Bocetos para vislumbrar algo de la Iglesia argentina
Eduardo de la Serna
Hace muchos años, Lucio Gera, el teólogo más eminente que dio la
Argentina, escribió, con la colaboración de un diácono, luego arrepentido, un
artículo: “Apuntes para una interpretación de la Iglesia argentina” (1970);
recientemente reeditado en el tomo I de una selección de artículos teológicos
pastorales del autor. Al señalar los “rostros” más patentes de nuestra Iglesia,
destaca sus caracteres de “eclecticismo, incoherencia, moderación, indecisión,
contradicción y desintegración” bosquejando “tres líneas ideológicas que
configuran otros tantos grupos” [Escritos teológico-pastorales de Lucio Gera 1,
Buenos Aires 2006, 501]. Ciertamente muchas cosas cambiaron en la Iglesia
universal, latinoamericana y argentina desde ese tiempo a nuestros días. Sólo
señalo que los problemas que el artículo (y otros) le provocaron a Gera fueron
notables hasta el punto de tener vedado el ejercicio del ministerio en una gran
cantidad de diócesis argentinas. Cuando en 1981 Lucio nos predicó el
(excelente) retiro previo a nuestra ordenación presbiteral, con ironía se preguntó
y respondió: “¿Volvería a hacer las cosas que hice? Sí, volvería a hacerlas… lo
pensaría un poco más, pero volvería a hacerlas”.
Ciertamente no pretendo en estas líneas, ni siquiera remotamente,
continuar sus huellas. Pero no estaría mal que alguien arriesgue, quizás su
futuro, o su fama, intentando una nota profética que permita el desafío casi
inasible de comprender la iglesia argentina.
De 1970 a 2020 pasaron muchas cosas. Entramos, en todo el mundo, en
un profundo invierno eclesial del que muchos creemos que aún no hemos salido a
pesar de insinuaciones. La Iglesia en América Latina pasó por sus peores
momentos desde 1972, de los que tampoco parece haber salido. Los nombramientos
episcopales modificaron notablemente el rostro de la Iglesia universal, latinoamericana
y argentina. La emergencia, en aquellos tiempos, de quienes José Comblin llamó “Santos
Padres de la Iglesia latinoamericana”, fue dando paso biológico a otra iglesia
más monocolor y la ausencia de obispos profetas se hace sentir en nuestros
días. La reciente muerte de Pedro Casaldáliga y la renuncia a su diócesis de
Raúl Vera parecen marcar el fin de una era. Es cierto que muchos de estos
profetas lo fueron a partir de acontecimientos y no se los eligió precisamente
por serlo (“a mí me convirtieron los paramilitares” repite Raúl Vera,
seleccionado, precisamente, para eclipsar la luz de Samuel Ruiz y “sancionado”
cuando no lo hizo), pero eso depende del Espíritu Santo (y de que sea
escuchado). La línea ideológica latinoamericana, virtualmente coordinada por Alfonso
López Trujillo, tuvo en Argentina su continuidad con su compañero en la
devastación del CELAM: Antonio Quarraccino, y el acompañamiento de un
episcopado más habituado a levantar monumentos a los profetas que a escucharlos.
Ciertamente la Iglesia no son los obispos, pero estos marcan cómo y quiénes
serán los nuevos curas, que a su vez van acompañando en la formación del
laicado… Por ejemplo, fue notable la intervención sobre la Vida Religiosa que
culminó en la intervención de la CLAR (1989, para lo que fue necesario desplazar
a Eduardo Pironio de la congregación romana). Y notable, también, el
sistemático reemplazo del rol carismático de los y las religiosos por los “nuevos”
(sic) movimientos eclesiales. Estos fueron generando “super-laicos” (de)formados
a imagen y semejanza de sus fundadores (muchos de ellos hoy expulsados del ministerio
por graves temas de abusos, ayer silenciados o simulados (los casos de Marcial Maciel,
Fernando Karadima, Carlos Buela, Antonio Figari, por mencionar algunos, no son
sino la muestra de un botón). Curiosamente, en la mayoría de los casos, sólo se
sancionó al fundador mientras se sigue aplaudiendo la fundación que, para la institución,
parece “políticamente correcta”.
La Iglesia jerárquica argentina, con frecuencia, ha competido con
sus hermanas de México y Colombia por ser las más tradicionalistas de América
Latina. Y no ha hecho esfuerzos por despegarse de esa máscara, aunque deba
señalarse que los esfuerzos del Papa Juan Pablo II por hacer de toda América Latina
una Iglesia conservadora han dado sus frutos.
