Jesús sale al encuentro de nuestras necesidades
DOMINGO TERCERO DE CUARESMA – “A”
Eduardo de la Serna
Resumen: El pueblo se enoja con Dios y con su enviado Moisés a causa de la sed, pero en realidad esta le sirve de excusa para dudar del plan de Dios en el éxodo. Dios, de todos modos, no se desentiende de la sed de su pueblo.
En
medio del desierto, el pueblo reclama a Moisés pidiendo agua. La escena es
verosímil y razonable, sin embargo el autor bíblico la presenta como una
“tentación”. Dios es tentado, y se “murmura” contra Moisés, su enviado.
Los
dos verbos claves de la escena son “querella”
(vv.2.3 [formando inclusión], rîb,
discusión, irritación, pelea) y “murmuración”
(v.3 [sólo se encuentra x18 y solamente en Ex 15-17; Num 14-17 y Jos 9,18] lûn). La querella es contra Moisés y contra
Dios, la murmuración contra Moisés. En Núm 20,2-13 se narra una escena muy
semejante, aludiendo a la región y al agua de la roca, que posiblemente sea un
duplicado.
La
“murmuración” (lûn es traducido de
diversas maneras al griego con verbos de la familia de la raíz “gogguzô”, murmurar) es –como se ha dicho
en otras ocasiones, un poner en duda, criticar al enviado de Dios. En los
Evangelios es frecuente que se “murmure” contra Jesús (por ejemplo: Lc 5,30;
15,2; Jn 6,41.43).
Ante
la queja, Moisés recurre directamente a Yahvé que le encarga recurrir a su
cayado que lo acompañaba desde la vocación (Ex 4,2), con el que se realizaron
algunas plagas (7,10.17; 8,1.12; 9,23; 10,13) y con el que se partieron las
“aguas del mar” permitiendo el paso del pueblo huyendo de Egipto (14,16)
acompañado de algunos de los ancianos. La roca en Refidim (v.1) es en Horeb (lo
que resulta extraño en esta parte ya que en general Horeb y Sinaí se
identifican y recién en 19,1-2 llegan a Sinaí “partiendo de Refidim”, 19,2).
Ante
esta situación el lugar pasa a ser llamado con un nombre doble: Meribá
(“querella”) y Massah (“rebelión / tentación”) (v.7).
Más
allá de la tentación, Yahvé se ocupa de su pueblo y sus necesidades, en Ex 16
las codornices y el maná, en este caso, el agua. La sed sirve casi de excusa
para poner en duda el sentido del éxodo: ¿por qué nos sacaste?” (v.3), “¿Dios
está con nosotros?” (v.7) con lo que el plan divino es puesto en cuestión.
Resumen: Una serie de elementos pasados, presentes y futuros (justificación, paz, esperanza de la gloria) caracterizan nuestro nuevo estatus. Y esa situación, que nos da nueva identidad, manifiesta visiblemente el amor que Dios nos tiene.
La primera parte del cap. 5 de la carta a los Romanos
parece la conclusión de todo lo que venía desarrollando hasta aquí y el
comienzo de la siguiente unidad (5-8). Por tanto son muchos los elementos que
aquí encontramos [comentando el Domingo de la Trinidad hemos presentado los
primeros versículos, 5,1-5]. Veamos brevemente:
La
estrecha relación entre la fe y la esperanza marcan la unidad. Y la razón
radica en que se ha derramado el Espíritu Santo (cf. Rom 15,30; 1 Cor 14,1; 2
Cor 6,6; Gal 5,22; Fil 2,1 donde Pablo insiste en la relación entre Espíritu y
amor). Joel 3,1-2 anunciaba que el espíritu se derramaría sobre el pueblo.
Esto
ha ocurrido ya que Cristo murió “por” (hyper)
los impíos. “Por” es ambigua: puede indicar en favor de, en lugar de… Si
es fórmula tomada del texto prepaulino
de 1 Cor 15,3 (“por nuestros pecados”) puede tener sentido vicario, “en lugar
de”, puesto que parece tomada del cuarto Canto del Siervo de Yahvé, cf. Is
53,4-5).
