El desafío subversivo del Reino
Domingo 16 º durante el año “C”
Eduardo de la Serna
Lectura del libro del Génesis 18, 1-10ª
Resumen: Unos enviados de Dios pasan por la puerta de la tienda de Abraham rumbo a Sodoma. Allí haciendo gala de su religiosidad y preocupación por los peregrinos, Abraham manifiesta la importancia sagrada de la hospitalidad. Esto repercutirá en una promesa de descendencia anunciando el nacimiento de Isaac.
Este texto del libro del Génesis fue sumamente comentado y enriquecido, particularmente a la luz de una serie de elementos simbólicos (o mejor dicho, simbolizados). Como se ve, los visitantes son tres, pero por momentos es de uno que se habla (“Yahvé se le apareció…”; “señor mío…”; “le dijo…” vv.1.3.10). Esto sirvió a una reflexión sobre la Santísima Trinidad brillantemente plasmada en el conocido ícono de A. Rublev (“Trinidad”) de la primera parte del siglo 15. Pero esta lectura espiritual es ciertamente ajena al texto, y no aludiremos a ella.
Como la
liturgia lo destaca, el texto remarca claramente el rol que en el mundo antiguo
jugaba la hospitalidad. Especialmente en los ambientes nómades o semi-nómades,
el desierto, el calor o el frío, los peligros de animales, bandidos o falta de
agua, volvían indispensable y sagrada esta conducta. Incluso –tan sagrada- que
los perseguidores esperarían fuera ante un refugiado, y hasta tan sagrada que
hay “ciudades asilo” a lo largo de Israel donde estaban a salvo los que debían
ser condenados (cf. Núm 35,9-15). De hecho, el mismo texto entra en contraste
flagrante con el cap.19 donde estos mismos visitantes no son recibidos
hospitalariamente por los habitantes de Sodoma, por lo que la ciudad entera es
castigada (salvándose Lot, precisamente por su acogida). El contraste de
actitudes resulta necesario para comprender la recompensa que recibirá –en
promesa- Abraham, y el castigo de Sodoma (que fue mal interpretado desde las
miradas que ven que todos los pecados graves son sexuales); el anuncio de vida,
en el caso de la religiosidad hospitalaria de Abraham –el anuncio del
nacimiento de Isaac- y la muerte en reacción a la falta de hospitalidad de
parte de los habitantes de Sodoma.
Como es
habitual en el mundo antiguo –y en el desierto- una planta es considerada casi
sagrada, en este caso una encina, árbol que puede superar los 20 mts. De sombra
abundante y hojas perennes y que da por frutos las bellotas (ver Gen 12,6, la
encina de Moré –ver Dt 11,30- y el establecimiento de Abraham en la encina de
Mamré en 13,18 –donde, además, “edifica un altar”-; 14,13; la nodriza de Rebeca
fue sepultada en Betel, bajo una encina, 35,8; ésta incluso puede marcar un
límite geográfico, Jos 19,33, y es lugar frecuente de asentamientos o centro de
caminos: Jue 4,11; 9,37; 1 Sam 10,3, y hasta de coronaciones, Jue 9,6. Sin
dudas que la altura y la sombra del árbol son fundamentales en este caso (Os
4,13; Am 2,9; Is 2,13; 6,13; 44,14; Ez 27,6; Zac 11,2).
El
relato destaca el calor y la oferta de pan y agua para beber y lavarse antes de
seguir camino. Recuperar las fuerzas es –obviamente- fundamental para el camino
del desierto. La hospitalidad de Abraham va más allá de lo dicho, ya que incluso
les prepara un buen alimento (carne, leche, cuajada), lo hace casi corriendo y
queda “de pie” ante los visitantes, en actitud de sirviente. Como hemos dicho,
la hospitalidad es “sagrada” y además, estos personajes son “Yahvé que se
aparece” (v.1), cosa que nosotros, los lectores sabemos aunque Abraham la
ignora. De allí el siguiente paso, la promesa. La pregunta por “tu mujer, Sara”
no parece sorprender a Abraham, y no debemos leer más allá. Como corresponde a
lo que se espera de las mujeres en el mundo antiguo, Sara está dentro de la
tienda y no se deja ver por los extranjeros, pero ella escucha. La promesa del
vocero de los visitantes es que ella tendrá un hijo en un año.
