sábado, 26 de septiembre de 2020

Cuando la teología es pobre, las conclusiones lo acompañan

Cuando la teología es pobre, las conclusiones lo acompañan


Eduardo de la Serna





En la página web de la Conferencia Episcopal Colombiana (C.E.C.) he tenido la oportunidad de leer un artículo de P. (¿“padre”?) Jorge Enrique Bustamante Mora, que es el director del Departamento de Doctrina y Animación Bíblica de dicha Conferencia llamado ¿Por qué volver a los templos? https://www.cec.org.co/sistema-informativo/opini%C3%B3n/%C2%BFpor-qu%C3%A9-volver-los-templos


Siendo el director de dicho departamento, sería de desear una buena fundamentación bíblica y teológica sobre el tema, cosa absolutamente ausente en la nota.


Una serie de citas inconexas, mal usadas en ocasiones, diciendo exactamente lo contrario de todo lo que quiere afirmarse, es llamativo, ya no que eso sea publicado, sino que el susodicho autor sea “director” de una institución que se supone central en una conferencia episcopal. Ciertamente no es lo mismo que el autor publique este texto en su blog que si lo hace nada menos que en la página de la C.E.C.


Antes de comentar algo del texto quiero señalar que valoro totalmente los espacios de reunión de la comunidad eclesial (“templo” no me parece el mejor nombre, pero quizás el autor no conozca otro mejor). Es humano (antropológicamente central) que un grupo elija reunirse, se convoque para llorar o celebrar, festejar o pensar, debatir o reflexionar… La religiosidad popular suele valorar los lugares de encuentro, de peregrinación y celebración, y – además – es obvio que el encuentro de una comunidad se realice en un lugar establecido y reconocido, sea este una parroquia, una capilla o hasta debajo de un árbol. Es la comunidad la que vuelve importante el lugar, evidentemente (por eso, es sabido, en tantos lugares de Europa en los que ya no hay comunidades, en los que muchos antiguos lugares de culto se han transformado en escuelas, salones y hasta bares. Obviamente, además, no se puede ignorar la situación de aquellos lugares que, por la extensión o la ausencia de ministros, pueden reunirse y celebrar unos escasos días en el año. Algo de eso se escuchó en el Sínodo de la Amazonía, y no es diferente de lo que ocurre en lugares extensísimos como la Patagonia Argentina. Y es de suponer que una conferencia episcopal (o sus voceros) piensan y escriben para toda la iglesia colombiana (en este caso) y no solo para los de la ciudad.


Y no me voy a detener en algunos elementos que ameritarían comentarios tan extensos como el que seguirá:


Habla como si fuera “en nombre de la Iglesia” y citando 1 Cor 5 habla de “juzgar a los de dentro” ¿Quién le dio autoridad para decir semejante cosa? Si dijera que habla en nombre propio vaya y pase, pero escribe como si fuera “doctrina”.


Habla de la “omnipresencia de Dios” de un modo absolutamente superficial (y con citas que no dicen lo que dice que dicen). Podríamos preguntarnos si Dios ¿está en el genocidio?, ¿Dios está en la tortura?, ¿en el hambre?, ¿en la mentira? No le vendría mal a la realidad colombiana reconocer aquellos lugares de ausencia de Dios para transformarlos.


Habla de los templos como “lugares que él mismo consagró”. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Porque si dijera que la Iglesia los instituyó, o que el pueblo en su fe popular reconoció, por ejemplo, nadie lo pondría en duda, pero decir que Dios consagró tal o cual templo, por ejemplo, haría escandaloso una demolición, o venta, como se ha dicho.


La cita del texto de la Transfiguración haciendo suya la voz de Pedro diciendo “Señor está bien quedarnos aquí” es increíble; Lucas 9,33 expresamente nos dice que “no sabía lo que decía”.


Las citas de 1 Pedro y de Hechos son increíbles. Una vez más el texto dice algo totalmente diferente a lo que el autor destaca. No estaría de más que lea algún buen comentario de cada uno de estos libros antes de citarlos. Quizás se sorprendería.


Es notable cuando – para contrarrestar el dicho de que a Dios lo encontramos en la casa, recurre a la eucaristía para cuestionarlo. El supuesto oponente “quisiera que en cada casa hubiera un sacerdote”. Esto es atroz: de comunidad se trata, señor… de comunidad se trata. Si alguien quisiera (o tuviera) un sacerdote a domicilio, quizás haya que repetirle con Pablo que “esa no es la cena del señor” (1 Cor 11,20).


