Discípulos y
discípulas de Jesús.
Aportes el Nuevo
Testamento
Eduardo de la Serna
Nadie niega que Jesús eligió
discípulos que lo acompañaron en su ministerio y lo sucedieron luego de la
Pascua. Es interesante notar que el término discípulo (hebr. talmîd, gr. mathêtês) no se encuentra en los escritos bíblicos
veterotestamentarios, tanto en la Biblia hebrea como en los LXX; y en el NT sólo se encuentra en los Evangelios y Hechos de los Apóstoles. El exclusivo
uso en 1 Cr 25,8 refiere a “maestros y aprendices” de instrumentos musicales, y
talmîd no es traducido al griego por mathêtês.
El término en el s.I parece más bien
iluminar desde el helenismo el mundo neotestamentario, aunque su realidad sea
diferente. En el helenismo, el término se dirige a la “escuela”, en la que el
alumno-discípulo se forma con un maestro. Del mismo modo parece usarse en el
rabinismo post-70. El alumno se instruye, y – acabado el período formativo – se
independiza siendo él mismo rabino – maestro a su vez. No es así el caso de
Jesús que parece muy diferente.
Para empezar, la referencia a Jesús
y sus discípulos alude a Elías y Eliseo: profeta itinerante, hacedor de
milagros, activo en el Norte, que llama a un discípulo individual que deja
casa, familia y trabajo, en orden a seguirlo, servirlo y finalmente sucederlo
como profeta.
Sabemos que tanto Juan el Bautista,
como los fariseos, tenían discípulos, pero sobre el primero no tenemos casi
datos. Su predicación se dirige a “todo Israel”, y la inmensa mayoría de los
bautizados volvía a su vida cotidiana. De sus discípulos se nos dice que
ayunaban (Mc 2,18), como lo hacía su maestro (Lc 7,33 Q), que estaban con él
(Jn 1,35), y que reclaman su cuerpo cuando es ejecutado por Herodes (Mc 6,29).
Pero la característica del discipulado no la conocemos. De los fariseos (aunque
también sabemos poco del fariseísmo anterior al 70; ver Sir 51,23) sabemos que
los alumnos elegían su propio maestro (así indica Flavio Josefo, que cuenta que
“eligió” [Vida 2, 11-12] maestros).
Esto ya nos permite notar la
originalidad del discipulado de Jesús:
1.- Para comenzar, es novedoso que es Jesús
quien toma la iniciativa y llama. No
sólo en los casos específicamente “vocacionales” (Andrés, Pedro, Santiago, Juan
y Leví), sino en otros dos –aunque fallidos- que merecen una breve atención:
a) El hombre rico de Mc 10,17 no le pide
seguirlo, le pide el camino para la vida eterna. Jesús, después de presentar
una instancia superadora a los “mandamientos” (a los cuales añade “no seas
injusto”, lo que es razonable tratándose de un rico) lo invita a dar todo a los
pobres, le dice: “sígueme”.
b) El que había sido endemoniado en Gerasa, y
liberado de la Legión, le pide “estar con él” (Mc 5,18) y Jesús “no se lo
concedió”, enviándolo “a su casa” a anunciar lo que el Señor hizo por él. En
este caso, representa a los que no dejan “la casa” sino que son discípulos en
un sentido más amplio, no itinerante.
2.- Recién después que los “llamados” siguen a Jesús integrándose en su
grupo-comunidad son llamados “discípulos” (lo que encontramos en todas las
fuentes evangélicas: Mc, Jn y lo propio de Mt y Lc). Ser llamados es el primer
criterio de pertenencia, al que sigue la integración al grupo, ya que el
discipulado no es una relación individual con un maestro.
3.- La llamada supone gran exigencia para los discípulos.
a) El discipulado de Jesús no es una “formación”,
no son llamados a una “escuela”, a “interpretar la Torá”, sino a “dejar todo”,
y esto no sólo en un sentido metafórico sino real.
- Si bien se nos había dicho que los primeros llamados dejan “su familia” (Mc 1,16-19), más adelante Pedro le dice: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10,28). Lucas, reforzando la idea, señala que en el primer llamado ellos “dejándolo todo, lo siguieron” (Lc 5,11).