El tema
de la descendencia de Abraham no es central en el texto litúrgico (que –como
dijimos- destaca la hospitalidad), pero sí lo es en el relato. De hecho, luego
de destacar que Sara escucha el dicho, y antes de indicar que ella “ríe” para
sí (la referencia popular a la relación entre la risa de Sara y el nombre de
Isaac es reflejada en otras partes: Gn 17,17; 21,1-6, se recuerda la edad de
ambos, y que Sara había entrado en la menopausia. El diálogo entre Abraham y
“Yahvé” (notar que no dice –ahora- el visitante, o uno de ellos; por momentos
parece que Yahvé es el principal y los otros dos son acompañantes, cf. 18,22;
19,1) (v.13) continúa, debatiendo acerca de la risa de Sara e incluso ella
interviene en el diálogo (v.15). La escena nos hace imaginar la conversación
detrás de la tela de la tienda. Luego los peregrinos se despiden (v.16) y se
dirigen a Sodoma, ciudad que –sabemos- será destruida (algo por lo que Abraham
intercederá).
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas
1, 24-28
Resumen: el discípulo de Pablo destaca que en el crecimiento de la comunidad y en el anuncio de la palabra a todos se va conformando el cuerpo de Cristo. El anuncio evangelizador supone sufrimientos y dificultades pero así el cuerpo de Cristo va creciendo y el plan de Dios se va desplegando en la vida perfecta de las comunidades.
El “himno cristológico” que la liturgia nos presentaba la semana pasada (Col 1,15-20) tiene una pequeña “aplicación” en los versículos siguientes (vv.21-23). En v.24 comienza una nueva unidad. Si en v.21 el acento estaba en “en otro tiempo” (poté), la unidad comienza con “ahora” (nyn). Este “ahora” se dice de la unión entre “Pablo” y los colosenses, a los que no conoce (2,1). La unidad parece concluir en 2,5 donde termina la estrecha relación entre Pablo y “ustedes” para dar comienzo a las propuestas de “Pablo” a los colosenses ante los errores que los seducen (2,6-4,1). La unidad 1,24-2,5 tiene una estructura concéntrica que es bueno señalar:
a. “me
alegro” (1,24)
b. Dar
a conocer la riqueza del misterio (1,26-28a)
c. “con el objetivo de…” (1,28b)
d. Me esfuerzo (1,29)
d’ qué esfuerzo duro (2,1)
c’ “con el objetivo de…” (2,2a)
b’ riqueza de
conocimiento del misterio (2,2b-3)
a’ mi alegría (2,5)
Mirando
esta estructura notamos que el fragmento de la liturgia sólo destaca la primera
parte (de “a” a “c” omitiendo la parte recíproca, de “d” a “a”).
Este
fragmento presenta muchos temas que son de difícil análisis y resulta
complicado de analizar en detalle. Nos detendremos solamente –por lo tanto- en
lo principal sin desconocer que hay diferentes opiniones entre los estudiosos y
su dificultad.
El primer
conflicto y dificultad viene dado por la frase “lo que falta a las
tribulaciones de Cristo” (v.24). De ninguna manera se ha de entender en el
sentido de que la cruz de Cristo necesita complementos; en 1,19.20.22;
2,9-10.13-14; 3,1 se puede ver claramente que la obra de Cristo es perfecta en
sí misma. Esto se ha prestado en algunos momentos de la Iglesia a conclusiones
patéticas en las que se alentaba el sufrimiento como algo redentor, por eso
debe ser aclarado. La idea de “soportar” los padecimientos por parte del
Apóstol parece que debe entenderse en sentido vicario, por tanto son hyper, “en favor
de”, o “en lugar de su cuerpo”. Está aclarado en el v.25 como eis, “para
ustedes”. Los “padecimientos” del apóstol lo ponen en comunión con Cristo y con
los “padecimientos” de la comunidad (Rom 7,5; 8,18; 2 Cor 1,5.6.7; Gal 5,24;
Fil 3,10). Sin embargo, lo que se dice que “falta” es a las “tribulaciones” (thlipsis) de
Cristo, y es bueno notar que este término en Pablo nunca se dice de los
sufrimientos de la cruz de Cristo; siempre se dice del apóstol o de los
discípulos. Esto nos lleva a otra pregunta: al hablar de las “tribulaciones de
Cristo”, ¿se está refiriendo a las tribulaciones de Jesús o de la Iglesia,
cuerpo de Cristo? Las muchas posibilidades de lectura –como dijimos- nos
invitan a ser mesurados, pero destaquemos al menos algunos elementos
fundamentales: “Pablo” se stá refiriendo a la evangelización, tal es su
ministerio apostólico. El sufrimiento y las tribulaciones son características
de Pablo en cuanto misionero, de allí que lo que está destacando es que “lo que
falta” se refiere a todos aquellos “lugares” (los paganos) donde falta anunciar
el evangelio entre tribulaciones. Ese es el bien de “su cuerpo, que es la
Iglesia” (v.24).
