Transfiguración del Señor
Eduardo de la Serna
Lectura de la profecía de Daniel 7, 9-10. 13-14
Resumen: Daniel ve en sueños una serie de imágenes terribles, pero finalmente una señala que Dios no se desentiende de su pueblo y podrá vivirse para siempre en un ambiente humano sin opresores ni violentos.
Resumen: Daniel ve en sueños una serie de imágenes terribles, pero finalmente una señala que Dios no se desentiende de su pueblo y podrá vivirse para siempre en un ambiente humano sin opresores ni violentos.
Para comprender el texto litúrgico es necesario mirar
bien todo el texto del capítulo 7 hasta su final en el versículo 14, En v.15
comienza la segunda parte en la que Daniel, ante lo que ve queda preocupado y
pide explicación de todo esto (7,15-28). El texto litúrgico, entonces, conforma
la mirada final de las “visiones nocturnas” (= sueños) de Daniel. El
texto señala – como es propio de la literatura apocalíptica que en cuanto tuvo
las visiones Daniel las puso por escrito (v.1). Se refiere a cuatro bestias
terribles. La imaginación intenta mostrar figuras monstruosas de destrucción
con lo que a las imágenes animales (león, oso, leopardo) añade elementos que
refuercen lo dramático (alas, costillas…). El acento está puesto en la cuarta
bestia que es la más terrible (no tiene imagen, simplemente señala que era
terrible, espantosa y muy fuerte, con dientes de hierro, que come, pisotea y
tritura… “Era diferente de las bestias anteriores” (v.7). Se destaca que tiene
diez cuernos (el cuerno es imagen de poder con lo que tiene pleno poder, pero
no interminable; ver Ap 12,3; 13,1; 17,3.7.12.16). Y “estaba yo observando”
cuando despunta un pequeño cuerno con su boca decía cosas espantosas (v.8). Sin
dudas acá está el acento del presente del libro ya que a continuación se pasa a
un “intervalo” donde un Anciano (sin dudas Dios) donde miles y miles lo sirven
se sienta en el tribunal y se abren los libros (en la literatura apocalíptica
los libros son los libros donde están escritos los nombres de los justos, se
trata del “libro de la vida”). Entonces la pequeña bestia es aniquilada, las
otras bestias despojadas de poder y es ahora donde surge la visión conclusiva
del “hijo del hombre”. Este “hijo de hombre” viene del cielo (las
bestias venían del mar, v.3) y es presentado ante el “anciano” y recibe
“poder”. Las imágenes de la pureza/blanco y la insistencia en el fuego
(en este caso parece imagen de purificación) parecen referir a que se purifica
todo lo “bestial” que antecede (v.11: el cuerpo de la bestia –la última, que es
la importante en esta parte– es arrojado al fuego).
Antes de seguir es importante una breve nota sobre la
apocalíptica: la literatura apocalíptica es sumamente concreta e histórica
a pesar de aparentar ser mitológica o de ensueño. Hace referencia a situaciones
o grupos concretos de su tiempo pero “disfrazados” de imágenes extrañas. En un
contexto de conflicto, persecución y muerte se invita a los lectores a pensar
la realidad y mirarla con esperanza: Dios no se desentiende de su pueblo. La
destrucción de Jerusalén (año 587 a.C.) hizo que Israel perdiera su libertad,
primero en manos de los babilonios, luego de los persas, luego de los griegos
ptolomeos y finalmente los griegos seléucidas (= cuatro bestias).
Dentro de estos, además, Antíoco IV fue particularmente sanguinario quemando
los libros de la Ley, obligando a comer alimentos impuros, prohibiendo las
reuniones los sábados, profanando el templo (es la “pequeña bestia” que
blasfema). Pero Dios no permanece indiferente, y ante tanta destrucción
“monstruosa” finalmente enviará un pueblo “humano” (Israel, el “hijo del
hombre”). Y mientras los otros monstruos destructores tienen un poder
terrible, pero limitado (diez), cuando llegue el tiempo de Israel su
poder “será eterno” y su reino “no será destruido”.
El contraste entre las bestias y el “hijo de hombre”
(es obvio que el acento está puesto en la humanidad de este nuevo personaje) es
evidente en la misma imagen. Este nuevo grupo –Israel– tendrá “poder, honor
y reino” y todos los “pueblos, naciones y lenguas” lo servirán. Sin
dudas el contraste es notable, no sólo entre lo terrible y brutal por un lado y
lo humano por el otro, por el origen desde el mar (lugar de las fuerzas del
mal, ver Ap 21,1) y desde “las nubes del cielo”, sino también en el
breve tiempo que dura (que durará, porque está escrito en tiempo de persecución,
y allí se fundamenta la esperanza) en contraste con el “poder eterno” y
“reino no destruido” en el que Israel –como en tiempos de David– reinará
y dejará que sea Dios el que reine (el anciano).
