El difícil y glorioso seguimiento por amor
DOMINGO TERCERO DE PASCUA
"C"
10 de abril
10 de abril
Eduardo
de la Serna
Resumen: Los “apóstoles” son continuadores del ministerio de Jesús, y como él predican en el Templo, y como él son maltratados por las autoridades judías. Pero el espíritu santo los anima a continuar su misión.
El
libro de los Hechos parece, en cierto modo, un conjunto de discursos sabiamente
entremezclados con testimonios de los apóstoles. De hecho ese es el “objetivo”
del libro: “se predicara… ustedes son testigos” (Lc 24,47.48; cf. Hch 1,8;
2,17-18). En este caso, el Sanedrín convoca a “los apóstoles” (anteriormente
había convocado a Pedro y Juan, cf. 3,11; 4,13.19). Puesto que en ambos casos
se los encarcela (5,3; 5,18), se les prohíbe “enseñar en nombre de Jesús”
(4,18; 5,28), a lo que responden que se ha de “obedecer a Dios antes que a los
hombres” (4,19; 5,29), son amenazados, se les reitera la prohibición y son
liberados (4,21-22; 5,40), se repite que el pueblo los parecía por lo que no
pueden castigarlos (4,21; 5,26) probablemente se trate de una misma escena
duplicada por Lucas (es algo que hace en más de una ocasión).
En
el texto litúrgico se encarcela a “los apóstoles”, lo que parecería aludir a
“los Doce”. Milagrosamente son liberados (cosa que ocurrirá también con Pedro en 12,7-10 y con Pablo en 16,25-28) y entonces vuelven al Templo a predicar. Es
interesante recordar que el Templo es el lugar de la enseñanza de Jesús al
final del Evangelio de Lucas (cf.19,47; 21,37) y de los apóstoles en el
comienzo de Hechos (2,46; 4,2; 5,21.25). Ante esto, predicar a pesar de
la prohibición, los apóstoles son llevados al Sanedrín. El que habla – una vez
más – en representación de los Doce es Pedro (v.29), y lo que el autor pone en su
boca es uno más de los múltiples discursos del libro.
Como
es frecuente en los textos de la liturgia pascual el discurso presenta una
breve síntesis del ministerio de Jesús culminando con su muerte y resurrección
(“Dios resucitó al que ustedes le dieron muerte… Dios lo exaltó”, v.30-31):
“nosotros somos testigos”.
Breve
nota sobre “ustedes le dieron muerte”: es lamentablemente frecuente escuchar
una lectura antisemita de esta fórmula que se repite en Hechos (2,23; 4,10;
5,30; 7,52; 13,28). Como se ha dicho, Lucas intercala discursos con breves
síntesis de la vida, muerte y resurrección de Jesús adaptadas a los diferentes
momentos del ministerio de los Doce y demás testigos. En los discursos a judíos se hace
referencia a la responsabilidad de las autoridades y “los habitantes de
Jerusalén” (13,28). Sin embargo, es de notar que a su vez Lucas insiste en que
obraron “sin saber” (13,28; cf. Lc 23,34). Sin duda, desde una perspectiva
histórica, hubo responsabilidad en (algunas) autoridades judías en el asesinato
de Jesús, pero responsabilizar al “pueblo” judío es ciertamente falso, y - mucho peor aún – responsabilizar al pueblo
judío de todos los tiempos. Antisemitismo que mucho dolor y sangre ha causado,
por cierto.
La
muerte de Jesús y su resurrección, atribuida al “Dios de nuestros padres” (= de
Israel) es “para conceder a Israel la conversión” (vv.30-31). El testimonio que
los apóstoles dan de esto es posible por la presencia del “espíritu santo” (v.32).
El
castigo de los apóstoles les permite una más plena identificación con el
crucificado, algo que también Hechos presenta a lo largo de su obra. La
comunidad es continuadora de la predicación y el testimonio del Señor.
