Pongo ante ti… dos proyectos
Eduardo de la Serna
Dos proyectos están en pugna. Dos caminos. En la
Biblia, especialmente en la literatura sapiencial, se hizo frecuente este tema:
“pongo ante ti la vida y la muerte”
(Dt 30), “feliz el que no sigue el camino
de los impíos, sino que su senda” (Sal 1), “angosta la puerta y el camino” (Mt 7) … Incluso fue frecuente en
los primeros escritos del cristianismo primitivo como la llamada Didajé y la carta de Clemente, por ejemplo.
Metafóricamente es frecuente la imagen de la persona
que intenta ser seducida a la vez por un ángel y un demonio, por ejemplo.
Y señalo que hay dos proyectos en pugna precisamente
haciendo referencia a todo esto.
Todos sabemos que, especialmente en los momentos
críticos (aunque no solo en ellos) en algunas personas aflora lo peor del ser
humano y en otras aflora lo mejor. Ante una catástrofe aparecen todas las
cadenas de solidaridad, de entrega, disponibilidad y hasta de heroísmo, o
también los “vivos”, estafadores, aprovechadores, perversos. Basta con pensar
momentos dramáticos recientes y todos tendremos, probablemente, imágenes o
escenas de ambos grupos humanos.
La publicidad, como aquellos seductores angélicos
aludidos, intentará alentar el egoísmo, el individualismo, el “sálvese quien
pueda”, por ejemplo. Y aparecerá la “meritocracia”, como ya lo hemos visto. La imagen
de lo más negativo del ser humano aparece en la “competencia”, “¿por qué tengo
yo que hacer algo por los demás?” (sea jubilaciones, educación o salud pública,
impuestos), yo quiero poder comprar, viajar, hacer lo que me venga en gana, si
uno no puede, ¿yo qué tengo que ver? En todo caso, a lo sumo, si cada uno es
feliz, todos lo serán, se afirma en una filosofía pseudo zen y ciertamente
falsa e irreal. El capitalismo mismo, por individualista, está basado en el
egoísmo, la codicia, la avaricia, la posesión, la indiferencia (a lo sumo
disfrazada de solidaridad en una ocasión puntual… y breve) allí radica su
fuerza, su “alma”. La mirada en uno mismo termina, sin embargo, en un problema.
Como inconscientemente “el estado soy yo”,
el problema es que hay otros más poderosos, ambiciosos, codiciosos, y –
habitualmente – inescrupulosos. Y entonces, mi pequeña fiesta termina pisada por
los que quieren ser más “rey sol” que
yo. Cuando se alentaba el enojo porque los pobres podían viajar, tener
computadoras, tener vacaciones, o un auto, o jubilaciones, “yo puedo tener aire
acondicionado, ¡ellos no!”, este modelo brillaba en su más patético esplendor.
Pero la posibilidad de “tener” (que creen que es “ser”) se reveló cada vez más
falaz y escasa.
Pero hay otro modelo, ya no vertical sino
horizontal. Un modelo de solidaridad. Un modelo, debemos reconocerlo, quizás
más incómodo, o más perjudicial a mi mirada a mí mismo. Especialmente para los
que se creen (real o ficticiamente), más arriba que la media. Ya no se trata de
“mi disfrute” sino del “nuestro”, ya no se trata de mí sino del hermano, la
hermana. Se trata de buscar que todos (nunca serán todos, pero ese “todos” es
la utopía hacia la que se camina) tengan acceso a su / nuestra felicidad. Que “todos”
puedan tener trabajo, salud, educación, vacaciones, disfrute de la vida. Sin
duda que, si la mirada está en el todos, seguramente “yo” tenga menos que lo
que “merezco” por aquello de los “bienes escasos”. Pero “todos” tendrán acceso
a lo necesario. Y eso es fiesta de hermanos y hermanas. No se trata del “estado
soy yo” sino de “el estado es el otro”.
No es “el estado es estar” (sic) sino
que el estado es abrazar, el estado es compartir. Nada más ajeno a la
meritocracia de los “emprendedores”.
En el día a día, especialmente en los momentos
decisivos (crisis, elecciones) se juegan estos modelos. Aparecerán los
seductores de uno y de otro, los que alientan el “miedo” (a cuidar “tu” pequeña
– cada vez más pequeña – quintita), el odio (a los otros, especialmente los que
están más debajo de la verticalidad: pobres, negros, indígenas, extranjeros) el
egoísmo, o – por otro lado – el encuentro, la fiesta, la esperanza. Claro que la
tentación nunca será tan explícita. No se dirá “desentendete de todos”, “aborrecé
a los otros” sino que con sonrisa angelical (el diablo “se disfraza de ángel de luz”, dice san Pablo, 2 Cor 11) te mirará
cómplice y simulando ternura, aunque mientras lo hace diga que los pobres no van
a la universidad y no tienen derecho a la salud pública ni a buena educación
bien remunerada. Si “en la cancha se ven
los pingos” las actitudes frente a los otros deberían ser el test del
proyecto. No es lo fundamental tal o cual persona, sino tal o cual proyecto (si
una persona perversa invalidara un proyecto hace siglos la Iglesia habría perdido
su razón de ser). Es fundamental tenerlo claro, no cuento “yo”, sino “el/la
otro/a”, eso es el amor. Eso es lo más parecido al Evangelio.
dibujo tomado de https://es.aleteia.org/2017/10/11/ha-dejado-ya-de-creer-la-iglesia-catolica-en-el-demonio/
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