Juana de Arco y una periodista
Eduardo de la Serna
A raíz del apriete obsceno, machista, autoritario e infame a la periodista
Silvia Martínez Cassina y la referencia a Juana de Arco, me permito alguna
reflexión sobre esta mujer maravillosa (1412-1431).
El contexto político y religioso en el que vive Juana es sumamente
complejo. Nos ubicamos en la “Guerra de los Cien años” (1337-1453, en
realidad 116 años) entre Francia e Inglaterra. La Iglesia, a su vez, estaba en
momentos difíciles con una tensión interna importante en lo que se llamó el “Conciliarismo”
(una tirantez entre el Concilio y el Papado como autoridad suprema de la
Iglesia). En este contexto, la importantísima Universidad de París, su facultad
de teología, juega un rol muy importante y hace su opción en favor de los
ingleses. Acaba de finalizar el período de los Papas de Avignon (1309-1377).
Después de un primer tiempo favorable a Inglaterra, el bando francés recupera
las fuerzas hasta finalmente derrotar a sus enemigos. En este contexto es que
surge la joven, pobre e iletrada figura de Juana.
Ella afirma haber recibido voces de Dios con el encargo de liberar
Francia, cosa que encarará vestida de varón, conduciendo el ejército y
triunfando en Orleans (1429) a la edad de 19 años. Es interesante que en sus
batallas Juana se negara a ser acompañada por curas diocesanos prefiriendo que
su ejército fuera asistido por los religiosos mendicantes. Pero las internas
políticas de los mismos franceses, traiciones y el aprovechamiento por parte de
los ingleses de esta ocasión permiten la derrota, captura y posterior juicio a Juana.
Acá es interesante notar que los ingleses pretendieron “desentenderse”
del juicio buscando que fuese la Iglesia, impulsada por la facultad de teología
de París, la que llevara adelante el proceso. En este juicio (cuyo texto se
conserva) Juana no tuvo abogado defensor y debió ella sola defenderse. Incluso,
al ser iletrada, no pudo seguir los textos.
Así dicen, por ejemplo, las actas del juicio:
“En cuanto le fue expuesto que los santos cañones y las sagradas escrituras indican que las mujeres que utilizan ropa de varón o los varones ropa de mujer hacen algo abominable a Dios…”
negándole la comunión pascual,
que ella pedía, a lo que ella responde que “no ve diferencia entre la ropa
de varón o de mujer para recibir a su Salvador”.
La lista de motivos de
condena es interminable:
“brujería con sortilegios, adivinaciones, falsas profecías, malos espíritus, invocación y conjuro, atributos implícitos e insistentes supersticiosos y mágicos, mala comprensión de nuestra fe católica, cismática, en el artículo de Unam Sanctam, y otros artículos como sacrílega, idólatra, apóstata de la fe, maléfica y maligna, blasfema de Dios y los santos, escandalosa, sediciosa, turbadora de la paz la cual impide excitando la guerra, derramadora cruel de sangre humana e incitadora a hacerlo, delincuente contra su propio sexo deformando sus vestiduras con armaduras masculinas algo abominable para Dios y los hombres, la ley divina, natural y eclesiástica, prevaricadora de la disciplina, seductora de los príncipes y el pueblo”…
Demasiado
por utilizar vestimentas masculinas, pareciera.
En coherencia con lo que sostenía el conciliarismo muchos pretenden
que Juana afirme una obediencia ciega a la Iglesia, cosa que Juana relativiza
(antes debe obedecer a Jesús que es quien le pide que intervenga, “solamente
a la Iglesia del cielo, a saber Dios, La Virgen María y los santos y santas del
paraíso”). En un momento de debilidad, ella “firma” aceptar lo que la
Iglesia le ordena, entre otras cosas dejar de vestirse como varón, cosa que
había sido necesaria para la conducción del ejército. Los ingleses se encuentran,
entonces, con que la “Iglesia” ha perdonado a Juana de la pena máxima, aunque
estaba en la cárcel por su delito. En este contexto la estrategia inglesa hace
que algunos soldados entren en la celda de Juana simulando que sería violada, y
le dejan ropa de varón. Al día siguiente informan al obispo que “nuevamente
Juana ha desobedecido a la Iglesia” al utilizar vestimenta masculina. Esto
lleva a la condena que será ejecutada por la “Santa Inquisición” en la hoguera
el 30 de mayo.
Traiciones, abusos de poder, patriarcalismo fueron el arma de los
ejecutores de Juana. Una teología eclesiólatra justificó su ejecución y
una jerarquía cercana al poder y cómplice de la injusticia bendijo la
atrocidad. Una mujer pobre, iletrada comprometida con la situación de su pueblo
se encontró sola, incluso por momentos abandonada por los propios que ella
defendía y ayudó a coronar. Demasiado poder se abate contra una mujer pobre. La
hoguera era casi lógica ante ese abuso. Una Iglesia cómplice e idólatra, una
teología atroz so capa de ortodoxia y el poder político sediento de venganza
ante una mujer que lo había humillado hicieron las suyas.
Pero diferentes testigos demostraron que el obispo Cauchon había
falseado la verdad, los datos y retocado los textos en su beneficio. Antes que
se cumpliera el tiempo en el que la causa judicial cerrara, el rey instigó a la
misma Iglesia a revisar el juicio de Juana cosa en lo que también intervino la
familia; pero el Papa Nicolás V, con evidentes motivaciones políticas (que los
ingleses no lo utilizaran contra la Iglesia) se negó a la reapertura del caso.
Esto recién lo hizo su sucesor Calixto III (español, 1456) que reconoció la
inocencia de Juana e incluso condenó a los jueces.
La amenaza nada velada a una periodista es, sin duda, un abuso de
autoridad, un acto claro de violencia, algo que – como se ve – es bastante
habitual en el obrar de los poderosos impunes. La historia, más tarde o más
temprano, suele dedicarles otro lugar, a unos y a otros.
Foto tomada de es.wikipedia.org
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