En Argentina el laicado empezó a “hacerse fuerte” a partir de 1934
con el Congreso Eucarístico Internacional (la Acción Católica); muchos hemos entendido
que, a partir del Concilio Vaticano II, esta, tal cual se la entendía (al
servicio de la jerarquía), había perdido su razón de ser, pero no fue así que
lo entendió el Episcopado Argentino, (con vaivenes) incluso hasta el día de
hoy. Seguramente por esta concepción de la vida seglar, salvando escasas
diócesis, otras expresiones del laicado, como las Comunidades Eclesiales de
Base, fueron ignoradas, rechazadas o negadas (a menos que estuvieran
sumisamente al servicio de la jerarquía, lo que constituiría, en este caso, una
negación en los términos).
El pueblo argentino se fue dando sus expresiones religiosas sin “pedir
permiso”, y la religiosidad popular fue un notable ejemplo de esto. Con el
acompañamiento (no dirección) de algunos teólogos y pastoralistas esta pudo
desarrollarse y pensarse teológicamente (el caso de Lucio Gera sin duda es uno
de ellos), en lo que más tarde se llamó “teología del pueblo”, habiendo nacido
en sus orígenes como una expresión local de la teología de la liberación. Ciertamente
esta “fe del pueblo” hubo de ser acompañada “pastoralmente”. En ocasiones
acompañando y caminando con el pueblo, y en otras aprovechando (por ejemplo,
económicamente) las expresiones multitudinarias en santuarios y expresiones de
fe más en provecho de los dizque pastores que del pueblo.
La jerarquía eclesiástica argentina hubo de pasar por una “noche
oscura” a consecuencia de su papel en la Dictadura cívico-militar, a la que
muchos dolorosamente añadimos “y eclesiástico”). El rol de buena parte del
episcopado, con honrosas excepciones, de los capellanes militares, y cierto
laicado (como por ejemplo la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa y
mucho periodismo cómplice, como los diarios La Nación y Clarín) fue de clara
complicidad con las más terribles violaciones de los derechos humanos que conociera
nuestra historia. “Por muchos, muchos años vamos a padecer las consecuencias de
esta actitud cómplice” nos dijo Lucio Gera a un grupo de curas que lo visitamos
tiempo después.
Ciertamente en el episcopado argentino hay voces y pensamientos
diferentes, lo cual es razonable. Incluso en sus miradas pastorales, y sociales
y de la realidad nacional. La elección de un Papa argentino no parece haber provocado
demasiados cambios en este sentido. Los que eran sus adversarios en el
episcopado lo siguen siendo (aunque menos explícitamente… y no son pocos), y
aunque hayan abundado los nombramientos episcopales, y se haya modificado la
dirigencia de la Conferencia episcopal, no parece que la jerarquía argentina
elija salir del pantano en el que desde Medellín eligió introducirse. Obispos
profetas en Argentina, ciertamente, no hay. Y visiblemente “la Iglesia” aparece
siempre “pegada” a las causas más retrógradas de la sociedad; incluso se
escuchan voces de su seno sosteniendo aberraciones teológicas sin que nadie
diga: “tanto no te piden”. Recientemente, por ejemplo, con motivo del debate
por una ley de interrupción del embarazo, uno de los curas más conocidos públicamente
dijo que si hay ley de aborto “no habrá Navidad, porque Jesús no habría nacido”
y que el Gobierno “se pone en el lugar de Dios que da la vida o la quita”. Frente
al tema hay muchas miradas diferentes, y es razonable que quien las tenga las
exprese, pero ¿puede alguien insinuar que la Virgen María hubiera abortado si
hubiera sido legal hacerlo? (además que se confunde “poder” abortar con el “deber”
hacerlo), y – además - ¿Dios quita la vida? ¿De dónde sale semejante planteo
teológico? Y valga este ejemplo, no para expresar una opinión sino para
destacar que pareciera que si alguien tiene una postura acorde a la de la mayoría
del episcopado puede decir cualquier tontería y nadie le dirá “tanto no te piden”.
