La santidad de resistir con aguante
Aporte a la espiritualidad de la resistencia
*(corregida)
Eduardo de la Serna
El pueblo de Dios, a lo
largo de su historia, padeció muy diferentes situaciones. La confianza en Dios
guiaba a los autores de los escritos sagrados, pero los momentos históricos
ponían más de una vez en crisis esa fe.
El ejemplo más evidente,
por lo dramático, es el comenzado a poco de comenzar el sometimiento bajo los
Seléucidas griegos. La confianza de que Dios premia al bueno y castiga al malo
(teología de la retribución) ya había sido puesta en crisis por el Qohelet y,
más dramáticamente aún, por el libro de Job. Pero esa crisis no significaba que
hubiera una respuesta. Podríamos decir que muchos tenían claro la
insatisfacción de la teología tradicional pero no había, aún, propuestas
novedosas.
La persecución –
especialmente por parte de Antíoco IV, Epífanes (año 168 a.C.) terminó de
derrumbar la pertinencia de esta teología. Lo que cualquiera podía experimentar
era que a los malos les iba bien, y a los justos no solamente les iba mal, sino
que incluso eran asesinados. ¿Y Dios?, ¿no va a decir nada? Nace aquí en
algunos círculos un nuevo aporte teológico: la esperanza en la resurrección
(entendida en un primer momento como “revivificación”). Pero se crea o no en
esto, los sectores religiosos sostienen la importancia de mantener la
fidelidad, sea con la expectativa personal de resucitar, o sea como la
convicción de que el pueblo de Dios resistirá, sabrá resurgir.
El libro apócrifo conocido
como 4 Macabeos insiste particularmente en esto tomando el ejemplo que se
encuentra en el libro deuterocanónico 2º Macabeos al referir al anciano Eleazar
y a la madre y sus siete hijos. La palabra que subyace es la piedad (eusebéia)
que lleva a estos grandes testigos a “perseverar” (hypomonê):
“promovieron el derrocamiento de la tiranía en nuestra nación al vencer al tirano
con su perseverancia, de modo que nuestra patria fue purificada por ellos”
(1,11). “Tu arrogante y tiránico propósito es vencido por nuestra resistencia a
causa de la piedad” (dià tên eusebeían êmôn hypomonês, 9,30). Con
terminología ciertamente machista se dirige a la madre diciendo: “madre de
nuestro pueblo, valedora (ekdiké) de la ley, defensora de la piedad (eusebeía),
vencedora de tu batalla interior (splagjnôn). ¡Oh mujer más noble que
los varones (arrenôn) en fortaleza y más viril que los varones (andrón)
en resistencia (hypomonên)!” (15,30). “Madre piadosa (hyeropsyjê
[única vez en LXX]), tienes en Dios la esperanza (elpida) firme de tu
perseverancia!” (17,4). La clave, como dijimos radica en la eusebeía,
“piedad”, es término fundamental en 4 Macabeos (x46 de los x72 de toda la
Biblia, x15 en el NT, x1 en Hch, x4 en 2 Pe y x10 en las cartas Pastorales,
como puede verse es un término tardío en el NT).
Es interesante que en
medio de las dificultades (thlypsis), persecución y martirio esta piedad
se manifiesta es la perseverancia. El término también se traduce como
resistencia, aguante, paciencia y hasta también esperanza. En los evangelios
sólo lo encontramos (x2) en Lucas (8,15; 21,19).
En Pablo es una
característica de la esperanza (1 Tes 1,3). En la segunda carta a los
Corintios, donde Pablo quiere mostrarse como un “apóstol crucificado” para
mostrar su asimilación a Jesús y su mensaje tres veces insiste en el aguante en
las dificultades (1,6; 6,4; 12,12) mostrándolo como característica del apóstol
(sin dudas en contraste con los infiltrados que se exaltan a sí mismos y se
aprovechan de la comunidad y sus bienes). Las dificultades padecidas las ha
vivido con “aguante”, como repite en Romanos (2,7; 5,3.4; 15,4.5), la
“salvación es en esperanza… y esperar lo que no vemos es aguardar con
paciencia” (hypomonê, 8,24-25).
