La fe y la política
O Dios y el César
Eduardo
de la Serna
Los que, para bien o para
mal, no tenemos Facebook no nos enteramos, afortunada o lamentablemente, las
cosas que se publican ni los comentarios que de allí se suceden. Salvo que
alguien que esté “insertado en el mundo” nos lo muestre, pero eso ocurre
eventualmente y para casos puntuales.
Nuestras cartas quincenales
al Pueblo de Dios han tenido una repercusión creciente, y eso se ve en los
Medios, en los llamados que diferentes curas recibimos, y también en los
comentarios de las redes sociales.
Por lo que pude ver es
llamativa la cantidad de personajes, seguramente en su inmensa mayoría de
ficción (trolls de call center), que mezclan, literalmente casi, “la biblia y
el calefón”.
Aquí me interesa, para
empezar, decir algo para aclarar a aquellos de buena voluntad, no al ejército
de escribas de los que dispone el gobierno para enfrentar el único lugar que no
puede dominar: las redes sociales. Para el resto cuentan con la hegemonía de la
“cadena nacional” y resucitar a Lázaro cada dos o tres días. Menos aún me
dedicaré a aquellos/as que sólo insultan y creen ofender con el único objetivo
de “embarrar la cancha”.
Una de las cosas que se leen
por ahí alude a la fe (o la Iglesia) y la política. Incluso aludiendo al
supuesto dicho “dar al César lo que es del César”, y otros que la tarea de los
curas es rezar, celebrar, o estar en las Iglesias (y algunos más avanzados,
hasta “evangelizar” nos permiten).
Para empezar, y como
profesor de Biblia que soy, quisiera señalar que es falaz, que no es así como
la Iglesia lee la Biblia, repetir un versículo o un dicho y arrojarlo como una
piedra al rostro del oponente. No es eso leer la Biblia. Todo texto, todo dicho
se ubica en un texto, que tiene un contexto, un autor con una intención y unos
destinatarios concretos. Y, además, ese texto forma parte de un todo en el cual
se inserta, a veces con otros textos que lo complementan, lo relativizan, lo
limitan o lo refuerzan. La Biblia es un conjunto de libros, para los creyentes
es “Palabra de Dios”, y no un conjunto de dichos sueltos.
Y, como católicos, además,
no podemos dejar de mirar también la Tradición, que es la otra pata con la que
andamos en la vida de fe. La Biblia y la Tradición (que no es lo mismo que
determinadas tradiciones) son las fuentes de nuestra fe. Por eso cuentan tanto
la vida de fe del pueblo de Dios, y algunos personajes emblemáticos (santos y,
sobre todo, los Padres de la Iglesia). Y, en este sentido, esa tradición, que
parte de la Biblia, muchas veces queda expresada en lo que llamamos el
Magisterio, es decir aquello que la Iglesia, en sus ministros enseña de modo
habitual (aunque, como es obvio, lo exprese en un lenguaje y contexto que
también debe entenderse para no “descontextualizar”).
La fe no se trata sólo de
creer en Dios. Es central tener claro cómo es ese Dios en el que creemos. No
sería lo mismo creer en un Dios que devora a sus hijos o un Dios que solo
quiere ser obedecido, aunque unos sufran y padezcan la obediencia, que creer en
un Dios que se manifiesta como un Padre que nos hace a todas y todos hermanos y
hermanas. Ser “hermanos” es algo que está en el corazón de la Biblia, tanto
judía como cristiana. Y si algo es sistemáticamente criticado, denunciado o
confrontado es precisamente aquello que impide ser hermanos, o que maltrata,
destrata, oprime o, sencillamente, mata. El origen, por ejemplo, en los
llamados “Diez Mandamientos” es precisamente este.
Nadie discute hoy que la
predicación de Jesús estaba centrada y enraizada en lo que él llamó “el Reino
de Dios”. Ese reino es “Dios que reina”, es decir allí donde se hace su
voluntad (por lo cual es “don y tarea”). Pero esta voluntad no es la voluntad
caprichosa de un rey autoritario sino de un Padre lleno de ternura por sus
hijos. Un padre que “sueña” que todos seamos hermanas y hermanos. Precisamente
por eso, ese padre busca, “sueña” que los más despreciados, los menos tenidos
en cuenta, estén puestos en primer lugar: las mujeres, los niños, los pobres… y
también los publicanos, los impuros, etc… Esa es la “Buena noticia” que Jesús
viene a anunciar, que los pobres tendrán buenas noticias (es decir, que su
situación va a cambiar; pero no cambiará mágica o milagrosamente, sino cuando al
verlos como hermanos compartamos con ellos la vida y los bienes).
El famoso texto del impuesto
al emperador sin duda debe entenderse en este contexto. La pregunta capciosa de
“fariseos y herodianos” es el marco. Responda “sí” o responda “no” la trampa
está puesta. Y Jesús no le escapa al tema, como no lo hizo nunca: el César, en
el Imperio romano ha sido divinizado (es el famoso “culto imperial”), y esa
divinización claramente está manifestada en la moneda. Allí hay una
¡¡¡imagen!!! (justo en un pueblo que prohíbe las imágenes, y – para peor – la
hay en el Templo) y una inscripción que dice que el César es “hijo de Dios” (literalmente
la moneda dice DIV-F). Por eso, la clave está en que se debe devolver a Dios lo
que es de Dios. El verbo dice “devolver” (no “dar”) porque el César le ha
robado a Dios lo que es de Dios. La predicación del reino de Dios no permite
que alguien reine en lugar del único Dios. No es difícil entender que esto
fuera una de las causas centrales por las que Pilato, fiel delegado del Imperio
(que incluso había acuñado monedas con la imagen del César y hasta hecho un
templo al César Tiberio en Cesarea marítima) decidiera darle curso a la
ejecución romana en cruz del “subversivo” de Nazaret. El texto es bastante más
político de lo que una lectura superficial permite ver.