Resumen: la visión inaugural del centro del libro del Apocalipsis culmina con un canto litúrgico en homenaje al cordero degollado, pero de pie, resucitado. Todas las alabanzas de todos los pueblos cantan un amén festivo porque el libro de la vida podrá abrirse.
En
uno de los frecuentes himnos litúrgicos que están presentes en el libro del
Apocalipsis concluye la gran visión de cc.4-5. Se repite insistentemente que se
trata de una visión (4,1.2; 5,1.2.5.6.11), pero en el final encontramos un
“canto nuevo” (v.9) interrumpido extrañamente por una referencia a “oír en la
visión” (v.11) que le da conclusión.
Los
que se ven son un número incontable de ángeles: “miríadas de miríadas y
millares de millares”, término tomado de la visión de Daniel 7,10 donde estos
innumerables sirven a un “anciano” y en el tribunal de abren los libros. La
referencia al libro y a los ancianos también la encontramos en Ap 5,1.5… Se
presenta un “cordero degollado” que toma el libro para abrirlo (5,4-7) y
entonces, ante este momento sublime, por el que se conocerá los nombres de los
inscritos en el libro de la vida (3,5; 20,12; 21,27), la liturgia celestial
estalla de alegría. Este es el contexto del texto litúrgico. Más adelante, el
Cordero comenzará a quitar uno a uno los siete sellos que impiden abrir el
libro (6,1-8,1).
Es
interesante, como es habitual en la literatura apocalíptica que el canto
destaca la dignidad del cordero. Es digno de abrir el libro (5,2), cosa que
nadie lo era hasta entonces (5,4), porque con su sangre derramada “compró”
seres humanos de todo el universo (5,9) “para Dios”. Y lo que se canta que
recibe el cordero a causa de su dignidad es: el poder, la riqueza, la
sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (5,12). Notar que se
dicen siete cosas. El acento no está, entonces, en destacar el sentido de cada
una, sino que en cierta manera todos significan lo mismo, se trata de la
felicitación que merece ante todos el cordero por su dignidad. Esto es ante
“toda criatura” y – como también es frecuente en los apocalipsis – se señalan
cuatro elementos. El cuatro denota la universalidad (cuatro son los elementos,
cuatro los puntos cardinales): en el cielo y en la tierra, bajo tierra y en el
mar (5,13). Todos, entonces, son testigos que la alabanza que merece el cordero
y responden reconociendo otras cuatro cosas: la alabanza y el honor y la gloria
y el poder (5,13; estas cuatro estaban en las siete cosas recién mencionadas,
ahora en sentido de universalidad). Los “cuatro” vivientes se postran para
adorar diciendo “amén” con lo que concluye en himno y puede comenzar el desenlace:
el Cordero comenzará su misión de abrir el libro.
Resumen: Nos encontramos con dos escenas en las que se manifiesta el resucitado a los suyos. Un signo en el “mar” permite reconocerlo como “Señor”. Pedro, por su parte empieza a seguir a Jesús en un amor capaz de dar la vida por su amigo.
Es
sabido que el capítulo 21 de Juan ha sido añadido al cuarto Evangelio por un
redactor de su misma “escuela”. El uso del “nosotros”, por ejemplo, es buen
indicio de eso (v.24) como también la referencia a la muerte del “discípulo
amado” (v.23).
El
texto tiene una serie de elementos que pueden resultar extraños al Evangelio de
Juan, como la referencia a “los hijos de Zebedeo” (v.2), nunca mencionados en
el texto, como también la aparición del Resucitado en Galilea, mientras en el
cuerpo del Evangelio éstas ocurren en Jerusalén. Finalmente, Jn 20,30-31 tiene
las apariencias de un párrafo conclusivo, pero esto vuelve a repetirse en
21,25.
