Jesús no se desentiende de los suyos y de cómo son acogidos
Domingo decimotercero – “A”
Lectura del segundo
libro de los Reyes 4:8-11, 14-16
Resumen: el relato de
Eliseo, en medio de otras acciones del profeta, muestra a una mujer importante
acogiéndolo hospitalariamente, y la recompensa que recibirá engendrando un
hijo.
En el llamado “ciclo de
Eliseo” es frecuente encontrar milagros; ningún profeta de Israel es tan
portentoso como él en este aspecto.
La hospitalidad – tema importantísimo
en el ambiente del desierto – de la mujer (y su marido; es de notar que es ella
y no él quien ocupa un lugar preponderante en el relato) no se limita a
acogerlo cuando “pasa” sino incluso a edificarle una habitación. La causa es
porque se trata de “un santo hombre de Dios” (îsh ’elohîm qadôsh), la
mujer es calificada de “gran mujer” (’ishah gedôláh) y en el
relato es ella quién lleva la iniciativa, toma las decisiones y actúa en
consecuencia.
No era bueno, en aquel
tiempo, quedar como desagradecido, y así quiere obrar Eliseo manifestando su
gratitud por haber sido “recibido como profeta” (el tema, al que alude el texto
del Evangelio, es el que motiva su incorporación en este día). Guejazí, el
criado de Eliseo (que es importante en este capítulo pero actúa de modo
negativo en el próximo), que actúa como intermediario en estas unidades, lo pone
al tanto de la situación: la mujer no tiene hijos y su marido es anciano.
También es interesante notar que no se hace referencia al topos habitual
de la “esterilidad” de la mujer (de hecho, el anuncio de que tendrá un hijo no
es motivo de júbilo sino de serena incredulidad). Es de señalar que el relato
es más extenso y complejo (vv.8-37): en un primer diálogo (por intermedio de
Guejazí) Eliseo le ofrece interceder ante el rey o el ejército (lo que revela
el status importante del profeta), lo que la mujer declina. El anuncio de un
nacimiento se concreta, y el niño nace. Pero enferma y muere (siempre
centralizado en la mujer, el marido es más bien “actor de reparto”) por lo que
la sunamita va a buscar a Eliseo reclamándole que “no pidió” un hijo, lo cual
motiva a Eliseo a devolverle la vida. Esta revivificación del niño es lo
central del relato (y paralelo a Elías, 1 Re 17,17-24), pero está omitido en el
texto litúrgico solo centrado en “el que recibe a un profeta” y su recompensa.
Lectura de la carta de
san Pablo a los Romanos 6:3-4, 8-11
Resumen: estar sumergidos en Cristo nos hace morir al pasado, morir a la
muerte para introducirnos en una vida nueva, un morir al pecado para vivir en
la vida de Cristo.
Luego de una importante
unidad (1,16-5,11) en la que Pablo quiere destacar a los romanos que aunque “todos
pecaron” Dios no descargó sobre ellos su merecida cólera sino que lo hizo con “justicia”
(= misericordia) dedica el resto de la unidad teórica a mostrar las
consecuencias de esta justicia en los creyentes (5,12-8,39). La lectura de la
semana pasada había mostrado que “todos” somos libres del pecado porque “donde
abundó el pecado sobreabundó la gracia” (5,20), ahora (cap. 6) quiere mostrar
que somos a su vez “libres de la muerte”.
Una serie de elementos
propios de la carta dan comienzo a la unidad: “¿qué diremos?” (3,5; 4,1; 6,1;
8,31; 9,14.30) frase (frecuentemente, como aquí, una síntesis de lo hasta ahora
señalado que espera una respuesta negativa: “¡de ningún modo!” (v.1). Esto se
sintetiza con “¿es que ignoran?” (6,3; 7,1) que también supone una respuesta
negativa: ciertamente no lo ignoran. La reflexión incluye un potencial (pues si…,
ei gàr, también habitual [13 veces] en la carta).
El texto litúrgico
luego de la presentación temática (vv.3-4) omite el “pues, si…” para continuar
en “y si...” (v.8) destacando la consecuencia en la comunidad del hecho.
El castellano no
permite descubrir fácilmente el juego visual de Pablo: los que fuimos
bautizados (= sumergidos) en Cristo Jesús” fuimos sumergidos (= bautizados) en
su muerte [es sabido que “bautizar” significa en castellano “sumergir”]. La
dinámica muerte-sepultura-resurrección de Cristo nos integra a quienes nos
hemos bautizado en Cristo. La imagen de la persona que desaparece de la vista
al sumergirse en el agua para el bautismo, y que en ese hecho “muera” el hombre
viejo (v.6) permite que al emerger, levantarse (= resucitar) una vida nueva.
