Cuando la teología es pobre, las conclusiones lo acompañan
Eduardo de la Serna
En la página web de la Conferencia Episcopal Colombiana (C.E.C.) he
tenido la oportunidad de leer un artículo de P. (¿“padre”?) Jorge Enrique
Bustamante Mora, que es el director del Departamento de Doctrina y Animación
Bíblica de dicha Conferencia llamado ¿Por qué volver a los templos? https://www.cec.org.co/sistema-informativo/opini%C3%B3n/%C2%BFpor-qu%C3%A9-volver-los-templos
Siendo el director de dicho departamento, sería de desear una buena
fundamentación bíblica y teológica sobre el tema, cosa absolutamente ausente en
la nota.
Una serie de citas inconexas, mal usadas en ocasiones, diciendo
exactamente lo contrario de todo lo que quiere afirmarse, es llamativo, ya no
que eso sea publicado, sino que el susodicho autor sea “director” de una
institución que se supone central en una conferencia episcopal. Ciertamente no
es lo mismo que el autor publique este texto en su blog que si lo hace nada
menos que en la página de la C.E.C.
Antes de comentar algo del texto quiero señalar que valoro totalmente
los espacios de reunión de la comunidad eclesial (“templo” no me parece el
mejor nombre, pero quizás el autor no conozca otro mejor). Es humano
(antropológicamente central) que un grupo elija reunirse, se convoque para
llorar o celebrar, festejar o pensar, debatir o reflexionar… La religiosidad
popular suele valorar los lugares de encuentro, de peregrinación y celebración,
y – además – es obvio que el encuentro de una comunidad se realice en un lugar
establecido y reconocido, sea este una parroquia, una capilla o hasta debajo de
un árbol. Es la comunidad la que vuelve importante el lugar, evidentemente (por
eso, es sabido, en tantos lugares de Europa en los que ya no hay comunidades, en
los que muchos antiguos lugares de culto se han transformado en escuelas,
salones y hasta bares. Obviamente, además, no se puede ignorar la situación de
aquellos lugares que, por la extensión o la ausencia de ministros, pueden
reunirse y celebrar unos escasos días en el año. Algo de eso se escuchó en el
Sínodo de la Amazonía, y no es diferente de lo que ocurre en lugares
extensísimos como la Patagonia Argentina. Y es de suponer que una conferencia
episcopal (o sus voceros) piensan y escriben para toda la iglesia colombiana
(en este caso) y no solo para los de la ciudad.
Y no me voy a detener en algunos elementos que ameritarían
comentarios tan extensos como el que seguirá:
Habla como si fuera “en nombre de la Iglesia” y citando 1 Cor 5
habla de “juzgar a los de dentro” ¿Quién le dio autoridad para decir semejante
cosa? Si dijera que habla en nombre propio vaya y pase, pero escribe como si
fuera “doctrina”.
Habla de la “omnipresencia de Dios” de un modo absolutamente
superficial (y con citas que no dicen lo que dice que dicen). Podríamos
preguntarnos si Dios ¿está en el genocidio?, ¿Dios está en la tortura?, ¿en el
hambre?, ¿en la mentira? No le vendría mal a la realidad colombiana reconocer
aquellos lugares de ausencia de Dios para transformarlos.
Habla de los templos como “lugares que él mismo consagró”. ¿Dónde?
¿Cuándo? ¿Cómo? Porque si dijera que la Iglesia los instituyó, o que el pueblo
en su fe popular reconoció, por ejemplo, nadie lo pondría en duda, pero decir
que Dios consagró tal o cual templo, por ejemplo, haría escandaloso una
demolición, o venta, como se ha dicho.
La cita del texto de la Transfiguración haciendo suya la voz de Pedro
diciendo “Señor está bien quedarnos aquí” es increíble; Lucas 9,33 expresamente
nos dice que “no sabía lo que decía”.
Las citas de 1 Pedro y de Hechos son increíbles. Una vez más el
texto dice algo totalmente diferente a lo que el autor destaca. No estaría de
más que lea algún buen comentario de cada uno de estos libros antes de
citarlos. Quizás se sorprendería.
Es notable cuando – para contrarrestar el dicho de que a Dios lo
encontramos en la casa, recurre a la eucaristía para cuestionarlo. El supuesto
oponente “quisiera que en cada casa hubiera un sacerdote”. Esto es atroz: de
comunidad se trata, señor… de comunidad se trata. Si alguien quisiera (o
tuviera) un sacerdote a domicilio, quizás haya que repetirle con Pablo que “esa
no es la cena del señor” (1 Cor 11,20).
