Un
juego para no jugar
Eduardo
de la Serna
Me quiero permitir un juego.
Lo aclaro desde el comienzo para que se espere hasta el final antes de sacar
conclusiones (los juegos terminan al final).
Es sabido que hay quienes
para jugar tratan de embarrar la cancha. Se sienten más cómodos en ese
ambiente; pero no me voy a referir a eso en este caso. Aunque no está de más
recordarlo.
El fiscal Nisman “muere”. El
fiscal Nisman tiene un seguro de vida. ¿Quién cobra el seguro por la “muerte”
del fiscal? Sin dudas sus hijas (y quizás también su madre). Muy probablemente
el seguro de vida del fiscal ha de haber sido muy elevado teniendo en cuenta el
nivel de vida que llevaba y el salario que se afirma que cobraba (pensar que su
amigo Lagomarsino, sólo por informático cobraba $ 41.000). Ahora bien, en caso
de suicidio el seguro de vida no se paga. ¡Problema para la exmujer, madre de
sus hijas! ¿Cómo solucionarlo? Pues tratar de negar el suicidio y “demostrar”
asesinato. Se recurre para eso a peritos que no parecen ser tales en cuanto
serios, al menos no siempre. Se llama a conferencia de prensa (obvio, hay que “demostrar”)
y se sabe que habrá fiscales amigos (quizás no amigos personales, pero sí
amigos de la causa). Se habla hasta con el honorable presidente de la Corte
Suprema que ante cualquier problema dirá “cosa juzgada”, y se sabe que los
Medios de Comunicación transmitirán lo que son “peritos de parte” como si fueran
“informes” que hacen que la pelota pase al otro campo. La cosa es una sola: si
hay crimen se cobra el seguro, si no, no hay nada. Y entonces, los correos
entre ambos ex cónyuges que circulaban son callados, la causa de la separación
es la excesiva dedicación al trabajo y no otra, como el narcisismo del
fallecido fiscal; la dolorida ex mujer, que lleva hija a la marcha que no
quiere que se politice, habla de “magnicidio” sin que nos quede claro cuan “magno”
era el fiscal…
Así planteadas las cosas,
ciertos sectores me dirán (y lo aclaro: ¡con razón!) que es una barbaridad
manchar el honor de una jueza (aunque no digan lo mismo cuando se mancha el
honor de otro juez como Rafecas), que no tengo derecho (¡y no lo tengo!, repito)
a poner en duda la honorabilidad de alguien sin el más mínimo indicio,
simplemente porque me he parado en un lugar de la “cancha”. Y acá el juego:
parece que algunos pueden ensuciar el nombre y honor de la Presidenta de la
Nación, del Canciller, de un diputado y otras personas más, que pueden echar un
gigantesco manto de sospecha y lograr que trascienda las fronteras del caso
pasando incluso las fronteras del país. Se puede manchar a unos, no a otros,
parece. La cosa es en qué equipo uno juegue…
La verdad, no quiero jugar
ese juego. No tengo el más mínimo indicio de un seguro de vida, y tengo la
convicción de que la dra. Arroyo Salgado es una mujer honorable, y dolorida. Que
quiere la verdad aunque no pueda con la idea de que su ex marido se hubiera suicidado,
por ella y por sus hijas. Y tratará por todos los medios legítimamente de
convencerse y convencer que se trató de un crimen. El problema, en todo caso,
son los que aparecen a su lado, desde Lorenzetti que pone a Nisman en un video
entre los crímenes que reclaman justicia (aunque la investigación siga siendo
por “muerte dudosa”), una caterva de fiscales y un coro sinfónico de clarín y
orquesta. No quiero jugar ese juego, como he dicho en otras oportunidades,
quiero la mayor transparencia y claridad en el caso a fin de conocer la verdad
(que no les interesa a algunos). Pero precisamente porque no quiero jugar ese
juego no compro las operaciones de prensa, no entro en cancha embarrada y
entiendo – y me aplico – lo que dice Dios sobre los hipócritas con “cara de
buenos”: «Cuando extienden las manos, cierro los ojos; aunque multipliquen las
plegarias, no los escucharé. Sus manos están llenas de sangre» (Isaías 1:15).
Foto
tomada de www.que.es
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