Pensando en voz alta mi fracaso
Eduardo de la Serna
Hace ya muchos años tengo la sensación clara y precisa de que, en
muchos aspectos de mi vida, ¡he fracasado! Y no temo decirlo, no solamente
porque la única verdad es la realidad y porque hay que ser honrados con lo
real, sino también porque no se me viene el mundo abajo por reconocerlo y
aceptarlo. Y lo pienso especialmente, aunque no sólo allí, en el terreno académico.
Desde hace mucho, ¡mi vida docente entera! (¡38 años!), he enseñado un modo de
leer la Biblia; después, aceptamos, discutimos, dialogamos, compartimos o
complementamos una u otra corriente, pero siempre en un mismo modo de leerla:
un acercamiento desde la historia, desde la intención del autor y su contexto,
una mirada crítica… Sin embargo, veo, escucho o comentan – y dolorosamente lo
creo – que la inmensa mayoría de los que fueron estudiantes míos, incurre una y
otra vez en lecturas fundamentalistas, más o menos evidentes. Lo entiendo: es
una lectura siempre más fácil en contraste con lo arduo y en ocasiones
conflictivo de la lectura crítica, pero que lo entienda no significa que lo
acepte. Y menos aún, que lo celebre.
Y pensando una y otra vez en mi fracaso, me di cuenta que no podía
ser de otra manera (y hablo de mi vida, no de los receptores) ya que
habitualmente me he referenciado o dirigido la mirada en dos importantes
fracasados. Aclaro: no que los imite, ¡que estoy lejos!, sino que son figuras
que me alientan, animan y huellas que quisiera transitar en muchos aspectos. Y,
mirando atentamente, creo que ambos fracasaron. Me refiero a dos “amigos de
arriba”, San Pablo y Santa Teresita.
San Pablo: mi encuentro personal con Pablo se remonta a fines del
año 1972. Un año complicado: había apertura política ya que habría elecciones a
comienzos de 1973, las primeras sin la proscripción del peronismo, y empezaba,
entonces, mi militancia. Recuerdo las noches que volvíamos como a las 2 o 3 de
la mañana después de haber salido a pintar. Pero esa militancia era también
religiosa (ambas militancias confluían, en mi caso, en la villa 31, con Carlos
Mugica, por ejemplo). Y fue en esta militancia que conocí a San Pablo. En un
primer momento al que pude conocer, superficialmente. Recuerdo, por ejemplo,
mis lecturas de las cartas pastorales, que hoy estoy convencido que Pablo no
escribió. Fue mi encuentro con Pablo el que me decidió, meses más tarde, a
entrar al seminario y ser cura, y – como debía esperar casi un año para el
ingreso, y viajé por primera vez a Colombia (1973), recuerdo que llevé, entre
otros, 2 libros para leer en ese tiempo: los documentos de Medellín y una
Introducción a la teología de san Pablo, de W. Grossouw. Ya en el seminario mi
encuentro con Pablo siguió creciendo y luego, como profesor de Biblia, Pablo
fue un tema principal en mis estudios y escritos, aunque siguiera conociendo
cada vez más un Pablo nuevo, y hoy crea que Hechos de los Apóstoles casi no
aporta para conocerlo, y, además, que “no fue cristiano”, como afirma con razón
una teóloga judía (P. Eisenbaum). Pero una de las cosas que cada vez descubro
más hondamente es que Pablo anduvo “de fracaso en fracaso”. Y quiero señalar
algunos casos evidentes: fracasó, en su tiempo, en proponer su Evangelio
quedando en franca minoría, aunque le dieran la mano en señal de comunión: sólo
en su limitada área de influencia este fue aceptado. Fracasó en su discusión
con Pedro y hubo de abandonar para siempre Antioquía, que era “su” sede (donde
quedará Pedro, que también parece haber fracasado su discusión con Santiago de
Jerusalén). Dedicó muchísima energía en la organización de una colecta que también
parece haber fracasado porque no fue aceptada por “los incrédulos de Judea”,
fue echado de muchas ciudades impidiéndole la entrada, por lo que “ya no tiene
espacio” en “esas regiones” y, finalmente (como reconoce C. Gil, si lo entiendo
bien) fracasó en su propuesta fundamental: Pablo entiende que todos los paganos
se incorporan a Israel y son verdaderos israelitas, por su bautismo “en
Cristo”, por lo que es innecesaria la circuncisión. Esto fracasa claramente,