La referencia a la Eucaristía parece tan pobre como la teología
bíblica sobre el templo que comentaremos. Y ver a los Templos como “altar de
sacrificio”… donde “va el creyente” muestra, una vez más un individualismo en
el que la comunidad está ausente, y además una concepción de la eucaristía, por
lo menos, muy cuestionable. ¡Muy!
Pero yendo ya al tema del escrito, la pobreza del mismo es supina.
Unos textos, pocos, elegidos casi al azar, pretenden configurar una especie de
pésima “teología bíblica” sobre el templo. Y me permito (sin pretender ser
exhaustivo) señalar algunas ausencias:
Es sabido que en el Israel bíblico había diferentes lugares de
culto y santuarios. Esto motivó al rey Josías (c.a. 620 a.C.) a disponer “un único
lugar de culto para un Dios único” (2 Re 22-23). Todos los santuarios,
templetes o lo que fuere, fueron destruidos pudiéndose dar culto solamente en
el Templo de Jerusalén de origen quizás salomónico. Esto empobreció a una clase
sacerdotal (los levitas) y gestó, además, peregrinaciones al Templo. Con el
tiempo, inclusive, se estableció que estas serían especialmente con motivo de tres
grandes fiestas judías: la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (las dos primeras
de primavera, la segunda de otoño). Por tanto, los que no vivían en la región
de Judea se encontraron dificultados de expresar su religiosidad.
Pero esto solo regía para las pocas tribus que conformaban el reino
Sur ya que Jeroboam había establecido, para el reino Norte, dos santuarios
tradicionales como lugares de peregrinación: Dan y Betel (930 a.C.). Esto fue
criticado, evidentemente, por los teólogos del sur (1 Re 12,26-33).
Pero, destruidos los lugares y ciudades por los asirios (722 a.C.) años
más tarde algunos del Norte peregrinaban al Sur. Pero esto duró poco tiempo y
en el año 587 a.C. los babilonios destruyen Jerusalén y con ella el templo.
Ezequiel, como muchos de la elite de Jerusalén habían sido
desterrados a Babilonia 10 años antes de la destrucción de la ciudad. Cuando
esto ocurre, el profeta Ezequiel narra que “vio la gloria de Dios” (una imagen
de un carro lleno de luz, como es obviamente que se imagina la gloria) que se
dirige a Babilonia (cap.1). La gloria, que había llenado el Templo cuando fue
erigido, ahora se traslada allí donde está “el pueblo” (en realidad, la elite).
Es la gloria, como presencia de Dios, lo que cuenta; por eso imaginará cuando el
pueblo resucite (c.37) un templo con dimensiones celestiales (cc.40-48).
En el regreso de Babilonia, ya en el período persa (537 en adelante)
muchos de los que regresan (una inmensa mayoría decide permanecer en lo que luego
se llamará “la diáspora”) se dedican a edificar sus propias casas y la ciudad
sigue sin templo. Algunos profetas, como Ageo y el primer Zacarías reclamarán
la construcción del Templo: no puede ser que el pueblo esté sin un lugar de
reunión mientras muchos se ocupan de “sus” casas. Así, con el tiempo comienza a
edificarse lo que ahora conocemos como “segundo Templo”, aparentemente modesto
hasta que el rey Herodes (es decir, contemporáneo a Jesús) decide ampliarlo
para darle esplendor (y conquistar el beneplácito de los judíos; cf. Jn 2,20).
Es en este tiempo en que las peregrinaciones empiezan a tomar forma
y consolidarse. Pero, ciertamente, para los que vivían en lugares muy
distantes, lo que se pretende de ellos es que vayan al Templo, al menos ¡una
vez en la vida!
Es en este contexto en que llegamos al Nuevo Testamento.
Preguntándonos por Jesús, con las dificultades del caso (el acceso
al “Jesús histórico”), si seguimos a los Evangelios Sinópticos, hemos de decir
que en su vida pública Jesús fue sólo una vez en su vida al templo, donde “por
algo que él hizo allí, fue ejecutado”, al decir de los más importantes
estudiosos de la Biblia.
El autor señala la escena de Jesús niño en el templo (propia de la
teología de san Lucas, por cierto) mostrando una cierta y preocupante
ignorancia: Jesús no habla de “la casa de mi Padre” (por más que así traduzcan
algunas ediciones de la Biblia, un teólogo debería saberlo) sino “en lo de mi Padre”
(en toîs toû patrós mou), que puede ser “la casa de mi Padre” o también “en
las cosas de mi Padre”.
