martes, 22 de septiembre de 2020

Pensando en voz alta mi fracaso

 Pensando en voz alta mi fracaso


Eduardo de la Serna



Hace ya muchos años tengo la sensación clara y precisa de que, en muchos aspectos de mi vida, ¡he fracasado! Y no temo decirlo, no solamente porque la única verdad es la realidad y porque hay que ser honrados con lo real, sino también porque no se me viene el mundo abajo por reconocerlo y aceptarlo. Y lo pienso especialmente, aunque no sólo allí, en el terreno académico. Desde hace mucho, ¡mi vida docente entera! (¡38 años!), he enseñado un modo de leer la Biblia; después, aceptamos, discutimos, dialogamos, compartimos o complementamos una u otra corriente, pero siempre en un mismo modo de leerla: un acercamiento desde la historia, desde la intención del autor y su contexto, una mirada crítica… Sin embargo, veo, escucho o comentan – y dolorosamente lo creo – que la inmensa mayoría de los que fueron estudiantes míos, incurre una y otra vez en lecturas fundamentalistas, más o menos evidentes. Lo entiendo: es una lectura siempre más fácil en contraste con lo arduo y en ocasiones conflictivo de la lectura crítica, pero que lo entienda no significa que lo acepte. Y menos aún, que lo celebre.


Y pensando una y otra vez en mi fracaso, me di cuenta que no podía ser de otra manera (y hablo de mi vida, no de los receptores) ya que habitualmente me he referenciado o dirigido la mirada en dos importantes fracasados. Aclaro: no que los imite, ¡que estoy lejos!, sino que son figuras que me alientan, animan y huellas que quisiera transitar en muchos aspectos. Y, mirando atentamente, creo que ambos fracasaron. Me refiero a dos “amigos de arriba”, San Pablo y Santa Teresita.


San Pablo: mi encuentro personal con Pablo se remonta a fines del año 1972. Un año complicado: había apertura política ya que habría elecciones a comienzos de 1973, las primeras sin la proscripción del peronismo, y empezaba, entonces, mi militancia. Recuerdo las noches que volvíamos como a las 2 o 3 de la mañana después de haber salido a pintar. Pero esa militancia era también religiosa (ambas militancias confluían, en mi caso, en la villa 31, con Carlos Mugica, por ejemplo). Y fue en esta militancia que conocí a San Pablo. En un primer momento al que pude conocer, superficialmente. Recuerdo, por ejemplo, mis lecturas de las cartas pastorales, que hoy estoy convencido que Pablo no escribió. Fue mi encuentro con Pablo el que me decidió, meses más tarde, a entrar al seminario y ser cura, y – como debía esperar casi un año para el ingreso, y viajé por primera vez a Colombia (1973), recuerdo que llevé, entre otros, 2 libros para leer en ese tiempo: los documentos de Medellín y una Introducción a la teología de san Pablo, de W. Grossouw. Ya en el seminario mi encuentro con Pablo siguió creciendo y luego, como profesor de Biblia, Pablo fue un tema principal en mis estudios y escritos, aunque siguiera conociendo cada vez más un Pablo nuevo, y hoy crea que Hechos de los Apóstoles casi no aporta para conocerlo, y, además, que “no fue cristiano”, como afirma con razón una teóloga judía (P. Eisenbaum). Pero una de las cosas que cada vez descubro más hondamente es que Pablo anduvo “de fracaso en fracaso”. Y quiero señalar algunos casos evidentes: fracasó, en su tiempo, en proponer su Evangelio quedando en franca minoría, aunque le dieran la mano en señal de comunión: sólo en su limitada área de influencia este fue aceptado. Fracasó en su discusión con Pedro y hubo de abandonar para siempre Antioquía, que era “su” sede (donde quedará Pedro, que también parece haber fracasado su discusión con Santiago de Jerusalén). Dedicó muchísima energía en la organización de una colecta que también parece haber fracasado porque no fue aceptada por “los incrédulos de Judea”, fue echado de muchas ciudades impidiéndole la entrada, por lo que “ya no tiene espacio” en “esas regiones” y, finalmente (como reconoce C. Gil, si lo entiendo bien) fracasó en su propuesta fundamental: Pablo entiende que todos los paganos se incorporan a Israel y son verdaderos israelitas, por su bautismo “en Cristo”, por lo que es innecesaria la circuncisión. Esto fracasa claramente, por lo que, ya muerto Pablo, se empieza a desarrollar una nueva estrategia, la separación de los cristianos de Israel, como dos grupos diferentes. Y si bien, con el tiempo se reconoce la santidad e inspiración de Pablo, no es menos cierto que Pablo suele estar en un segundo o tercer lugar. Seguramente la búsqueda de la propia identidad eclesial, de los tiempos post-paulinos llevó a que el Evangelio de Mateo fuera el más aceptado, precisamente el menos paulino de los cuatro (no lo creo “anti-paulino”, como plantea D. Sim, pero ciertamente el más distante). No es casualidad que Pablo nunca es predicado en las homilías, por ejemplo, obviamente centradas en el Evangelio (cuando se recurre al texto bíblico y no a otras cosas en la predicación). Otro ejemplo, fue el fracaso del llamado “Año Paulino” convocado por el papa Benito XVI, que no pasó a ser más de un par de cosas aisladas. En la Iglesia Católica Romana pareciera haber un cierto rechazo a Pablo (¿quizás por el conflicto con Pedro?) lo que hace que, temas paulinos que son ciertamente graves, no se profundicen para dar una palabra acabada, ahondando así su mala imagen: se lo ve como crítico del judaísmo, enemigo de las mujeres y los y las homosexuales, favorecedor de la esclavitud, por ejemplo; algo que, de ser así, ciertamente merecería la crítica del caso, pero muchos entendemos que han de comprenderse desde otra perspectiva, precisamente. Pero, debido a la poca atención que se le da, simplemente se repite el texto. Pablo ha fracasado, creo yo.