Las
escenas son dos: la pesca en el lago y el diálogo entre Jesús y Pedro. Veamos:
La
pesca en el lago (21,1-14): El relato tiene una introducción, cuerpo y conclusión. En la introducción: la decisión de
Pedro de ir a pescar, acompañado por los demás (vv.2-3). El intento es
infructuoso. El cuerpo: un extraño desde la orilla, a quien el Discípulo amado
reconoce, provoca una pesca sorprendente. La referencia al discípulo y a Pedro
pone fin a esta parte (vv.4-8). La conclusión viene dada por el encuentro entre
el desconocido, ahora reconocido como “el Señor” y los discípulos – que permanecen
como en penumbras – y Pedro (vv.9-14).
La
escena tiene bastante semejanza con el Evangelio de Lucas (que suele tener
bastantes contactos con el cuarto Evangelio en varias ocasiones). Pero veamos:
El
lago de Tiberíades recibe ese nombre solamente en Juan (6,1.23), Marcos y
Mateo lo llaman “mar de Galilea” (Mc 1,16; 7,31; Mt 4,18; 15,29; también Juan
prefiere “mar”: 6,1.16.17.18.19.22.25) y Lucas “lago” (lo cual es más exacto)
de Gennesaret (5,1; cf. 8,22.23.33). A lo que se hará referencia es a la “manifestación”
(faneroô; término habitual en Jn: x0 en Mt y Lc, x3 en Mc y x9 en Jn) de Jesús
resucitado, término que se repite en v.14 encerrando la escena en una
inclusión.
Los
que acompañan a Pedro son tres pares de personajes: Tomás, el Mellizo y
Natanael, que son propios de Juan (en la lista de los Doce de los Sinópticos se
menciona a Tomás, pero no sólo no tiene protagonismo, como sí lo tiene en Juan, sino que
además no se alude a él como “mellizo”); “los de Zebedeo”, que jamás son
mencionados en Juan, y sí lo son en los Sinópticos (x6 en Mt, x4 en Mc x1 en
Lc, en la escena paralela a Juan) y finalmente “otros dos” no mencionados. Más
adelante sabremos que uno de todos estos (¿cuál?) será el “Discípulo amado”
(v.7; este discípulo volverá a escena en v.20).
Pedro
les dice “voy a pescar”; la semejanza con los relatos sinópticos, y en especial
Lc 5 permite entender que Pedro da por concluida la “etapa ilusoria” de ser “pescador
de hombres”. Podemos parafrasear así: “Jesús nos había invitado a ser
pescadores de hombres, pero hemos fracasado. A él lo mataron, volvamos a donde
empezamos, empecemos de nuevo a pescar peces”. Los restantes (sumando siete no
es improbable una idea simbólica en el sentido de “todos”) deciden acompañar a Pedro. En este sentido no
parece diferente a lo dicho por los discípulos de Emaús: “nosotros esperábamos…
pero…” (Lc 24,21). La conclusión a esta parte introductoria, “no pescaron nada”,
prepara el reencuentro.
El
amanecer marca el comienzo de la etapa central. Un extraño, que los lectores
sabemos es Jesús, les pide pescado (lo cual será una ironía, porque luego
sabremos que tenía, v.9). La invitación a tirar la red a la derecha y sus
efectos son narrados muy brevemente (en contraste a como lo relata Lucas: “en
tu palabra…”). Esto provoca el reconocimiento del Discípulo amado que se dirige
a Pedro aludiendo al desconocido como “el Señor”, término habitualmente
utilizado para referir al glorificado. Pedro se ajusta el vestido exterior – no
tenía puesto el manto – y se arroja al mar para llegar antes a la orilla desde
donde jalará la barca y la red.
Probablemente
se esconda una nueva ironía en la referencia a las brasas ya que Pedro se
calentaba a las brasas con los guardias cuando niega a Jesús (18,18); la
alusión a las tres negaciones que vendrá a continuación permite pensar en esta “preparación”.
