Jesús nos deja las huellas de su amor para seguirlas
DOMINGO SEXTO DE PASCUA - "B"
10 de mayo
10 de mayo
Eduardo de la Serna
Resumen: Dios no hace acepción de personas es el punto de partida. También los paganos pueden recibir los dones de Dios; pero para que la Iglesia pueda dar este paso fundamental el Espíritu se manifiesta con claridad mostrando los caminos de vida para todos.
El texto litúrgico es, en realidad, una serie de fragmentos de un texto mucho más amplio que es la predicación y bautismo del primer pagano, Cornelio. El texto condensa muchos elementos que merecen comentario. En realidad, la escena abarca desde 10,1 hasta 11,19. Comentaremos solamente lo que se encuentra en los fragmentos seleccionados:
vv.25-26:
movido por una revelación que se repite insistentemente, Pedro (contra todo lo
permitido) se dirige a casa de un pagano. Cornelio, que también actúa movido
por una revelación lo recibe y se postra ante él. Como también lo hace Pablo en
14,16 Pedro insiste en que “es hombre” y postrarse ante él es algo inadecuado. No
parece que Cornelio – de quien se nos dice que es “temeroso de Dios”, y por
tanto acepta la religión de Israel aunque no pueda hacerla suya completamente –
confundiera a Pedro con un ser divino, pero lo cierto es que al caer postrado a
sus pies (algo que Jairo y un samaritano hacen ante Jesús en Lucas, cf. 8,41;
17,16; cf. Ap 19,10) realiza algo inconveniente.
vv.34-36:
Ante las revelaciones simultáneas Pedro confirma que también ha de aplicarse a
esto el dicho característico de que “Dios no hace acepción de personas” (cf. Dt
1,17; 10,17; 16,19; Job 34,19; Sir 35,13; y en el NT: Rom 2,11; Gal 2,6; Ef
6,9; Col 3,25; 1 Pe 1,17…). La imagen originalmente alude a que un juez no
puede guiarse por la “cara” (el término “rostro” es el que está en el término “acepción”,
prosôpon) ya que Dios mira “el
corazón”. Pero esto, que refiere a la justicia, Pedro lo aplica aquí a que Dios
no hace acepción entre judíos y paganos y también a estos (como Cornelio)
quiere hacer llegar la salvación.
El
texto aquí parece romper la lógica ya que comienza a destacar que “la palabra”
de Dios se dirigió a los hijos de Israel, pero al finalizar esta breve
referencia a Israel, Jesús y la pascua (omitida en el texto salvo el primer
versículo) todo se interrumpe por una nueva intervención divina (que las hay en
cantidad en esta unidad, como veremos).
vv.44-48:
“estaba diciendo estas cosas”, es decir, aunque se señale la preeminencia de
Israel, el Espíritu Santo (a quién hemos calificado de “el gran protagonista”
de Hechos) cayó sobre los que escuchaban “la palabra”. Lo que observan los “circuncisos”
es que el don del espíritu también se dirige a los “incircuncisos” ya que –
como había ocurrido con aquellos al comienzo – los escuchan hablar en lenguas
(2,4) y engrandecer a Dios.
Ante
esta intervención de Dios, Pedro no puede sino reconocer una vez más a Dios que
habla. Y entonces, “¿cómo negar el bautismo?” Si el que marca los caminos de la
Iglesia (tema central de Hechos, como se ha dicho en otro momento) es el
Espíritu Santo, los signos del Espíritus deben ser acatados y – aunque sólo
podía bautizarse a los miembros del pueblo de Israel (salvo cuando se hacía un
bautismo de purificación a uno que sería circuncidado a continuación) – ahora el
Espíritu mismo invitaba a cambiar de actitud.
Quizás
podamos sintetizar este acontecimiento fundamental de este modo: en una mirada
rápida, todo el AT invitaba a tener con los paganos una actitud de distancia y
hasta de rechazo (no se puede entrar en su casa, 10,27), y el mismo Jesús había
dicho que no se dirijan a paganos sino “a las ovejas perdidas del pueblo de
Israel” (cf. Mt 10,6) [esto que decimos es muy simplificado, sin dudas todo es
mucho más complejo], lo cierto es que pareciera que todo estaba en contra de la
predicación y aceptación de paganos, tanto la Biblia como el mismo Jesús. Por
tanto, para dar este paso monumental, hacía falta una indiscutible intervención
del Espíritu. De allí lo extenso del relato, la insistencia en las revelaciones
de Dios a Pedro y a Cornelio, y la manifestación visible del espíritu en las
lenguas. Ahora sí se puede dar el paso decisivo de la aceptación por medio del
bautismo. De todos modos la cosa no quedará aquí y Pedro deberá rendir cuentas
de todo esto a la comunidad de Jerusalén (donde por tercera vez repetirá las
revelaciones) de modo que la asamblea de Jerusalén – donde todo se decide en
Hechos – reconozca claramente que “también a los gentiles ha dado Dios la
conversión que lleva a la vida” (11,18).
