Una reflexión política sobre la “encarnación”
Eduardo
de la Serna
Es evidente que decir “encarnación”
se refiere a algo que se “hace carne”. Y esto puede usarse desde lo cotidiano
como “hacer carne” el dolor del otro, lo que significa que siento en mí mismo
su sufrimiento, hasta el terreno teológico. El término, teológicamente, remite
al Evangelio de Juan que dice que “la
palabra (logos) se hizo carne, y acampó entre nosotros” (1,14). En este
caso se refiere a que Jesús mismo, que es “la
palabra de Dios” y que está junto al padre (ho theos) desde antes de la creación
(“en el principio”), entra
activamente a vivir la historia humana. Se hizo vida, historia, aceptó los límites
de la humanidad (ser visible, sufriente, mortal…) porque sólo así es “verdadero
hombre”. No pretendo presentar aquí un ensayo teológico, pero sí dar un paso
más aquí para luego seguir con lo que me propuse… Dios, por serlo, es
inaferrable por la humanidad. Es imposible de ser comprendido, reconocido
plenamente, conocido. Pero al encarnarse nos muestra su mejor rostro, el más comprensible,
el que podemos aceptar y amar. Sin dudas que Dios es mucho más que eso que
vemos, tocamos o escuchamos. Pero eso (también) es Dios. Concretamente, es
evidente que Dios no es varón, no es judío, no es contemporáneo a un grupo
humano. Pero al “encarnarse” en un varón judío de Palestina en el siglo I
acepta esos límites. No para que sean absolutizados, porque eso hablaría de
nuestra limitación y de un cierto fundamentalismo, sino para poder ser
visibilizado. Sino, Dios quedaría en el eterno mundo de las ideas, de lo
deseado o soñado. El mundo del “siempre más” (que es cierto) pero el de nunca
saber…
Pero lo que quisiera pensar
en este momento es, a partir de esto, algunas cosas que me parecen importantes.
Es evidente que al decir que Dios se encarnó estoy afirmando que aceptó el
límite que la carne le daba (entre ellas el del dolor, la solidaridad y la
muerte), pero no es menos cierto que Dios no es varón, no es judío y no es
inculturado en el judaísmo del siglo I como sabiamente afirma la cristología
feminista. Las imágenes androcéntricas de que Jesús es varón (lo cual es
cierto) no pueden ignorar que no podría ser un andrógino; ser varón es aceptar
un límite que no debería absolutizarse… Pero evidentemente Dios es mucho más. Dios
“no es” varón.
Y paso al terreno político…
los utópicos, los que eligen moverse en el terreno de las ideas, no pueden
ignorar que si esas ideas no se “encarnan” simplemente quedan en el aire o en
los libros. Pero, precisamente, es obvio que si son encarnadas, aceptarán los “límites”
que les da la historia. Es evidente que las ideas son “mucho más”, y – como se
dice – las utopías, como el horizonte, sirven para caminar. Marcan rumbo. Pero
un rumbo “hacia” que no puede ignorar el “dónde”. No es en el aire que se
camina, es en la historia. Con vientos en contra, límites personales,
obstáculos, dificultades, compañeros, adversarios, caminos llanos o pedregosos…
En lo personal, por ejemplo, me resultan desencarnados los sectores o grupos
que tiene ideales o utopías que puedo, en mucho o en parte, compartir pero que
se vuelven incapaces de andar porque no aceptan la realidad. Aquellos a los que
la realidad, amable o adversa, agradable o no, se les vuelve intolerable me
resultan ilusorios e incomprensibles. Y esto vale tanto para las utopías
evangélicas como las políticas, evidentemente. Utopías que jamás deben bajarse
en nombre de un supuesto pragmatismo, como ocurrió en los 90 argumentando la
muerte de las ideologías. Pero que no pueden mirarse desconociendo lo arduo y a
veces difícil del camino, si no se pretende que en nombre de esas mismas
utopías sea por eso mismo imposible caminar. La realidad es “ésta que está”
(por ejemplo, Jesús, varón, palestinense del siglo I) pero yo no puedo
pretender ser igual (seria, como dije, fundamentalista), yo soy éste que está,
varón, argentino, cura del s.XXI, en esta realidad que me toca vivir, festiva y
dura, que comparta o no. Es desde ésta que debo caminar hacia los sueños que
elijo tener como meta o camino, evangélicos y/o sociopolíticos. Por eso no
puedo entender a aquellos que hablaron de corrupción, o de voto en blanco (que
parece que fracasaron ya que no fue un número significativo, lo que revela que
ni siquiera se encarnan en sus seguidores); los que hablaban de progresismo, y
se paralizaron (es decir, no caminaron)… Creo que tienen un problema de encarnación.
Un problema de encarnación que en lo teológico lleva a la discriminación de la
mujer en la Iglesia, por ejemplo, y en lo político lleva a que tengamos que
sufrir que Macri sea presidente.
Foto tomada de recorridosenmtb.blogspot.com
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