Una Iglesia fuera de control
Eduardo
de la Serna
Procurar tener control sobre
otros es algo frecuente, por ejemplo, en los padres y madres con respecto a los
hijos e hijas: “llamame cuando llegues”, “está de vuelta antes de que den las
diez”, “no quiero que te veas con Fulanx”… Y también es habitual que lxs hijxs,
en uno de sus primeros signos de crecimiento, intenten correr los límites, a
veces negociando, y otras rebelándose contra ese control. Una Iglesia que pretende
controlar todo se parece más a una madre que no quiere que sus hijos crezcan,
sino que, por el contrario, se mantengan en el infantilismo perpetuo. Pero
muchas veces, ese excesivo control puede ser más suicida que la actitud de una
buena madre.
Por varias cuestiones, políticas
especialmente, el rey Josías (640-609 a.C.), en Israel, prohibió que en todo el
pueblo se diera culto a Dios fuera del Templo de Jerusalén. Esta reforma
político-religiosa tuvo mucho éxito y fue muy importante en muchos momentos.
Pero hubo dos momentos críticos: en el año 587 a.C. y 70 d.C. cuando los
imperios de turno destruyeron el templo. La crisis religiosa fue monumental.
Décadas tardó el pueblo en encontrar caminos y respuestas a esas crisis. El
control del culto, que en momentos fue importante y positivo, en otras condujo
a crisis muy profundas.
Por otro lado, en los
comienzos de la predicación del Evangelio, el control “brillaba por su ausencia”.
Las comunidades cristianas en las ciudades más importantes fueron fundadas por
grupos anónimos; no sabemos quienes fueron los responsables de la gestación de
las comunidades de Roma, Antioquía o Alejandría, por ejemplo, las tres ciudades
más importantes de todo el Imperio Romano. Pero las tres tuvieron un dinamismo
verdaderamente impresionante. Otro ejemplo lo tenemos en Pablo. Él sí fundador
de comunidades, muchas conocidas por sus cartas. Pero no podemos descuidar que su
predicación parece centrarse (aunque luego se desplace, por cierto) en puertos.
Allí, además de acompañar la o las comunidades que se iban gestando, podía
predicar a los miembros de las caravanas mientras reparaba sus carpas. Pero
estos que aceptaban el mensaje de Pablo volverían a sus lugares de origen, y
allí – nuevamente sin control alguno – fueron gestando comunidades. El crecimiento
impresionante del cristianismo en los primeros siglos, sin duda alguna, se
debió en parte a ese “descontrol”.
En la historia de la Iglesia
ciertamente ha habido momentos de excesivo control y momentos de libertad, ¿qué
otra cosa, si no, es que en la Iglesia exista un Código de Derecho Canónico? ¿O
– por ejemplo – que haya existido una “Santa” Inquisición, o un “índice” de
libros prohibidos? Pero también es cierto que hubo – en esos mismos marcos
históricos – espacios de gran creatividad, en ocasiones autorizadas, en otras
toleradas y con frecuencia simuladas. Un buen ejemplo de todo esto es la
llamada “religiosidad popular” que se ha desplegado y vivido sin control alguno
y ha permitido conservar la fe a millones de personas.
No hace falta, para
complementar, abundar en detalles, pero la insistencia de la Iglesia en que Francisco
hiciera una regla, o también lo hiciera Teresa de Ávila, por un lado, y por otro,
la prohibición de la gestación de nuevas reglas a partir del IV Concilio de Letrán,
por otro lado, o la persecución de las beguinas son buen ejemplo de esta
actitud controladora, y las rebeldías creativas que dieron vida, aún a pesar de
ella.
Y, para no irnos demasiado
lejos, es justo pensar en la enorme cantidad de teólogos y teólogas censurados y
silenciados durante los pontificados de Juan Pablo II y Benito XVI.
Una de las expresiones
evidentes de control viene dada por una serie de normas extrañas por parte de
la Iglesia a sus “hijos”. La insistencia del papa Francisco en criticar el
clericalismo no siempre viene acompañada de una crítica al “paternalismo”;
tener como niñxs a lxs cristianxs pareciera, casi, un modo de ser Iglesia. Y
esto se aplica también a los curas, diáconos y hasta, en ocasiones, a obispos.
Pareciera que el control es la garantía segura de fidelidad, y, por lo tanto,
de hacer las cosas “como Dios quiere”.
Otra expresión evidente del
control viene dada por la liturgia. Muchos curas, en sus parroquias, ponen e
imponen una serie de normas para recibir los sacramentos que resultan “cargas
insoportables”, al decir de Jesús. Y pienso, en concreto en la negativa a
administrar bautismos, a regalar el perdón (que no nos pertenece), a las
comuniones, y demás normas, en muchas ocasiones anacrónicas, y en otras
simplemente expresión de poder (o de búsqueda de lucro). Y esto se agrava, más
aún, cuando dirigimos la mirada a la Curia Vaticana. Mirar la lista de los
últimos prefectos de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos resulta, por lo menos, escandaloso; empezando por el actual,
por cierto. Ver allí a Erinze, Martínez Somalo, Cañizares, Medina Estévez y,
ahora a Sarah es casi una invitación tácita a la desobediencia. ¿Cuándo uno “para
nosotros”?, podríamos gritar.
Y, me pregunto, en estos
nuevos tiempos, ¿no nos atreveremos a correr los límites, con acuerdos o con rebeldías?
Se me ocurren decenas de propuestas que sería sensato discutir, dialogar,
pensar, estudiar, pero pretender que nada ha cambiado y nada debe cambiar y que
el día que abran las puertas todo volverá a ser igual me hace, por lo menos pensar,
si hemos escuchado el coronavirus como un “signo de los tiempos”. Alguno avanzó
en confesar sacramentalmente por algún medio electrónico (y más de uno puso el
grito en el cielo, ciertamente). ¿Tiene una distancia establecida la gracia de Dios?
Escuchar a la persona, poder decir una palabra – ojalá – oportuna y dar la
absolución ¿tiene un límite medido en metros? ¿Cuál sería el criterio teológico?
La bendición papal Urbi et orbi no parece tenerlo. Y esto, todavía más, ¿no
podría pensarse para la consagración eucarística? Temas para el debate. Ciertamente
esto traerá perjuicios económicos – y graves en ocasiones – en las comunidades,
pero los beneficios es creatividad evangélica quizás valgan la pena.
Por cierto, que cuando el hijo
se independiza del control de los padres corre el riesgo del error. Y –
lógicamente – ningún padre o madre quiere que su hijx se equivoque, especialmente
cuando esta equivocación es grave. Pero pueden mantenerlo en el infantilismo
permanente, o pueden confiar serenamente en lo que han sembrado. Cuando Pablo
predicaba a los camelleros que luego partirían con destino incierto, estaba
confiando en aquello que repite a los corintios: “Pablo sembró, Apolo regó, pero
Dios da el crecimiento”. A lo mejor es una buena ocasión para renovar la
confianza en el Espíritu Santo; que sea él y no los humanos – que en ocasiones
hemos demostrado hacerlo bastante mal – el que despliegue las velas de la “barca
de Pedro” para navegar mar adentro. A lo mejor, profundizar estos momentos tan
raros, especialmente en lo pastoral, y verlos como signos de los tiempos, nos
permita escuchar a Dios, ser creativos, aunque nos equivoquemos una y mil
veces, y vernos más que como “padres e hijxs” como una comunidad de hermanxs
que celebra el Amor de Dios y quiere hacerlo llegar a todxs.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.