Nota conclusiva sobre el “hijo del hombre”. El hebreo
es una lengua “florida”, redundante. Un “hijo de hombre” sin dudas es
sencillamente un “hombre” (así se usa, por ejemplo, con toda frecuencia en el
libro de Ezequiel). Es evidente que en este caso se refiere a un “grupo humano”
en contraste con las bestias, y –por lo tanto–, si las bestias eran pueblos
opresores, aquí también se refiere a un pueblo, ver v.27: “el pueblo de los
santos del Altísimo”. Ahora bien, con la expectativa creciente en la venida
de un enviado de Dios (un/el mesías) esta figura del “hijo del hombre” empezó –siempre
en la literatura apocalíptica– a tener connotaciones ya no colectivas sino
personales. Es en ese sentido que será usado en tiempos de Jesús y es muy
posible que él mismo lo haya utilizado (aunque, curiosamente siempre lo hace en
tercera persona y en muchos casos en futuro). Así se ve por ejemplo, en el
libro apócrifo de Henoc:
Allí vi al que posee el «Principio de días», cuya cabeza
es blanca como lana, y con él vi a otro cuyo rostro es como de apariencia
humana, mas lleno de gracia, como uno de los santos ángeles. Pregunté a uno de
los santos ángeles, que iba conmigo y me mostraba todos los secretos, acerca de
aquel Hijo del hombre, quién era, de dónde venía y por qué iba con el
«Principio de días». Me respondió así:
—Este es el Hijo del hombre, de quien era la justicia y
la justicia moraba con él. El revelará todos los tesoros de lo oculto,
pues el Señor de los espíritus lo ha elegido, y es aquel cuya suerte es
superior a todos eternamente por su rectitud ante el Señor de los espíritus.
Este Hijo del hombre que has visto levantará a los reyes y poderosos de sus
lechos y a los fuertes de sus asientos, aflojará las bridas de los poderosos y
destrozará los dientes de los pecadores. Echará a los reyes de sus tronos y reinos,
porque no lo exaltan ni alaban, ni dan gracias porque se les ha dado el reino.
Humillará el rostro de los poderosos y los llenará de vergüenza: la tiniebla
será su morada; gusanos, su lecho; y no tendrán esperanza de levantarse de él,
porque no exaltan el nombre del Señor de los espíritus. Estos son los que
erigen como árbitros a los astros del cielo, levantan la mano contra el
Altísimo, pisotean la tierra y moran en ella mostrando iniquidad en todas sus
obras. Su fuerza está en su riqueza, y su fe, en los dioses que forjaron con
sus manos negando el nombre del Señor de los espíritus, persiguiendo sus casas
de reunión y a los creyentes que se apegan al nombre del Señor de los
espíritus. (1 Hen 46; ver también 47-49).
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 16-19
Resumen: recurriendo al nombre y autoridad de Pedro el autor quiere reforzar, remitiendo a la trasfiguración, la confianza de que Jesús finalmente volverá, como lo había anunciado.
Resumen: recurriendo al nombre y autoridad de Pedro el autor quiere reforzar, remitiendo a la trasfiguración, la confianza de que Jesús finalmente volverá, como lo había anunciado.
La llamada “segunda
carta de Pedro” es considerada el último libro escrito de la Biblia. Sin duda
no es Pedro el autor, que había muerto hacía décadas, pero a quién se hace
referencia.
El autor, que insistentemente
quiere “mostrar” que es Pedro, hace referencia al testimonio de aquel en la
Transfiguración: “estábamos con él”.
El acento en la
carta-testamento es la referencia a la Venida, “Pedro” es “testigo” de eso. Lo
cual lo pone en contraste con los falsos maestros que niegan esta venida
(3,1-4).
Este testimonio confirma
“la palabra de los profetas”, lámpara que brilla “hasta que despunte el día” y “aparezca
el lucero”, paralelismo que alude a esta Venida cuestionada.
