martes, 1 de agosto de 2017

Comentario Transfiguración del Señor

Transfiguración del Señor

Eduardo de la Serna



Lectura de la profecía de Daniel     7, 9-10. 13-14


Resumen: Daniel ve en sueños una serie de imágenes terribles, pero finalmente una señala que Dios no se desentiende de su pueblo y podrá vivirse para siempre en un ambiente humano sin opresores ni violentos.

Para comprender el texto litúrgico es necesario mirar bien todo el texto del capítulo 7 hasta su final en el versículo 14, En v.15 comienza la segunda parte en la que Daniel, ante lo que ve queda preocupado y pide explicación de todo esto (7,15-28). El texto litúrgico, entonces, conforma la mirada final de las “visiones nocturnas” (= sueños) de Daniel. El texto señala – como es propio de la literatura apocalíptica que en cuanto tuvo las visiones Daniel las puso por escrito (v.1). Se refiere a cuatro bestias terribles. La imaginación intenta mostrar figuras monstruosas de destrucción con lo que a las imágenes animales (león, oso, leopardo) añade elementos que refuercen lo dramático (alas, costillas…). El acento está puesto en la cuarta bestia que es la más terrible (no tiene imagen, simplemente señala que era terrible, espantosa y muy fuerte, con dientes de hierro, que come, pisotea y tritura… “Era diferente de las bestias anteriores” (v.7). Se destaca que tiene diez cuernos (el cuerno es imagen de poder con lo que tiene pleno poder, pero no interminable; ver Ap 12,3; 13,1; 17,3.7.12.16). Y “estaba yo observando” cuando despunta un pequeño cuerno con su boca decía cosas espantosas (v.8). Sin dudas acá está el acento del presente del libro ya que a continuación se pasa a un “intervalo” donde un Anciano (sin dudas Dios) donde miles y miles lo sirven se sienta en el tribunal y se abren los libros (en la literatura apocalíptica los libros son los libros donde están escritos los nombres de los justos, se trata del “libro de la vida”). Entonces la pequeña bestia es aniquilada, las otras bestias despojadas de poder y es ahora donde surge la visión conclusiva del “hijo del hombre”. Este “hijo de hombre” viene del cielo (las bestias venían del mar, v.3) y es presentado ante el “anciano” y recibe “poder”. Las imágenes de la pureza/blanco y la insistencia en el fuego (en este caso parece imagen de purificación) parecen referir a que se purifica todo lo “bestial” que antecede (v.11: el cuerpo de la bestia –la última, que es la importante en esta parte– es arrojado al fuego).

Antes de seguir es importante una breve nota sobre la apocalíptica: la literatura apocalíptica es sumamente concreta e histórica a pesar de aparentar ser mitológica o de ensueño. Hace referencia a situaciones o grupos concretos de su tiempo pero “disfrazados” de imágenes extrañas. En un contexto de conflicto, persecución y muerte se invita a los lectores a pensar la realidad y mirarla con esperanza: Dios no se desentiende de su pueblo. La destrucción de Jerusalén (año 587 a.C.) hizo que Israel perdiera su libertad, primero en manos de los babilonios, luego de los persas, luego de los griegos ptolomeos y finalmente los griegos seléucidas (= cuatro bestias). Dentro de estos, además, Antíoco IV fue particularmente sanguinario quemando los libros de la Ley, obligando a comer alimentos impuros, prohibiendo las reuniones los sábados, profanando el templo (es la “pequeña bestia” que blasfema). Pero Dios no permanece indiferente, y ante tanta destrucción “monstruosa” finalmente enviará un pueblo “humano” (Israel, el “hijo del hombre”). Y mientras los otros monstruos destructores tienen un poder terrible, pero limitado (diez), cuando llegue el tiempo de Israel su poder “será eterno” y su reino “no será destruido”.

El contraste entre las bestias y el “hijo de hombre” (es obvio que el acento está puesto en la humanidad de este nuevo personaje) es evidente en la misma imagen. Este nuevo grupo –Israel– tendrá “poder, honor y reino” y todos los “pueblos, naciones y lenguas” lo servirán. Sin dudas el contraste es notable, no sólo entre lo terrible y brutal por un lado y lo humano por el otro, por el origen desde el mar (lugar de las fuerzas del mal, ver Ap 21,1) y desde “las nubes del cielo”, sino también en el breve tiempo que dura (que durará, porque está escrito en tiempo de persecución, y allí se fundamenta la esperanza) en contraste con el “poder eterno” y “reino no destruido” en el que Israel –como en tiempos de David– reinará y dejará que sea Dios el que reine (el anciano). 