La
relación cuerpo – cabeza (recordar lo señalado la semana pasada en la nota a la
segunda lectura) tiene una clara connotación escatológica y de identidad. En
1,23 Pablo se presentó como “servidor (diákonos) del
evangelio” (cf. 1,7); ahora dice que es “servidor (diákonos) de la
Iglesia” (1,25). La Iglesia existe para el evangelio según “la economía de Dios” que le dio (a “Pablo”) “para
ustedes”. “Economía” (cf. Ef 1,10; 3,2.9) debe entenderse como proyecto, deseo,
plan, gracia de Dios en orden a una comunidad (“ustedes”, “la Iglesia”). El
plan de Dios es, precisamente, que se lleve a “plenitud” la palabra de Dios. Es
posible que esta “plenitud” a la que se debe llegar según el plan de Dios sea,
precisamente, “lo que falta” a las tribulaciones. La palabra debe hacerse conocer.
Esta
palabra es a su vez denominada “misterio”. Es importante notar que en los
textos post-paulinos (como Colosenses y Efesios) la idea del “misterio”, ya
insinuada en Pablo (Rom 11,25; 14,24; 1 Cor 2,7; 4,1; 13,2; 14,2; 15,51; cf. 1
Cor 2,1 en algunos manuscritos), alcanza un sentido mucho más profundo (Ef 1,9;
3,3.4.9; 5,32; 6,19; Col 1,26.27; 2,2; 4,3; 2 Tes 2,7; 1 Tim 3,9.16). El
término proviene de los ambientes apocalípticos, algo que ocurre (por ejemplo
la persecución y martirio de los justos) y ante la duda ¿dónde está Dios? ¿por
qué no interviene? El planteo es que se trata de un “misterio”. Pero esto no
finaliza aquí ya que lo propio es que “en algún momento”, el misterio será
revelado. Lo habitual del misterio bíblico es su posterior revelación (algo que
la literatura apocalíptica “anticipa” con un intérprete de los misterios). Aquí
“Pablo” señala que este “misterio escondido desde signos y generaciones” es
“ahora” (nyn)
manifestado a sus “santos”. En 2,2 se destaca que estos destinatarios del “conocimiento”
del misterio son los Colosenses (y los de Laodicea). La relación entre el
misterio y el anuncio de la palabra quedará clara en 4,3. Lo que Dios ha
“escondido” es que los paganos, tanto como los judíos son destinatarios de la
salvación que Dios prepara para todos. Esto es lo que el apóstol debe anunciar
a todos, entre sufrimientos. “Cristo en ustedes, esperanza de la gloria”
(v.27).
Esto es
lo que “Pablo” anuncia (v.28) para “presentar” (¿cómo una ofrenda?) a todos
“perfectos en Cristo”. Esa “perfección” es la voluntad de Dios (Rom 12,2), es
la novedad traída por Cristo que contrasta con la de “este mundo” responsable
de negar a Jesús y cuyos príncipes lo ejecutaron (1 Cor 12,6), es escatológica
(1 Cor 13,10) y ya la posemos en cierto modo (Fil 3,15). De todos modos, es una
perfección hacia la que se tiende (Ef 4,13) pero ya puede vivirse en la
comunidad (Col 4,12). Se refiere, entonces, no a una “perfección” ontológica, o
de ser (“sólo Dios es perfecto”) sino a una perfección ética hacia la que se
tiende, pero que ya puede vislumbrarse y practicarse.
