“La gente tiene miedo”… y otras sandeces
Eduardo de la Serna
Por enésima vez en esos tiempos,
la “señora bien” (pronúnciese “bián”)
de la Televisión repitió al aire que “la
gente tiene miedo” para rematar afirmando que “esto es una dictadura” y la Presidente “una dictadora”. El miedo que la “gente” tendría es a hablar sin especificar qué le pasaría si dijera
algo supuestamente inconveniente.
Es evidente que hay diferentes
tipos de miedo. Hay miedos sensatos o razonables y miedos absurdos. Es lógico
temer ante un peligro cierto. Es más, sería temerario, o hasta suicida, no tener
miedo en tales situaciones. La gente del barrio mira a ambos lados antes de
entrar a su casa; la famosa “inseguridad”
muchas veces real, otras tantas inducida o exagerada, hace sensato que tenga
cuidado. Pero un niño puede tener miedo en la oscuridad y temer levantarse de
noche de la cama porque “vio algo”
que en realidad está en sus fantasías. Y es razonable ayudar a ese niño a
vencer sus miedos irreales a fin de desempeñarse libremente mañana en el
ambiente real. Moviéndonos dentro de estos dos tipos de miedo, hay muchos
otros: uno tiene miedo ante una situación posible del futuro ante la que no cree
poder desempeñarse bien (un examen), o situación indeseada (un embarazo); otro
que ha incurrido en una acción ilegal temerá ser descubierto (control de
alcoholemia); otro puede tener miedo a quedar solo frente a su tío abusador o
padre golpeador, a un futuro incierto por venir (salud de un familiar), etc…
Hay muchos tipos de miedo. Podemos señalar, entonces, que hay un miedo que es
sano y otro que es enfermizo. No es razonable, en este caso, negar el miedo. El
miedo existe. Lo que sí es posible afirmar es la sensatez o no de ese miedo.
También hay distinto tipo de “gente”. Según se dice, en las directivas
de Durán Barba a los candidatos del PRO, hay que hablar siempre de “la gente”. Pero qué es esa tal “gente”. Curiosamente, por ejemplo, las
Biblias suelen traducir “gente” el
término griego “ojlós” que es también
“multitud”, “muchedumbre”. Curiosamente también, el término “gente” – preferido y muy usado por Massa
o por Macri, por ejemplo - es usado para
no pronunciar “pueblo” que remite a “populismo”, que sería una suerte de “mala palabra”. Landrú solía hablar – con
su clásica ironía – de la “gente como uno”.
Sería sensato, entonces, cualificar esa tal “gente” cuando se alude a ella; ¿de qué “gente” hablamos? Por ejemplo, es razonable pensar que cuando uno
habla de “gente” en realidad está
aludiendo al “medio ambiente” con el
cual se relaciona, ya que es difícil hacerse “voz” de un más allá desconocido. Análogamente, se utiliza la
palabra “mundo” para hablar o aludir
a “los que son como nosotros”: “todo el mundo” suele hacer referencia al
ambiente en el cual me muevo (como cuando se habla de “guerra mundial”, por ejemplo). Obviamente nadie puede atribuirse
ser representante de la “gente”
(menos aun si esa tal gente no es “especificada”
o no se precisan sus límites). Quien cree o afirma hablar “en nombre de la
gente” incurre, si no en un acto de soberbia, al menos en una imprecisión
bastante seria a la hora del lenguaje y la comunicación.
Dicho esto, afirmar que “la gente tiene miedo” me resulta
grotesco. Por lo impreciso, si lo afirmado fuera cierto, o por lo autoritario
de insistir una y otra vez ante los invitados a la mesa sin siquiera plantearse
la posibilidad de que ellos se relacionaran con otra “gente” que tiene distintas posiciones frente a lo que otros temen.
Es posible que la “gente” con la que
la señora se relaciona (y debo confesar que no imagino que éste sea un círculo
demasiado amplio) tenga miedo. Pero el planteo así dicho me recuerda lo que
afirmaban mis tíos gorilas de la “época
de Perón”. Uno tenía que tener cuidado delante de la “mucama”, o de no hablar fuerte en el tranvía… Ahora bien, si la
mucama de ayer, los mozos de hoy causan “miedo”
a cierta “gente”… ¿no está afirmando
que esa tal mucama o ese tal mozo “no son
gente”? ¿No está diciendo en nombre de qué “gente” habla? ¿De quién se
constituye en vocera? Quienes hemos sufrido la Dictadura (la verdadera, aquella
en la que hablar podía costarle a uno la vida, y a muchos les costó), quiénes
teníamos miedo y preferíamos salir desnudos a la calle antes que sin documentos
quisiéramos un poco más de respeto (y acá, erróneamente, escribo “en nombre de”, y debería decir “algunos de los que…” sufrimos la
Dictadura. Valga el error y esta precisión). Quienes hablan y repiten
insistentemente un dicho (mostrando que el miedo es falso ya que lo siguen
diciendo y nada les ocurre) mientras que a otro por “hablar” (o “mostrar”) le
allanan la casa, deberían no exagerar aunque el medio hegemónico la haya
contratado precisamente para eso, abusando – sin temor – de la multiplicación
de sus voces. Es cierto que en muchas casas “el abuelito” es un pintoresco
personaje que repite siempre lo mismo, que se lo respeta por sus canas y
arrugas (¡¡¡!!!) pero no se lo toma demasiado en cuenta cuando nos juntamos el
fin de semana a la mesa para compartir. El tema es que “no es mi abuela”, y mi
único miedo sería que me invitara a su mesa. Pero debo superar eso, mucha
"gente" me dice que “el Cuco” no existe.
Dibujo tomado de mentalfloss.com
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