ocurre en los restantes casos). Lo que le piden es que tenga “compasión” (eleéô), algo habitual en la piedad judía (Sal 41,5; 51,3-4; Is 33,2; en griego kyriê eleêson). El verbo no es tan frecuente en Lucas (4x) como en Mateo (8x) o en Marcos (3x), mientras el sustantivo sí lo es (Mateo 3x; Marcos 0x y Lucas 6x). El rico de la parábola en el lugar de tormento le pide “compasión” a Abraham (16,24) y por dos veces, el ciego pide a Jesús “hijo de David, ten compasión de mi” (18,38.39). Esto pretende una actitud activa hacia alguien que sufre; en casi todos los casos [en todos los casos en Lucas] se trata de un pedido del doliente. Es interesante que esta compasión tiene que ver con la visita de Dios a su pueblo (1,50.54.58.72.78) pero sin embargo los nueve curados, que son miembros de su pueblo, son los que no van a dar “gloria a Dios” por su curación.

A diferencia del otro relato de limpieza del que tiene lepra, en este caso, ésta no ocurre frente a Jesús sino al retirarse para ir ante “la autoridad sanitaria” (= sacerdote; cf. Lev 14), pero esto es necesario para justificar la vuelta de solamente uno. Por otra parte, el sólo hecho de ir, a fin de que el sacerdote constate la purificación, ya señala la fe de los diez en que Jesús está obrando el milagro. El samaritano que vuelve ha reconocido que es Dios quien ha obrado ese hecho (vv.15.18), pero ha sido por mediación de Jesús. Es muy frecuente en Lucas la reacción de “glorificar a Dios” por parte de los beneficiados de milagros (Mt 2x; Mc 1x; Lc 8x: 2,20; 5,25.26; 7,16; 13,13; 17,15; 18,43; 23,47; cf. Hch 4,21; 11,18; 13,48). “Dar gloria” es reconocer la intervención y presencia de Dios en un acontecimiento. 

La reacción del curado samaritano tiene varios elementos que merecen ser notados: “caer rostro en tierra” es una actitud reverencial ante Dios (Gen 17,3.17; 19,1; Lev 9,24; Num 16,22, etc.), pero también ante alguien importante (Gen 42,6; 44,14; 48,12; Rt 2,10; etc.). La referencia a estar “a los pies” –especialmente en Lucas- es la actitud del discípulo (7,39; 8,35.41; 10,39; Hch 22,3). Y este “da gracias” (eujaristôn). El término en Mateo y Marcos se encuentra sólo en un contexto “eucarístico”, Lucas añade una referencia al pan de la última cena (Mt y Mc la “acción de gracias” era solamente sobre la copa), y también en la auto-alabanza del fariseo en la parábola (18,11). Pero el acento de todo este marco litúrgico está puesto en la conclusión: “¡era un samaritano!” (v.16). La frase sirve para destacar a la vez el rol de los extranjeros (Jesús lo llama “extranjero” expresamente; única vez que el término se encuentra en el NT; cf. Hch 10,28) y la ingratitud de los judíos, algo que Lucas destaca en su doble obra (ver, por ejemplo, la parábola del “Buen Samaritano”, 10,30-37; recordar que el samaritano es “el que tuvo compasión” [éleos]); Lucas da importancia a los samaritanos en su obra: 9,52; 10,33; 17,11; Hch 1,8; 8,1.5.9.14.25; 9,31; 15,3. La pregunta por la ausencia de los nueve restantes es simplemente una nota de tristeza: estos otros no vieron necesario dar gracias a Dios, “Dios siempre está con nosotros”, parece ser el presupuesto de los desagradecidos. Una vez más un extranjero samaritano es ejemplo de verdadero comportamiento religioso (en la parábola es ejemplo de amor; aquí es ejemplo de fe). El acento del relato no está puesto tanto en la curación obrada por Jesús (como en la primera curación del que tiene lepra) sino en la (no)respuesta dada por el/los beneficiado/s. Sin gratitud, la fe no es verdadera; se ha obrado el milagro pero no hay verdadera fe sin saber dar gracias a Dios por ello.