Es esto
–por este conocimiento del misterio, y anuncio que conduzca a un modo de vida
perfecto- por lo que “Pablo” se esfuerza y lucha (v.29, omitido en el texto
litúrgico).
Como se
ve, el discípulo de Pablo se presenta como continuador de su obra y ministerio
predicador a todos. Esa predicación, como a Pablo, como a sus comunidades, les
atrajo dificultades y sufrimientos pero de ese modo Cristo, en su cuerpo
eclesial, va siendo formado y la palabra de Dios y su plan de salvación se van
conociendo y desplegando en la historia.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 38-42
Resumen: Dos mujeres que representan dos actitudes diferentes se contraponen en el texto. Marta manifiesta la hiperactividad característica de la hospitalidad; María manifiesta claramente la actitud de una discípula modelo. La valorización “sagrada” de la hospitalidad es confrontada contraculturalmente por Jesús mostrando la dinámica subversiva del reino. Sólo “una” cosa tiene valor, en contraste con las “muchas cosas” de Marta. Sólo el reino es absoluto, todo lo demás –por valioso que sea- es relativo.
Jesús sigue –con los suyos- de camino, algo que como sabemos es propio de Lucas, y entra en un pueblo. Allí es recibido por una mujer llamada Marta que tiene una hermana llamada María.
Dos breves notas aclaratorias: muchos manuscritos dicen que “Marta lo recibió”
pero no aclaran que esto ocurriera “en su casa”. Es probable que haya sido
añadido posteriormente para precisar el lugar ya que daría la sensación que fue
recibido en el pueblo al que Jesús entra; sin embargo, no es necesario
incorporarlo. Siendo que no es frecuente que una mujer –ni siquiera ante otros-
reciba en su casa a un varón, muchos piensan que la omisión “en su casa” en
algunos manuscritos se debe a la intención de vitar el escándalo; sin embargo,
la hospitalidad no resulta extraña o escandalosa en ambientes helenísticos como
son los destinatarios de Lucas. Por otro lado, los lectores del Evangelio de
Juan conocen estas dos hermanas y a su hermano Lázaro. Los tres son de Betania
(Jn 11,1), aldea muy cercana a Jerusalén (Jn 11,18) y donde Jesús suele pasar
la noche cuando se dirige a la Ciudad Santa, según parece (ver Mc 11,11.12;
aunque cf. Mt 26,6). Como el viaje hacia Jerusalén –que Lucas - recién comienza
es posible que haya omitido el nombre de la localidad porque de lo contrario,
no tendría justificativo la demora en llegar. La mención de las hermanas es uno
de los puntos en contacto que Lucas tiene con Juan, aunque desconoce –o no
manifiesta conocer- a Lázaro, el hermano de estas (pero, ver Lc 16,19-31).
El
relato del Evangelio pone en contraste dos actitudes frente a Jesús, las de las
dos hermanas. Veamos brevemente:
Marta
está ocupada con los quehaceres (pollên diakonían).
Ella es la que “recibe” (hypodéxato) a
Jesús. El verbo se repite también en 19,6 cuando Zaqueo “recibe” a Jesús en su
casa [única vez en los Evangelios]. Es el verbo de la hospitalidad (ver Hch
17,7; Sgo 2,25). Señalemos, pare empezar, entonces (y conforme a lo que se dijo
en el comentario a la primera lectura) que Marta hace lo que se espera que se
haga: la hospitalidad es “sagrada”. El contraste –como se dijo- está dado por
la actitud de María. Sentada a los pies de Jesús y escuchando su palabra. Ambos
términos son muy importantes, particularmente en Lucas:
“a
los pies” de Jesús se coloca la pecadora pública (7,38) que manifiesta
“mucho amor” y fe; a los pies de Jesús está el que había estado endemoniado en
Gerasa (8,35), a los pies de Jesús cae Jairo pidiendo por la salud de su hija
(8,41); a los pies de Jesús se postra el samaritano que había sido leproso y
también manifiesta fe (17,16), Pablo –en Hechos- afirma que fue educado “a los
pies de Gamaliel” (Hch 22,3). El término significa una actitud de sumisión o
sometimiento, como se ve en las cosas que se ponen a “los pies” de alguien,
como autoridad (ver Hch 4,35.37; 5,2; 7,58). Estar a los pies de alguien es
tomar la actitud del discípulo.
