Una verdad zoológica
Eduardo de la Serna
Se
suele decir, en algunos ambientes al menos, que “la verdad” no existe. El tema
encierra una discusión filosófica en la que no quisiera entrar. Con este tema
de fondo el Papa Benito XVI hablaba de la “dictadura del relativismo”, por
ejemplo. A lo mejor un principio de “encuentro” radique evitando dos posturas
extremas (“no existe” y “es esta”).
Si
hay un muerto, por ejemplo, hay una “verdad”. El muerto está ahí, no se trata
de un holograma o una ficción. La discusión estará en buscar las causas, el
nombre, responsables, si los hubiere… Y, todavía, hay medios para conocer mejor
la “verdad” del nombre: el ADN, de las causas: una autopsia… Lo que me interesa
en este caso es destacar que hay una serie de datos “duros” que se pueden
afirmar sin dudarlo y esos constituyen “verdad”.
Después,
en torno a determinada “verdad” se pueden construir centenares de “interpretaciones”,
“miradas”, “lecturas”… Algunas que dependen “desde dónde” se mira la “verdad”
en cuestión, y – en algunos casos – otras desmontables al ahondar el hecho. El
tema es interesante, pero tampoco es eso lo que acá interesa.
¿Qué
ocurre cuando lo que se dice no condice con la “verdad” establecida por el dato
“duro”? Si hubiera ese tal muerto y alguien dijera que lo vio caminando dos
días después no quedan más que dos posibilidades: 1. No estaba realmente
muerto, 2. El testigo no dice la verdad (después quedará para el análisis por
qué no lo dijo, si error, si mentira, si corrupción, etc.). Pero si el dato “duro”
es que el muerto realmente lo estaba, la variante (1.) queda desmontada y sólo
queda la (2.), el testigo no dice “la verdad”. Acá no entra en discusión lo “relativo”
o que “la verdad no existe”; ¡esa verdad existe!
Valga
esta extensa introducción para mirar algunos elementos del discurso oficial del
gobierno… Desde la campaña era sistemático el uso de “datos duros”: “el país no
crece desde hace 4 años”, “el déficit es de 7%”, por ejemplo que “la verdad”
desmentía (y no hablo de los medios hegemónicos de prensa que en esto abundan…
¡y dañan!). Y luego siguieron, ¡y
siguen!, que “empezaron a llegar las inversiones”, que “creció el empleo”, que
la “pesada herencia”, y cientos de cosas más que se repiten sueltos de cuerpo.
Preferentemente en espacios donde no habrá repreguntas porque “la verdad” los
desmiente.
Siendo
esto así, el refrán popular “en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”
se ejemplificó en el cuento del “pastorcito mentiroso” o de “Pedro y el lobo”. Pero
no podemos negar que hay quienes eligen que les mientan. Conozco gente que
frente a una “verdad dura” prefieren decir “¡no me cuentes!”, (¡y vale también
para los 30.000!), y recuerdo (ya lo he contado) en plena guerra de Malvinas
haber hablado con uno que decía que “vamos ganando” porque lo decía la prensa
hegemónica. Cuando le dije que otros medios extranjeros decían que así no era “la
verdad” me dijo “¡prefiero que me mientan los míos!”
En
este contexto, de “verdad” y mentira (porque cuando se sabe que no es verdad no
se entra en el error, o la mala información sino claramente en la “mentira”)
uno elige a quién creer y a quién no. Insisto, así como existe “la verdad”,
existe “la mentira”. Y, debo confesarlo, yo, en lo personal, elijo no creerle
al gobierno, y especialmente al Presidente. No le creo a las amenazas al Presidente,
no le creo a las amenazas a la Gobernadora. Victimizarse es muy conveniente
cuando la imagen cae en picada. Y más si un juez amigo puede responsabilizar de
todo a Cristina (me dicen buenas fuentes que también fue responsable del
terremoto en Italia). Debo decir que “no le creo nada”, o parafraseando a mi
viejo: “¡si Macri me dice ‘buen día’ voy a buscar un paraguas!” Aunque, como no
son tontos, cada vez veo más claro que como los verdaderos “dueños” ven que la cosa
se cae en pedazos, mantienen en pie su “Plan B” y Sergio Tomás queda allí,
intocable. ¡Nunca se sabe! Y debo reconocer que a Massa, ¡tampoco le creo nada!
A
nadie le importará que no les crea, pero me siento libre de decirlo: ¡no les
creo! En especial por una cuestión biológica: me cuesta creer que un pingüino
ande con lobos, pero – en cambio – es habitual ver juntos a buitres y chacales.
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