La referencia a la Eucaristía parece tan pobre como la teología bíblica sobre el templo que comentaremos. Y ver a los Templos como “altar de sacrificio”… donde “va el creyente” muestra, una vez más un individualismo en el que la comunidad está ausente, y además una concepción de la eucaristía, por lo menos, muy cuestionable. ¡Muy!


Pero yendo ya al tema del escrito, la pobreza del mismo es supina. Unos textos, pocos, elegidos casi al azar, pretenden configurar una especie de pésima “teología bíblica” sobre el templo. Y me permito (sin pretender ser exhaustivo) señalar algunas ausencias:


Es sabido que en el Israel bíblico había diferentes lugares de culto y santuarios. Esto motivó al rey Josías (c.a. 620 a.C.) a disponer “un único lugar de culto para un Dios único” (2 Re 22-23). Todos los santuarios, templetes o lo que fuere, fueron destruidos pudiéndose dar culto solamente en el Templo de Jerusalén de origen quizás salomónico. Esto empobreció a una clase sacerdotal (los levitas) y gestó, además, peregrinaciones al Templo. Con el tiempo, inclusive, se estableció que estas serían especialmente con motivo de tres grandes fiestas judías: la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (las dos primeras de primavera, la segunda de otoño). Por tanto, los que no vivían en la región de Judea se encontraron dificultados de expresar su religiosidad.


Pero esto solo regía para las pocas tribus que conformaban el reino Sur ya que Jeroboam había establecido, para el reino Norte, dos santuarios tradicionales como lugares de peregrinación: Dan y Betel (930 a.C.). Esto fue criticado, evidentemente, por los teólogos del sur (1 Re 12,26-33).


Pero, destruidos los lugares y ciudades por los asirios (722 a.C.) años más tarde algunos del Norte peregrinaban al Sur. Pero esto duró poco tiempo y en el año 587 a.C. los babilonios destruyen Jerusalén y con ella el templo.


Ezequiel, como muchos de la elite de Jerusalén habían sido desterrados a Babilonia 10 años antes de la destrucción de la ciudad. Cuando esto ocurre, el profeta Ezequiel narra que “vio la gloria de Dios” (una imagen de un carro lleno de luz, como es obviamente que se imagina la gloria) que se dirige a Babilonia (cap.1). La gloria, que había llenado el Templo cuando fue erigido, ahora se traslada allí donde está “el pueblo” (en realidad, la elite). Es la gloria, como presencia de Dios, lo que cuenta; por eso imaginará cuando el pueblo resucite (c.37) un templo con dimensiones celestiales (cc.40-48).


En el regreso de Babilonia, ya en el período persa (537 en adelante) muchos de los que regresan (una inmensa mayoría decide permanecer en lo que luego se llamará “la diáspora”) se dedican a edificar sus propias casas y la ciudad sigue sin templo. Algunos profetas, como Ageo y el primer Zacarías reclamarán la construcción del Templo: no puede ser que el pueblo esté sin un lugar de reunión mientras muchos se ocupan de “sus” casas. Así, con el tiempo comienza a edificarse lo que ahora conocemos como “segundo Templo”, aparentemente modesto hasta que el rey Herodes (es decir, contemporáneo a Jesús) decide ampliarlo para darle esplendor (y conquistar el beneplácito de los judíos; cf. Jn 2,20).


Es en este tiempo en que las peregrinaciones empiezan a tomar forma y consolidarse. Pero, ciertamente, para los que vivían en lugares muy distantes, lo que se pretende de ellos es que vayan al Templo, al menos ¡una vez en la vida!


Es en este contexto en que llegamos al Nuevo Testamento.


Preguntándonos por Jesús, con las dificultades del caso (el acceso al “Jesús histórico”), si seguimos a los Evangelios Sinópticos, hemos de decir que en su vida pública Jesús fue sólo una vez en su vida al templo, donde “por algo que él hizo allí, fue ejecutado”, al decir de los más importantes estudiosos de la Biblia.


El autor señala la escena de Jesús niño en el templo (propia de la teología de san Lucas, por cierto) mostrando una cierta y preocupante ignorancia: Jesús no habla de “la casa de mi Padre” (por más que así traduzcan algunas ediciones de la Biblia, un teólogo debería saberlo) sino “en lo de mi Padre” (en toîs toû patrós mou), que puede ser “la casa de mi Padre” o también “en las cosas de mi Padre”.