“Escuchar su palabra”:
las multitudes (ojlos)
se agrupaban para “escuchar la palabra de Jesús”, el que “viene a mi” y escucha
la palabra se parece a una persona que edifica su casa sobre buenos cimentos
(6,47); la semilla sembrada por el sembrador es la palabra que muchos escuchan,
pero sólo unos la conservan (8,12-15). Cuando una mujer de la “multitud” alaba
a la madre de Jesús por haberlo engendrado, él dice que es “dichoso más bien el
que escucha la palabra y la guarda” (11,28) ya que ese (y esa) es “su Madre y
sus hermanos” (8,21). La escucha no basta, pero es el primer paso indispensable
del discipulado, luego la palabra se deberá “cumplir”, “hacer”, “guardar” (cf.
1,38).
Las dos
actitudes de María son las actitudes del discipulado. Y acá se refuerza el
contraste entre ambas que viene expresado en las palabras de Marta a Jesús (el
que es reconocido como “señor”). El
pedido a Jesús de que “diga” (en imperativo), recuerda a aquel que le pide que
“diga” a su hermano que reparta la herencia (12,13), o también a la tentación
de que “diga” una palabra para que las piedras se conviertan en pan (4,3) o el
centurión que se considera indigno de que Jesús vaya a su casa, “di una palabra
y mi criado quedará sano” (7,7).
Evidentemente,
si María escucha la palabra de Jesús, su dicho surtirá efecto y ésta “ayudará”
a Marta. Pero Jesús no se dirige a María sino a Marta:
Te “preocupas”
(cf. 12,11.22.25.26) revela una ansiedad, preocupación angustia; “te agitas”
(única vez en la Biblia, indica hiperactividad) por “muchas cosas” (pollá) [ya
sabemos que Marta estaba “atareada” (v.40, única vez en el NT) en
“muchos servicios”, pollên diakonian]
“pero” (o también “y” en sentido de contraste)... Marta hace muchas cosas, pero
hay “un pero”. El contraste está dado entre el “muchas” y el “una”, manifestada
en la actitud de María. “Una” es necesaria, y María “escogió la parte buena”. La
“parte” es
aquello de lo que se participa (tomar parte; cf. Hch 8,21; 2 Cor 6,15; Col
1,12), María “elige”,
lo cual es un verbo sumamente importante en la Biblia (pueblo elegido, elección
de los discípulos, pero también alude a las elecciones cotidianas: “los
primeros puestos”, 14,7). La “parte” es
sumamente importante en el AT: Israel es la “parte” de Dios entre los pueblos
(Dt 9,26), los sacerdotes, la “parte” de Dios entre las tribus (Núm 18,20), o
los levitas (Dt 10,9). El salmista confiesa que “Dios es mi parte” (15,5; cf.
73,26; 119,57; 142,6). Lo que María ha elegido es participar de lo bueno, “la parte buena”,
como la “tierra buena” (8,8.15) que son los que “escuchan la palabra”, la
guardan y dan fruto. De esta porción se dice que es buena, “no le será
quitada”, no se la pueden llevar, como no pueden llevarse los ladrones los
bienes dados generosamente a los pobres ya que donde está el tesoro, está el
corazón (cf. 12,33-34).
El
relato finaliza aquí ya que en 11,1 Jesús estará en otro lugar (no señalado)
orando a solas.
Es
importante remarcar el contraste destacado en el relato para evitar lecturas
que lo distorsionan (como señalar el contraste entre una vida activa y una vida
contemplativa, de claro cuño platónico). Ya es evidente lo que se destaca de
María: su actitud de discípula (“sentada a los pies”, “escucha de la palabra”,
“eligió la porción buena”, “no le será quitada”, “una sola necesaria”), pero
¿qué es lo que hace Marta? Marta expresa visiblemente la dedicación casi
absoluta que el mundo antiguo da a la hospitalidad (recordar la primera
lectura). Marta hace lo que “debe” hacer, lo que se espera que haga, y lo hace
en “exceso”. Culturalmente, Marta es ejemplar, es modelo: así debe actuar una
persona aunque –como se dijo- no es habitual que eso ocurra en una mujer (notar
en el caso de Abraham que es él quien atiende y manda a su mujer cocer el pan).
