Las buenas noticias
Eduardo de la
Serna
Con mucha
frecuencia, las buenas noticias (en griego, evangelia) no son
universales. Es decir, a veces lo que es buena noticia para unos no lo es para
otros. Un ejemplo fácil de entender es la liberación de los esclavos: buena
noticia para los liberados, mala para los que pierden “mano de obra” (no
pretendamos que los miren como personas, a lo sumo “manos”). Y, por supuesto,
es frecuente que los perjudicados por la “mala noticia” pretendan, en la medida
de lo posible, recuperar al menos en parte, aquello que han perdido. Incluso,
con frecuencia, visto – por ellos – como algo injusto. Podemos decir, un lugar
común, que todo es según el cristal con que se lo mire, o – para ser más
precisos – desde el “lugar” de dónde se mire: desde la esclavitud o la
propiedad, en este caso.
Esto aquí
señalado, además, puede aplicarse – en general – a todas las noticias. No hay
universalidad en esto. Precisamente por el lugar donde cada quién se coloca o
está (o cree estar, o lo colocan). Un ejemplo fácilmente comprensible es el
deportivo. Ganar o perder es buena o mala noticia según “el lugar”. Pero veamos
otros casos:
Si un policía
balea por la espalda a un ladronzuelo caído y lo mata y como pena recibe un “chas
chas en la cola”, ciertamente no es una buena noticia para quienes esperan
justicia, y sí lo es para, no solamente el casi-aplaudido asesino, sino también
para quienes “se ponen de su lado” o quienes proponen en eso un modelo del
obrar policial.
Si un periodista
es echado de su lugar de trabajo por un exceso, por ejemplo, al escrachar a una
personaje menor, es una buena noticia para esa personaje, y también para los
que la aplauden o invitan a sus sets, aunque ellos mismos hubieran hecho lo mismo
publicando domicilios o teléfonos de sus opositores, periodistas, jueces o
políticos, mientras que no lo es para quienes elegían, más allá del estilo o
las exageraciones, informarse con su modo de informar.
Si llegan
millones de vacunas al país es una buena noticia para los pronto vacunados, y
por tanto inmunizados por una pandemia feroz que se cobra vidas, o salud día a
día, pero no lo es para aquellos que quieren que los muertos se multipliquen,
disfrazándolo de “educación presencial” y preocupación por la educación, o por
la preocupación de la ausencia de una vacuna (o para ser más precisos, de un laboratorio)
como si la falta de “esa” transformara en nulas todas las anteriores; disfraces
que en realidad ocultan la alegría de cada muerte porque ven en ellas potenciales
votos en las próximas elecciones.
Valgan estos
casos como ejemplo de algo fácilmente comprensible. Las noticias (los datos)
están allí; la interpretación de esos datos depende de dónde nos posicionemos
frente a ellos. Para ver esto todavía con más claridad notemos otro caso: si
hay mucha gente que se vacuna, puedo ver perjudicadas mis aspiraciones (mala
noticia para mí), por lo que intentaré boicotear lo más posible el hecho: es
veneno, no hay vacunas, todas menos aquella (o solamente esa otra) … pero si de
pronto me surge la posibilidad, me vacuno (buena noticia para mí), aunque
trataré de disimularla para que ambas opciones puedan seguir vigentes, y diré “me
vacuné afuera, pagando (¡mentira!) para dejar espacio a otros en mi país”, o “me
tocó, y por suerte no aquella que me envenena”, etc…
Jesús dice que es ungido (= mesías) para “anunciar
buenas noticias” (= evangelio) a los pobres” (Lucas 4,18). Ese anuncio, podría
ser una suerte de “opio del pueblo”, pero lo que Jesús pretende es que la
situación de los pobres cambie (y esa es la buena noticia): lo es para un ciego
ver, lo es para un paralítico andar, lo es para un pobre dejar de serlo (Lucas
7,22). Y a eso Jesús lo presenta como signo evidente de que es “el que había de
venir”, el que Dios enviaría a su pueblo. Pero sería ingenuo ignorar que esa
buena noticia es a su vez mala para ciertos sectores. Los pobres de tiempos de
Jesús son, ciertamente, empobrecidos por los sectores de poder de Israel (poder
político y poder religioso). Un ejemplo, no el único, es la proliferación y
aumento de los impuestos, sean para el Emperador, para el gobernante títere de
Roma o para el Templo. Esto empobrece notablemente a la población que debe
terminar perdiendo todo a causa de sus deudas (¿no es evidente la frecuencia con
que Jesús habla del no pago o la condonación de las deudas?); no es difícil
saber que esos mismos poderes son responsables excluyentes del asesinato de Jesús
(los evangelios presentan un doble juicio: religioso y político antes de la
condena del Nazareno). ¿Y la buena noticia para los pobres?, porque decir que
Dios está de su lado no parece suficiente para saciar el hambre, recuperar la
salud o conseguir trabajo digno… ciertamente no. Pero decir que Dios está de su
lado es un imperativo para los cristianos. Es gritarnos a los cuatro vientos
dónde debemos estar, en que “lugar” ponernos, qué causas asumir, contra qué
causas enfrentarnos y por qué buenas noticias pelear y con qué malas noticias
confrontar. Se trata de eso, simplemente. Se trata del lugar, del “desde dónde”
hablamos, analizamos o elegimos pararnos para vivir, pensar y obrar.
Foto de esclavos en Egipto tomad a de https://www.alamy.com/fragment-of-stone-relief-illustrating-slaves-of-pharaoh-at-temple-image69774951.html
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