El “teólogo” luego, mezcla textos de diferentes teologías en un concordismo preocupante. Cualquiera sabe que la teología de Mateo y la de Juan, por ejemplo, son muy diferentes. Es evidente que el templo (y el sacerdocio) no son espacios principales en los evangelios: Jesús afirma que él es “más grande que el Templo” (Mt 12,6), que no debería pagar, ni él ni Pedro, – por ser hijos – el impuesto al Templo (17,24), Jesús habilita la presencia en el Templo de los que tenían la entrada prohibida, como ciegos y cojos, a los cuales sana (21,14) y, lo que señalan claramente los sinópticos (particularmente Lucas) es que en el Templo, Jesús “enseña” (Mt 26,55; Mc 12,35; Lc 21,37) cosa que hace después de haber expulsado de allí a los vendedores.


En Juan, en cambio, fiel a su teología en la que Jesús reemplaza en sí mismo las instituciones de Israel, Jesús se ve a sí mismo como el Templo (2,19-21). Tanto en este texto, como en su paralelo sinóptico: las referencias “casa de oración (para todos los pueblos)” y “casa de mi padre” las utiliza para contrarrestar aquello que el templo debiera ser y lo que en la práctica han hecho con él (Mt 21,13; Mc 11,17; Lc 19,46; Jn 2,19).


Mirando la segunda generación cristiana, Pablo – nada menos que el fariseo Pablo – nunca habla del Templo, sino que afirma que la comunidad constituye un templo del espíritu (1 Cor 3,16.17; 2 Cor 6,16).


Ya en la tercera generación cristiana (cuando el Templo de Jerusalén había sido destruido por los romanos, en el año 70 d.C.) y – como es razonable – muchos judíos añoraban sus celebraciones y las peregrinaciones, encontramos tres textos de autores muy diferentes críticos de esa actitud:


En Hechos de los apóstoles, Esteban afirma que “el Altísimo no habita en casas hechas por manos de hombre” (jeiropoíêtos, 7,48). No dice que “no habita solamente allí” como sería de esperar, sino que claramente “no habita”. Esto provoca su muerte, nada menos.


De un modo semejante, la carta a los Hebreos afirma que Jesús entró en un nuevo “santuario”, y se refiere al cielo. Y contrasta ambos porque el primero es hechura de manos humanas (jeiropoíêtos, 9,11.24).


No puede dejarse de lado que ambos utilizan el mismo término griego (lit. “hechura de manos”), el cual en el A.T. se utiliza para referir a los ídolos (Lev 26,1.30; Jud 8,18; Sab 14,8; Is 2,18; etc…). Claramente se señala que el Templo puede convertirse – y se ha convertido de hecho con frecuencia – en un ídolo. Algo que claramente denuncia el profeta Jeremías (7,11) y repite Jesús al expulsar a los vendedores de la “cueva de bandidos”.


Finalmente, el Apocalipsis, en medio de un contexto de conflicto, contrasta dos mujeres / ciudades (la prostituta Babilonia-Roma y la novia Jerusalén-Iglesia), y expresamente señala que en ésta última no hay Santuario porque “el Dios todopoderoso y el cordero es su santuario” (21,22).


Insisto que no pretendo negar el valor de los lugares de encuentro y celebración del pueblo de Dios, pero cualquiera mínimamente formado sabe que los textos bíblicos han de leerse en su contexto. Nada de eso figura en el texto que comento sino citas tiradas al ruedo de un debate ausente.


No hay comunidad en él (menos aún “pueblo”) hasta el punto de identificar “iglesia” con “templo” lo que bíblicamente es insostenible. Es sabido que en los primeros tiempos las “iglesias domésticas” solían reunirse en casas. Con el tiempo, cuando el número crecía algunas casas se refaccionaron. Parece ser una iglesia-casa de Dura-Europos (en la frontera de las actuales Siria e Irak, cerca del año 250 d.C.) el primer ejemplo arquitectónico de un lugar cristiano dedicado al encuentro; y se ha de esperar a Clemente de Alejandría (160-215) para que alguien haga referencia a “ir a la Iglesia”.


Sería de esperar de un sedicente teólogo un poco más de seriedad y no que parezca un texto ideológico, y hasta quizás económico, disfrazado de teología lo que se publica. Y sería de esperar que la C.E.C. se deje inspirar por mejores teólogos, que los tiene, y no por repetidores de slogans.


Capilla de Acteal, México, donde en 1997 hubo una masacre.

1 comentario:

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