Tu fe te ha salvado” (v.19) ubica el texto en el contexto de la fe, que era tema del contexto (cf. 17,5-6). El dicho puede calificarse de “errante”, pero es curioso que en todos los casos (también en los restantes sinópticos) aquellos que manifiestan una fe que los ha salvado son siempre personas pertenecientes a grupos marginales: una mujer impura por hemorragias (Mc 5,34 / Mt 9,22 / Lc 8,48), un leproso samaritano (Lc 17,19), un mendigo ciego (Mc 10,52 / Lc 18,42), una "pecadora en la ciudad" (Lc 7,50).




lunes, 6 de octubre de 2025

Octubre, Mugica, Perón y el «Che».

Octubre, Mugica, Perón y el «Che».

Eduardo de la Serna



Octubre es un mes con mucha densidad… Empieza con la peregrinación a Luján, con toda la carga religiosa, social, cultural y política que tuvo desde sus orígenes en los difíciles años 1975. Termina con las elecciones nacionales el día 26 en las que se elige si queremos ser libres de verdad o narcodependientes de poderes oscuros. En el medio, el día de la lealtad, el 17, en la que un pueblo se consolida precisamente como pueblo detrás de un proyecto al que hoy llamamos “nacional y popular”.

Pero, y no es menos significativo, quiero notar, en la segunda semana, una serie de efemérides:

El 7 de octubre de 1930 nació Carlos Mugica.

El 8 de octubre de 1895 nació Juan Domingo Perón.

El 9 de octubre nacía a la vida nueva, asesinado, Ernesto, el “Che” Guevara de la Serna.

Con Mugica se mostró a todos un rostro de una Iglesia viva y hermana, liberadora y compañera de los pobres.

Con Perón se configuró una esperanza, un sueño y un camino de pueblo, una patria en movimiento.

Con el Che flamearon las utopías, se esperaba para mañana una revolución de vida para todos, de justicia y de paz verdadera.

I.- La Iglesia supo ser cómplice silenciosa de todas las opresiones e injusticias, del statu quo y de bendiciones de armas y dictaduras. Mugica supo dejar que “los pobres le enseñaran a leer el Evangelio”, aprendió a abrir los ojos y a cantar otras músicas. Supo dar el pequeño paso de Gelly Obes a “la 31”, paso de pocos metros y distancias infranqueables. Y ese salto, acompañado por compañeros curas y hermanos villeros, por un viaje en avión chárter (un viaje en este avión hizo más historia que los 35 viajes a escondidas del narcofugitivo) y frecuentes reportajes. Carlos supo mostrar otra Iglesia. La que molestaba. Tanto que era más sensato su asesinato que ignorarlo (además de que era imposible ignorar a Carlos Mugica). Carlos fue – para quien quisiera verlo – el rostro de otra Iglesia, una Iglesia “con una oreja en el Evangelio y otra en el pueblo”, como él decía remedando a Angelelli. Una Iglesia liberadora y de primavera. Recuerdo sus misas (habitualmente iba los domingos a misa a la 31, así que “nadie me tiene que contar que Mugica era cura”), y las charlas personales. Incluso, puesto que en el seminario (ingresé en 1974) los formadores invernales hablaban críticamente de “los curas y la política” (obviamente en contra de los curas del Tercer Mundo), recuerdo haber hablado con él para escuchar su opinión sobre el tema. “Un domingo a la tarde te venís al Instituto y charlamos y de allí te vas al seminario”, me dijo. Quedamos, pero nunca lo concretamos. La Triple A no nos dio tiempo; “el que siembra viento recoge tempestades” repitió mediocremente el superior invernal. Los mártires son una voz de Dios para su Iglesia, un “lugar”. Como Iglesia deberíamos aprender a escuchar lo que Dios nos dice en la vida y en la muerte de Carlos Mugica. Creo que seguimos en deuda… deuda con Dios, deuda con Carlos, deuda con el pueblo…