Nota conclusiva sobre el “hijo del hombre”. El hebreo es una lengua “florida”, redundante. Un “hijo de hombre” sin dudas es sencillamente un “hombre” (así se usa, por ejemplo, con toda frecuencia en el libro de Ezequiel). Es evidente que en este caso se refiere a un “grupo humano” en contraste con las bestias, y –por lo tanto–, si las bestias eran pueblos opresores, aquí también se refiere a un pueblo, ver v.27: “el pueblo de los santos del Altísimo”. Ahora bien, con la expectativa creciente en la venida de un enviado de Dios (un/el mesías) esta figura del “hijo del hombre” empezó –siempre en la literatura apocalíptica– a tener connotaciones ya no colectivas sino personales. Es en ese sentido que será usado en tiempos de Jesús y es muy posible que él mismo lo haya utilizado (aunque, curiosamente siempre lo hace en tercera persona y en muchos casos en futuro). Así se ve por ejemplo, en el libro apócrifo de Henoc:

Allí vi al que posee el «Principio de días», cuya cabeza es blanca como lana, y con él vi a otro cuyo rostro es como de apariencia humana, mas lleno de gracia, como uno de los santos ángeles. Pregunté a uno de los santos ángeles, que iba conmigo y me mostraba todos los secretos, acerca de aquel Hijo del hombre, quién era, de dónde venía y por qué iba con el «Principio de días». Me respondió así:

—Este es el Hijo del hombre, de quien era la justicia y la justicia moraba con él. El revelará todos los tesoros de lo oculto, pues el Señor de los espíritus lo ha elegido, y es aquel cuya suerte es superior a todos eternamente por su rectitud ante el Señor de los espíritus. Este Hijo del hombre que has visto levantará a los reyes y poderosos de sus lechos y a los fuertes de sus asientos, aflojará las bridas de los poderosos y destrozará los dientes de los pecadores. Echará a los reyes de sus tronos y reinos, porque no lo exaltan ni alaban, ni dan gracias porque se les ha dado el reino. Humillará el rostro de los poderosos y los llenará de vergüenza: la tiniebla será su morada; gusanos, su lecho; y no tendrán esperanza de levantarse de él, porque no exaltan el nombre del Señor de los espíritus. Estos son los que erigen como árbitros a los astros del cielo, levantan la mano contra el Altísimo, pisotean la tierra y moran en ella mostrando iniquidad en todas sus obras. Su fuerza está en su riqueza, y su fe, en los dioses que forjaron con sus manos negando el nombre del Señor de los espíritus, persiguiendo sus casas de reunión y a los creyentes que se apegan al nombre del Señor de los espíritus. (1 Hen 46; ver también 47-49).

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro     1, 16-19

Resumen: recurriendo al nombre y autoridad de Pedro el autor quiere reforzar, remitiendo a la trasfiguración, la confianza de que Jesús finalmente volverá, como lo había anunciado.
La llamada “segunda carta de Pedro” es considerada el último libro escrito de la Biblia. Sin duda no es Pedro el autor, que había muerto hacía décadas, pero a quién se hace referencia.
El autor, que insistentemente quiere “mostrar” que es Pedro, hace referencia al testimonio de aquel en la Transfiguración: “estábamos con él”.
El acento en la carta-testamento es la referencia a la Venida, “Pedro” es “testigo” de eso. Lo cual lo pone en contraste con los falsos maestros que niegan esta venida (3,1-4).
Este testimonio confirma “la palabra de los profetas”, lámpara que brilla “hasta que despunte el día” y “aparezca el lucero”, paralelismo que alude a esta Venida cuestionada.
La referencia a la Transfiguración, en este caso, tiene simplemente un doble sentido: (1) mostrar la autoridad de Pedro, y por lo tanto la seriedad del anuncio de la Venida (recordar que –siendo un escrito muy tardío– la Venida de Jesús parece negada por la demora); (2) garantizar con los profetas Moisés y
Elías la palabra que Dios garantiza de que se cumplirá –más tarde o temprano- este anuncio.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     17, 1-9
Resumen: como realización de la Ley y los profetas Jesús en un monte, como Moisés y Elías se encuentra con ellos donde Dios anticipa la gloria definitiva de Jesús, pero a la que se llegará por la pascua.

