El reino de la vida y la paz ha comenzado... y se manifiesta
DOMINGO TRIGESIMOCUARTO – “B”
CRISTO REY
Eduardo de la Serna
Resumen: Daniel ve en sueños una serie de imágenes terribles, pero finalmente una señala que Dios no se desentiende de su pueblo y podrá vivirse para siempre en un ambiente humano sin opresores ni violentos.
Para comprender el texto litúrgico es necesario mirar bien todo el texto del capítulo 7 hasta su final en el versículo 14, En v.15 comienza la segunda parte en la que Daniel, ante lo que ve queda preocupado y pide explicación de todo esto (7,15-28). El texto litúrgico, entonces, conforma la mirada final de las “visiones nocturnas” (= sueños) de Daniel. El texto señala – como es propio de la literatura apocalíptica que en cuanto tuvo las visiones Daniel las puso por escrito (v.1). Se refiere a cuatro bestias terribles. La imaginación intenta mostrar figuras monstruosas de destrucción con lo que a las imágenes animales (león, oso, leopardo) añade elementos que refuercen lo dramático (alas, costillas…). El acento está puesto en la cuarta bestia que es la más terrible (no tiene imagen, simplemente señala que era terrible, espantosa y muy fuerte, con dientes de hierro, que come, pisotea y tritura… “Era diferente de las bestias anteriores” (v.7). Se destaca que tiene diez cuernos (el cuerno es imagen de poder con lo que tiene pleno poder, pero no interminable; ver Ap 12,3; 13,1; 17,3.7.12.16). Y “estaba yo observando” cuando despunta un pequeño cuerno con su boca decía cosas espantosas (v.8). Sin dudas acá está el acento del presente del libro ya que a continuación se pasa a un “intervalo” donde un Anciano (sin dudas Dios) donde miles y miles lo sirven se sienta en el tribunal y se abren los libros (en la literatura apocalíptica los libros son los libros donde están escritos los nombres de los justos, “libro de la vida”). Entonces la pequeña bestia es aniquilada, las otras bestias despojadas de poder y es ahora donde surge la visión conclusiva del “hijo del hombre”. Este “hijo de hombre” viene del cielo (las bestias venían del mar, v.3) y es presentado ante el “anciano” y recibe “poder”.
Antes de seguir es importante una breve nota sobre la apocalíptica: la literatura apocalíptica es sumamente concreta e histórica a pesar de aparentar ser mitológica o de ensueño. Hace referencia a situaciones o grupos concretos de su tiempo pero “disfrazados” de imágenes extrañas. En un contexto de conflicto, persecución y muerte se invita a los lectores a pensar la realidad y mirarla con esperanza: Dios no se desentiende de su pueblo. La destrucción de Jerusalén (año 587 a.C.) hizo que Israel perdiera su libertad, primero en manos de los babilonios, luego de los persas, luego de los griegos ptolomeos y finalmente los griegos seléucidas (= cuatro bestias). Dentro de estos, además, Antíoco IV fue particularmente sanguinario quemando los libros de la Ley, obligando a comer alimentos impuros, prohibiendo las reuniones los sábados, profanando el templo (es la “pequeña bestia” que blasfema). Pero Dios no permanece indiferente, y ante tanta destrucción “monstruosa” finalmente enviará un pueblo “humano” (Israel, el “hijo del hombre”). Y mientras los otros monstruos destructores tienen un poder terrible, pero limitado (diez), cuando llegue el tiempo de Israel su poder “será eterno” y su reino “no será destruido”.
El contraste entre las bestias y el “hijo de hombre” (es obvio que el acento está puesto en la humanidad de este nuevo personaje) es evidente en la misma imagen. Este nuevo grupo – Israel – tendrá “poder, honor y reino” y todos los “pueblos, naciones y lenguas” lo servirán. Sin dudas el contraste es notable, no sólo entre lo terrible y brutal por un lado y lo humano, por el origen desde el mar (lugar de las fuerzas del mal, ver Ap 21,1) y desde “las nubes del cielo”, sino también en el breve tiempo que dura (que durará, porque está escrito en tiempo de persecución, y allí se fundamenta la esperanza) en contraste con el “poder eterno” y “reino no destruido” en el que Israel – como en tiempos de David – reinará y dejará que sea Dios el que reine (el anciano).