Del mismo modo es una
característica de los tiempos finales para los discípulos de Pablo (Col 1,11; 1
Tim 6,11; 2 Tim 3,10; Tit 2,2; cf. 2 Tes 1,4; 3,5). De un modo semejante lo
utiliza el autor de la carta a los Hebreos (10,36; 12,1; cf. Sgo 1,3.4; 5,11) y
– también uniéndola a la "piedad” el autor de 2 Pedro (1,6).
Pero – como era de esperar
– el término adquiere una particular densidad en el libro del Apocalipsis (x7).
El autor afirma compartir
con los destinatarios las “tribulaciones y el reino y la resistencia” (en tê
thlipsei kaì basileia kaì hypomonê; 1,9). En las siete cartas a las
Iglesias a tres de ellas las felicita (aunque tenga a su vez otras críticas)
por su hypomonê, resistencia en la dificultad (2,2.3.19; 3,10): en la
primera (Éfeso) le dice una serie de cualidades pero repite la “paciencia”
hasta “sufrir sin desfallecer”; en la segunda (Tiatira, cuarta iglesia) también
destaca una serie de cualidades (en estos casos son sus “obras”, erga,
en este caso obras que sobrepasan las primeras [en Éfeso, en cambio, le pide
volver a su “obra” primera]); en la tercera (sexta iglesia, Filadelfia) donde
también conoce su “erga”, obras. Aquí repite que “ya que has guardado mi
recomendación de ser paciente (hypomonê) también yo te guardaré de la
hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero para probar a los
habitantes de la tierra”.
Como se ve, en las
situaciones de conflicto que le tocan vivir a las comunidades, el autor rescata
como obra principal (o una de ellas) la resistencia de la comunidad.
Ya en el cuerpo del texto,
el Dragón (= el Diablo, como es frecuente en la literatura apocalíptica) da
autoridad para obrar en su nombre a la Bestia (= el imperio romano). Este
perseguirá a los cristianos, y muchos morirán en la cárcel o a espada, “aquí
se requiere la paciencia y la fe de los santos” (13,10). Dios tomará
partido claro contra los que adoran a la Bestia (= los participantes en el
culto al emperador) y serán atormentados. Nuevamente repite que se requiere “la
paciencia de los santos, de los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de
Jesús” (14,12).
El término “santo/s” es
importante en el Apocalipsis (x25). Se refiere a Cristo (3,7; 4,8 [citando Is
6,3] 6,10; a los ángeles (14,10), la “ciudad santa” (11,2) y sobre todo la
comunidad fiel. Fiel en sus oraciones (5,8; 8,3), sus buenas obras (19,8) y su
sangre derramada por el Imperio (16,6; 17,6; 18,24). Los santos participan de
la santidad de Jesús, asociados a su muerte participan de su resurrección. Ante
el sufrimiento y la muerte lo que los caracteriza es – precisamente – la
paciencia, la resistencia (a veces asociada a grandeza, paciencia, makrothymía,
cf. Col 1,11).
Partiendo de todo esto
podríamos destacar que la resistencia propiamente dicha no es necesariamente
virtuosa. Podemos aludir a la “resistencia de los materiales”, por ejemplo y
aludir a una simple cualidad física. O psicológica. La tozudez puede no
solamente no ser virtuosa sino incluso ser un defecto preocupante. Y necio.
La resistencia pasa a
engrosar la lista de las grandes obras cuando lo que la causa es a su vez
grande: la piedad, las obras de los santos… O también resistir a lo que
se opone al plan de Dios.
“La gloria de Dios es que el
pobre viva” repetía mons. Romero parafraseando a san Ireneo. Dios vive en los
últimos de la historia hasta el punto de hacer de ellos “vicarios de Cristo”.
El pobre es un sacramento vivo de Cristo, y es a Él a quien se hizo o dejó de
hacer el bien ayudando o desentendiéndose de su situación.