II.- “La fiesta era del patrón” nos dijo una vez “Herminio”, un excelente tipo que trabajaba de mozo en un lugar donde íbamos a cenar a veces con el grupo misionero cuando le preguntamos por qué era peronista. Era de Ituzaingó, casa sencilla en calle de tierra. Entender el peronismo y a Perón desde una perspectiva solamente o exclusivamente política o solamente económica no es falso. Es parcial. Muy parcial. Propio de la miopía libertaria. Perón marcó un tiempo, o mejor, una era. Recogió, sintetizó, expresó en el lenguaje del pueblo su vida, su fiesta, sus capacidades, fortalezas y debilidades. Mostró y reconoció la dignidad de ser con nuestros límites lo que somos y soñamos. Nos enseñó que hay tres banderas que no deben arriarse si queremos ser un pueblo feliz: la soberanía económica, la libertad política y la justicia social. No está mal refrescarlo en tiempos de total dependencia política vergonzante, de pérdida absoluta de capacidades de decisión económica y de injusticia rampante, ostensible e impune. Una mirada de ternura a los únicos privilegiados, los niños, y recordando que gobernar es dar trabajo, porque “solo hay una clase de personas, ¡las que trabajan!” Con su compañera eterna nos enseñó que «un peronista nunca dice “¡yo!” (como tantas y tantos autoreferenciales de hoy día), un peronista dice “nosotros”». Eso de buscar la felicidad del pueblo no es ni más ni menos que la vida que tantas y tantos soñamos para nuestras familias, para los niños, para los jubilados, las personas con discapacidad y tantas y tantos gaseados en tiempos de un 3% de felices a costa de un 97% de hambreados, injusticiados, víctimas de un modelo de muerte y de violencia, de odio y de mentira.

III.- Cuando empecé a militar, en tiempos en los que eso era casi un sinónimo de estar vivo, había banderas que debían levantarse con orgullo. “¡Liberación o dependencia!”, cantábamos. Cantos contra la guerra de Vietnam, o el insistente “Yanquis go home!” Y entre esas banderas, con consignas, marchas y corridas escapando de los lacrimógenos, ¡un rostro! Casi un esténcil. La imagen siempre viva del Che que nos invitaba a caminar ¡hasta la victoria! Che y militancia eran inseparables; Che y revolución eran inseparables. El socialismo nacional estaba casi a la vuelta de la esquina. E incluso el compromiso y el idealismo dispuestos, hasta a arriesgar la vida por la felicidad del pueblo; precisamente como el Che. La resistencia, o incluso, hasta la guerra contra la opresión. Recuerdo que una vez estaba dando unas charlas en el extranjero y se aproximó un participante. Cordialmente – lo aclaro – me preguntó por mi aparente parentesco con el Che Guevara. Cuando lo confirmé me dijo, con cara de preocupado: “¡Pero él mató gente!”, a lo que le pregunté si San Martín o Bolívar no lo habían hecho. Una vez ironicé que pareciera que en algunos ambientes es lícito matar en los siglos impares, pero es malo hacerlo en los siglos pares. San Martín y Bolívar eran del s. XIX, ¡permitido!, el Che era del s. XX, ¡prohibido!, Cristina es del s. XXI, ¡está permitido matarla! Los estereotipos de “buenos” y “malos” (y, peor aún, cuando estos vienen formateados desde el Establishment) debo reconocerlo, me provocan náuseas y desprecio.

Evita clamó una vez, en ocasión de su “renunciamiento”: “aunque tenga que dejar en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes tomarán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”. Los nombres que hoy recuerdo, ¡son bandera! La victoria es siempre una utopía, como es utopía la Iglesia fiel al reino de Dios, como es utopía la patria justa, libre y soberana, y como es utopía el socialismo nacional. Es utopía, es decir, es una lámpara que señala el camino: “puse rumbo al horizonte, y por nada me detuve (…) Sueño con encaramarme a sus amplios miradores, para anunciar, si es que vienen, tiempos mejores”.


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jueves, 2 de octubre de 2025