La Transfiguración en Mateo tiene algunas características novedosas con respecto a los otros Sinópticos, particularmente respecto a Marcos del que depende. Veremos –entonces- lo que es propio de este Evangelio.

La escena anterior (16,28) había dicho que “algunos (de los presentes) no padecerán la muerte hasta que vean al hijo del hombre venir en su reino”. Los tres elegidos para la transfiguración parecen ser los “algunos” mencionados.

En primer lugar,  en seguida de afirmar que se transfiguró delante de ellos añade que “su rostro brilló como el sol” y luego continúa con los vestidos (v.2).

Pedro llama a Jesús “Señor” y no “rabbí”, título prohibido (cf, 23,8). Y el texto omite que Pedro “no sabía qué responder porque estaba atemorizado” (Mc 9,6).

Al dicho de la voz desde la nube “este es mi hijo amado” Mateo agrega “en el que me he complacido” (v.5). Ante este hecho “cayeron sobre su rostro y temieron” (el temor, como se ve no se trata aquí de miedo y desconcierto sino de temor reverencial). Jesús los toca y les dice “levántense, no teman” (v.7).

Dejando pequeños detalles que comentaremos, esto es lo propio del relato de Mateo. Veamos entonces qué quiere destacar el Evangelista con estos elementos:

El ministerio de Jesús está marcado en Mateo por un “monte”. Allí es tentado (4,8-10), desde allí pronuncia su sermón inaugural (caps. 5-7) y allí termina su ministerio despidiéndose de sus discípulos (28,16-20). Es el lugar del encuentro con Dios y donde Dios se manifiesta. En un monte Moisés recibe las tablas (Ex 31,18), en el mismo monte Elías busca a Dios en medio de su crisis (1 Re 19,1-18). 

Se transfiguró” es preferible traducirlo por “fue transfigurado” para reforzar la voz pasiva que remite a Dios como el agente: Dios lo transfiguró. 

La referencia a las “carpas” se ha pensado como alusión a que el acontecimiento habría tenido lugar en la fiesta litúrgica de las tiendas (= tabernáculos), la fiesta más importante para los judíos; pero el contexto propio del Antiguo Testamento parece invitar a pensar en la “tienda” como lugar de encuentro con Dios (Ex 25,8) del mismo modo que lo es la nube que los envuelve (cf. Ex 40,34-35; Núm 9,18; 2 Mac 2,8).

Al descender del monte Moisés tiene su rostro radiante (Ex 34,29-35), pero en este caso es reflejo de lo que ha visto; en el caso de Jesús alude a su unidad e intimidad con Dios como hijo.

Mateo invierte el orden de Marcos (donde decía “Elías y Moisés” él dice: “Moisés y Elías”) probablemente como un modo de relacionarlos con la “Ley y los Profetas”.

También Moisés en el monte se encuentra con dos personas en una nube (Ex 24,15-18; cf. Núm 9,15-23), el verbo “escúchenlo” remite, por un lado a Moisés (Dt 18,15) pero también a la oración típica de los judíos, el “Semá” (“¡Escucha… Israel!”, cf. Dt 6,4). 

Lo que acota la voz del cielo es algo que ya sabemos desde el Bautismo, que Jesús es “hijo” (3,17) algo que Pedro había reafirmado en su confesión (16,16). La mención a la “complacencia”, por otra parte, remite al siervo de Yahvé (Is 49,1; cf. Mt 12,17-21; 16,21-23). La transfiguración es anticipo de la gloria definitiva de Jesús, pero a ella llega por la pasión y muerte. Por eso Jesús no puede quedarse en las carpas que Pedro quiere levantar en su entusiasmo, hace falta esperar a la pascua para ser testigos de la resurrección (17,9; cf. 28,16-17). 

Como nuevo Moisés y nuevo Elías es a él a quien se debe escuchar.


foto tomada de youtube


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