- Las parábolas de la perla y el tesoro encontrado en el campo, señalan la importancia de “vender todo” para comprarlos (Mt 13,44-46).
Esto nos muestra que, a diferencia de los
“maestros” tradicionales, Jesús no propone una instancia “formativa” que
llegado un momento culmina, sino algo que abarca toda la vida: el Reino de
Dios. Este Reino es para Jesús el absoluto por el que vale la pena
dejar todo, aún la propia vida. Y precisamente porque es un absoluto, no es
algo que finaliza, sino que siempre debe encontrarse.
b) El absoluto del reino supone que “todo lo demás” es relativo, incluso lo más valorado:
- Para un ambiente en el que el “honor” era el valor supremo, y relacionarse con grupos o personas “deshonrosas” era algo “contagioso”, Jesús no teme en “llamar” a su grupo a Leví, un publicano: lo más bajo en la escala del honor. De este modo, todo el grupo queda “contaminado”, y sólo quien acepte este estigma puede seguir perteneciendo a su comunidad. Por el Reino vale la pena quedar “señalado” con una mancha imborrable ante los “honorables” de la sociedad.
- Para un ambiente en el que la familia era un mandato fundamental, Jesús – que critica que no se cumpla con los deberes con los padres siguiendo tradiciones humanas (Mc 7,11) – afirma sin dudar que el reino es más importante que la familia, y es más importante que el gravísimo deber de fidelidad filial de “enterrar a mi padre” (Lc 9,59 Q), y por el Reino vale la pena dejar la familia (Mc 10,29), o incluso soportar el enfrentamiento de los familiares (Lc 12,53). En estas “fidelidades en conflicto”, es evidente que, para Jesús, el “Reino” es el absoluto.
Nota 1: es interesante que desde Gen 2,24 se “deja
padre y madre” para formar una familia; Jesús propone “dejarlos por el reino”
como una instancia superadora.
Nota 2: Mc señala que “los familiares” deciden
buscarlo porque “decían está loco” (3,21). Es probable que lo dijeran “los
demás”, y la familia decide “esconderlo” ya que, si eso “se dice de él”, queda
comprometido todo el honor familiar. Jesús, cuando llegan, distingue el
“afuera” del “adentro”, que es donde están los verdaderos discípulos (3,31-35):
“Quien cumple la voluntad de Dios”.
Nuevamente el reinado de Dios, la realización de su voluntad, es el absoluto,
aunque digan que “está endemoniado” por enfrentar las fuerzas del anti-reino
que impiden la vida plena.
c) El seguimiento de Jesús implica una disponibilidad absoluta, incluso hasta
“arriesgar” la propia vida (Mc 8,35; ver Jn 10,11). Ante Pedro, que sucumbe
frente al “escándalo de la cruz”, y es él mismo “piedra de escándalo”, Jesús – como
lo hace en Marcos cada vez que los discípulos incomprenden la “teología de la
cruz” – indica que “si uno quiere”
ser discípulo (Mc 8,34; 9,35; 10,43; en este caso, indica una doble condición enmarcada
por el verbo “seguir”) debe negarse a sí mismo, y cargar la cruz (8,34).
Una vez más, recurre Jesús a
símbolos que escandalizan al auditorio (como también lo es presentar al Reino
como “levadura”, decir “esto es mi cuerpo”, o invitar a “ser eunucos por el
Reino”): tomar la cruz es estar
dispuestos a lo más indigno, a lo definitivo. Sólo el Reino es absoluto.
Nota 3: es importante notar que la estructura de
Marcos, que en la primera parte de su Evangelio (1,14-8,30) nos presenta a
Jesús y su ministerio y pone a continuación una referencia a los discípulos, va
a comenzar la segunda parte señalando que este “Mesías” que Pedro ha confesado
tiene destino de “ser matado”, y esto lo dirá tres veces. Cada uno de estos
anuncios de la muerte, es seguido de una incomprensión de los discípulos que
Jesús corrige con “si uno quiere” (Mc 8,31-10,52), culminando la unidad con uno
que es presentado como modelo de discípulo ya que “tira el manto” – lo único
que tiene (Ex 22,25-26; Dt 24,10-13) – es decir, deja todo y lo sigue por el
camino: el ciego de Jericó, Bartimeo.