por lo que, ya muerto Pablo, se empieza a desarrollar una nueva estrategia, la
separación de los cristianos de Israel, como dos grupos diferentes. Y si bien,
con el tiempo se reconoce la santidad e inspiración de Pablo, no es menos
cierto que Pablo suele estar en un segundo o tercer lugar. Seguramente la
búsqueda de la propia identidad eclesial, de los tiempos post-paulinos llevó a
que el Evangelio de Mateo fuera el más aceptado, precisamente el menos paulino
de los cuatro (no lo creo “anti-paulino”, como plantea D. Sim, pero ciertamente
el más distante). No es casualidad que Pablo nunca es predicado en las
homilías, por ejemplo, obviamente centradas en el Evangelio (cuando se recurre
al texto bíblico y no a otras cosas en la predicación). Otro ejemplo, fue el
fracaso del llamado “Año Paulino” convocado por el papa Benito XVI, que no pasó
a ser más de un par de cosas aisladas. En la Iglesia Católica Romana pareciera
haber un cierto rechazo a Pablo (¿quizás por el conflicto con Pedro?) lo que
hace que, temas paulinos que son ciertamente graves, no se profundicen para dar
una palabra acabada, ahondando así su mala imagen: se lo ve como crítico del
judaísmo, enemigo de las mujeres y los y las homosexuales, favorecedor de la
esclavitud, por ejemplo; algo que, de ser así, ciertamente merecería la crítica
del caso, pero muchos entendemos que han de comprenderse desde otra
perspectiva, precisamente. Pero, debido a la poca atención que se le da,
simplemente se repite el texto. Pablo ha fracasado, creo yo.
Santa Teresita: mi amistad con “la Tere” fue apenas posterior. En
el pre-seminario (1974) había en comunidad, media hora de “lectura espiritual”,
en común, seleccionada por el superior, un cura con el que creo que me unía
poco más que la confesión de la misma fe. Entre esos textos, empezó a leerse su
“Historia de un alma”, y algo “me hizo ruido”. Empecé a sentir que algo mío
había allí, y mis primeros ahorros los gasté en comprar las “Obras completas”.
Como con Pablo, empecé conociendo una Teresa y luego fui profundizando,
seleccionando y descubriendo más y mejor a la que se escondía. Y acá viene,
creo yo, su fracaso. En Argentina, es una santa bastante popular, y – por lo
que dicen, aunque no me consta – se debió a la introducción de la “devoción”
por parte de monseñor Miguel de Andrea (+ 1960). Pero la pregunta, para la que
creo tener una respuesta es “¿de qué Teresita hablamos?” Una vez hablando con
un maravilloso amigo que combina excelentemente bien ser una persona libre y
alegre, ser espiritual y místico, ser teólogo y sabio, Maximiliano Herraiz, él
comentaba que, como era razonable, al entrar en el noviciado de los Carmelitas,
le hicieron leer “Historia de un Alma” y la dejó por la mitad por que le
resultaba insufrible: dulzona, pueril, infantil, melosa... Muchos, muchos años
después, cuando Teresita fue nombrada “Doctora de la Iglesia” se decidió a
leerla atentamente. Y “cuando pude leerla, descubrí, que tiene nervadura …
¡tiene nervadura!”, repitió. Ahí radica el fracaso de Teresita, creo: muchos
fascinados por una mirada superficial, aniñada, dulzona y que – por su propia
responsabilidad – la vuelve casi inaccesible. Teresa no sabe (quizás no sea
fácil poder) salir de los esquemas y estructuras de su tiempo. Creo que no
puede entenderse mejor lo que señalo que cuando se miran sus pinturas: rígidas,
sin movimiento, estructuradas, como lo que “debe ser” un Niño Jesús, una “Santa
Faz”. Algo semejante ocurre con sus poesías: estructuradas, casi matemáticas,
con metáforas evidentes y sin creatividad. Teresita no pasará a la historia de
la pintura y de la poesía francesa. Pero sí está en la historia de la mística
francesa. Recién cuando se sabe saltar el lenguaje y la estructura, cuando se
puede ir más allá de la forma para mirar el fondo, y lo profundo, recién ahí se
puede encontrar a Teresa. Y, ¡ella misma lo ha provocado!, son pocos, muy pocos,
creo yo, los que logran descubrir la nervadura, quedándose en la infancia, las
flores, o algunas frases de impacto sensiblero. Es en ese sentido que yo creo que
Teresa ha fracasado.
