Repensando
el abuso y los abusos
Eduardo
de la Serna
El término abuso remite a un mal “uso” sobre, o mal
uso de… Puede ser el mal uso de una cosa, y la herramienta se rompe por no
darle el uso correspondiente. Pero el término se utiliza también referido a las
personas, de las que –en principio – no se espera que sean usadas. Se refiere,
entonces, a un mal uso de la autoridad, poder, atracción que alguien ejerce
sobre otra persona. Y los casos pueden multiplicarse de un modo ciertamente
importante:
- Un conductor de buses abusa del tamaño del vehículo para provocar encierros, frenazos o temor en los autos más pequeños.
- Un profesor abusa de la posibilidad de aprobar o no a los estudiantes obligándolos a hacer cosas que no se supone que debieran hacer, o simplemente anulando o frustrando sus esfuerzos.
- Un padre abusa de la autoridad que tiene sobre sus hijos impidiéndoles salir o encontrarse con amigos.
- Un funcionario abusa del poder que le da la burocracia y obstaculiza una y otra vez un trámite.
- Un miembro de las fuerzas de seguridad abusa de tener el monopolio de la violencia golpeando o maltratando a personas indefensas.
- Un juez abusa de la autoridad que le confiere la Constitución y no administra justicia sino favores.
- Un periodista abusa de la hegemonía del medio en el que trabaja para informar parcialmente, o directamente mintiendo.
- Un cura abusa del monopolio de la administración de sacramentos para imponer criterios exagerados para acceder a los mismos.
- Un pastor abusa de la ingenuidad del auditorio exigiendo diezmos en nombre de Dios.
Y los casos podrían
multiplicarse prácticamente a cada ámbito de la vida en el que alguien puede
ejercer una cierta cuota de poder sobre otros. De poder se trata.
Es de esperar que dicho ámbito
sea un servicio-a y no un servirse-de, pero convengamos que no
siempre eso ocurre. O mejor, convengamos que muy frecuentemente ocurre lo
contrario. Eso no significa que “todos” los conductores, los docentes, los
padres, los periodistas, los jueces, los funcionarios, los curas o pastores
sean “abusadores”. Aunque, además, eso no impide que alguna vez, más o menos,
con mayor o menor frecuencia o gravedad hayamos abusado.
Y por eso es bueno cuando algo
o alguien nos llama la atención cuando lo hemos hecho; sea una víctima, sea un
amigo o amiga, sea una situación que nos exige enfrentarnos con la realidad. Sin
duda a partir de eso entrará en juego otro capítulo de nuestra historia: la
honestidad, el dolor por el dolor causado, la “conversión”. A veces podremos
reparar, otras no. Cada caso, cada persona, cada “abuso” tiene su propia
historia, su propia vida para saber en qué medida es posible reparar o en qué
medida no es posible, por ejemplo, y cuáles son los mejores o posibles pasos a
dar.
Todo abuso deja marcas,
algunas de por vida. Si un colectivero me choca, dejará marcas en mi auto, y
bronca y tiempo perdido, pero – salvo que se produzca un accidente importante –
no marca mi vida de un modo importante; si soy injusto con un estudiante
reprobándolo, puede ser más o menos grave dependiendo si luego ha podido
avanzar o si le provoco una frustración irremediable; si soy un padre injusto o
violento impidiendo a un hijo o hija desplegar sus capacidades y su vida,
probablemente las huellas sean mucho más profundas.
Expresamente, en los casos que he mencionado, he evitado referirme a los abusos con connotaciones sexuales, como serían la pederastia o una violación para mostrar la amplitud que el tema tiene y la diversa gravedad de los hechos. Creo que lo sexual, de esos casos, es consecuencia del abuso primero el cual es un mal ejercicio del poder.
Ciertamente no se trata de
evitar el ejercicio de determinados tipos de poder (no sería sensato pensar la
ciudad sin autobuses o sin docentes, por ejemplo). Claro que hay, por otra
parte, instituciones o modos de ejercicio que deberán cambiar radicalmente
porque, al menos hoy por hoy, el abuso las constituye. El patriarcado es un
ejemplo de eso.
Y, a los que nos movemos de
uno u otro modo en espacios de poder se vuelve indispensable revisar nuestras
actitudes. En algunos casos quizás hayamos provocado heridas, algunas
irremediables. Y es importante estar alerta. Nadie merece que el “mal uso” del
poder termine provocando que una persona sea tratada como un objeto. Y, en ocasiones,
peor aún, como objeto descartable. No es mi aprovechamiento sino el beneficio
del otro el criterio fundamental que debe guiarnos. Se dice, a veces, que “en
mi tiempo o en mi espacio no era mal mirado, era algo tenido como normal”; “fue en broma”, “era un chiste”.
Es posible que en ocasiones así sea, y este es el causante de este texto:
aprovechar los cambios en el tiempo y en el espacio, cambios que son fruto del
dolor de tantos por el abuso de tan pocos, para empezar a pensar de nuevo, a
obrar de nuevo, a vivir de nuevo.
Los tiempos actuales ponen en
el tapete cientos de casos. Tantos que, a veces, se corre el riesgo de no
mensurar debidamente casos y casos, y abusos atroces sean tratados del mismo modo
que abusos menores (o viceversa). Es bueno notar la gran sensibilidad que
hechos que han tomado estado público provocan. Y es de esperar que la
proliferación no termine “abusando” e insensibilizándonos ante el dolor. Los
que creemos que quizás alguna vez lo hayamos causado y pretendemos cambiar de
actitud sabemos que las víctimas no merecen serlo, y así, nuestros espacios de
poder llegarán a ser verdaderos ámbitos de servicio.
Imagen tomada de http://crimina.es/crimipedia/topics/abuso-menores-discapacidad/
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