Dios no es indiferente a nuestra historia
DOMINGO
VIGESIMONOVENO - "A"
Eduardo de
la Serna
Resumen: la elite de Israel se encuentra cautiva en Babilonia, y Dios suscitará a un rey extranjero, Ciro, el persa, para que será su instrumento en favor de la liberación de sus “elegidos”.
No
es evidente el motivo de la elección de esta perícopa para la liturgia del día,
siendo que la primera lectura suele estar relacionada con el Evangelio. Pero
veamos el texto:
El
texto está relacionado con el versículo anterior (44,28) donde le dice a
“Ciro…tú eres mi pastor”; en forma invertida se dirige a “mi ungido… Ciro”
(45,1). El texto se asemeja a muchos textos orientales (e incluso bíblicos)
donde la divinidad reviste como rey a alguien (ver Sal 2,7-9; 89,4-5.20-22;
110). Sin embargo, es de notar que el texto no se dirige a Ciro sino a los
judíos, que son quienes lo escucharán. Y por tanto les sirve de palabra de
salvación.
“Ungido” más tarde se cargará de sentido
entendido como “Mesías” [“mesías” quiere decir propiamente “ungido”, pero con
el tiempo, tardíamente, se fue cargando de sentido en cuanto a expectativas
futuras de Israel, sea en la esperanza de un “Mesías” político, sacerdotal,
profético… Pero en los inicios, se alude simplemente a alguien que es “ungido”,
es decir marcado con el rito celebrativo de elección. Se “unge” a todos los
reyes, al sumo sacerdote (Lev 4,3), algunos profetas (1 Re 19,16; Is 61,1) y
hasta – retrospectivamente – a los patriarcas (Sal 105,15). Precisamente porque
estos son ungidos, la esperanza futura estará puesta en algún ungido/mesías];
en este sentido, “ungido” no es diferente de “pastor”.
Después
del reconocimiento del personaje, se destaca que Yahvé (no Ahura Mazda, la
divinidad principal entre los persas) es quien ha puesto los reyes desarmados
(“des-ceñir los cintos” implica desarmarlos) y sometidas las naciones. A
continuación (omitido por el texto litúrgico) se alude a la victoria de Ciro en
sus campañas militares; el lenguaje es estereotipado (asedio, destrucción de
ciudades, toma de botines de guerra…), no habla de casos concretos. Yahvé es
quien conduce la mano de Ciro, por lo que lo toma de instrumento en favor de su
proyecto liberador de Israel (en v.3 recalca que es “el Dios de Israel”). El
objetivo de la intervención divina es “a causa de mi siervo Jacob” (v.4), “mi
siervo”, “mi elegido”. Pero a todos nos queda claro que Ciro “no conoce” a Yahvé.
El texto, para Israel, es ciertamente un mensaje de esperanza, y el acento está
puesto en que “yo mismo” (= Yahvé) es quien lo hace: vv.2.3.5.6.7 (y sigue más
adelante…). El esquema conclusivo de los vv.5-6 reafirma la centralidad de
Yahvé:
A.- Yo soy Yahvé, no hay otro
B.- fuera de mí no hay Dios,
C.- Te ciño aunque no me conociste,
B’.- no hay nadie fuera de mí
A’.- yo soy Yahvé y no hay otro
Yahvé
es quien arma (“ciñe”) a Ciro (contrapuesto a “desceñir”, desarmar a los
reyes), y todo esto “para que se sepa desde el sol levante hasta el poniente” (v.6). El
reconocimiento universal de Yahvé es el objetivo de su obrar en favor de su
“elegido / siervo” Israel.
Lectura de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Tesalónica 1, 1-5b
Resumen: siguiendo el esquema que luego será característico de los comienzos de sus cartas, en la primera carta que escribe, Pablo saluda a la comunidad e introduce los temas que luego presentará.
La
carta a los Tesalonicenses es el primer escrito de todo el nuevo Testamento.