Habitualmente lo contrario de “fracaso” es el éxito. ¿Qué sería el
éxito? Como insinúo, no creo que el reconocimiento y aceptación necesariamente
lo sean. Teresa es una santa popular, lo dije. Tampoco un reconocimiento
solemne, pues Pablo lo tiene. A lo mejor empiece por un reconocimiento de quien
verdaderamente es y una valorización medular de lo que es, hace y dice. Por ejemplo,
creo que si hubiera una iglesia más paulina (y no estoy diciendo que deba ser “solo
paulina”, que estoy lejos de Marción) habría una iglesia más libre, no tan
atada a las normas y leyes, más optimista y evangelizadora; si hubiera una
valorización de Teresa, creo que habría una iglesia más confiada en el Espíritu
de Dios, más consciente de su ser pecadora pero que eso no significa “martillarse
los dedos” sino sentirse hermana de todos y todas. Pero Pablo y Teresa
fracasaron, creo yo, pero no dejaron de ser y hacer lo que ellos entendían que
debían hacer y decir. Aunque fueran totalmente incomprendidos por los suyos. En
mi caso (e insisto que no me estoy comparando “ni un tantico así”, solo me
referencio en ellos) creo que la Biblia ha de enseñarse encarnada, en su tiempo
y en nuestro presente histórico, y debe leerse críticamente.
En ese sentido me resulta curioso, y en esto miro atentamente otro
fracasado, el profeta Ezequiel, que no faltan los que quieren escuchar, “vamos
a escuchar”, pero solo escuchan– como quién va a escuchar un
cantante – porque escuchan, pero no ponen en práctica todo eso (Ezequiel
33,30-32).
Insisto que he
fracasado. Pero no me angustia el fracaso (no me hice cura para triunfar, sino
para anunciar el Evangelio), me angustiaría no hacer lo que creo que es bueno
hacer, lo que conviene hacer a fin de conseguir un aplauso más o una palmada en
la espalda.
Pronto cumpliré
39 años de cura, ¡a seguir fracasando vamos! Pero con la alegría y la confianza
de estar convencido que estos son caminos de Dios, con Cristo, en el Espíritu.
Al fin y al cabo, si hay o no frutos, ¡es cosa Suya! De sembrar se trata, Él “da
el crecimiento”. ¡Creo!
Foto tomada de https://pixabay.com/es/photos/llave-cerradura-puerta-viejo-1323094/
De sembrar se trata...para pasar por todas las fases del crecimiento hasta llegar al fruto...y creo que la palabra clave ahora sería aceptación de mi ser y su escencia, que aunque vaya en contraste con el "ser" de otros...otras...es mi interior lo que importa, es dormir tranquila porque dí lo creo que es lo mejor que tengo para dar...no correr detrás sino caminar al lado de lo que la Vida me propone...disfrutar el proceso y no no el resultado...porque tampoco busco ni la palmada ni el aplauso...sino la certeza de haber hecho lo que creo acertado para tal o cual situación...
ResponderBorrarGracias Eduardo...gracias a Dios y nuestra madre María...que día a día son los garantes de mi propio crecimiento personal.