Pero, yendo más allá, la fe
es un edificar la vida, una construcción (el verbo hebreo “amán”, de donde
viene “amén” es más edificar que afirmar). Y lo que se edifica es la vida
entera. No podría haber aspectos de la vida, salvo el pecado, que queden sin
estar en el terreno de la fe (y el pecado porque, precisamente, es
destrucción). Por tanto, si la fe no iluminara, acompañara, moviera, diera
sentido a la política y la economía esa fe sería esquizofrénica. Sería más
parecida a un dualismo que nada tiene que ver con el Evangelio o la fe
cristiana. Así lo afirman los obispos latinoamericanos en Puebla (1979):
La Iglesia -hablando todavía en general, sin distinguir el papel que compete a sus diversos miembros- siente como su deber y derecho estar presente en este campo de la realidad: porque el cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida la dimensión política. Critica por esto a quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuviesen allí relevancia (515).
Es responsabilidad de los
cristianos buscar que Dios reine, que se instauren modelos más justos y
solidarios, que permitan que los hermanos y hermanas tengan acceso a lo
necesario para la vida, y vida digna. Y, por supuesto, confrontar con lo que maltrata,
o conduce a la muerte o a la vida menos digna. Algunos, no es tarea de los
curas, lo harán participando activamente en la política partidaria, otros en
otros terrenos, políticos por cierto, buscando “condiciones de vida más humanas”,
al decir de Pablo VI.
La vocación profética es
vocación de toda la Iglesia desde su bautismo. Lucas, en Hechos de los Apóstoles,
insiste claramente en que la Iglesia tiene una responsabilidad profética en
continuidad con la vocación profética de Jesús (tema muy importante en Lucas).
A modo de simple ejemplo de
esto señalo el caso de san Ambrosio, obispo de Milán. El emperador Teodosio el
Grande provocó una matanza en Tesalónica, y cuando fue a misa en la catedral de
Milán san Ambrosio, padre, doctor de la Iglesia y maestro de san Agustín, le
respondió: "Tú
no puedes entrar en la casa de Dios. Tú no puedes estar ante el altar de Dios.
Tus manos están manchadas de sangre”. Sin duda hay pocas cosas más “políticas”
que este hecho de un santo obispo y Padre ante el “Emperador del mundo”.
Hoy en día creemos que
conserva toda su actualidad lo dicho por los obispos latinoamericanos:
“La economía de mercado libre, en su expresión más rígida, aún vigente como sistema en nuestro continente y legitimada por ciertas ideologías liberales, ha acrecentado la distancia entre ricos y pobres por anteponer el capital al trabajo, lo económico a lo social. Grupos minoritarios nacionales, asociados a veces con intereses foráneos, se han aprovechado de las oportunidades que le abren estas viejas formas de libre mercado, para medrar en su provecho y a expensas de los intereses de los sectores populares mayoritarios” (Puebla 47).
Es por eso que nos
preguntamos si como curas podríamos permanecer indiferentes ante algunas
actitudes o hechos concretos que hacen padecer a nuestros hermanos,
especialmente los pobres.
Ante la situación actual, el
deterioro de la economía empiezan a manifestarse, o visibilizarse, las internas
en el equipo económico del gobierno. La duda estaba entre “shock o gradualismo”,
se dice. El problema, en mi opinión, no es ese, sino el objetivo, la meta. En
lo personal me recuerda a ciertos grupos que afirmaban que era preferible
Videla, que era un general más tolerante, antes que Benjamín Menéndez, por
ejemplo. Una suerte de Videla o Pinochet. Las consecuencias están a la vista.
Las consecuencias de la dictadura, de su modelo político y económico genocida.
Y de este modelo económico actual que no es diferente, en muchos casos ni
siquiera en sus nombres.
No solo nos gobiernan CEOs
(un CEO en particular, en las sombras) sino que hay un desentenderse de la
política (o incluso una crítica de la política o las ideologías como si fueran
malas. Lo malo no es la política o la ideología, lo perversas son ciertas políticas,
ciertas ideologías. ¡Éstas!). Por ejemplo, proponer – en el pasado – darle
parte del hospital de Niños Ricardo Gutiérrez a la fundación Ronald Mc Donald y
ahora un plan “mi Escuela Saludable” a Monsanto resulta gravísimo. Cínico.
Perverso.
Como curas que queremos ser
fieles a Jesús, el Mesías de los pobres, el que anuncia que Dios reina en un
mundo de hermanas y hermanos como Padre de amor y ternura, no podemos callar la
muerte, la injusticia, la exclusión. Las hermanas y hermanos “vulnerables”,
como se dice ahora, no lo merecen, el Evangelio no lo merece, nuestra fe no lo
merece. Por eso hablamos aunque algunos no lo entiendan y a otros les moleste.
Foto tomada de bishopgonzalez.wordpress.com
Excelente Eduardo. Lo tomo para Facebook y el blog de Cristianos para el Tercer Milenio
ResponderBorrarEduardo, son duda la realidad de los "vulnerables" lo preocupa. Pero una pregunta, porque llegamos a tener 30% de vulnerables en el gobierno anterior? Ud, que opinaba sobre eso? También lo hizo público o era políticamente inconveniente? Texto bíblico sobre sepulcros blanquedos....
ResponderBorrarClarificante compañero. Muchas gracias por compartirlo y no callarse ante las injusticias que venimos viviendo.
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