Una mujer de Samaría

Una mujer de Samaría

Eduardo de la Serna



Samaría era una gran región que se encontraba en el medio de Israel separando las provincias de Galilea y de Judea. Tomaba el nombre de la ciudad que había sido capital del reino norte, Israel, erigida en el siglo IX a.C. por el rey Omri (ver 1 Re 16,23-24). Las relaciones con el reino sur, Judá, no siempre fueron buenas. E incluso, en ocasiones fueron decididamente malas. En tiempos de Jesús, judíos y samaritanos no se llevaban nada bien (aunque todos eran súbditos del Imperio Romano, por cierto). Política y religiosamente las relaciones mutuas eran francamente malas. Los samaritanos tenían, también ellos, un templo en un monte (Jn 4,20), tenían los mismos primeros libros de la Biblia (la Ley, o el Pentateuco), pero, en ocasiones los encuentros entre ambos llegaban a la violencia (ver Lc 9,52-54). Por eso, por ejemplo, es claramente chocante, para el auditorio judío, que Jesús proponga a un samaritano como modelo de discipulado y ejemplo de amor (Lc 10,33-37). Pero, sin duda, los galileos piadosos que frecuentaban ocasionalmente el templo de Jerusalén, en su peregrinación debían, necesariamente, pasar por Samaría a menos que pudieran desviarse por Cisjordania. Esto es lo que le ocurre a Jesús (Jn 4,3-4).

El cuarto Evangelio nos cuenta, en este contexto el encuentro de Jesús con una mujer samaritana (4,5-42). La relación entre ambos no es tensa, pero sí hay una cierta distancia: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, una mujer samaritana?” (y Juan aclara, como es frecuente en él, lo que ya sabemos, que las relaciones entre ambos grupos eran malas; v.9). Es que, cansado del camino, y mientras sus discípulos habían ido por comida (v.8), Jesús se ha sentado junto a un pozo. Como es obvio en las regiones desérticas, los pozos son importantísimos, y son lugares de encuentros (y desencuentros). Pero, y acá una cuestión para notar, era frecuente que se fuera al pozo por agua cuando el sol ya había bajado. Por el calor. Pero esto que narra el Evangelio ocurre al mediodía (“era la hora sexta”, precisa Juan, v. 6). Es muy probable que, por algún motivo que desconocemos, esta mujer no quisiera encontrarse con otras, y por eso fuera al pozo en horario inusual. Pero, y aquí lo importante, empieza con Jesús una conversación que, pareciera, tiene por tema el agua, aunque, como también es común en Juan, inmediatamente pasa a otro nivel y comience a referirse a otro tipo de “agua”. En principio, en el mundo antiguo, por “agua viva” se entiende agua que fluye (a diferencia del agua de un pozo, precisamente), pero en Juan, la “vida” suele referirse a la vida divina (o la vida eterna). Por eso, cuando Jesús le habló de “agua viva” (v. 10) y la mujer le pregunta desconcertada (con lo que el Evangelio aprovecha para dar un nuevo paso en la revelación que va a ocurrir, v.11), él le aclara que el agua que el “dé” (notar la importancia del verbo “dar” en esta unidad; ver v.10: “el don de Dios”) se convertirá en “fuente de agua que brota para la vida eterna” (v.14). Si bien la mujer sigue entendiendo que Jesús habla del “agua” normal, las preguntas que va formulando revelan que su fe va creciendo. O, para usar imágenes del relato, empieza a verse saciada.

La que en un primer momento a Jesús lo llamó “judío” (v.9; que en boca samaritana no es amable), pasa a tratarlo de “señor” (v.11), cuando Jesús le revela algo de su vida personal lo reconoce como “profeta” (v.19), luego le pregunta por el Mesías, el Cristo (v.25.29) para, finalmente, ella y los habitantes de la ciudad, reconocerlo como “el salvador del mundo” (v.42). Esta mujer, que no quería estar en contacto con los y las habitantes de la ciudad, cuando empieza a saciar su sed, corre a “dar” la noticia a los demás (vv.29.30), lo que los lleva a “creer” (v.39), y como ya no necesita “agua”, deja el cántaro en el pozo (v.28), porque ya no tendrá sed (v.14).

Por supuesto que el Evangelio se mueve en dos niveles (como también lo hace con el pan en el c.6, pan que “da” el Padre, y el que lo coma nunca más tendrá “hambre”, vv.32.35). Una mujer (a los ojos de su tiempo era mal visto que una mujer hablara con un varón en público, como se ve en 4,27) al encontrarse con Jesús (o un varón, como se ve en el caso del ciego de nacimiento del cap.9) no puede permanecer igual. Ese encuentro, ese “don”, le sacia la vida a la samaritana, lo llena de luz al que había sido ciego. De encontrarnos y dejarnos transformar por Jesús se trata el maravilloso “don” de la fe.


Imagen tomada de https://www.bibliaon.com/es/mujer_samaritana_encuentro_con_jesus/