En la década del 70, como en otras regiones de América Latina, en Argentina
existió un colectivo sacerdotal que pretendió comprometerse activamente por su
pueblo y la liberación: el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM,
del que Lucio Gera fue un importante miembro activo). Desde 1968 hasta 1973 el
Movimiento fue un actor importante, y profético, de la Iglesia argentina hasta
su disolución y varios de los religiosos mártires durante la Dictadura
pertenecieron a él, o fueron acusados de serlo. A partir del regreso de la democracia
(1983) varios grupos ex MSTM se fueron reuniendo hasta que en 1986 se organizó
un primer encuentro, luego continuado anualmente en el grupo que luego se llamó
Grupo de Curas en la Opción por los Pobres (OPP), que continúa hasta el día de
hoy. Por su parte, muchos de los antiguos MSTM tenían sus reuniones en grupos
más pequeños. Tal fue el caso de los curas de “Villas Miseria” (= favelas) que
solían reunirse, con otros curas amigos, en una villa de Buenos Aires. El
nombramiento de Jorge Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires motivó, por su
parte, la creación de una vicaría para las villas (luego llamados “curas
villeros”). Brevemente hay que señalar que los “curas villeros” pasaron por
tres etapas muy precisas: en los tiempos pre-dictatoriales había un grupo de
curas en villas. Este grupo tuvo un primer “conflicto” cuando la Dictadura
erradicó muchas de las villas derivándolas al Gran Buenos Aires (en algunos
casos no pudo hacerlo por la presión de los curas); en este caso, varios curas
acompañaron a la gente y dejaron la arquidiócesis (sin ningún reparo del arzobispo,
debemos reconocerlo). En una segunda etapa, post-dictatorial, muchos curas
jóvenes, inspirados por el ejemplo de los precursores pidieron (y consiguieron)
ser destinados a las villas. Fue un grupo bastante numeroso de curas jóvenes.
Cuando en cardenal Bergoglio empezó el arzobispado, motivó a otros muchos curas
a dirigirse a las Villas, pero los criterios pastorales y eclesiales fueron muy
distintos. Esto motivó que muchos de los curas de la “segunda etapa” dejaran el
ministerio o dejaran la arquidiócesis. El grupo actual se trata de un grupo
bastante importante de curas (acompañados recientemente por otros de diócesis
vecinas) indiscutiblemente entregados al servicio de los pobres y – en su gran
mayoría, al menos – viviendo como ellos. Es frecuente que los medios de
comunicación, no suficientemente informados, confundan ambos grupos que, en
algunas cosas son muy diferentes mientras que en otras son muy parecidos. Por
su mayor “oficialidad” es evidente que los “curas villeros” gozan de mayor visibilidad
y aplauso eclesial (y oficial) mientras los “curas opp” son (somos) marginales
y marginalizados.
Una característica habitual del clero argentino (a diferencia en
muchas ocasiones de otros de América Latina) es que es un clero pobre, aunque no
faltan excepciones, por cierto. La imagen, en muchas partes, de que el clero es
“una clase social” no es habitual en Argentina. De hecho, por ejemplo, lo frecuente
es que los curas no “cobran” por los sacramentos y no faltan los casos de curas
que tienen algún trabajo (habitualmente docente) para lograr su subsistencia.
Y, si bien en toda la Argentina no hay sino dos facultades de
teología (católicas), y se ha pretendido en ocasiones que los y las laicas no
accedan (o no muchos) a los títulos académicos, no puede ignorarse que hay
numerosísimos centros de estudios, profesorados, escuelas de formación en los
que laicas y laicos pueden obtener buena formación para profundizar su fe. En
muchas diócesis, el diaconado permanente es una institución ya afianzada, y
hasta en alguna diócesis hay más diáconos que presbíteros.
Ciertamente, en bastantes casos, todos estos grupos presbiterales,
laicales, diaconales no gozan de buena recepción episcopal que, pareciera, ven así
relativizado su poder o su autoridad. Pero los/as laicos/as, religiosos/as y
curas han aprendido que no es necesario pedir permiso para ser miembros de la Iglesia.
Quizás la Iglesia argentina hoy sea una buena expresión de la Iglesia
soñada por Juan Pablo II; una Iglesia en invierno, rodeada de miedos y búsqueda
de seguridades, con algunos (obispos, curas, laicos, religiosos) que buscan
salir “de la media” pero sabiendo que serán sospechados, mal mirados y
cuestionados. Pero a lo mejor toque “pensarlo mejor, pero seguir haciendo lo
mismo”.
Foto tomada de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Peregrinaci%C3%B3n_Juvenil_a_Pie_a_Luj%C3%A1n_%28Argentina,_2009%29.jpg
"Pero los/as laicos/as, religiosos/as y curas han aprendido que no es necesario pedir permiso para ser miembros de la Iglesia". Gracias Eduardo. Duele ser parte de la Iglesia argentina por su jerarquía y el clericalismo tantas veces fogoneado por los laicos. Pero, hay que seguir andando.
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