El
acento de la “jactancia” (vv.2.3, kaujáomai)
es interesante para ver su sentido en Pablo. No se jacta en las propias
capacidades, en su fuerza, su sangre, sus méritos sino “en la esperanza”, “en las
tribulaciones”, en “la gracia”. Se trata de jactarse por la obra de Dios en
nosotros (“el que se jacte, que se jacte en el Señor”, 1 Cor 1,31; 2 Cor
10,17).
El
clima de esperanza marca toda la unidad con una importante nota de optimismo.
Ya fuimos “justificados”, estamos en
paz con Dios y esperamos la gloria (vv.1-2). Esta justificación a la que hemos
accedido por la fe (v.1) lo que nos alcanza “la paz” (cf. 1,7; 2,10; 3,17; 8,6; 14,17.19), Dios es “el Dios de
la paz” (15,33; 16,20; cf. 1 Cor 14,33; 2 Cor 13,11; Fil 4,9; 1 Tes 5,23).
Sobre esto había escrito insistentemente en 1,17; 3,21-22; 4,25. Y contrasta
notablemente con el tema de la “ira de Dios” con el que había comenzado (1,18).
La mediación cristológica da sentido a todo este párrafo (en contraste con la
mediación de la ley o las obras).
La
situación de “tribulación” que
caracteriza la comunidad (v.3) sin duda deja una marca en ella. Para la cultura
contemporánea es una marca estigmatizante que provoca “vergüenza”; sin embargo,
la relación con Cristo y con Dios (justicia, gracia, paz) le da al grupo que se
caracterizaba por la “impiedad” (v.6;
cf. 1,18; 4,5; 11,26), “pecado” (v.8)
una nueva identidad que la caracteriza en medio de su mundo.
El
amor de Dios del que hablaba en v.5 se hace manifiesto en Cristo (v.8). Su
muerte se diferencia de cualquier otra “muerte por” emergiendo como
manifestación de ese amor de Dios. Y esta muerte -¡tanto es su amor!- fue
cuando “éramos todavía” pecadores
(luego, ya no lo somos).
Resumen: con un constante recurso del doble sentido que le es propio, Juan va mostrando a Jesús que se revela de modo de saciar las necesidades más profundas de la persona humana. La mujer samaritana va profundizando su encuentro con Jesús hasta llegar a una confesión de fe propia de quien “conoce el don de Dios”.
El
texto litúrgico del día es sumamente largo. La liturgia permite la lectura
breve, como es habitual en estos casos. Veamos brevemente la escena:
·
Presentación
de la situación: Jesús llega a un lugar y se sienta junto a un pozo (vv.5-6).
·
Jesús
dialoga con una mujer. Los discípulos se han ido (vv.7-30).
·
Jesús
dialoga con los discípulos. La mujer se ha ido (vv.31-38).
·
Conclusión:
los habitantes de la región se encuentran con Jesús (vv.39-42).
La
lectura breve está conformada por los vv. 4,
5-15. 19b-26. 39a. 40-42, es decir, salvando pequeñas partes, se omite el
diálogo con los discípulos. La extensión hace muy difícil comentar todo en este
espacio. Veremos simplemente algunos elementos que parecen fundamentales.
Los
pozos son vitales en el mundo antiguo, obviamente el agua lo es en el desierto,
pero también tiene que ver con otro elemento religioso, como es la pureza (cf.
Lev 11,36). De todos modos, no es este último el tema en cuestión en el relato,
el tema es la “sed”.
Es
frecuente que las mujeres vayan al pozo a recoger agua (Gen 24,13; Ex 2,16) cuando
ya ha bajado el sol. Obviamente allí conversan y comparten información. Pero
esta mujer va al pozo a la “hora sexta” (es decir a pleno mediodía). Se ha
pensado que no quiere encontrar otras mujeres, y –teniendo en cuenta lo que
Jesús le dice: “has tenido cinco maridos
y el que ahora tienes no es tu marido”- que podría tratarse de una mujer de
mala fama, o incluso una prostituta. Sea lo que fuere, tampoco este es el tema
en cuestión.