d) La novedad del seguimiento de Jesús es tal
que entre los elegidos y miembros de su comunidad que lo siguen a Jerusalén,
donde será ejecutado, y permanecerán junto a él, encontramos mujeres. Algunas de las cuales
conocemos por su nombre, como María Magdalena. Es verdad que no se las llama “discípulas”,
pero encontramos todos los elementos del discipulado: seguimiento, renuncia a
los bienes e itinerancia, acompañamiento a Jerusalén hasta la cruz, testimonio
de la resurrección. Y si bien es cierto que no hay un llamamiento explícito, es
muy posible que en ciertos casos (como en el ciego Bartimeo) la curación sea
interpretada como llamamiento. Tal sería el caso de María Magdalena, que es
beneficiaria de un exorcismo.
e) Hay elementos del seguimiento de Jesús que
son claramente contra-culturales: el tema de las mujeres, las comidas, la
hospitalidad, el honor… Hay otros temas que son razonables en un judío de su
tiempo, como por ejemplo una mirada crítica del imperio. El tema del impuesto y la moneda del César es claramente
una mirada centrada en el Reino y crítica del endiosamiento y el culto del
Emperador, por eso, el Cesar, que tiene imagen y una inscripción que lo
reconoce como “hijo de Dios”, ha de “devolver” a Dios lo que es de Dios.
Una nota sobre lo propio de los
discípulos en los diferentes escritos del Nuevo Testamento
Marcos:
Coherentemente con su teología de la
cruz, Marcos presenta el verdadero discipulado en relación a la cruz. La opción
por el Reino, es tan escandalosa para los “de afuera” que no pueden entenderla.
Sólo los de dentro pueden hacerlo, y Jesús se los explica personalmente, como
lo hace frecuentemente (3,32; 4,11.34; 5,40; 8,23; 9,28; 13,3). Pero siguen sin
comprender, especialmente los primeros llamados (Pedro – primera incomprensión
– 8,32, llevando a Jesús a un “aparte” diferente al de Jesús, que por eso lo
invita a ponerse “detrás de mi” [v.33], es decir: ser discípulo) y los hijos de
Zebedeo –tercera incomprensión – 10,35, y también a todos los discípulos: “una
vez en casa” (9,33). El ciego de Jericó, que lo sigue camino a Jerusalén, Simón
de Cirene, que toma la cruz, pasan a ser nuevos modelos de discípulos. La
comunidad de Marcos, perseguida y martirizada por el imperio romano, y
probablemente abandonada por todos, incluso por las comunidades “apostólicas”,
está invitada – como el centurión, que sin ver signo alguno lo proclama “el
hijo de Dios” (15,39) – a seguir a Jesús, a ser un pueblo crucificado que ve en
el Reino de Dios el sentido de su vida y su martirio.
Mateo:
Se ha dicho del Evangelio de Mateo
que es “más eclesiología que cristología”
(E. Schweizer), que escribe para mostrar a la Iglesia como “el nuevo Israel”
(W. Trilling) o para confrontar las autoridades judías con los “escribas
cristianos” (A. Saldarini). Es cierto que lo mismo que se predica de Jesús
(4,23; 9,35) se dice también de sus enviados (10,1); que quien a ellos recibe,
a Jesús mismo recibe (10,40). La comunidad de los seguidores es llamada ekklesía (3 veces en Mt [16,18;
18,17-x2-] y sólo aquí en los Evangelios), y Jesús asegura su presencia y
continuidad en medio de ella (28,20). Sin embargo, este grupo es “pequeño” en
la comunidad (probablemente Antioquia) donde es minoritario, y es expulsado de
la sinagoga. De allí que “los pequeños que creen en mi” es sinónimo de sus
discípulos (18,6).
Pero Jesús invita a todos a
seguirlo. Su proyecto del “reino de los cielos” es superador de todo lo
antiguo, es una invitación a “ser perfectos” (como se invita a serlo al joven
rico, es decir, superar los mandamientos por una instancia mayor). Las bienaventuranzas
de Jesús (Lc 6,20-22 Q) se transforman en una opción de vida: la pobreza es “de
espíritu”, el hambre y la sed, son “de justicia”, y se añaden otras destacando
de qué lado está Dios (con frecuentes “voz pasiva” [= pasivo divino: “serán llamados”, “serán consolados”...]). Los
discípulos son invitados a ser sal y luz, a escuchar lo superador de aquello
que “han oído que se dijo... pero yo les digo”, y a ayunar, orar y dar limosna
de un modo nuevo, en estrecha relación con el Padre que está en lo secreto (Mt
5-7).