Santa Teresita: mi amistad con “la Tere” fue apenas posterior. En el pre-seminario (1974) había en comunidad, media hora de “lectura espiritual”, en común, seleccionada por el superior, un cura con el que creo que me unía poco más que la confesión de la misma fe. Entre esos textos, empezó a leerse su “Historia de un alma”, y algo “me hizo ruido”. Empecé a sentir que algo mío había allí, y mis primeros ahorros los gasté en comprar las “Obras completas”. Como con Pablo, empecé conociendo una Teresa y luego fui profundizando, seleccionando y descubriendo más y mejor a la que se escondía. Y acá viene, creo yo, su fracaso. En Argentina, es una santa bastante popular, y – por lo que dicen, aunque no me consta – se debió a la introducción de la “devoción” por parte de monseñor Miguel de Andrea (+ 1960). Pero la pregunta, para la que creo tener una respuesta es “¿de qué Teresita hablamos?” Una vez hablando con un maravilloso amigo que combina excelentemente bien ser una persona libre y alegre, ser espiritual y místico, ser teólogo y sabio, Maximiliano Herraiz, él comentaba que, como era razonable, al entrar en el noviciado de los Carmelitas, le hicieron leer “Historia de un Alma” y la dejó por la mitad por que le resultaba insufrible: dulzona, pueril, infantil, melosa... Muchos, muchos años después, cuando Teresita fue nombrada “Doctora de la Iglesia” se decidió a leerla atentamente. Y “cuando pude leerla, descubrí, que tiene nervadura … ¡tiene nervadura!”, repitió. Ahí radica el fracaso de Teresita, creo: muchos fascinados por una mirada superficial, aniñada, dulzona y que – por su propia responsabilidad – la vuelve casi inaccesible. Teresa no sabe (quizás no sea fácil poder) salir de los esquemas y estructuras de su tiempo. Creo que no puede entenderse mejor lo que señalo que cuando se miran sus pinturas: rígidas, sin movimiento, estructuradas, como lo que “debe ser” un Niño Jesús, una “Santa Faz”. Algo semejante ocurre con sus poesías: estructuradas, casi matemáticas, con metáforas evidentes y sin creatividad. Teresita no pasará a la historia de la pintura y de la poesía francesa. Pero sí está en la historia de la mística francesa. Recién cuando se sabe saltar el lenguaje y la estructura, cuando se puede ir más allá de la forma para mirar el fondo, y lo profundo, recién ahí se puede encontrar a Teresa. Y, ¡ella misma lo ha provocado!, son pocos, muy pocos, creo yo, los que logran descubrir la nervadura, quedándose en la infancia, las flores, o algunas frases de impacto sensiblero. Es en ese sentido que yo creo que Teresa ha fracasado.