Nota conclusiva sobre el “hijo del hombre”. El hebreo es una lengua “florida”, redundante. Un “hijo de hombre” sin dudas es sencillamente un “hombre” (así se usa, por ejemplo, con toda frecuencia en el libro de Ezequiel). Es evidente que en este caso se refiere a un “grupo humano” en contraste con las bestias, y – por lo tanto, si las bestias eran pueblos opresores, aquí también se refiere a un pueblo, ver v.27: “el pueblo de los santos del Altísimo”. Ahora bien, con la expectativa creciente en la venida de un enviado de Dios (un/el mesías) esta figura del “hijo del hombre” empezó – siempre en la literatura apocalíptica – a tener connotaciones ya no colectivas sino personales. Es en ese sentido que será usado en tiempos de Jesús y es muy posible que él mismo lo haya utilizado (aunque, curiosamente siempre lo hace en tercera persona y el muchos casos en futuro). Así se ve por ejemplo, en el libro apócrifo de Henoc:
Allí vi al que posee el «Principio de días», cuya cabeza es blanca como lana, y con él vi a otro cuyo rostro es como de apariencia humana, mas lleno de gracia, como uno de los santos ángeles. Pregunté a uno de los santos ángeles, que iba conmigo y me mostraba todos los secretos, acerca de aquel Hijo del hombre, quién era, de dónde venía y por qué iba con el «Principio de días». Me respondió así:
—Este es el Hijo del hombre, de quien era la justicia y la justicia moraba con él. El revelará todos los tesoros de lo oculto, pues el Señor de los espíritus lo ha elegido, y es aquel cuya suerte es superior a todos eternamente por su rectitud ante el Señor de los espíritus. Este Hijo del hombre que has visto levantará a los reyes y poderosos de sus lechos y a los fuertes de sus asientos, aflojará las bridas de los poderosos y destrozará los dientes de los pecadores. Echará a los reyes de sus tronos y reinos, porque no lo exaltan ni alaban, ni dan gracias porque se les ha dado el reino. Humillará el rostro de los poderosos y los llenará de vergüenza: la tiniebla será su morada; gusanos, su lecho; y no tendrán esperanza de levantarse de él, porque no exaltan el nombre del Señor de los espíritus. Estos son los que erigen como árbitros a los astros del cielo, levantan la mano contra el Altísimo, pisotean la tierra y moran en ella mostrando iniquidad en todas sus obras. Su fuerza está en su riqueza, y su fe, en los dioses que forjaron con sus manos negando el nombre del Señor de los espíritus, persiguiendo sus casas de reunión y a los creyentes que se apegan al nombre del Señor de los espíritus. (1 Hen 46; ver también 47-49).
Lectura del libro del Apocalipsis 1, 5-8
Resumen: el libro del Apocalipsis comienza con un canto litúrgico donde se canta a Jesucristo y se celebra los efectos de su amor en la vida de la comunidad.
El libro del Apocalipsis está lleno de elementos y cantos litúrgicos lo cual es coherente con esta literatura que pretende establecer una suerte de “puente” entre el cielo y la tierra, Dios y su pueblo (de eso se trata la liturgia).
El texto parece un coro que puede estructurarse de esta manera:
[lector] "Juan, a las siete Iglesias de Asia: Gracia y paz a ustedes
de parte de Aquel que es, que era y que va a venir, y
de parte de los siete Espíritus que están ante su trono, y
de parte de Jesucristo, el Testigo fiel,
el Primogénito de los muertos,
el Príncipe de los reyes de la tierra.
[coro] Al que nos ama
y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre
y nos ha hecho reyes y Sacerdotes para su Dios y Padre,
A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén".
[lector] Él viene sobre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado. Por Él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra. Sí, así será. Amén.
[el rey] Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que vendrá, el Todopoderoso.
La asamblea experimenta el amor actuante (participio presente) y responde con tres coros a los tres atributos de Jesucristo.
El acento está puesto en el rey-reino que tiene características particulares. Lo primero que se dice de “aquel” que “es, era y va a venir” hace referencia a su muerte (martys pistós, un testigo creíble), a la resurrección (el primer nacido de entre los muertos, “primogénito) y ser “príncipe de los reyes” (Sal 89,28) y a estar “sentado junto a Dios”:
Dijo el Señor a mi señor: Siéntate a mi derecha hasta que haga a tus enemigos estrado de tus pies. El Señor extenderá desde Sión el poder de tu reinado: ¡domina entre tus enemigos! (Sal 110:1-2)
El coro, entonces, canta lo que el amor actuante de Jesús ha provocado en ellos: liberar de los pecados (con su sangre, no parece referencia al Bautismo sino a los efectos de la muerte de Jesús). La sangre “compra” (5,9), “lava” (7,14), “vence” (12,11), y como el vino (del lagar, 14,20) la beben los asesinos (16,6) y embriaga (17,6). Y el efecto es ser “un reino y sacerdotes”. Esto vuelve a repetirlo en la primera gran visión (cc.4-5) en 5,10: “con la sangre del cordero ‘compró’ hombres de “toda raza, lengua, pueblo y nación haciendo un reino y sacerdotes”. De hecho, los muertos en fidelidad resucitarán y serán “sacerdotes” y “reinarán” con él “mil años” (20,6). Es interesante que en Apocalipsis este ser sacerdotes, que es propio del pueblo de Dios (como en Ex 19,5), es inseparable del reino.
La referencia al “traspasado” (ver Jn 19,37) remite a Zac 12,10:
“…derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito”.
Con la auto-presentación de Jesús como “principio y fin” (alfa y omega, cf. 21,6; 22,13 y 1,17; 2,8; Is 41,4; 44,6) y como el que “es, era y va a venir” (cf. 4,8) retoma el comienzo cerrando la unidad.
Resumen: en diálogo con Pilato Jesús contrapone dos mundos, dos modos de vivir. El de la vida, la luz, la fe sobre el que Él reina, y otro reino, de este mundo, en el que reina el diablo, la violencia, las tinieblas y la muerte.
