Una nota (crítica) a Fratelli Tutti
Eduardo de la Serna
Habitualmente en la Iglesia Católica Romana una encíclica suele ser
un verdadero acontecimiento. Se supone que el Papa dirige una suerte de “carta
abierta” a toda la comunidad eclesial sobre un tema que se ha madurado,
discutido, consensuado. Se ha consultado las diferentes opiniones, muchas de
ellas contrapuestas, y – finalmente – después de mucha oración (se supone) dice
una palabra.
Es importante señalar que el solo hecho de que una encíclica sea
publicada no es suficiente. El Pueblo de Dios la recibirá (o no), madurará un
elemento, o muchos y – quizás – deja a un costado otros. Es lo que se llama
teológicamente la “recepción” que es un elemento constitutivo de la misma
comunicación. Para que se entienda, ha habido encíclicas que no han tenido esta
recepción, y el Pueblo de Dios no las ha valorado sin por ello dejar de
percibirse tan católico como antes. Un ejemplo, quizás pertinente, es lo
ocurrido con la Humanae Vitae, de Pablo VI. En lo personal no sé cuánta
recepción ha habido de varias encíclicas de Juan Pablo II o de Benito XVI, pero
no es el caso. Pero hay que distinguir “recepción” de rating, o de “éxito
editorial”, por ejemplo. Se trata de teología: el Pueblo de Dios, conducido por
el Espíritu Santo (o que escucha al Espíritu, que es el que conduce la Iglesia)
sabe reconocer la presencia del mismo Espíritu en tal o cual texto. “Este texto
nos constituye”, sería la idea. Por eso, además, no es algo que se pueda ver en
las primeras repercusiones o en la aceptación o no en algunos lugares
específicos. Por ejemplo, es evidente que Medellín y Puebla tuvieron una
recepción que no tuvo Santo Domingo y que fue muy pobre en Aparecida (quizás
inversamente proporcional a la intervención autoritaria de la curia). Esta
recepción o no es la que da, a la Iglesia, la garantía de evitar el riesgo del
autoritarismo. Lo que diga el Papa, o una Conferencia Episcopal no es, necesariamente,
lo que dice “la Iglesia”. Sin esa tal recepción, solo quedará en papel escrito.
Valga esto para señalar que la recepción o no de Fratelli Tutti,
que todavía es excesivamente temprano para evaluar, será la clave para que la
encíclica pase a la historia, como ocurrió con otras encíclicas, como Populorum
Progressio, por caso, o la Evangelii Nuntiandi, que no fue encíclica,
pero tuvo más recepción que muchas de ellas. Sí pareciera que puede decirse que
hay elementos halagüeños que invitan a pensar que la recepción será importante.
Como muchas encíclicas sociales, el tema central no es un tema eclesial,
aunque se aporte una mirada eclesial, sino la “cuestión social”: el trabajo, la
propiedad privada, la paz mundial, etc… por eso, la encíclica está dirigida no
solamente a toda la Iglesia (no es – entonces – una “carta abierta a la Iglesia”)
sino también a “todas las personas de buena voluntad”. Seguramente por eso, en
la Encíclica no hay una teología explícita y las citas bíblicas, de Padres de
la Iglesia son escasas (no así las auto-citas a textos del mismo Papa, que
constituyen el 60% de las notas). Lo que se pretende es pensar en voz alta
sobre un tema que, el Papa cree, es fundamental para la vida de la humanidad. En
este sentido, no es fácil ver un hilo conductor, y se extraña la ausencia de un
índice que permita ver por dónde va y hacia dónde…
El Papa entiende, en plena coherencia con la teología de Israel y de
la Biblia cristiana que la clave de todas las relaciones humanas es la
fraternidad (y sororidad, palabra ausente, lamentablemente), y lo hace, además,
en comunión con el Islam, lo que aporta una nota -a mi juicio - fundamental. En
Israel es claro que no se puede ser injusto con “el hermano”, no se puede
oprimir “al hermano”, ni esclavizarlo, etc… Y esta imagen continúa claramente
en los Evangelios y demás escritos de la Nueva Alianza. Vivir y tratarse como
hermanos y hermanas tiene connotaciones en todos los órdenes de la vida humana.
En nuestro tiempo, eso incluye a los migrantes, la política, la economía, la
propiedad privada, las relaciones internacionales, y – puede ampliarse – a todos
los órdenes de la vida (las violencias y “descartes” por motivos de género, a
las diversidades sexuales, por ejemplo, están ausentes lamentablemente en la encíclica).
Ciertamente, en las sociedades, no está mal mirada la susodicha “fraternidad”,
lo que parece cuestionarse es la universalidad de la misma. Es fácil sentirse “hermanos”
de los que son “como yo”, pero no lo es sentirlo de quienes percibimos como diferentes.
De allí la crítica dura a los individualismos, liberalismos (y neoliberalismo),
a los discursos de anti-política, a la valorización del pueblo (en lo personal
me parece que ahí emerge o se vislumbra el “peronismo” del Papa). Pero (y aquí
la crítica) resulta grato y hasta amable valorar la “fraternidad universal”,
¡qué lindo!, siempre que no me confronte con el caído, herido y – en ocasiones –
para peor, adversario. Ser hermanos de los “como yo” es simpático, pero “nunca
hermano de esos”, se escucha con frecuencia. Y acá un problema: se escuchan o
leen textos comentando la Encíclica, que valoran tal o cual párrafo o
fragmento, que rescatan esta u otra unidad, pero sin ir a la médula de la fraternidad
(y sororidad) que nacen, en nuestro caso, del Evangelio. Cuando la fraternidad
celebrada no nos moviliza, no nos compromete y desestabiliza, no nos sacude,
quizás estemos haciendo una lectura “a nuestra imagen y semejanza” del texto.
Las políticas del individualismo (meritocracia, emprendedurismo,
neoliberalismo, centralidad de la propiedad privada, por ejemplo) no tienen
cabida en un universo fraterno y sororal… Por eso mi pregunta: ver que algunos
(episcopados inclusive) alaban la encíclica, me hace pensar, que o no la
entienden, o la disfrazan, o que el lenguaje debería haber sido algo más osado
y puntual. Un ejemplo es el caso del “populismo”. El término siempre aparece
ambiguo, no hay una crítica explícita a él, sino a ciertos, algunos o muchos
populismos. Sin embargo, se sirven de eso algunos para presentar una encíclica
tan genérica, tan “en el aire”, que sólo podremos vivirla entre los pocos
hermanos que somos nosotros, y que cada uno se las arregle. Una lectura que no
empiece por una fraternidad/sororidad universal (y por universal, empezando por
los últimos) más que un comentario de la Encíclica, quizás sea una excusa para disimular
que el Evangelio no nos ha calado hondo, sino que fue una pátina superficial
que no nos lleva a cambiar de vida, individualismo explícito.
Foto tomada de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Signature_de_Charles_de_Foucauld.svg
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