Los especialistas han elaborado muy diferentes y hasta opuestas opiniones
acerca del sentido del número 153, la cantidad de peces. En general, sin embargo, hay
consenso en que no conocemos el sentido o la intención del autor, pero se
acuerda en afirmar que el sentido es misionero. Así, mientras Pedro y los
amigos deciden volver atrás dejando de pescar personas para volver a los peces,
la ausencia de peces y su contraste con los 153 “peces grandes” renueva el
ardor misionero en la comunidad. No parece conveniente buscar excesivas connotaciones
simbólicas a los términos. Juan utiliza aquí ijthys para referir a “peces”,
mientras que en su evangelio, en el cap.6 al hablar de la multiplicación de los panes y los peces, prefiere opsaríon. Pero hay una cierta semejanza
entre ambas escenas (no solamente la expresa referencia al “mar”), estos peces
serán mencionados junto a los panes (6,5.7.9.11.13…; 21,9.13) y que Jesús los “tomó…
y los dio”.
Expresamente
el texto nos afirma que los discípulos “sabían que era el Señor”, esto fue una “manifestación”.
Una vez más, en Juan, el “milagro” es lo menos importante. Lo que cuenta es el
reconocimiento a Jesús que en este hecho se esconde, en este caso la manifestación
del resucitado y la confesión de fe en él como “Señor”.
El
diálogo con Pedro (21,15-19): este diálogo se repite en un esquema semejante por tres veces: triple
pregunta de Jesús, triple respuesta de Pedro y triple encargo. Entre una y las
otras hay diferencias:
Pregunta
|
Respuesta
|
Encargo
|
|
1
|
¿Me
amas más?
|
Te
quiero
|
Apacienta
corderos
|
2
|
¿Me
amas?
|
Te
quiero
|
Vigila
ovejas
|
3
|
¿Me
quieres?
|
Te
quiero
|
Apacienta
ovejas
|
Es
interesante preguntarse si hay o no diferencias en las preguntas de Jesús y los
encargos. No la hay en las respuestas de Pedro.
“Amar”
traduce el verbo agapaô, “querer” el verbo filéô; ¿son diferentes? No interesa
tanto saber si son diferentes en la lengua griega (o castellana) sino si lo son
en Juan. Siendo que el personaje principal del Evangelio (luego de Jesús, por
cierto) es el “discípulo amado” (13,23; 19,26; 21,7.20) quien también es llamado “al
que Jesús quería” (20,2) parece que no han de verse diferencias entre las tres
preguntas. En 5,20 se afirma que “el Padre quiere al Hijo, y en 3,35 “el Padre
ama al hijo”; en 11,3 que Jesús quiere a Lázaro mientras en 11,5 se afirma que
lo ama. "Amar" y "querer", en este texto parece que han de entenderse como sinónimos.
La pregunta “me amas más que…” puede entenderse de dos modos, como un masculino o como un neutro. Es decir, “más que estos” o “más que estas cosas”. Siendo que la referencia final supone que Pedro dará la vida, es probable que convenga entenderlo en este último sentido. El término “cordero” (arníon, tan frecuente en Apocalipsis [x25] se encuentra sólo aquí en los Evangelios (en 1,29 y 36 Juan utiliza amnós). Oveja (próbaton, x19 en Juan, especialmente en el cap. 10 referido al “buen pastor”, x15). El término “apacentar” (bóskô) se encuentra en el primer y tercer encargo, un sinónimo, que hemos traducido por cuidar, dar de pastar, poimaínô en el segundo (ambos se encuentran sólo aquí en Juan). Es muy probable, entonces, que Juan fuera alternando estilísticamente los términos amar/querer, apacentar/cuidar, corderos/ovejas a fin de dar dinamismo a la escena que, sin duda alguna, tiene su centro en la conclusión que refiere a la muerte de Pedro (“más que estas cosas”). El climax evidentemente está dado por la tercera pregunta ante la que Pedro “se entristece”. Es evidente que la tristeza no viene dada por la supuesta desconfianza de Jesús acerca del amor de Pedro sino por una expresa referencia a la “tercera” vez aludiendo a las tres negaciones (recordar la referencia a las “brasas”).
