miércoles, 24 de agosto de 2016

Una verdad zoológica

Una verdad zoológica


Eduardo de la Serna



Se suele decir, en algunos ambientes al menos, que “la verdad” no existe. El tema encierra una discusión filosófica en la que no quisiera entrar. Con este tema de fondo el Papa Benito XVI hablaba de la “dictadura del relativismo”, por ejemplo. A lo mejor un principio de “encuentro” radique evitando dos posturas extremas (“no existe” y “es esta”).

Si hay un muerto, por ejemplo, hay una “verdad”. El muerto está ahí, no se trata de un holograma o una ficción. La discusión estará en buscar las causas, el nombre, responsables, si los hubiere… Y, todavía, hay medios para conocer mejor la “verdad” del nombre: el ADN, de las causas: una autopsia… Lo que me interesa en este caso es destacar que hay una serie de datos “duros” que se pueden afirmar sin dudarlo y esos constituyen “verdad”.

Después, en torno a determinada “verdad” se pueden construir centenares de “interpretaciones”, “miradas”, “lecturas”… Algunas que dependen “desde dónde” se mira la “verdad” en cuestión, y – en algunos casos – otras desmontables al ahondar el hecho. El tema es interesante, pero tampoco es eso lo que acá interesa.

¿Qué ocurre cuando lo que se dice no condice con la “verdad” establecida por el dato “duro”? Si hubiera ese tal muerto y alguien dijera que lo vio caminando dos días después no quedan más que dos posibilidades: 1. No estaba realmente muerto, 2. El testigo no dice la verdad (después quedará para el análisis por qué no lo dijo, si error, si mentira, si corrupción, etc.). Pero si el dato “duro” es que el muerto realmente lo estaba, la variante (1.) queda desmontada y sólo queda la (2.), el testigo no dice “la verdad”. Acá no entra en discusión lo “relativo” o que “la verdad no existe”; ¡esa verdad existe!

Valga esta extensa introducción para mirar algunos elementos del discurso oficial del gobierno… Desde la campaña era sistemático el uso de “datos duros”: “el país no crece desde hace 4 años”, “el déficit es de 7%”, por ejemplo que “la verdad” desmentía (y no hablo de los medios hegemónicos de prensa que en esto abundan… ¡y dañan!).  Y luego siguieron, ¡y siguen!, que “empezaron a llegar las inversiones”, que “creció el empleo”, que la “pesada herencia”, y cientos de cosas más que se repiten sueltos de cuerpo. Preferentemente en espacios donde no habrá repreguntas porque “la verdad” los desmiente.

Siendo esto así, el refrán popular “en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso” se ejemplificó en el cuento del “pastorcito mentiroso” o de “Pedro y el lobo”. Pero no podemos negar que hay quienes eligen que les mientan. Conozco gente que frente a una “verdad dura” prefieren decir “¡no me cuentes!”, (¡y vale también para los 30.000!), y recuerdo (ya lo he contado) en plena guerra de Malvinas haber hablado con uno que decía que “vamos ganando” porque lo decía la prensa hegemónica. Cuando le dije que otros medios extranjeros decían que así no era “la verdad” me dijo “¡prefiero que me mientan los míos!”

En este contexto, de “verdad” y mentira (porque cuando se sabe que no es verdad no se entra en el error, o la mala información sino claramente en la “mentira”) uno elige a quién creer y a quién no. Insisto, así como existe “la verdad”, existe “la mentira”. Y, debo confesarlo, yo, en lo personal, elijo no creerle al gobierno, y especialmente al Presidente. No le creo a las amenazas al Presidente, no le creo a las amenazas a la Gobernadora. Victimizarse es muy conveniente cuando la imagen cae en picada. Y más si un juez amigo puede responsabilizar de todo a Cristina (me dicen buenas fuentes que también fue responsable del terremoto en Italia). Debo decir que “no le creo nada”, o parafraseando a mi viejo: “¡si Macri me dice ‘buen día’ voy a buscar un paraguas!” Aunque, como no son tontos, cada vez veo más claro que como los verdaderos “dueños” ven que la cosa se cae en pedazos, mantienen en pie su “Plan B” y Sergio Tomás queda allí, intocable. ¡Nunca se sabe! Y debo reconocer que a Massa, ¡tampoco le creo nada!

A nadie le importará que no les crea, pero me siento libre de decirlo: ¡no les creo! En especial por una cuestión biológica: me cuesta creer que un pingüino ande con lobos, pero – en cambio – es habitual ver juntos a buitres y chacales.



Foto tomada de deilusionarecuerdo.com

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