Comunión, obediencia, rebeldía
Eduardo de la Serna
Una mirada distraída, y acaso
superficial, cuando no desinformada o “de afuera”, hace ver a los curas opp
como críticos, o como casi salidos de “la Iglesia”. Más de una vez hemos
hablado, escrito o reflexionado sobre el tema. Acá solo pretendo dar un paso
más.
Son hasta simpáticas algunas
preguntas de amigos o incluso de adversarios: “¿los obispos no les dicen nada?”, “¿qué hacés todavía en la Iglesia?”, o hasta como me dijo en broma una
amiga: “fundá tu propia Iglesia y yo te
acompaño…” A modo de analogía me permito un paralelo que puede ser
ilustrativo. En los momentos críticos es frecuente la pregunta a Dios: “¿dónde estás?”; interpelación que es
diametralmente opuesta a la pregunta “¿dónde
está?”. Y digo “diametralmente opuesta” porque una se dirige a Dios, la
otra lo niega, una es dicha desde “adentro” y la otra desde “afuera” (dentro o
fuera de la fe, en este caso).
El fuera o dentro de la Iglesia
no puede mirarse (lamentablemente la mayoría de los medios periodísticos así lo
hace, quizás con pereza mental de no tratar de entrar un poco en el “objeto”
que comenta) como una suerte de club o de milicia cuya pertenencia o no está
dada por el pago de la cuota o la obediencia vertical de la superioridad. Una
vez más es necesario señalar que “el dueño / jefe de la Iglesia no es el obispo
/ Papa sino el Espíritu Santo”, o Cristo-cabeza, al decir de Agustín, o el Dios
Trinidad, “verdadera y perfecta comunidad”. Quien no crea esto ciertamente mira
desde fuera (aunque fuera obispo, quiero aclarar). Bien podemos señalar que
antes que “vertical” la Iglesia es “circular” y en ese sentido es absolutamente
sensata la idea de Leonardo Boff de que las Comunidades Eclesiales de Base “reinventan la Iglesia”. Convengamos que,
a lo largo de la historia, por decenas de motivaciones, sensatas unas, erróneas
otras, la verticalidad pareció una característica de la Iglesia católica
romana. Pero la gran característica en la Iglesia no ha de ser la “obediencia”
sino la “comunión”. De comunidad se
trata la Iglesia si quiere serlo.
Desde los orígenes, por ejemplo,
San Pablo utilizó – quizás tomando la imagen de los filósofos estoicos – la
metáfora del cuerpo. La característica, dice él, es que cada miembro tiene un
servicio que prestar al cuerpo, no que sean todos iguales, porque “si todo el cuerpo fuera” un mismo
miembro no habría oído, o boca, o… (1 Cor 12,17). La comunión pone a todos los
miembros en función del cuerpo, pero sin dejar de ser cada uno lo que debiera.
La teología de la Santísima Trinidad (recuperada teológicamente para la Iglesia
romana con el Concilio Vaticano II) destaca que la unidad divina en nada anula
lo propio de cada una de las personas y el Padre, el Hijo y el Espíritu tienen
sus “propios” que los caracterizan, hasta
el punto que algunos Padres de la Iglesia dirán que el Espíritu Santo no “redime” por cuanto no se ha encarnado
(San Agustín, de agone christ. 22-24)
partiendo del clásico dicho patrístico de que “lo que no es asumido, no es
redimido” (san Gregorio nacianceno, Epístola 101). Valga esta presentación
para señalar que la “uniformidad” no es lo que conviene a una comunidad.
Por cierto, que la no uniformidad
no garantiza la comunión / comunidad; hace falta un criterio de unidad para que
esta sea “común” (común-unidad). Y este criterio es el Evangelio, el proyecto /
sueño / utopía de Jesús (= el reino de Dios). Un evangelio que, al decir del
mismo Jesús, vino para anunciarse a los pobres (Lc 4,18; Mt 11,5).
Acá radica otro problema para
ciertas “almas simples”. Los curas
son para todos, dicen; debe haber universalismo y demás cosas. Sin duda es
cierto; es cierto, pero… La universalidad no puede ni debe ser una suerte de
pretender “quedar bien con Dios y con el
diablo”, obviamente. La universalidad, al estilo de Jesús, comienza con su
actitud de “pararse en un lugar” al
que todos son invitados. Jesús se para del lado de los pobres e invita a todos
a sumarse a la mesa; pero hay quienes se niegan a reconocerlos como hermanos,
no quieren compartir sus bienes con los pobres, o no aceptan sentarse a la mesa
con “publicanos y pecadores”. Los
pobres son el lugar que garantiza la universalidad; allí todos son invitados,
aunque no todos acepten participar. Una supuesta eclesialidad que se para en el
lugar del poder o del dinero ha perdido de raíz la universalidad que proclama.
No hay lugar para los pobres en la mesa de los ricos.
Ese es y queremos que sea nuestro
“lugar” como curas. El disenso, y
hasta el conflicto a veces, es propio de la Iglesia. Una mirada a la historia
lo señala con frecuencia y hasta con naturalidad.
Una última nota a estos elementos
sueltos: la profecía es otro elemento
“propio” de la Iglesia. Es característico de Lucas en su
Evangelio presentar a Jesús como profeta, y luego, en su segunda obra, los Hechos
de los Apóstoles, destacar desde el comienzo que la Iglesia es profética (Hch 2,17). También Pablo se presenta
como tal (Gal 1,15), y los Padres de la Iglesia lo señalan como algo propio del
bautizado, como lo reafirmará la Iglesia en su tradición y su liturgia en el
momento de la unción bautismal. Uno de los elementos característicos del
profetismo es el envío del espíritu para que el “llamado” pueda desempeñar su
misión. La tarea es difícil, y la suerte de los profetas no fue grata en su
inmensa mayoría de las veces, pero lo que señala la Escritura es que lo que
cuenta es el encargo divino y los destinatarios, no el mediador (“no digas”, Jer 1,7). Algo semejante se plantea Pablo al
destacar “Ay de mi si no evangelizo”
(1 Cor 9,16).
Evangelizar se trata de “anunciar buenas noticias”, y la Buena noticia para el ciego es que
podrá ver, para el leproso que será limpiado, y para el pobre es que dejará de
serlo. Otra “buena noticia” no es tal, es ilusoria y corre el riesgo de ser “opio del pueblo”. Pero, precisamente los
que no aceptan sentarse en la mesa de los pobres, los que no aceptan
reconocerlos como hermanos son los que amenazan la vida de los profetas (“¿a qué profeta no mataron sus padres?”, Hch 7,52), o – en nuestro caso
– los que quisieran ver fuera la Iglesia a los curas opp. ¡De fidelidad al
Evangelio, y no al aplauso, se trata!
Dibujo tomado de Hermanos Maristas
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