Nota 4: como bien señala el teólogo J. Ratzinger (El
Nuevo Pueblo de Dios), en el Evangelio de Mateo – donde ocupa un lugar
preponderante – es claro que Pedro es a la vez piedra de la Iglesia y piedra de
escándalo. Ambas son constitutivas del “ser de Pedro”; y esto es algo propio
tanto del Pedro pre-pascual, como del Pedro post-Pascual.
Nota 5: Es interesante señalar que Jesús, se niega a
ser considerado Rabbí (lit. “mi
fuerte”, título usado para los rabinos; quizá más en tiempos de Mateo que de
Jesús; 23,7-8) y el único que a Jesús lo llama “Rabbí” es Judas (26,25.49).
Lucas
Lucas presenta de un modo
particularmente insistente a Jesús como profeta. Itinerante hacia Jerusalén,
Jesús camina y sus discípulos con él. Este camino es el camino del “anuncio de
la Buena Noticia a los pobres” (“evangelizar” es verbo preferido de Lc-Hch y de
Pablo). El Evangelio termina señalando que las Escrituras se cumplen no sólo
con la muerte y resurrección de Jesús, como se afirmaba tradicionalmente, sino
también en el anuncio y testimonio a todas las naciones. En el “tiempo de
Jesús” (Lc) este anuncio a los pobres se caracteriza por destacar que es algo
que “ya está ocurriendo” y a su vez ocurrirá: “elevó a los humildes... colmó de
bienes a los hambrientos”, “de ellos es el Reino...”, “serán saciados”. Aunque
no ignora que muchos banquetearán desentendiéndose de los pobres en su puerta,
pero su suerte cambiará al final (16,19-31). Pero el reino, opuesto al reino de
Satanás, supone que se invite a los pobres, paralíticos, lisiados y ciegos
(14,13; ver 14,16-24 donde se expresa lo mismo en una parábola). El reino del
poder de Satanás (4,4-6) no es reino de servicio, es reino de “retribución” e
idolatría; el reino de Dios, que se expresa en las comidas de Jesús, es comida
de gratuidad donde sólo quedan excluidos quienes no reconozcan a los últimos
como sus hermanos y a Dios como el único Padre.
Hechos de los
Apóstoles
La
teología de Hechos continúa la de Lucas. El Jesús evangelizador continúa, con
el Espíritu Santo como protagonista en ambos momentos, en la tarea
evangelizadora de la Iglesia. De allí que muchas cosas que se dicen de Jesús en
los Evangelios, se digan acá de sus seguidores. Lucas pretende presentar una
suerte de “cadena con eslabones” que podemos señalar de esta manera: Jesús –
Apóstoles (para Lucas, los Doce) – Los Siete/Pablo y Bernabé – los presbíteros.
Así se asegura la continuidad del anuncio ya que siempre el Espíritu Santo es
el protagonista.
El
protagonismo del Espíritu es el que permite dar el salto más impresionante de
la Iglesia de todos los tiempos: la aceptación de los paganos. Nada en el A.T.
invitaba a este paso; había textos donde se los invitaba y aceptaba, pero en la
medida en que reconozcan a Yahvé en medio de su pueblo; y tampoco nada en la
predicación de Jesús invitaba a esto (“no entren en ciudades samaritanas”, “vayan
a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”), aunque ya Lc había insinuado
estos pasos: “Jesús hijo de Adán”, “muchas viudas había en Israel / muchos
leprosos”, “el buen samaritano”, el leproso samaritano “único salvado”... Pero ante
el salto de abrir a los paganos el anuncio de la buena Noticia, es necesario un
discernimiento que muestre que la apertura a los paganos es el camino por el
que el Espíritu conduce a la Iglesia. Eso supuso varias visiones,
manifestaciones de signos (lenguas y milagros), y debates abundantes, a fin que
se los reconociera como verdaderos hermanos. Como iguales. Cuando el Evangelio
llega a “los confines de la tierra”, el libro acaba porque ya no tiene sentido
seguir: la Palabra creció, y ahora se debe predicar, y dar testimonio hasta que
Jesús vuelva “del mismo modo que lo han visto partir”, es “el tiempo de la
Iglesia”.