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 4, 7-10
Resumen: La insistencia – como en toda la carta – en el amor tiene también otros elementos propios: “conocer a Dios”, haber “nacido de Dios”. El amor tiene en Dios su origen y es el modelo de cómo debe ser el amor de los creyentes hacia sus hermanos.
Con un nuevo vocativo (“queridos”, v.7) el texto
continúa las exhortaciones (y finaliza en v.10 ya que en v.11 un nuevo “queridos”
da comienzo a otra unidad). En realidad, el tema del amor se encuentra x48
veces en la carta (x8 en esta sub-unidad) y x10 en las cartas 2ª y 3ª [y – como
veremos en seguida – es sumamente importante en el cuarto Evangelio]. Como es
frecuente en la Biblia, el amor aparece, a su vez, ligado al “conocimiento”. Ya
en 2,5 se relaciona guardar la palabra, amar a Dios y conocerlo. Por eso “el
mundo no lo conoce” (3,1). La unidad anterior finalizaba diciendo que “somos de
Dios. El que conoce a Dios nos escucha…” (4,6). Este, a su vez, se repite que “ha
nacido de Dios”, algo que ya se ha afirmado en 3,9: “Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado porque su germen permanece
en él; y no puede pecar porque ha nacido de Dios”. Más adelante insistirá que
todo el que cree que Jesús es el Cristo “ha nacido de Dios; y todo el que ama a
aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. (5,1), éste “ha vencido
al mundo” (5,4, como Jesús, Jn 16,33) y esa victoria es “nuestra fe”, el “nacido
de Dios” no peca porque Dios lo protege (5,18).
Ahora bien, este amor – que es lo propio de los
nacidos de Dios, los que lo conocen, tiene en Dios mismo su fuente, en el “envío”
de su Hijo para que “vivamos” (única vez del verbo záô en la carta; como en el
Evangelio, Juan usa el sustantivo zôê [x13] y el verbo záô en el sentido de
vida divina). El amor es gratuidad, recepción: Dios nos amó (v.10) enviando a
su Hijo. Este “envío” (tan importante en el Evangelio de Juan) es síntoma del
amor divino (que “tanto amó al mundo que le dio a su Hijo…”, Jn 3,16).
Este hijo fue “propiciación” (hilasmòn) por nuestros pecados. El término es ambiguo y puede
referir al rito (sacrificio), al día (de la Expiación) al altar o a los efectos
conseguidos (el perdón). El término (o el semejante hilastêríon, en Rom 3,25)
no hace referencia a rituales sino más bien a los efectos: el perdón. Por el
envío de Jesús los creyentes alcanzan el perdón.
La frase más fuerte de la unidad es sin duda la
afirmación de que “Dios es amor” (v.8; cf. v.16; ver también Jn 4,24: “Dios es
espíritu” y 1 Jn 1,5: “Dios es luz”. Todas han de entenderse cristológicamente).
La relación de Dios y el amor es sumamente frecuente en toda la Biblia (cf. Jer
3,12; Sal 130,7; 145,8), pero la afirmación de que Dios “es” amor es
ciertamente novedosa. Sin duda el contraste de este amor es el “odio” del “mundo”
(que como se ha dicho frecuentemente no ha de entenderse en sentido dualista,
como referido a lo terrestre, sino a aquellos que rechazan el proyecto de Jesús):
Jn 15,18; 17,14; 1 Jn 3,13.Hemos señalado en otro momento que aquellos frente a
los que el autor de 12 Juan reacciona son también ellos seguidores del
discípulo Amado. Ellos estarán de acuerdo que Dios es amor, pero han limitado
el amor a un amor que excluye a los hermanos. Sólo amor a Dios, de allí la
referencia al acto de Jesús capaz de conseguir el perdón en la cruz. El autor
de las Odas de Salomón lo afirma: “Yo no
hubiera sabido amar al Señor si él no me hubiese amado” (3,3-4).