En
el trasfondo de la primera parte del relato (pozo, Jacob, don…) hay un
interesante trasfondo de la literatura rabínica y del judaísmo contemporáneo. No
lo señalamos aquí por falta de espacio, pero es interesante la relación entre
el agua de la roca del desierto (primera lectura) y el pozo de los patriarcas
que consignan varios escritos, y esto es visto como gran “don” de Dios, como lo son la Ley y la Sabiduría.
El
diálogo entre ambos comienza cuando Jesús le pide que le “dé” “de beber”. El verbo “beber” (pínô) en Juan siempre tiene contenido simbólico: fuera de esta
unidad, en 6,53-56 se trata de “beber la sangre” del hijo del hombre, en 7,37
Jesús dice que si alguno tiene sed “venga a mí y beba”, y en 18,11 Jesús se
manifiesta dispuesto a “beber la copa” que le ha dado el Padre. En esta unidad va desplegándose un paulatino paso de una bebida “natural” a una bebida “cristológica”,
como veremos. El campo semántico “agua”
(agua, sed, beber, fuente, cántaro) conforma el relato hasta que la mujer se
retira. La mujer manifiesta originalmente una distancia entre ella y el que le
pide agua, distancia socio-política-religiosa, como la que hay entre judíos y
samaritanos, algo expresamente aclarado por el evangelista en uno de los muchos
paréntesis que caracterizan su estilo: “porque
los judíos no se tratan con los samaritanos”, v.9. El trato con una
samaritana (de Samaría ¡y mujer!) es generador de impureza: “toda mujer samaritana es como si estuviera
con la menstruación ya desde el día de su nacimiento” (Misna Nidda 4,1). No
es bien visto que un “maestro” hable con mujeres, ni siquiera su esposa, hija o
hermana en público (cf. T. Berakot 43b).
Otra
característica del estilo joánico es el malentendido: por él, el/los
interlocutor/es de Jesús no comprenden su/s dicho/s lo que permite que
despliegue más su argumento hacia una mayor comprensión en la que se revela a
sí mismo. El mal entendido en este caso está dado precisamente por el doble
sentido que Juan da al campo “agua”. Es evidente –los lectores lo entendemos, la
mujer no- que Jesús al hablar del agua que él “da” (notar la importancia del
verbo “dar” en la unidad y otras partes de Juan, es “don de Dios”, v.10) se
refiere a otra cosa. Un ejemplo de este doble sentido está dado por el término
“viva”. El “agua viva” se refiere al
agua corriente, en movimiento y así lo comprende la mujer; Jesús, en cambio, se
refiere a “agua para la vida eterna”
(v.14). Obviamente, también la “sed” ha de entenderse en este doble sentido. En
una unidad muy semejante a esta, Jesús afirma: “El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí,
no tendrá nunca sed” (6,35; ver Is 49,10). “Venir a mí” y “creer en mí” son
sinónimos; la “sed” de Dios es frecuente en los Salmos, por ejemplo (42,3;
63,2; 143,6). Jesús viene a saciar la sed de Dios, él es el don que Dios da
para saciar esa sed.
En este diálogo con Jesús, la mujer va teniendo una serie
de cambios: se va encontrando con Jesús, va “saciando su sed”. Es de notar el
cambio profundo que se observa en el modo en que ella se dirige a Jesús. Así,
mientras en v.9 lo ha llamado “judío”, en v.11 lo llama “señor” (sin duda no en
sentido cristológico, sino simplemente como respeto), en v.19 le dice “veo que
eres un profeta” y cuando se dirige a sus conciudadanos les dice “¿no será el
Cristo?” (v.29).