Nota 6: es
curioso que cosas que los otros sinópticos reservan a Jesús, Lucas a veces las
reserva a los discípulos en Hechos: es el caso de Esteban (“blasfema”, “amotina
al Pueblo”, “habla contra el Templo”; cosas que Mc había dicho en el juicio
contra Jesús y Lc omite en ese lugar y destaca en el juicio a Esteban), o de
Pablo (la referencia isaiana a los “ciegos que no ven, los sordos que no oyen”,
que Mc había señalado sobre la predicación de Jesús, Hechos lo aplica a la
predicación de Pablo). En este caso, encontramos la referencia a una “discípula” (única vez que el término
aparece en femenino en todo el N.T. en Hch 9,36 sobre Tabitá), cosa que parece
incluir a lo que se afirma en el Evangelio de las mujeres que siguen a Jesús
desde Galilea y lo sirven con sus bienes (8,1-3).
Juan
El término “discípulo” tiene un sentido
ambiguo en el Cuarto Evangelio (se refiere también a los discípulos de Juan, de
Moisés, los discípulos de fe inadecuada, o los que lo son en secreto por
temor). La palabra fundamental que define el discipulado joánico es “creer en
él”, y el ciego de nacimiento es un buen ejemplo de uno que no veía y va
accediendo paulatinamente a la fe hasta postrarse ante él (Jn 9), o Marta,
hermana de Lázaro que hace la máxima confesión de fe, y porque cree alcanza la vida que es Jesús (Jn 11) ya que lo confiesa como “Mesías e Hijo de
Dios” (11,27) que es la razón por la que se escribió el Evangelio (20,30-31).
Nota 7: Es curioso que Pedro confiesa a Jesús como
“Mesías, Hijo de Dios” y se hable de la “Confesión de fe de Pedro” mientras que
Marta haga la misma confesión y no se habla de la “Confesión de fe de Marta”.
Discípulo es también quien escucha
la Palabra (8,31). Recibir la Palabra, ir a Jesús es el itinerario de la fe que
conduce a la vida (que en Juan es siempre “vida divina” o “eterna”).
Ese
llegar a Jesús, recibirlo, lleva a “permanecer en” él, por lo que se da frutos.
Esos frutos se expresan en el amor mutuo: “sabrán que son mis discípulos si se
aman los unos a los otros” (Jn 13,35).
En realidad, el “amor” es la palabra
clave del discipulado, tanto siendo amados por Jesús como amándolo a él, del
mismo modo que se permanece en él y él permanece en su discípulo. El Discípulo
amado es el Discípulo modelo, el propuesto como “el discípulo como a Jesús le
gusta”: es el que tiene intimidad con él (13,23-25), el que está al pie de la
cruz, y comienza una nueva familia con su madre (19,25-27), el que lo reconoce
resucitado (20,8; 21,7), el que permanece hasta la vuelta (21,22). Es el
preferido de Jesús. El amor es la categoría principal, y obviamente no discrimina
varones de mujeres: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (11,5), por
eso Pedro podrá ser llamado a “apacentar” las ovejas de Jesús, recién cuando
confiese la misma cantidad de veces que lo negó, el amor que le tiene
(21,15-17). Es ahora, cuando Pedro está realmente dispuesto a la muerte
(21,19), en que realmente lo seguirá, no como el seguimiento que él había
asegurado (13,37), que lo llevó al palacio (18,15), pero para negarlo –y para
negarse a sí mismo – (18,17.25). Sólo cuando el seguimiento lleva al amor – como
el de Jesús – hasta el extremo (13,1) de dar la vida por los que se ama (15,13)
hay verdadero seguimiento, y Pedro será discípulo.
Aporte de la 1 Pedro
Los
estudios sociológicos aplicados a la 1 carta de Pedro invitan a mostrar a la
comunidad cristiana como “a home for the
homeless” (J. H. Elliot, que para mantener el juego de palabras podría
traducirse como una tierra para los
desterrados). El bautismo nos incorpora a un pueblo, a una familia,
especialmente para los extranjeros, los desheredados. La pertenencia a la
comunidad de seguidores de Jesús da identidad, acogida e incluso fuerza ante el
martirio que si no se ha desatado cuando se escribe la carta (4,12), aparece
como inminente (4,1).
