Carta
abierta a los funcionarios oficialistas que se dicen cristianos:
Sr. y Sra. funcionarix (ministrx,
secretarix, diputadx, senador/a)
Me dirijo a usted atento a su
pública profesión de fe cristiana (católica o no). Sabrá usted bien que “ser”
cristiano no es lo mismo que “proclamarse” tal. Ya lo decía Jesús – que de esto
de ser o no de su grupo parece saber bastante – que: “No todo el que me
diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial” (Mt
7:21). De vivir coherentemente con la propuesta de Jesús se trata, no de “hablar”.
Aquello de “res, non verba”, para
decirlo en latín.
No se
trata de “lo que decimos ser” sino de cómo vivimos. El genocida Jorge Rafael
Videla decía ser cristiano, e incluso participaba de los sacramentos, y recitaba
el Credo. El mismo que solemos proclamar periódicamente. Pero nuestra fe no era
la misma. No creo en un Dios que reclame sangre, que quiera muertos en el altar
de la patria. Debo decir que soy ateo de ese Dios.
Usted
sabrá bien que Marx afirmaba que “la religión es opio del pueblo”, y luego de
él lo repitieron, con menos hondura, debo decirlo, otros muchos. Ciertamente no
estoy de acuerdo con el dicho si lo entendemos como una suerte de “dogma”, pero
sí podemos reconocer que la religión puede ser opio del pueblo, y muchas veces
lo ha sido (y es). Si la voluntad de Dios, esa a la que Jesús nos convoca, es
dejarlo “reinar” entre nosotros (por eso de lo que él ha llamado “reinado de
Dios”) es sabido que Dios “reina” allí donde se vive “el derecho y la justicia”.
Es que de ese modo, todos podemos ser y vivir como hermanxs.
El
gobierno al que ustedes pertenecen ha hecho todo lo contrario; ha puesto en
práctica aquello de “hijos y entenados”. Hijos son aquellos para los que
ustedes gobiernan, y entenados son aquellos – la inmensa mayoría, debemos
reconocerlo – que quedan fuera, sobrantes, excluidos, desechables. Heridos al
borde del camino, como grafica Jesús en una parábola. Con la mentirosa excusa
de la “pesada herencia” siguen golpeando impunemente los bolsillos, la salud,
las esperanzas y alegrías de la mayoría. El ejemplo de los jubilados, que no el
único, es un buen gráfico de su insensibilidad ante el dolor.
La
voluntad del Padre de Jesús y “Padre Nuestro” es que todos tengan “el pan
nuestro de cada día”, algo que falta cada vez más en las mesas, mientras en
otras pocas rebalsan el sushi y el champán.
Usted se
proclama cristianx. Incluso es probable que haya jurado “sobre los Santos
Evangelios” y exclamado “que Dios se lo demande” si así no lo hiciere. El
Evangelio no es un libro de dogmas, sino una Buena Noticia” que pretende
dirigirse especialmente a quienes desde el dolor están habituados a malas
noticias: los ciegos verán, los leprosos serán limpiados, y los pobres tendrán
la alegría de ver que su situación cambia. Y esto, no por un mágico derrame, o
una supuesta mano invisible, sino porque los que se reconocen sus hermanxs
comparten con ellos “el pan”.
San Juan
de la Cruz, uno de los más importantes místicos de la historia de la Iglesia
católica romana decía que “en la tarde, seremos juzgados en el amor”. Lutero,
justamente escandalizado por el abuso con las indulgencias, se preguntaba dónde
había quedado aquello que había dicho san Lorenzo de que “los tesoros de la
Iglesia son los pobres”. Res, non verba. De eso se trata.
No
recuerdo en mi memoria un gobierno democrático más anticristiano que este. Y
podría señalar decenas de cosas (muchas las señaló sabiamente Eugenio Zaffaroni
en su carta al Secretario Avruj). El test que nos propone Jesús – ya lo sabrán,
y lo hemos citado decenas de veces – es nuestro obrar frente al pobre – por lo
cual es evidente que ustedes han quedado reprobados en la materia, aunque griten
– como lo hizo ayer el jefe de bancada, aludiendo a la “pesada herencia” y mintiendo
descaradamente. Aquí, entonces, la razón de mi carta: ustedes se proclaman
cristianxs, y no se me ocurren más que dos posibilidades sencillas. O empiezan
a buscar realizar la voluntad de Dios, para la cual el pobre ha de estar en el
centro, o abjuran de la fe que dicen profesar y – por lo menos – nos alivian a
los que nos proclamamos cristianos, tener que explicar una y mil veces que
cristiano no es el que dice serlo sino aquel/lla que su vida da testimonio de
serlo.
“Otórganos,
Señor, la sinceridad de descubrir la inconsecuencia de nuestro cristianismo: de
predicar el amor y quedarnos dormidos. Si no queremos vivir como cristianos,
que al menos tengamos la sinceridad de dejar de llevar tu nombre” (Luis
Espinal, mártir en Bolivia, 1980).
Ese
pequeño cambio, en el obrar o en el decir podría ser un buen regalo de Navidad
para muchas y muchos, en especial para quienes en estas fiestas no tendrán
motivos para brindar más que el hecho de saber que Dios sí está
incondicionalmente de su lado.
Pbro. Eduardo de la
Serna
Cura opp
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