La referencia a la Transfiguración,
en este caso, tiene simplemente un doble sentido: (1) mostrar la autoridad de
Pedro, y por lo tanto la seriedad del anuncio de la Venida (recordar que –siendo
un escrito muy tardío– la Venida de Jesús parece negada por la demora); (2)
garantizar con los profetas Moisés y
Elías la palabra que Dios garantiza de que se cumplirá –más tarde o temprano- este anuncio.
Elías la palabra que Dios garantiza de que se cumplirá –más tarde o temprano- este anuncio.
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 1-9
Resumen: como realización de la Ley y los profetas Jesús
en un monte, como Moisés y Elías se encuentra con ellos donde Dios anticipa la
gloria definitiva de Jesús, pero a la que se llegará por la pascua.
La Transfiguración en Mateo tiene algunas características novedosas con respecto a los otros Sinópticos, particularmente respecto a Marcos del que depende. Veremos –entonces- lo que es propio de este Evangelio.
La escena anterior (16,28) había dicho que “algunos (de
los presentes) no padecerán la muerte hasta que vean al hijo del hombre venir
en su reino”. Los tres elegidos para la transfiguración parecen ser los
“algunos” mencionados.
En primer lugar, en seguida de afirmar que se
transfiguró delante de ellos añade que “su rostro brilló como el sol” y luego
continúa con los vestidos (v.2).
Pedro llama a Jesús “Señor” y no “rabbí”, título
prohibido (cf, 23,8). Y el texto omite que Pedro “no sabía qué responder porque
estaba atemorizado” (Mc 9,6).
Al dicho de la voz desde la nube “este es mi hijo amado”
Mateo agrega “en el que me he complacido” (v.5). Ante este hecho “cayeron
sobre su rostro y temieron” (el temor, como se ve no se trata aquí de miedo
y desconcierto sino de temor reverencial). Jesús los toca y les dice “levántense,
no teman” (v.7).
Dejando pequeños detalles que comentaremos, esto es lo
propio del relato de Mateo. Veamos entonces qué quiere destacar el Evangelista
con estos elementos:
El ministerio de Jesús está marcado en Mateo por un “monte”.
Allí es tentado (4,8-10), desde allí pronuncia su sermón inaugural (caps. 5-7)
y allí termina su ministerio despidiéndose de sus discípulos (28,16-20). Es el
lugar del encuentro con Dios y donde Dios se manifiesta. En un monte Moisés
recibe las tablas (Ex 31,18), en el mismo monte Elías busca a Dios en medio de
su crisis (1 Re 19,1-18).
“Se transfiguró” es preferible traducirlo por “fue
transfigurado” para reforzar la voz pasiva que remite a Dios como el
agente: Dios lo transfiguró.
La referencia a las “carpas” se ha pensado como alusión a
que el acontecimiento habría tenido lugar en la fiesta litúrgica de las tiendas
(= tabernáculos), la fiesta más importante para los judíos; pero el contexto
propio del Antiguo Testamento parece invitar a pensar en la “tienda” como lugar
de encuentro con Dios (Ex 25,8) del mismo modo que lo es la nube que los
envuelve (cf. Ex 40,34-35; Núm 9,18; 2 Mac 2,8).
Al descender del monte Moisés tiene su rostro radiante
(Ex 34,29-35), pero en este caso es reflejo de lo que ha visto; en el caso de
Jesús alude a su unidad e intimidad con Dios como hijo.
Mateo invierte el orden de Marcos (donde decía “Elías y
Moisés” él dice: “Moisés y Elías”) probablemente como un modo de relacionarlos
con la “Ley y los Profetas”.
También Moisés en el monte se encuentra con dos personas en
una nube (Ex 24,15-18; cf. Núm 9,15-23), el verbo “escúchenlo” remite,
por un lado a Moisés (Dt 18,15) pero también a la oración típica de los judíos,
el “Semá” (“¡Escucha… Israel!”, cf. Dt 6,4).
Lo que acota la voz del cielo es algo que ya sabemos
desde el Bautismo, que Jesús es “hijo” (3,17) algo que Pedro había
reafirmado en su confesión (16,16). La mención a la “complacencia”, por
otra parte, remite al siervo de Yahvé (Is 49,1; cf. Mt 12,17-21; 16,21-23). La
transfiguración es anticipo de la gloria definitiva de Jesús, pero a ella llega
por la pasión y muerte. Por eso Jesús no puede quedarse en las carpas que Pedro
quiere levantar en su entusiasmo, hace falta esperar a la pascua para ser
testigos de la resurrección (17,9; cf. 28,16-17).
Como nuevo Moisés y nuevo Elías es a él a quien se debe
escuchar.
foto tomada de youtube
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