Nota sobre Pablo
El
término “discípulos” jamás aparece en los escritos de Pablo o deutero-paulinos
(en realidad, sólo se lo encuentra en los Evangelios y Hechos, nada más). Él
prefiere la imagen de estar “en Cristo”, una imagen a la vez bautismal y
eclesial. Cristo es visto como una especie de ámbito en el que somos
introducidos. Es una imagen claramente escatológica, ya que supone una posesión
del “espíritu”; tener la “fuerza” en contraposición a la “debilidad”, expresada
en la “carne”. En esta comunidad, en este bautismo, la fraternidad anula toda
discriminación étnica-religiosa, social o de género: “ya no hay ni judío ni
pagano, ni esclavo ni libre, ni varón y mujer” (Gal 3,27-28). Es la
“fraternidad” (y “sororidad”), entendida como un ámbito de igualdad en la
diversidad, la que permite que los judíos reciban de sus hermanos paganos la colecta que Pablo organiza,
que el amo Filemón reciba al (¿ex?) esclavo
Onésimo, “como algo más que un esclavo, como un hermano querido” (v.16), y es
la fraternidad la que hace que – contra las costumbres mayoritarias del
judaísmo – las mujeres sean vistas
como “hermanas” (ver Febe, Rom 16,1; Apfia, Flm 2; una cristiana acompañante, 1
Cor 9,5), es decir, como miembros plenos de la comunidad eclesial. “En Cristo”
no hay nadie que esté en inferioridad de condiciones para el encuentro con
Dios.
El banquete como signo
del Reino. Reino al
que se entra.
Hemos
señalado que el honor es un tema
central en la cultura mediterránea del s.I, y que Jesús come con pecadores.
Este tema de la mesa compartida es un tema realmente central en el Jesús
histórico, y en varios evangelios, particularmente en Lucas. Tanto que llevó a
un estudioso a afirmar que “a Jesús lo mataron por como comía” (Karris).
Sólo
puede comerse con quien comparte con uno el mismo nivel de honor. Nadie aceptaría
comer – salvo en los banquetes clientelares – con quien tenga menos honor que
el propio, ya que eso sería “contagioso”, expresión de tener menor honor que el
que se reconoce. Las comidas de Jesús con publicanos, o con pecadores merece el
dicho escandaloso: “¡y come con ellos!” (Lc 15,2). Ese banquete, abierto a
todos, en el que se invita a pobres, ciegos, paralíticos y cojos es
escandaloso, porque en esta sociedad de retribución y “agradecimiento”, ellos
“no pueden devolver”. Por eso muchos se niegan a participar de ese banquete,
para no perder el honor, aunque tengan que recurrir a planteos absurdos como
probar unos bueyes o ver un campo comprado (como si no lo hubiera visto antes
de comprarlo, o no hubiera probado los bueyes). Ciertamente, esos se negaban a
compartir la mesa con pobres, y deshonrados.
Este
banquete, esa mesa compartida, es imagen visible de Reino, de la mesa para
todos. Sólo quedan fuera quienes se auto-excluyen, quienes se niegan a sentarse
con “esos”, quienes se niegan a que los “misterios del Reino” se expresen en la
sencillez de las parábolas, quienes son “sabios y prudentes”. Del mismo modo
que cuando se afirma que Dios no hace acepción de personas, se comienza por
mirar la actitud frente a los pobres (Dt 1,17; 10,17; 16,19), ahora se afirma
que el banquete del reino es para todos, y por eso los pobres son los que
ocupan el primer lugar. Es precisamente por esa imagen del banquete que al
reino se puede “entrar”, cosa que no es frecuente en las imágenes del reino que
había entonces. Un banquete para todos, primeramente, para los pobres, y en el
que los discípulos y discípulas de Jesús están a la mesa como los que sirven.
Por eso, contrariamente a Juan y sus discípulos, así como Jesús es tildado de
“comilón y borracho” (Lc 7,34 Q), la característica de sus discípulos es que
comen y beben (Lc 5,33, ver Mc 2,18: “no ayunan”). Están participando en el
banquete preparado gratuitamente para todos.
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