Pablo les dirige una carta que sigue el esquema habitual en todas las
epístolas. Luego de presentar el remitente (en este caso, junto con Pablo se encuentran Silvano – compañero de la primera etapa de la predicación europea y
Timoteo, que será compañero en todo
momento del ministerio paulino) señala los destinatarios: “la Iglesia de los Tesalonicenses”. Pablo escribirá “en Dios Padre y en el Señor Jesús Cristo”
(v.1). Es interesante que Pablo no alude a ningún adjetivo que lo identifique,
como hará en otras cartas (“siervo y apóstol”, Rom 1,1; “llamado a ser
apóstol”, 1 Cor 1,1; “apóstol”, 2 Cor 1,1; Gal 1,1; “siervo de Cristo”, Fil
1,1; “prisionero de Cristo”, Flm 1).
Como también hace en todas las cartas,
Pablo les entrega “gracia y paz” (jaris kaì eirênê).
La
“gracia” (jaris) es una palabra del lenguaje habitual que Pablo ha
teologizado. Una persona que ha “hallado gracia” ante otra significa que le ha
agradado; “causar gracia” es ser grato. Es un término emparentado con la
alegría (y en griego son términos semejantes: járis y jáirê). Comunicar
la alegría es el modo habitual de saludo en el mundo griego (cf. Mt 26,49;
27,29; Lc 1,28; Jn 19,3; Sgo 1,1). La “paz” (eirênê) constituye el habitual saludo judío (shalom). La paz es un estado general de plenitud que se origina en
Dios mismo (de hecho, en otras cartas se señala “gracia y paz de parte de Dios”, cf. Rom 1,7; 1 Cor 1,3, 2 Cor 1,2;
Gal 1,3; Fil 1,2; Flm 3). Es interesante que de un modo ecuménico Pablo
incorpora en todas sus cartas un saludo de origen griego con un saludo de
origen judío.
En
todas las cartas de Pablo, con excepción de Gálatas, con quienes él está
sumamente enojado, a continuación del doble saludo encontramos una “acción de gracias” (eujaristoumen) por diferentes situaciones que se dan en el seno de
la comunidad y que introducen los temas que se desarrollarán en la carta. En
este caso, la acción de gracias es extensa (vv.2-10) y los temas son variados:
alude a la fe, el amor y la esperanza; al paso evangelizador de Pablo por Tesalónica;
a las tribulaciones que tanto él como ellos han padecido y padecen y, finalmente
– como será tema característico de la carta, a la “venida” de Jesús.
El
texto litúrgico presenta, luego del saludo, la primera parte de esta acción de
gracias que continuará la semana próxima. En este comienza señalando que los
recuerda en las “oraciones” (proseujê) como hace habitualmente (ver Rom
1,10; Fil 4,6; Flm 4). Luego alude a la “fe”
y el “amor” que, si en un primer
momento fueron una preocupación para Pablo, ya no lo son al tener buenas noticias
de que los tesalonicenses han sabido mantenerlas (1 Tes 3,2-3.6). Pablo había
debido dejar abruptamente la ciudad y no había podido profundizar su evangelización
por lo que estaba preocupado por el estado de las mismas. Las noticias
recibidas lo llenan de alegría y puede dar gracias a Dios por ellas. La
esperanza, en cambio puede ser un problema si no comprenden (“como los que no tienen esperanza”, 4,14)
el sentido que tiene la venida de Jesús y nuestro encuentro con él.
La
elección de los destinatarios viene manifestada en la predicación del Evangelio
y su aceptación y en su asimilación en la vida (la importancia que dará la
carta a las tribulaciones de Pablo y de los tesalonicenses será importante en
la carta: 1,6; 2,2; 3,4).
Esta
aceptación del Evangelio Pablo la atribuye al poder del Espíritu Santo. Los
mismos destinatarios de la carta son don del Espíritu santo (4,8). De eso
tratará el resto de la epístola.
Resumen: dos grupos muy distintos – uno religioso y otro político – intentan ponerle una trampa a Jesús con una pregunta sobre el impuesto. Jesús confronta con la idolatría del Emperador que está en las antípodas del reinado de Dios que Jesús predica.
El texto del Evangelio se
encuentra también en Marcos, de donde Mateo lo toma conservándolo con muy
pequeñas modificaciones.
