¿Qué significa celebrar a nuestros mártires?
Eduardo
de la Serna
Muchas veces, y creo que, con
razón, nos critican a los cristianos acusándonos de “necrófilos”. Dicen que aplaudimos el dolor y la muerte. Celebramos
a los santos el día de su muerte, no la de su nacimiento, tenemos como signo
emblemático una cruz y un crucificado, damos valor a los sacrificios y creemos
que lo que nos “salvó”, lo que nos da la vida es el sufrimiento y la muerte de
Jesús. “Carne de diván” dirá más de uno con sabia ironía.
En estos días, los argentinos
(para seguir en esta línea) vamos a celebrar, a conmemorar a cuatro mártires:
cuatro asesinados por la dictadura cívico-militar con bendición eclesiástica.
¿Tiene sentido celebrar la muerte, la tortura, la violencia? Sin duda ¡no!
Creo que hay mucho de todo
eso, lamentablemente. Mucho es fruto de una vieja espiritualidad “dolorista” que debiéramos haber dejado
atrás hace ya mucho tiempo. Esa que hablaba de cilicios y ayunos, flagelaciones
y sangre. Hace tiempo que destacamos que no valoramos a aquellos que “dieron la vida” (sic) sino a aquellos
que “dieron vida”, lo cual es muy
distinto. Y, precisamente porque dieron vida, eso molestó a los artesanos de la
muerte. Estos, los asesinos, los que “odian” la vida, son los que celebran.
Celebran haberse sacado de encima, hacer desaparecer del horizonte del
cotidiano a quienes molestan. A quienes les molestan. Es que la vida abundante,
para algunos, debiera ser solo para ellos, de puro angurrientos que son. Y, por
el contrario, los que quieren dar vida empecinadamente buscan que todos la
tengan, en especial aquellos que la tienen amenazada. Los pobres.
La palabra clara de Carlos
molestaba a los que querían una vida solo “para mí y los míos”. Cuando lo van a
buscar los desaparecedores, Gabriel le dijo “voy con vos”, porque la vida de Carlos también le importaba. La
vida de sus compañeros campesinos le importaba a Wenceslao, tozudo e insistente
con eso de las “cooperativas” para que la vida digna llegara a todos. La vida
de su comunidad (“rebaño”) le importaba al Pelado Angelelli y no quiso dejarla
para salvar la suya.
Es vida que sembraron, es vida
que les arrancaron. No “dieron la vida”, se las robaron. Y lo que celebramos es
la vida, la de ellos y la de aquellos que se beneficiaron con su siembra. Y
odiamos la muerte, la violencia y la tortura (no a los matadores, violentos y
torturadores, para seguir el consejo de Wence… y el de Jesús).
La complicidad con los
matadores, la de ayer y la de hoy, nos duele. No por los cuatro, que ya no pueden
lastimarlos más. Tampoco por nosotros, porque no les creemos. Nos duele porque
aquellos que debieran mirar la vida de frente y reconocerla, y celebrarla,
eligen cerrar los ojos y desviar la atención. No esperamos nada, en este
sentido, de los aplaudidores de la dictadura de ayer y gobierno de hoy. Tampoco
de los bendecidores. Por eso esperamos que el Pueblo de Dios pueda mirar a
Carlos, Gabriel, Wenceslao y Enrique y ver vida, ver siembra, ver frutos.
Pobres los que celebran sus muertes, cómplices inconscientes de los criminales.
Bienaventurados los celebradores de la vida. Los que miran sus ejemplos y testimonios,
vidas de fidelidad y compromiso que no se achican ante la violencia y la muerte,
sino que la enfrentan y la miran a los ojos confrontándola con la vida. Y
bienaventurados los que hoy, siguiendo sus huellas, quieren seguir sembrando
vida. Los que creemos en el Dios de la vida sabemos que de siembra se trata, “Dios da el crecimiento” (1 Corintios 3,6).
Gracias por esta visión diferente, que más que exaltar el sufrimiento y el martirio, nos invita a ver lo que hicieron en vida aquellos a quienes la vida les fue arrebatada.
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