Habitualmente lo contrario de “fracaso” es el éxito. ¿Qué sería el éxito? Como insinúo, no creo que el reconocimiento y aceptación necesariamente lo sean. Teresa es una santa popular, lo dije. Tampoco un reconocimiento solemne, pues Pablo lo tiene. A lo mejor empiece por un reconocimiento de quien verdaderamente es y una valorización medular de lo que es, hace y dice. Por ejemplo, creo que si hubiera una iglesia más paulina (y no estoy diciendo que deba ser “solo paulina”, que estoy lejos de Marción) habría una iglesia más libre, no tan atada a las normas y leyes, más optimista y evangelizadora; si hubiera una valorización de Teresa, creo que habría una iglesia más confiada en el Espíritu de Dios, más consciente de su ser pecadora pero que eso no significa “martillarse los dedos” sino sentirse hermana de todos y todas. Pero Pablo y Teresa fracasaron, creo yo, pero no dejaron de ser y hacer lo que ellos entendían que debían hacer y decir. Aunque fueran totalmente incomprendidos por los suyos. En mi caso (e insisto que no me estoy comparando “ni un tantico así”, solo me referencio en ellos) creo que la Biblia ha de enseñarse encarnada, en su tiempo y en nuestro presente histórico, y debe leerse críticamente.


En ese sentido me resulta curioso, y en esto miro atentamente otro fracasado, el profeta Ezequiel, que no faltan los que quieren escuchar, “vamos a escuchar”, pero solo escuchan– como quién va a escuchar un cantante – porque escuchan, pero no ponen en práctica todo eso (Ezequiel 33,30-32).


Insisto que he fracasado. Pero no me angustia el fracaso (no me hice cura para triunfar, sino para anunciar el Evangelio), me angustiaría no hacer lo que creo que es bueno hacer, lo que conviene hacer a fin de conseguir un aplauso más o una palmada en la espalda.


Pronto cumpliré 39 años de cura, ¡a seguir fracasando vamos! Pero con la alegría y la confianza de estar convencido que estos son caminos de Dios, con Cristo, en el Espíritu. Al fin y al cabo, si hay o no frutos, ¡es cosa Suya! De sembrar se trata, Él “da el crecimiento”. ¡Creo!

 

Foto tomada de https://pixabay.com/es/photos/llave-cerradura-puerta-viejo-1323094/

1 comentario:

  1. De sembrar se trata...para pasar por todas las fases del crecimiento hasta llegar al fruto...y creo que la palabra clave ahora sería aceptación de mi ser y su escencia, que aunque vaya en contraste con el "ser" de otros...otras...es mi interior lo que importa, es dormir tranquila porque dí lo creo que es lo mejor que tengo para dar...no correr detrás sino caminar al lado de lo que la Vida me propone...disfrutar el proceso y no no el resultado...porque tampoco busco ni la palmada ni el aplauso...sino la certeza de haber hecho lo que creo acertado para tal o cual situación...
    Gracias Eduardo...gracias a Dios y nuestra madre María...que día a día son los garantes de mi propio crecimiento personal.

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