En primer lugar se acentúa
el intento de los fariseos (como es propio de Mateo) de atrapar a Jesús en algo
que dijera (v.15) para lo cual envían “discípulos”. Estos son “enviados” con
herodianos para que la trampa sea eficaz. Los fariseos eran el grupo más
religioso de Israel, celosos cumplidores de la ley, sin dudas no veían con buenos
ojos la presencia romana en la tierra santa de Israel. Los herodianos, en
cambio, gente cercana (o cliente) de Herodes (Antipas) obviamente deben su
poder a Roma y nada harán que perjudique este favor. Por tanto un grupo
religioso, crítico de Roma, y un grupo político amigo de Roma se conjugan en la
pregunta tramposa que le formulan a Jesús sobre el impuesto al Emperador.
La primera parte, donde
Jesús parece alabado por los “enviados” (apostéllousin)
no se trata sino de un intento de conquistar la atención favorablemente (captatio
benevolentiae) antes
de descargar la pregunta que importa. Ciertamente, si Jesús respondiera afirmando la licitud de
dar (didômi) el impuesto, los
fariseos podrían mostrar al “maestro Jesús” como contrario al pueblo y
favorable al Imperio, consiguiendo su descrédito; si respondiera negativamente,
los herodianos podrían presentar el tema al procurador mostrando en él a uno
que subvierte el orden romano. Respondiera lo que respondiera, la trampa estaba
tendida.
Por eso Jesús los llamará “hipócritas”, término predilecto de Mateo
(x13, mientras x1 en Mc y x3 en Lucas [y una vez – en este texto paralelo – el
verbo “actuar de modo hipócrita”: Lc 20,20] y solo aquí en el NT). El término
alude a disimular, representar. Es posible que provenga del ambiente del
teatro, y hasta se ha propuesto que Jesús lo conoce de allí. Pero lo cierto es
que en Mateo alude a la actitud exterior que manifiestan los fariseos, que –
como se dijo con frecuencia – es tema propio de Mateo y su comunidad en Antioquía de fines de
s.I.
Mateo refuerza que Jesús les
pide que le muestren “la moneda del impuesto”, resaltando así que ellos lo
pagan y la trampa es evidente.
La contra-pregunta de Jesús
es la clave para entender el sentido de su respuesta. ¿De quién es la “imagen”
(eikôn) y la inscripción (epígrafe)?
Una imagen es algo
terminantemente prohibido en Israel (Dt 4,16) ya que es expresión visible de la
idolatría (2 Re 11,18; 2 Cr 33,7; Os 13,2; Is 40,19-20; Ez 7,20; 16,17 y
particularmente importante en Dn 3 y en Apocalipsis). Pero esta referencia a la
idolatría se ve reforzada por la “inscripción” ya que allí se reafirma [ver la
inscripción en la foto del denario] que el Emperador es “pontífice máximo” y es
“divino”. La hipocresía queda reforzada: en el templo de Jerusalén hay una
imagen, el Emperador ha sido divinizado, cosa que queda confirmada por la
inscripción. La contra-pregunta de Jesús llevó a los adversarios a un nuevo
terreno. La imagen y la inscripción pertenecen “al César”.
Ante esto, Jesús da un paso
más en la respuesta: “devuelvan (apodídômi)
al César lo del César y a Dios lo de Dios”. Ya no se trata de “dar” el
impuesto, sino de “devolver”. Si algo pertenece al César, le ha de ser
devuelto; pero si algo pertenece a Dios también le ha de ser devuelto. Y el
césar, al divinizarse, al reconocerse como pontífice y divino, al tener una
“imagen”, le está quitando a Dios lo que es de Dios. Y le ha de ser devuelto.
La predicación del Reino por
parte de Jesús se manifiesta nuevamente en este texto, y de un modo evidente.
Dios quiere reinar en medio de su pueblo, pero la autoridad del emperador, (¡y
vaya si estaba divinizada en tiempos de Jesús y del cristianismo primitivo!) le
robaba a Dios lo que es de Dios. Y le debe ser devuelto.
La trampa no dio resultado;
la respuesta de Jesús fue absolutamente coherente con su predicación del Reino,
aunque es muy probable que los herodianos no se hayan ido contentos por la
respuesta. Sin embargo, Mateo concluye afirmando que “se admiraron” y se
fueron. Esta admiración (thaumasía)
es frecuente en Mateo ante Jesús y es frecuente ante los signos del reino que
Jesús da en medio de los suyos (8,27; 9,33; 15,31; cf. 21,20; 27,14).
Foto tomada de www.ocesaronada.net
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