El “teólogo” luego, mezcla textos de diferentes teologías en un
concordismo preocupante. Cualquiera sabe que la teología de Mateo y la de Juan,
por ejemplo, son muy diferentes. Es evidente que el templo (y el sacerdocio) no
son espacios principales en los evangelios: Jesús afirma que él es “más grande
que el Templo” (Mt 12,6), que no debería pagar, ni él ni Pedro, – por ser hijos
– el impuesto al Templo (17,24), Jesús habilita la presencia en el Templo de
los que tenían la entrada prohibida, como ciegos y cojos, a los cuales sana (21,14)
y, lo que señalan claramente los sinópticos (particularmente Lucas) es que en
el Templo, Jesús “enseña” (Mt 26,55; Mc 12,35; Lc 21,37) cosa que hace después
de haber expulsado de allí a los vendedores.
En Juan, en cambio, fiel a su teología en la que Jesús reemplaza en
sí mismo las instituciones de Israel, Jesús se ve a sí mismo como el Templo (2,19-21).
Tanto en este texto, como en su paralelo sinóptico: las referencias “casa de
oración (para todos los pueblos)” y “casa de mi padre” las utiliza para
contrarrestar aquello que el templo debiera ser y lo que en la práctica han hecho
con él (Mt 21,13; Mc 11,17; Lc 19,46; Jn 2,19).
Mirando la segunda generación cristiana, Pablo – nada menos que el
fariseo Pablo – nunca habla del Templo, sino que afirma que la comunidad
constituye un templo del espíritu (1 Cor 3,16.17; 2 Cor 6,16).
Ya en la tercera generación cristiana (cuando el Templo de Jerusalén
había sido destruido por los romanos, en el año 70 d.C.) y – como es razonable –
muchos judíos añoraban sus celebraciones y las peregrinaciones, encontramos
tres textos de autores muy diferentes críticos de esa actitud:
En Hechos de los apóstoles, Esteban afirma que “el Altísimo no
habita en casas hechas por manos de hombre” (jeiropoíêtos, 7,48). No
dice que “no habita solamente allí” como sería de esperar, sino que claramente “no
habita”. Esto provoca su muerte, nada menos.
De un modo semejante, la carta a los Hebreos afirma que Jesús entró
en un nuevo “santuario”, y se refiere al cielo. Y contrasta ambos porque el
primero es hechura de manos humanas (jeiropoíêtos, 9,11.24).
No puede dejarse de lado que ambos utilizan el mismo término griego
(lit. “hechura de manos”), el cual en el A.T. se utiliza para referir a los ídolos
(Lev 26,1.30; Jud 8,18; Sab 14,8; Is 2,18; etc…). Claramente se señala que el
Templo puede convertirse – y se ha convertido de hecho con frecuencia – en un
ídolo. Algo que claramente denuncia el profeta Jeremías (7,11) y repite Jesús al
expulsar a los vendedores de la “cueva de bandidos”.
Finalmente, el Apocalipsis, en medio de un contexto de conflicto,
contrasta dos mujeres / ciudades (la prostituta Babilonia-Roma y la novia Jerusalén-Iglesia),
y expresamente señala que en ésta última no hay Santuario porque “el Dios
todopoderoso y el cordero es su santuario” (21,22).
Insisto que no pretendo negar el valor de los lugares de encuentro
y celebración del pueblo de Dios, pero cualquiera mínimamente formado sabe que
los textos bíblicos han de leerse en su contexto. Nada de eso figura en el
texto que comento sino citas tiradas al ruedo de un debate ausente.
No hay comunidad en él (menos aún “pueblo”) hasta el punto de identificar
“iglesia” con “templo” lo que bíblicamente es insostenible. Es sabido que en
los primeros tiempos las “iglesias domésticas” solían reunirse en casas. Con el
tiempo, cuando el número crecía algunas casas se refaccionaron. Parece ser una
iglesia-casa de Dura-Europos (en la frontera de las actuales Siria e Irak,
cerca del año 250 d.C.) el primer ejemplo arquitectónico de un lugar cristiano
dedicado al encuentro; y se ha de esperar a Clemente de Alejandría (160-215) para
que alguien haga referencia a “ir a la Iglesia”.
Sería de esperar de un sedicente teólogo un poco más de seriedad y no que parezca un texto ideológico, y hasta quizás económico, disfrazado de teología lo que se publica. Y sería de esperar que la C.E.C. se deje inspirar por mejores teólogos, que los tiene, y no por repetidores de slogans.
Excelente comentario!!!
ResponderBorrarGracias por está reflexión