Resumen: Jesús destaca una cadena de amor que comienza en el Padre y pasando por Jesús (y su amor ejemplar) llega a los discípulos que deben amarse y salir al mundo mostrando ese amor a todos.
Como señalábamos la semana pasada, el gran texto del
discurso de despedida (Jn 13-17) tiene varias partes. El discurso de la vid y
las ramas es una de ellas. Esta, a su vez tiene dos sub-unidades, la primera (vv.1-8)
centrada en la vid y los sarmientos propiamente dicha, y la segunda (vv.9-17)
centrada en el amor, que será visto como “fruto”. Lo importante es que todo
esto es presentado como “mandato”.
El amor, tema central de la unidad, aparece en una
suerte de cadena: del Padre a Jesús, de Jesús a los suyos, de estos a los
demás. El amor de Jesús se presenta, entonces, como amor modelo para los discípulos
(cosa que ya ha indicado: 13,34-35), un amor que es “extremo” (13,1). Esto
supone por parte de Jesús una entrega de su propia vida (10,18; 14,31) que para
Jesús es “mandato” del Padre. Así, entonces, el (modo del) amor de Jesús es
modelo y a su vez fuente del amor que los discípulos deben tener mutuamente.
Una nota breve sobre el “dar la vida”. Con
frecuencia este texto y otros semejantes se ha entendido en un sentido
sacrificial, heroico. Y casi suicida. El tema es muy distinto si se lo mira
desde la perspectiva del amor. El amor a los demás es un compromiso militante
por su bien, por su vida. Y esa búsqueda del bien (o la justicia, o la paz, o
lo que acompaña las virtudes) se vive en plenitud. Pero ocurre con frecuencia
(con mucha frecuencia, lamentablemente) que hay quienes no quieren la vida de
los otros, o su justicia, o su paz… La coherencia, la fidelidad en la búsqueda
de esa vida plena para los otros lleva con frecuencia a los violentos a
eliminar a aquellos. Pero entonces, no es la muerte (que es acción homicida de
los violentos) lo que resulta meritorio y modélico, sino la coherencia, la
fidelidad, el amor hasta el final. Ese amor extremo es lo que vale. El mártir
no da la vida, se la arrancan. Lo eliminan. Pero el mártir es capaz de llevar
su fidelidad hasta el fin, no porque quiera morir sino porque quiere que
aquellos que son objeto de su amor (o de la justicia, o la paz) puedan vivirla
en plenitud.
Los amigos (filíoi) son aquellos que son amados
(filía), y estos no son un pequeño grupo selecto sino todos los creyentes, todos
los que reciben el don del espíritu y son entonces hijos. “Él nos amó primero”
(1 Jn 4,19). Así el mandamiento no es algo “mandado” despóticamente, sino algo
que fluye después de haber experimentado el amor extremo de Jesús. El Jesús que
a lo largo de todo el Evangelio ha hecho la voluntad de su padre invita ahora a
los suyos a hacer lo mismo (v.10).
En este sentido, la intimidad es tan profunda que el
que había sido “siervo de Jesús” es presentado como “amado” (= amigo), del
mismo modo que lo había sido Moisés a quién Dios hablaba “como un amigo” (Ex
33,11). Este grupo de “elegido”, “amigos” sin duda es más amplio que el grupo
de los Doce (de hecho no se destaca quiénes son los presentes en esta unidad).
Pero abruptamente el texto retoma la imagen de la
vid con la que había comenzado el discurso. El grupo está “destinado” a dar
fruto” y fruto que “permanezca” (recordar el verbo permanecer que destacamos el
domingo pasado). El grupo – como los Doce – han sido “elegidos” (6,70),
comparten con él la cena (13,18) y al ser elegidos los ha “sacado del mundo”
(15,19). Pero esta elección es para un “destino”. La vida de las ovejas es el “destino”
de la vida del Pastor (10,11.15.17.18), como anuncia Pedro que lo hará (13,37.38)
y es el amor mayor que Jesús anuncia (15,13). Jesús, que insistentemente dice
que se “va” (13,3.33.36; 14,5.28; 16,5.10.17), les dice que “vayan” a dar
fruto. El marco es evidentemente misionero, una búsqueda de fruto que
permanezca en los demás. Para eso cuentan con la oración en nombre de Jesús.
El amor, la característica fundamental de Jesús y de
los suyos contrastará – en lo que sigue – con el odio del mundo.
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