La referencia a Jesús como profeta provoca un pequeño
cambio temático con el que concluye el diálogo con la mujer hasta la llegada de
los discípulos. Los samaritanos, que solamente reconocían como inspirado el
“Pentateuco” (= la Torah) no esperaban Mesías alguno ya que en esos libros no
hay tal expectativa. Pero inspirados por Dt 18,15.18 esperaban “un profeta”
semejante a Moisés (al que llamaban Taheb,
un “restaurador”). Las preguntas de la mujer se orientan en esa dirección
(especialmente puesto que dialoga con un “judío”): sobre el monte de Dios (el
monte Sión, o el monte Garizim) y sobre el “Mesías” que “nos explicará todo”
(vv.20-25). Los lectores de Juan ya sabemos que el “nuevo Templo” es el mismo
cuerpo resucitado de Jesús (2,21-22) algo que ocurre al llegar la “hora” (4,23;
cf. 13,1).
Jesús responde a la mujer con una fórmula importante en
Juan: “yo soy” (v.26). En el cuarto Evangelio es importante (6,20; 8,24.28.58;
13,19; 18,5.6.8) y alude a Yahvé Dios Salvador de su pueblo (Ex 3,14; Is 43,25;
51,12; 52,6…), Jesús continúa su automanifestación para saciar la sed de la
mujer samaritana.
La mujer se dirige entonces a su pueblo (algo doblemente
interesante si se trataba de alguien que no quería encontrarse con la gente)
para hablar sobre Jesús. Siendo que Jesús le ha “dicho todo” es razonable que la mujer se pregunte si “¿no será el
Mesías?” (v.29). Él se le ha revelado, le ha “dado” lo que su sed requería. Juan, con frecuencia dice “como al
pasar” cosas sumamente dicentes. Aquí nos cuenta que la mujer “dejando el cántaro, corrió a la ciudad”
(v.28). La mujer ha saciado su sed, ya no necesita el cántaro porque “nunca más tendrá sed” (v.14).
La llegada de los discípulos –que habían ido a comprar
comida (v.8)- provoca un ligero cambio de tema. El campo semántico ahora es el
del alimento (comida, alimento,
comer, siega, fruto) y nuevamente Juan recurre al mal entendido: los discípulos
lo invitan a que coma lo que han traído (v.31) pero él afirma que tiene “otro
alimento” (como el agua viva, el paso es hacia otro nivel de comprensión), la
pregunta si alguien le habrá traído de comer permite el paso a “mi alimento es hacer la voluntad del que me
ha enviado” (v.34). El paso a la siembra y la siega no se comprende en un
primer momento, aunque al afirmar “alcen los ojos” (v.35) y saber que van hacia
Jesús los habitantes de la ciudad (vv.30.39) sin duda el que ha sembrado se
refiere al mismo Jesús, mientras los discípulos son aquellos que “siegan”
(v.37).
Siendo que Jesús “debía” pasar por Samaría (v.4, donde el
verbo deì alude a la voluntad de
Dios, vemos que el encuentro de Jesús con la samaritana y su posterior anuncio
a todos los habitantes de la ciudad es algo que responde a la voluntad de Dios,
ese es el “alimento” de Jesús.
La conclusión está puesta en boca de los habitantes de la
ciudad: “ya no creemos por tus palabras;
nosotros mismos hemos oído y conocemos que este es verdaderamente el Salvador
del mundo” (v.42). La confesión de fe cristológica llega a su culmen, e
incluso ya no se trata de Israel sino del “mundo” (término muy denso en el
Evangelio de Juan); nosotros sabíamos que “la salvación viene de los judíos”
(4,22) pero es salvación para todo “el mundo”. La clave está en el verbo “creer”,
de enorme importancia en Juan. “Escuchar” es el primer paso para luego “creer”
(5,42), los samaritanos luego de haber escuchado, ahora “conocen” el don de
Dios (4,10), ahora “conocen” lo que antes no conocían (4,22).
Foto tomada de www.quebuentema.com
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