Una primera palabra de un viaje
Eduardo
de la Serna
No es fácil sintetizar cosas que cada una ameritaría una nota
completa (y quizás lo intente en otro momento), pero al menos una primera
mirada es útil.
Estamos en México, pero elegimos no ir a Cancún o Playa del
Carmen, quisimos ir a lugares que nos dejen huella en el corazón, que nos
marquen. También nos interesó ver lugares históricos, museos y – obviamente –
el Santuario de la Virgen de Guadalupe, pero quiero decir algo, breve por
ahora, de las experiencias que hemos tenido…
A los dos días de llegar (antes fuimos a Guadalupe y al
museo de Trotsky) viajamos al estado de Veracruz donde hay un pequeño pueblo
llamado La Patrona. Desde la frontera de México con Guatemala hasta la frontera
con EEUU una serie de trenes cargueros (los trenes de pasajeros fueron cerrados
en el neoliberalismo de los 90) y cientos de migrantes cada día se trepan
intentando llegar a la “meca” sabiendo que de conseguirlo podrán ayudar a sus
familias en Centroamérica. Los países de esta región tienen en estas remesas la
principal fuente de ingresos del país. “Gracias” al Tratado de libre comercio
del Norte y a la Alianza del Pacífico (a la que Macri intenta entrar) los EEUU
tienen injerencia en las fronteras (no – como es obvio – en la frontera
México-EEUU sino en la frontera México-Guatemala, con policías fronterizos,
etc). Desde hace poco menos de 2 años se aplicó el “plan frontera sur” para
reforzar los controles e impedir que la gente suba al tren. Algunos rodean el
retén andando 15 días por la montaña. Días y días subidos a un tren y haciendo
combinaciones con otros para llegar a la frontera norte. Pues bien, un grupo de
15 mujeres desde hace ya 20 años se han comprometido de un modo maravilloso a
correr a las vías cuando pasa el tren y darles a los migrantes comida y bebida.
Se llaman Las Patronas (por el nombre del pueblo). Las mujeres cocinan con toda
dedicación, incluso ahora alojan a algunos migrantes que fueron arrojados por
la policía ferroviaria del tren en movimiento, algunos como un padre (59 años)
tirado por la policía a patadas, y cuando su hijo (unos 25) quiso socorrerlo lo
tiraron también a él que cayó bajo las ruedas perdiendo dos dedos del pie. Uno
habla con ellas que con alegría y serenidad charlan mientras preparan bolsas y
más bolsas, y llenan botellas y más botellas con agua, y se habla de todo hasta
que de golpe se escucha el pito del tren y se transforman. Corren a las vías cargadas
de bolsas, y una carretilla con botellas atadas de a tres. Y a darles a los
migrantes que – ya alertados – se cuelgan del tren a recoger lo que estas
mujeres con cuidado y dedicación les prepararon (les donaron panes y tortas y
miraban una a una que no tenga puntos blancos o negros, “para los migrantes lo
mejor, no puede haber comida en mal estado”). Y pasa el tren, saludan a los que
miran para atrás y vuelven a la casa. Todo terminó, pero pronto hay que empezar
de nuevo a preparar comida porque nunca se sabe a qué hora pasará el próximo. Y
pensamos en “porque tuve hambre y me diste de comer”, en la “multiplicación de
los panes”, en el “buen samaritano”, en hacer bien sin mirar a quien… Sin dudas
que esta experiencia de Evangelio y Reino amerita un escrito mucho más hondo
que quizás pueda hacer más adelante…
De Oaxaca fuimos a Saltillo. Allí es obispo Raúl Vera, un
profeta. Un hombre de Dios, con palabra clara, sin ambigüedades ni tibiezas.
Con Raúl fuimos de visita a comunidades del monte en el desierto (y a un
interesantísimo museo del desierto), y conocimos la “Casa del Migrante”. A
Saltillo y por la zona llegan los migrantes que vienen en los trenes y desde
allí deciden para qué región de los EEUU quieren ir y por dónde intentarán entrar. Pero aquí
empieza una nueva etapa de su drama: los “coyotes”, que son los que les
aseguran que los pasarán de frontera luego de un importante pago. Pero la
inmensa mayoría de estos son gente de los narcos que los esclavizarán (trabajo
sexual o laboral), secuestrarán para pedir dinero a sus familiares en los países
de origen, en algunos casos los usarán para vender sus órganos y simplemente
los matarán. Todos hablan de la estrechísima relación entre el “crimen
organizado” (ya no hablan más de los narcos, porque han “diversificado” la
fuente de ganancias con los “rubros” anteriores; estas son las evidentes
consecuencias de la “guerra al narcotráfico” que Massa y Macri quieren imponer).
La casa del migrante ha llegado a tener 1000 alojados. Allí, además de
alojarlos, alimentarlos, les brindan contención psicológica, médica urgente
(enorme mayoría de las mujeres llegan violadas, por ejemplo), y hasta nociones
de inglés y consejos para los que de todos modos quieren seguir hacia EEUU. El
cura Pedro, encargado de la casa, por ejemplo, ha tenido cientos de amenazas.
Luego estuvimos con familiares de desaparecidos. La
situación es terrible. El estado reconoce 26.000 desapariciones forzadas. Pero
los grupos de DDHH afirman que entre el 80 y 90 % no hace la denuncia de sus
desaparecidos, lo que aumenta el número de una manera gravísima. Además, el
grupo de DDHH de la diócesis, que sigue el caso de 512 desaparecidos dice que sólo
el 12% está registrado en esos 26.000 lo cual también aumenta de modo notable
el número. Se podría suponer que los desaparecidos entre 2006 y 2016 son un
número enorme. 26.000 es el 12% de los desaparecidos denunciados y estos son el
10-20% de los desaparecidos reales… El caso Ayotzinapa (los 43 estudiantes
desaparecidos) lo ven como “la punta del iceberg” (no es distinto de todo lo
demás, pero su trascendencia permitió visibilizar algo silenciado (para
reforzar la idea hablan de 26.043). La relación entre el gobierno, las fuerzas
de seguridad y el crimen organizado hace suponer que allí se ha de ver la causa
de las desapariciones, aunque la excusa de “el narco” sirve para encontrar un
chivo expiatorio para todas las durísimas realidades que se viven y de la que
el “Tribunal Permanente de los pueblos” responsabiliza directamente al Gobierno
nacional.
Mucho más podría decir y es injusto detenerme aquí, pero
quise señalar tres grupos de víctimas en los que quisimos enfocarnos y
compartir su experiencia y su dolor, sus luchas y esperanzas: los migrantes,
los indígenas y los desaparecidos. Sus rostros y palabras, sus cantos y
lágrimas, las manos curtidas y los pies cansados nos marcaron este viaje.
Muchas huellas nos quedan que esperamos compartir y de las que esperamos
aprender. El Evangelio suena distinto en estos espacios, dice distinto, pero
nos abre senderos a la esperanza. A la Buena Noticia a los pobres, que no es
alienación ni opio sino resistencia y militancia, es “flor y canto” y caracol, “la
Bestia” (como llaman al tren) y las Patronas, esa Buena Noticia – creo yo –
toma otro color y marca otra huella. Quiera Dios que no permitamos que esa
huella marcada en nuestra piel se borre sino que sirva en nuestra vida y
servicio a nuestros pobres.
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