La resistencia al discurso hegemónico
Comentando un libro de Anathea E. Poirter-Young (1)
Eduardo
de la Serna
Hace unos meses, la Revista Bíblica de Argentina me dio,
para comentar, un libro: Apocalipsis
contra Imperio. No haré aquí el comentario que ya he presentado y –
seguramente – será publicado en el próximo número. Pero sí creo que el libro es
lo suficientemente sugerente como para, a partir de él, hacer una serie de
comentarios mirando nuestra realidad. Esto pretendo aquí, y continuaré en otras
entregas.
Anathea E. Portier-Young, Apocalipsis contra Imperio. Teologías de resistencia en el judaísmo antiguo (traducción: Serafín Fernández), colección agora 39, editorial Verbo Divino, Estella (Navarra) 2016, págs. 701.
La primera de las tres partes
de la obra (la que aquí quiero tener en cuenta) presenta las diferentes teorías
de la resistencia para lo que recurre, obviamente, a las ciencias sociales. Sin
duda – y lo señala – las diferentes resistencias remiten, para empezar, a los
diferentes modos de dominación. Recién a partir de éstos modos concretos de dominación se darán éstas formas de resistencia. El objetivo de la misma es poner un
límite al poder, el cual será mayor o menor según las posibilidades, las capacidades
resistentes, las fuerzas de la dominación, etc. De las dos puntas del contexto
se trata: del que ejerce el dominio y de quienes lo padecen.
Señala detalladamente la
dominación y la hegemonía y la confrontación con las mismas como punto de
partida. La hegemonía, señala, son “formas
no violentas de control ejercidas mediante todo el abanico de instituciones
culturales y prácticas sociales dominantes, desde centros de enseñanza, museos
y partidos políticos hasta práctica (sic) religiosa, formas arquitectónicas y
medios de comunicación” (p.40). La hegemonía sostiene como “normativos y universales modos de percibir
el mundo (…) la suma total de las tesis tácitamente postuladas del lado ‘de acá’
de toda investigación (…) en la medida en que se asume esta lógica, lo
meramente posible se antoja necesario; lo contingente, absoluto, y los modos de
ordenar la vida que se han configurado a lo largo del tiempo parecen ser parte
de la ‘naturaleza’…” (p.41). Se ha interiorizado la estructura dominante. Contra
esto – repite, por ser el tema de su trabajo – reaccionan los diferentes
escritos apocalípticos considerados en su obra.
La resistencia es posible,
insiste, porque el discurse hegemónico es binario: dentro/fuera, centro/periferia,
bien/mal, civilizado/bárbaro, normal/aberrante para lo cual se remodelan mitos
y se asignan nuevos valores a símbolos (pone, como ejemplo de esta resistencia,
el símbolo de la cruz, p.44). La clave está en impugnar y poner en evidencia
las mitologías que están en la base de la hegemonía imperial. Esa hegemonía se
pone en crisis a partir de “contradiscursos”
que articulan nuevos parámetros. La valorización de los mártires, por ejemplo
(libro de Daniel) permite echar por tierra el valor absoluto del discurso y
poder imperial.
La resistencia (y sigue en
parte a J. C. Scott) se hace fuerte en el discurso oculto (puede ser en el chisme,
los grafitti, las canciones populares,
etc.) y el anonimato (que garantiza la vida del emisor) sea escondido en un “dicen”,
o en textos anónimos. En este sentido, la autora señala, con razón, que la
apocalíptica no es anónima sino seudónima, lo cual ubica el texto en una “tradición
teológica”. Esto permite que la autoridad imperial se vuelva relativa (y si
remite a una autoridad antigua sea Daniel, Henoc u otro la vuelve secundaria y
desplaza su valor).
Es partiendo de esta primera
parte que quisiera comentar algunos elementos.
Sin duda hay un “discurso
hegemónico” que ha calado en nuestras sociedades. Se ha naturalizado que cosas
pasadas “no podían ser” o que cosas contemporáneas “es lo que se puede / debe /
conviene”. Escuchamos decenas de ideas introyectadas que no son sometidas a un
discurso crítico resistente o contrahegemónico: “pagábamos poco” (las tarifas),
“había que ordenar las cuentas”, “se robaron todo”, o que son mitologizadas
positiva o negativamente como el “demonio” del populismo, o el mito de la fiesta de globos y bailes, fiesta a la
que la inmensa mayoría no está invitada, por cierto. Ciertamente esto está
introyectado con la fuerza de la imagen que muestra, por ejemplo, a Cristina
enojada, con deditos alzados, y colores agresivos, mientras se muestran las
caras sonrientes de Macri o Vidal, con colores tenues, o palabras clave ligadas
a uno u otro para que se las relaciones mentalmente en el inconsciente (robo, corrupción,
cárcel, por un lado, o moderación, transparencia, diálogo, por el otro). Y –
precisamente por ser hegemónico – es visto como natural / antinatural lo que es
claramente funcional al imperio.
Esto lleva (me lleva) a pensar
por otro lado en el rol de la institución eclesial. Institución que,
lamentablemente, en muchos casos es funcional al imperio, y hace suyo el discurso
hegemónico. Y quiero empezar con un ejemplo muy evidente: me resulta sumamente
preocupante ver en América Latina voces eclesiales críticas de Correa, de Evo
Morales, de Chávez / Maduro, de Lula / Dilma, de Néstor / Cristina y ser
testigo azorado de la falta de voces (al menos voces tan potentes como las
anteriores) críticas de Piñera, Macri, Cartes, Temer, Uribe, Fujimori /
Kuczynski, Peña Nieto. Entiendo que los venezolanos o peruanos tengan una
opinión sobre sus gobiernos, pero no son solo venezolanos los que gritan contra
Maduro, y no escucho a esas mismas voces hablar de Kuczynski, para poner un
ejemplo. Ver a gran parte de la Iglesia jerárquica colombiana tomando posturas
uribistas (y “ordoñistas”) contra los acuerdos de Paz (¡de paz!, sí… la hegemonía
hace ver como natural la guerra y como “subversiva” ¡¡¡la paz!!! [sic]) o
escuchar un grito casi unánime contra el aborto de obispos argentinos y el
silencio frente al hambre, la falta de salud, la desocupación y la desesperanza
lleva a saber que, lamentablemente, no parece que en estos sectores eclesiales
(“sectores”, porque no son “la Iglesia”) haya de poner esperanza o confianza en
que levanten una voz de parte de Dios en favor de las víctimas.
Curiosamente, sectores
eclesiales que levantamos voces aparecemos como “rara avis”, casi herejes, o de
rebeldía e infidelidad que se desean sancionados. Pero la historia de la
Iglesia, incluso la contemporánea, sabe mostrar voces contrahegemónicas y
contraculturales. Y los mártires de ayer y de hoy saben iluminar caminos que no
podrán desnaturalizar las voces oficiales por más que domestiquen a Brochero o
a Romero, a Mugica o a Angelelli. Allí están sus voces y gestos
desmitologizando el imperio, “en nombre de Dios y de este sufrido pueblo”. De
eso se tratan los profetas, aunque hoy se naturalice su silencio.
Imagen tomada de http://operamundi.uol.com.br/dialogosdelsur/brasil-economistas-se-rebelan-contra-discurso-hegemonico/17092017/
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