Breve nota sobre el “hombre
nuevo”. Pablo no habla del “hombre nuevo”, pero sí contrasta el “hombre viejo”
con “una vida nueva”. Los discípulos de Pablo, que escribieron Colosenses y
Efesios, sí hablan de “hombre nuevo”, pero de “un solo hombre nuevo”, Cristo
(Ef 2,15). Estando “en él”, revestidos de él (por el bautismo; Col 3,10; Ef
4,24) se alcanza justicia, santidad y verdad. La imagen de “ser hombres nuevos”
es posterior al ambiente bíblico.
Sin embargo, Pablo tiene
claro que aunque hayamos muerto al pecado, eso no significa que poseamos un
estado definitivo. De allí que señala que “los que hemos muerto con Cristo [el
tiempo griego está en aoristo, lo que indica un momento puntual: nuestro
bautismo], creemos que también viviremos [futuro] con Él” (v.8). Esa vida es la
responsabilidad del creyente.
“Si hemos muerto con
Cristo”, Él murió “de una vez para siempre, de allí el poder de la resurrección
que aniquila el “señorío” de la muerte. El juego de palabras y de sentidos es
suficientemente claro:
Asi, él murió
al pecado murió para siempre
pero él vive, vive para Dios (v.10)
Es interesante por un
lado el doble “él” “murió” (apéthanen, indicativo aoristo) y el doble “él”
“vive” (zê, indicativo aoristo). El primero dice relación “al” (dativo)
pecado, muerte para siempre, el segundo dice relación “al” (dativo) Dios.
Una nota sobre “su
muerte fue morir al pecado”. Los escritores bíblicos son unánimes en negar
pecado en Cristo (Jn 9,16.31; Heb 4,15; 1 Pe 2,22; 1 Jn 3,5), ¿cómo se debe
entender esto, entonces? “Dios lo hizo pecado” (2 Cor 5,21), “envió a su propio
Hijo de modo semejante a la carne del pecado y con respecto al pecado condenó
el pecado en la carne” (Rom 8,3). Al asumir solidariamente la humanidad
pecadora, en su muerte dio muerte al pecado. Para siempre.
La conclusión de esta
parte es evidente: “así pues ustedes” (houtôs kaì hymeîs) aludiendo,
precisamente, a esta muerte y esta vida, como la de Cristo ya que “hemos muerto
con” Él. Afirma que debemos “considerarnos:
Muertos al (dativo) pecado
Vivos a (dativo, “para”) Dios
Es precisamente todo lo
que se vive a partir del bautismo (indicativo) lo que debemos (imperativo)
vivir en consecuencia.
Es importante notar que
en Pablo “el pecado” no se trata de algo que se “comete”, no se entiende en
nuestro sentido habitual de tal o cual pecado, sino como un “poder” (= señorío)
que domina sobre la humanidad, o que ha perdido su capacidad y “autoridad”. No
figura en el horizonte paulino la idea de hacer esto o aquello que es o no
pecado, sino de vivir sometidos al poder del pecado o ser liberados (por Cristo)
de este señorío.
Y todo esto – como es
frecuente en Pablo – ha de ser “en Cristo”. “En” como una suerte de
espacio “en el que se está” alude precisamente al bautismo (sumergidos “en””) y
su consecuencia. Vivir, actuar, ser “en Cristo” es lo propio de los discípulos,
de la vida conforme el bautismo, de vivir en los tiempos definitivos y plenos.
+ Evangelio según san Mateo 10:37-42
Resumen:
una serie de dichos de Jesús sobre cómo ser discípulos y cómo comportarse con
ellos destaca la estrecha relación entre el maestro y los suyos. Dios y su
enviado no se desentienden de los discípulos, aunque estos deben caracterizarse
por una serie de notas que los ponen en estrecha relación con Jesús.
En el largo discurso a los enviados a la misión
Mateo finaliza con una serie de dichos aislados (logia) que parecen no tener
relación entre sí, aunque señala que quienes vivan de determinada manera son
discípulos mientras que no lo son quienes no lo hacen y qué ocurre con los que
reciban o no a los que lo son. Se los puede calificar de “dichos que garantizan
la fidelidad”.
+ logion de “amar más” que a la familia;
+ logion de “no tomar la cruz”;
+ logion de la vida perdida o encontrada
+ logion de ser recibidos como recepción
de Jesús
+ logion de la recepción de profetas y
justos
+ logion de dar de beber
Todos estos dichos suponen una conclusión por
lo hecho/dejado de hacer: ese tal “no es digno”, la perderá/encontrará, me
recibe, recibe recompensa…
Veamos brevemente:
1.
Un logion doble destaca que no se puede
amar más que a Jesús a padre o madre ni a hijo o hija. Quién lo hiciera “no es
digno de mí”.
- Un logion sobre tomar o no la cruz.
- Un logion antitético señala el contraste entre quien busca, que perderá y quién pierda que encontrará.
- Un logion sobre los destinatarios y su relación con Cristo: quien recibe a ustedes me recibe a mí, y ese recibe al que me ha enviado.
- Dos logia sobre recibir a otro como profeta o como justo y la condigna recompensa de profeta o justo.
