La memoria: tenerla, hacerla, crearla
Eduardo de la Serna
Alguien
dijo que “del pasado, presente y futuro, lo único que podemos modificar es el pasado”.
Pocas cosas suenan más extrañas que eso. Si entendemos “el pasado” como una
sucesión de hechos, datos, cosas, ¿cómo podría esto modificarse? Ocurrió o no, ¡sencillamente!
Si alguien murió, ¿cómo podríamos modificarlo? Si ocurrió un accidente, un
nacimiento, un encuentro, ¿podría no haber ocurrido? O, más precisamente
(porque quizás sí podría no haber ocurrido si se hubieran dado otras
circunstancias) ¿podríamos negarlos? Sin embargo, todos sabemos que en un
momento de nuestra vida hemos vivido de una manera una serie de acontecimientos
del pasado y transcurrido un tiempo, con cargas de nuevos elementos (algunos,
incluso, incorporados a consecuencia de lo ocurrido), los vivimos,
experimentamos, sentimos de otra manera. Y no me refiero a “no debería haber
hecho / dicho Tal cosa” (que es otro tema; y menos al “perdón” o acomodación)
sino a cómo evalúo hoy esa Tal cosa que hice / dije ayer.
Así,
es práctico y es bueno distinguir un elemento, que son los datos (lo ocurrido,
de lo cual – además – difícilmente tengamos todos los modos de acceder a ellos;
entonces, los datos no cambian, pero podemos añadir aspectos, otras miradas,
nuevos elementos que nos permiten tener un acceso más cabal) y otro elemento es
la recepción de los mismos; que es lo que “se recibe al modo del recipiente”. Y
el recipiente hoy, no es igual al recipiente de ayer.
Es
llamativo notar que cosas que yo he vivido de una manera, otros – que también
las vivieron – las experimentaron de otra, y tienen, entonces, “otro pasado”
ante los mismos acontecimientos. Pero es llamativo también que cosas que ayer
viví de un modo hoy las vivo de otro. En este caso, obviamente, influye aquello
que yo he cambiado: he crecido, me he anquilosado, he descubierto nuevos
elementos, he profundizado aspectos, negado otros… el “recipiente” ha cambiado,
y por tanto la forma en que este acepta, lee “el pasado”, adquiere nueva forma.
Esto
incluye, por ejemplo, la negación; no es poco frecuente que nos neguemos a ver,
recordar, hacer presentes acontecimientos del pasado que queremos olvidar, por
dolorosos, por tediosos, porque no se adaptan a nuestro “recipiente”.
Y
dejo de lado la enorme capacidad de algunos “creativos publicitarios” para
lograr que olvidemos aquello que no les permite vender su producto, ¡o
candidato!, mientras traen constantemente a nuestra mente otros hechos, ahora
adaptados, simulados, endulcorados para que lo compremos, vendamos, votemos.
Dejo,
también, de lado lo imprescindible de “hacer memoria” (tan bíblico, además: “¡recuerda!”),
fundamental en la historia, al menos para no repetir graves errores del pasado,
y, además, para edificar constructivamente el presente con verdad y justicia y
con miras al futuro.
No
es por descuido que hay quienes propugnan una suerte de amnesia colectiva,
negando o manipulando el acceso a los datos (por ejemplo, instaurando una “historia
oficial” y bloqueando – hoy se dice “cancelando” – nuevas miradas a esa misma
historia), o simplemente tapándola con animalitos o negacionismo. Tiene que ver
con su recipiente, por cierto (packaging lo llaman).
En
lo personal, por ejemplo, soy consciente de cosas que en un momento “tapé”,
escondí, negué. Seguramente visualizarlas implicaba mucho dolor. Intolerable en
ocasiones. Hechos, rostros, palabras quedaron “ahí”. Por ser tales, “ocurrieron”,
por ser yo el recipiente, “no entraron”. Y soy consciente que nuevos
acontecimientos, cicatrices, nuevos rostros y modos de recibir modificaron “el
recipiente”, y hoy puedo recordar, mirar, hablar. En ocasiones una simple
palabra despertó acontecimientos dormidos, o un rostro puso sobre la mesa historias
y encuentros olvidados. Y soy consciente que otros, ante los mismos hechos, los
han vivido o recuerdan de otra manera.
Hasta me ha pasado de algunos que pretenden negar lo que yo recuerdo (y
cómo lo recuerdo) simplemente porque su elaboración (modificación) del pasado
es diferente a la mía. Curioso, por cierto… al menos porque se trata de
distintos recipientes.
Y
esto, además, vale también para la memoria de la Patria y del pueblo (dos palabras
que algunos pretenden “tapar” o domesticar, “gente” les gusta más). No
solamente se trata de hacer hoy memoria de antaño, que como señalé, es
fundamental, sino también de un ayer cargado de dolor que soñamos no debiera
volver, o de un antes de ayer que nos devolvió la esperanza. Sólo comparar dos
bicentenarios debería invitarnos a pensar: el contraste entre la fiesta y la
angustia, precisamente. No está mal modificar nuestro pasado para vivir sólidamente
nuestro presente antes que lo modifiquen otro y celebren, ellos, su presente
para unos pocos.
Dibujo tomado de https://asociacioneducar.com/somos-nuestra-memoria
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