Se
trata de una fórmula
Eduardo
de la Serna
Habitualmente una fórmula es
una combinación de elementos con la intención de conseguir un resultado. Se
mezclan A y B con la intención de conseguir el efecto F, por ejemplo. Una fórmula
médica, o química sería el caso. Un equipo de fútbol cree tener la fórmula para
derrotar a uno más poderoso combinando los jugadores que tiene con estrategias
de juego.
Una cosa diferente es
formular. Una pregunta, por caso. Pero
también puede formularse una denuncia, la cual debe (debería) ser precisa,
clara. Pero también se aplica a una receta, en cuyo caso se asemeja a lo
anterior.
Ya hace tiempo se ha hablado
de los cuerpos sociales con categorías semejantes a la de los cuerpos físicos.
Se ha hablado de la esclerosis de tal colectivo, o del alzhéimer social de tal
otro. Quizás también podamos pensar en una suerte de hipocondría en la cual
creemos, o nos han hecho creer, que padecemos infinidad de males. Para eso se
vuelve necesario formular un diagnóstico correcto (cosa que la hipocondría no
admitiría) y conseguir la fórmula adecuada para la curación o el alivio. El o
la hipocondríaca/o suele tener – dicen – la facilidad de creer que padece o
puede padecer decenas de enfermedades, aunque esté lejos de todo eso.
Hemos visto decenas de
películas en las que laboratorios fabrican un supuesto remedio que en realidad
no cura (o, peor aún, enferma). Para eso recurren a prestigiosos profesionales
médicos que alaban públicamente las virtudes del remedio “X”, dan conferencias
sobre eso mostrando los efectos casi mágicos de su receta… de su fórmula.
Obviamente el laboratorio se llena de dinero, los médicos propagandísticos
también, aunque los pacientes padezcan, no se curen, o incluso mueran. Son
daños colaterales.
Es el momento de resumir:
parece fácil, con buenos propagandistas inundar las mentes (o hipocondiaquizarlas, valga el neologismo)
mostrando los males que se padece y la solución casi mágica de cambiar de
receta. La nueva fórmula tiene las soluciones necesarias para sanar el cuerpo
social. También es relativamente sencillo “explicar” que el agravamiento
constante y sistemático del cuerpo social se debe, en realidad, a que la
enfermedad arrastra un pasado negativo, casi una herencia genética. Mientras
tanto, el cuerpo se agrava, como causa y efecto, porque el laboratorio se llena
de dinero, los médicos también y el remedio ni siquiera es un placebo. Sin duda
alguna lo sensato sería hacer un buen diagnóstico. Puede haber verrugas,
manchas en la piel, o alguna otra cosa, pero lo que cuenta es el cuerpo social
entero. Si el cuerpo se enferma más y más, es evidente que la fórmula no es la
correcta; el diagnóstico no lo es. La solución no parece ser mirar los
laboratorios o los médicos, en este caso, sino los enfermos. El cuerpo social
que se deteriora por la aplicación de una fórmula perversa que recetó
soluciones que no lo eran. “Curar esa enfermedad es la cosa más fácil”, “si
aplicas esta receta lloverán las soluciones”. “Si tienes esa dolencia es
indicio de que la fórmula anterior era perversa. Deberías desecharla”. Y
cambiando de fórmula nos encontramos que la enfermedad, que era pequeña, se
transformó en grave, mientras los laboratorios y sus propagandistas festejan
bailando en balcones amarillos.
Sin duda hay hoy una
enfermedad social. El empobrecimiento sistemático, la desocupación, la
tristeza, son síntomas de ello. Y sin duda alguna la clave está en formularse la
pregunta correcta y encontrar la fórmula adecuada. De la fórmula se trata.
Imagen tomada de https://www.youtube.com/watch?v=MbovC8VqkWY
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