Como se dijo, muchos manuscritos omiten que esto ocurre en “la casa” con lo que
se estaría al menos insinuando la presencia de una mujer fuera de su ámbito
establecido (la casa), lo cual es más obvio todavía en caso de María. De todos
modos, es frecuente el anuncio del Evangelio en las “casas” (cf. 10,15; aunque
el tema es más destacado en el Evangelio de Marcos, cf. 2,1; 3,20; 7,17; 9,28
como “lugar” de la catequesis). El contraste –y esto es lo que debe resaltarse-
está dado entre la hospitalidad y el discipulado, Marta responde a lo
establecido, a lo que culturalmente se espera de ella; María responde a los
valores contraculturales del reino de Dios. Como en tantas ocasiones, el reino
es reflejo de “otro mundo posible”, y por tanto alternativo. Diferentes
instancias e instituciones que son valoradas (y supervaloradas) por el mundo
antiguo (y contemporáneo) son relativizadas por Jesús. Sólo el reino es
absoluto, el resto (decía Pablo VI) es “lo demás”, por tanto es “relativo” (Evangelii Nuntiandi 8); la familia, la hospitalidad no
dejan de ser valiosos pero son relativos frente al discipulado del reino que es
lo único que cuenta y “no será quitado”. Una vez más, el reino aparece como
subversivo ante los valores absolutos encarnados en el Reino de Dios.
Una nota sobre las mujeres en el Evangelio de Lucas. Se ha señalado, con
razón, que Lucas da “pasos atrás” con respecto al lugar principal que las
mujeres ocupaban en el ministerio de Jesús o las comunidades de Pablo. En esto
Lucas es reflejo de la “rutinización”, la “estructuración” que las comunidades
se fueron dando en su tiempo a fin de ser aceptados en las ciudades del
imperio. Algo semejante se descubre también en otros escritos del tiempo, como
Mateo, o las cartas llamadas “pastorales” (anticipadas por lo que se ve también
en Colosenses, Efesios y 1 Pedro, por ejemplo con respecto a este tema). Se
profundiza el “lugar” de la mujer que es en “la casa”. Sin embargo, hay que
recordar que siendo que las comunidades primitivas fueron “iglesias
domésticas”, el rol de la mujer no dejó de ser –aunque relativizado- de primera
importancia. Ya no ocupan lugares preponderantes en los ministerios (como se ve
en Pablo, por ejemplo), pero no han desaparecido. Lucas, en concreto, aunque no
señale mujeres en lugares pastorales centrales, destaca con frecuencia la
participación de mujeres en el grupo de Jesús. No es razonable preguntarse si
Jesús tenía discípulas, o disimularlo, como lo hace la adulteración del texto
de Aparecida que en el texto original decía que
«en una época de marcado
machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la
mujer y su valor indiscutible: Habló con ellas (cf. Jn 4, 27), las curó (cf. Mc
5, 25-34) las reivindicó en su dignidad (cf. Jn 8, 1-11), las eligió como
primeras testigos de su resurrección (cf. Mt 28, 9-10) e incorporó mujeres a su
grupo (cf. Lc 8, 1-3)» (Nº 470)
y fue deformado
a
«en una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible: habló con ellas (cf. Jn 4, 27), tuvo singular misericordia con las pecadoras (cf. Lc 7,36-50; Jn 8,11), las curó (cf. Mc 5, 25-34), las reivindicó en su dignidad (cf. Jn 8, 1-11), las eligió como primeras testigos de su resurrección (cf. Mt 28, 9-10), e incorporó mujeres al grupo de personas que le eran más cercanas (cf. Lc 8, 1-3)» (Nº 451).
Ya no
se trata de mujeres incorporadas al grupo de Jesús, sino “cercanas”. Que en el
Evangelio no se use el término “discípula” es
razonable, ya que éste no existía. Aunque Lucas lo crea y utiliza en Hch 9,36,
y el texto comentado destaca evidente y claramente que María es discípula de
Jesús., Con lo que a la actitud contracultural de destacar el discipulado del
reino por encima de valores sagrados como la hospitalidad, destaca también el
discipulado femenino, lo cual ciertamente, no era posible en su tiempo.
Foto tomada de http://leondejuda.org/node/7685
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