- Finalmente un logion anunciando la recompensa a quien dé de beber un vaso de agua a un pequeño creyente.
Sin embargo, los tres primeros conforman una cierta unidad: “el que” aludiendo a
características (activas) que deben tener los que son seguidores de Jesús.
Estos son continuados por una triple referencia (pasiva) a “recibir”. La conclusión
refiere a los “pequeños” (mikroi), es decir a los
miembros de la comunidad de Mateo (18,10.14), los “discípulos”.
Algunas anotaciones sobre estos dichos de
Jesús:
Amar padres / madres / hijos / hijas “más que” a Jesús es algo sumamente
razonable en Israel. El amor expreso a los padres está señalado en el mismísimo
Decálogo. Jesús se pone a sí mismo por encima de la familia. Lucas utiliza el
verbo “odiar” (14,26) pero se trata de un semitismo en el sentido de “amar
menos”. Se trata de lo que nosotros llamaríamos una “escala de valores” y Jesús
se pone por encima del valor soberano de la familia.
Nota sobre la familia: en general, en los evangelios es
habitual la relativización de la familia, lo cual manifiesta un esquema
contracultural ante el valor cuasi absoluto de la familia de su tiempo. No se trata de que
Jesús no la valore, ciertamente, pero que la ubica en un lugar secundario con
respecto a los valores del Reino. Se trata de lo que se ha llamado “fidelidades
en conflicto”.
Lo que señala es que quien no valore a Jesús
por encima de todo, “no es digno” de él. La dignidad permite recibir a
los mensajeros (10,11), y recibir (o no) la paz (10,13). Se deben dar “frutos dignos
de la conversión” (3,8) como han de ser “dignos” los invitados a las bodas
(22,8). Ser dignos de Jesús es una cierta valuación (precisamente para quienes
valoran correctamente el amor primero: a Jesús).
Tomar la cruz y seguir a Jesús (van juntos) supone una identificación
con el Maestro. Asumir su proyecto con todas sus consecuencias. En este caso “tomar”
es aferrarse, agarrar (lambánô); el verbo habitual es aírô,
cargar, asir, aunque Lc 14,27 (y Jn 19,17) utiliza bastazô, en el
sentido de arrastrar, tirar; en 23,26 usa férô (cargar, llevar). “Tomar”
en este caso no hace referencia a cargarla, ni a arrastrarla sino a hacerla
propia, tomar en posesión. Se trata de asumir la cruz y seguir a Jesús.
El contraste entre encontrar y perder es
habitual (el texto se repite en 16,25). Lo usa Abraham cuando “regatea” con
Dios a fin de evitar la destrucción de la ciudad (Gén 18,28.29.30.31.32).
Encontrar algo perdido no autoriza a nadie a apropiárselo (Dt 22,3). En Lc 15
la imagen de lo perdido - encontrado alude a la misericordia de Dios (vv. 8.9.24.32);
en este caso se trata de perder / encontrar la “psyjê” (vida, alma),
donde “encontrar” ha de entenderse en el sentido de “buscar”. Sin duda se ha de
entender en el mismo sentido de lo anterior: Jesús debe estar por encima, ya no
de la familia, sino aun de la valoración de la propia “vida”. Así como era
imposible amar “más que a mí”, “no es digno de mí”, en este caso se trata de
perder la vida “por mi”; la centralidad de Jesús es la clave de interpretación
de estos logia.
Luego nos encontramos con los textos que
destacan la recepción: la unión entre Cristo y los suyos es habitual en
Mateo: Jesús está donde dos o más se reúnen “en mi nombre” (18,20), y aquel que
expresamente se había señalado como “Dios con nosotros” (1,23) afirma
que no se irá sino que “estaré con ustedes todos los días hasta el fin del
mundo” (28,20). Por otra parte, recibir a Jesús es recibir al Padre que lo ha
enviado (cf. Mc 9,37). “Recibir” es acoger a los enviados de Jesús
(10,14), como también se acoge a un niño “en mi nombre” (18,5).
De un modo excesivamente repetitivo sintetiza
la recompensa de un profeta o de un justo (3 veces cada palabra en sólo medio
versículo). La “recompensa” es término agradable a Mateo (x1 en Marcos,
x3 en Lucas y x10 en Mateo; x1 en Juan y x1 en Hechos). La recompensa puede ser
eterna (5,12) o terrena (6,1.2.5.16). “Profetas” y “justos” son una bina propia
de Mateo (10,41; 13,17; 23,29), aquí quizás paralelos.
Dar un “vaso fresco” a los pequeños es
hacerlo al mismo Jesús (“tuve sed y me dieron de beber”, 25,35) por cuanto llevan
el nombre de discípulos. Nuevamente se alude a la recompensa. Si en la primera
parte el acento estaba puesto en el compromiso y modo de ser del discípulo,
aquí se destaca la actitud de “otros” frente a ellos, y la toma de partido de
Dios, que no se desentiende de sus amigos.
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