La pregunta “me amas más que…” puede entenderse de dos modos, como un masculino o como un neutro. Es decir, “más que estos” o “más que estas cosas”. Siendo que la referencia final supone que Pedro dará la vida, es probable que convenga entenderlo en este último sentido. El término “cordero” (arníon, tan frecuente en Apocalipsis [x25] se encuentra sólo aquí en los Evangelios (en 1,29 y 36 Juan utiliza amnós). Oveja (próbaton, x19 en Juan, especialmente en el cap. 10 referido al “buen pastor”, x15). El término “apacentar” (bóskô) se encuentra en el primer y tercer encargo, un sinónimo, que hemos traducido por cuidar, dar de pastar, poimaínô en el segundo (ambos se encuentran sólo aquí en Juan). Es muy probable, entonces, que Juan fuera alternando estilísticamente los términos amar/querer, apacentar/cuidar, corderos/ovejas a fin de dar dinamismo a la escena que, sin duda alguna, tiene su centro en la conclusión que refiere a la muerte de Pedro (“más que estas cosas”). El climax evidentemente está dado por la tercera pregunta ante la que Pedro “se entristece”. Es evidente que la tristeza no viene dada por la supuesta desconfianza de Jesús acerca del amor de Pedro sino por una expresa referencia a la “tercera” vez aludiendo a las tres negaciones (recordar la referencia a las “brasas”).
Con
un característico doble “amén” (en verdad, en verdad…) Juan presenta un dicho
de Jesús. En este se hace referencia al contraste entre el Pedro joven y el
viejo, el ir donde quiere y donde no quiere porque “otro lo atará”. Este
contraste entre dos momentos de Pedro hace expresa referencia a su muerte: “con
esto indicaba la clase de muerte con la que iba a glorificar a Dios”. Sin duda
esto es indicio que cuando fue compuesta esta etapa redaccional del cuarto Evangelio, Pedro ya había muerto. De aquí surge la posterior leyenda, sin
seguridad histórica alguna, de una muerte por crucifixión, y – más aún – con la
cabeza hacia abajo. El contraste entre los “dos Pedros” está dado entre el
Pedro negador y este Pedro que está dispuesto al amor extremo, “hasta dar la
vida por los que se quiere (filós)”, 15,13. Aquel Pedro “siguió” a Jesús
(18,15; ver 13,36) para negarlo y negarse (“no soy”, 18,17.25), no lo “siguió”
hasta dar la vida. “Este Pedro”, en cambio, dará la vida por Jesús, y por eso
él le confirma: “sígueme” (v.19).
El
texto continúa con una nueva escena en el que Jesús y Pedro dialogan acerca del
discípulo amado omitida por el texto litúrgico.
Una
breve nota sobre el discípulo amado y Pedro: durante mucho tiempo los
estudiosos aparecían preocupados por la identidad del discípulo amado, siendo “Juan”
el candidato casi excluyente, aunque hay también otras propuestas, incluso
femeninas. Hoy en general, no solamente no parece que determinar la persona sea
lo principal, aunque es frecuente dudar que se trate de uno de los Doce, y se
piensa en un discípulo anónimo de la zona de Jerusalén, sino también que se
mira con atención a la comunidad que se ve en él reflejado. Esta comunidad
tiene una tendencia creciente a sectarizarse. De allí que el evangelio lo
presente con frecuencia junto a Pedro (en todas las escenas salvo al pie de la
cruz el Discípulo amado está junto a Pedro). Parece un modo de afirmar que
aunque haya una clara predilección por este discípulo, Pedro también (y sus
comunidades) son discípulos y cercanos a Jesús. De hecho, y esto parece lo
principal en el cuarto Evangelio, la nota principal del discipulado viene dada
en el amor. No pareciera haber una
jerarquía en este evangelio, importa la relación de amor con Jesús (de allí la
importancia también de mujeres, como expresamente se afirma de Marta y María,
11,5). Pedro podrá tener relación con las ovejas/corderos de Jesús cuando
confirme el amor que había negado.
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