La situación de los pobres
en nuestra comunidad, en nuestra Patria es el criterio fundamental, el “test”
de fidelidad al Evangelio. Y la resistencia junto a ellos, en especial cuando
todo parece indicar que el mundo entero se desinteresa de su suerte, es
evangelio vivo, especialmente cuando también en este aguante los seguidores de
Jesús padecen persecución, crítica o calumnia. Es resistir con aguante junto a
los pobres, junto a Cristo. Se trata de la cruz, la de Cristo, la de los
crucificados de la historia, y también la de la calumnia y la persecución.
Cuando lo que provoca esta
“resistencia” es la fe, bíblicamente se habla de firmeza, de poner la confianza
en el Dios de la vida y la historia. Es en Dios que se afirma la existencia, y
es en favor de los hermanos y hermanas que tiene sentido la resistencia y el
aguante.
Cuando la idolatría del
Dios dinero lleva a desentenderse de los pobres, los excluidos, los débiles es
la confianza en Dios la que mueve a una resistencia comprometida. Es el
sufrimiento de los crucificados el que compromete en el aguante. Son los pobres
los vicarios de Cristo, y es a él a quien se hace o deja de hacer lo hecho a
los “pequeños hermanos”. Es Jesús, es el pobre el que hace que “resistir con
aguante” sea santo. Sea de los santos.
Pero
queda todavía un paso más. Esa “vida creyente”, esa resistencia en muchas
ocasiones parece inhumana o imposible. El testimonio de los mártires es buen
ejemplo de ello. El “teólogo del Espíritu”, que es Pablo, nos da un aporte fundamental.
En una de sus clásicas “cadenas” afirma que
“nos jactamos (kaujáomai) hasta en las tribulaciones (thlypsis), sabiendo que la tribulación engendra la paciencia (hypomonê); la paciencia, virtud probada (dokimê); la virtud probada, esperanza (elpís), y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rm 5:3-5).
Y más adelante insiste:
“de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios”. (8:26-27).
El espíritu se
manifiesta en contraste con la debilidad (astheneía).
Es sabido que el “espíritu” es la fuerza que viene de Dios para sostener (synantilambanô, venir en nuestra ayuda,
se hace cargo de nuestra debilidad, el camino de los llamados a seguir su
voluntad y sus caminos. Con nuestras capacidades ni siquiera sabemos cómo pedir
(proseújomai), de allí que el
espíritu intercede (hyperentugjanei,
única vez en la Biblia) con “gemidos”
(la otra vez que se encuentra en el NT – Hch 7,34 – traduce el término
“clamores” (cf. Ex 2,24; 6,5). Estos gemidos no son la voz de un bebé, sino los
gritos del dolor, la opresión y el sufrimiento y por eso son “inexpresables” (alálêtos, también única vez en la Biblia,
literalmente: “sin palabras”). Pero por eso es que Dios “no puede” permanecer
indiferente ante el “clamor”.
El
verbo “investigar / sondear / escrutar” (eraunáô) no es muy frecuente en
la Biblia (x6) y suele referirse a la voluntad de Dios. En este caso, “el que
escruta los corazones” (= Dios) conoce las aspiraciones íntimas del espíritu.
“Conocer / tender” (frónêma) es
también poco frecuente (x2 en 2 Mac y x4 en Romanos) aunque depende hacia dónde
se tienda (la carne o el espíritu, 8,6). En este caso se refiere a tender hacia
el espíritu, por lo que la “intercesión” (entugjanô)
es “según (kata) Dios” y “en favor (hyper) de los santos” (es decir, los
miembros del pueblo de Dios). El espíritu, don por excelencia de Dios para los
tiempos nuevos, nos hace tender en sentido contrario a lo que nos separa de
Dios; por el contrario, nos hace tender a la vida, interceder coherentemente
con la voluntad de Dios. Es el espíritu el que nos permite “resistir” en medio de
las dificultades. Dios siempre es Dios de vida. Esa resistencia es virtuosa
porque mira y busca la voluntad de Dios (= el reino), y es posible “por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado”.
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