El Evangelio de Juan tiene una serie de características que lo diferencian de los restantes evangelios. Una de ellas es que en la Pascua no encontramos un “juicio” religioso a Jesús (con Caifás, en los Sinópticos). Podemos afirmar que en realidad todo el Evangelio constituye un juicio en el que Jesús presenta testigos. Pero que los seres humanos están auto-juzgándose a sí mismos según sea su respuesta ante Jesús. Creer o no creer es en realidad el verdadero juicio.
El encuentro con Pilato se caracteriza con constantes entradas y salidas de Pilato al encuentro de los que entregan a Jesús (los judíos, que quedan fuera del pretorio para no quedar impuros y poder comer la pascua) y Jesús que está dentro. Estas entradas y salidas marcan pequeñas unidades que concluyen con la entrega para que sea crucificado. En su primera salida Pilato pregunta por la acusación y le afirman que Jesús es un “malhechor” (kakòn poiôn) por eso lo han “entregado”. Al entrar (este segundo momento constituye la lectura del día con la omisión de v.38a) la consulta no es por el “mal que ha hecho” (como en Mc 15,14 y los paralelos) sino si es “el rey de los judíos”. Este será el tema del diálogo entre Jesús y el procurador.
La primera parte de la respuesta de Jesús “dices esto por tu cuenta o lo han dicho otros” es doblemente irónica. Más adelante señalará Juan que los judíos afirman “no tenemos más rey que el César” (19,15; con lo que proclaman que Dios no es su rey, cosa característica de la fe de Israel; cf. Sal 47,9; 55,20; 146,10; Is 52,7); de hecho según los sumos sacerdotes es Jesús quien ha dicho que es rey, ya que ellos no lo reconocen (19,21). Si es “rey de los judíos” lo concreto es que “tu pueblo” te ha entregado. El verbo “entregar” (paradídômi) en 6,64.71; 12,4; 13,2.11.21; 18,2.5; 19,11; 21,20 se aplica a Judas; en 18,30.35 se refiere a los “judíos”; en 19,16 Pilato lo entrega “a los sumos sacerdotes” para que fuera crucificado. Sólo en 19,30 la entrega tiene una connotación positiva ya que Jesús “entrega” su espíritu.
Jesús, entonces, comienza a aludir a su “reino” como “no de este mundo” con lo que – y Pilato comprende correctamente – Jesús se autoproclama rey pero de un modo distinto. Para empezar, es un reino de no-violencia. Su gente no “combate” (agônizomai) para evitar que Jesús sea “entregado” a “los judíos” (v.36). No es la lucha lo propio de los servidores-guardias (hypêrétai) de Jesús.
Lo característico de Jesús es lo contrario de “este mundo” (kosmou toutou) ya que este es de los judíos (8,23), ya que Jesús vino a un juicio que tiene relación con creer o no en él (9,39), el que no ve la luz tropieza (11,9), rechaza esta vida mirando la vida eterna (12,25) ya que “este mundo tiene por príncipe” al diablo (12,31; 16,11). La hora de Jesús es su paso al Padre (13,1). Los discípulos de Jesús “no son de este mundo” (15,19). En Juan, entonces, se hace referencia a dos mundos, pero no se refiere al mundo “celestial” y al “secular” sino a los que reciben a Jesús y los que lo rechazan, y– por tanto – rechazan su invitación al amor. El “mundo este” es el ambiente hostil a Jesús y obviamente en el que Jesús no reina. Este mundo es el espacio de la muerte y la violencia.
Sin ser del mundo, Jesús vino al mundo a hablar en nombre de Dios (6,14; 11,27; 16,28). Pero los seres humanos prefirieron las tinieblas a la luz (3,19), y ese es – como se dijo – el “juicio” (9,39) para que el que crea no siga “en tinieblas” (12,46) porque vino “a salvar” (12,47). En los adversarios, en cambio, el que viene es “el príncipe de este mundo” (14,30).
A esto Jesús lo llama dar “testimonio de la verdad” y “ser de la verdad” (v.37). La verdad, en la Biblia, no es una palabra que es conforme a la realidad, sino que es la conformidad a la alianza. Por “verdad” se ha de entender “fidelidad”, “lealtad” y también “amor”, por eso se puede “caminar en verdad” o “ser de la verdad” (por eso la verdad hace libres, 8,32), por eso el diablo es “padre de la mentira” (8,44) y homicida. Lo contrario de ser mentiroso es “guardar la palabra” de Dios (8,45). Esto es lo que Jesús testimonia (martyreô) ya que es testigo de Dios (3,11.32) y de que las obras “del mundo” son perversas (7,7). Dentro de los múltiples “testigos” del juicio al que hicimos referencia más arriba, Juan ha venido para ser testigo “de la luz” (1,7.15.32.34; 3,26.28; 5,33), la samaritana da testimonio (4,39), las obras del Padre (5,36; 10,25; 12,17 [la vida de Lázaro]), el mismo Padre (5,37; 8,18) y las Escrituras (5,39) y el mismo Jesús lo da de sí mismo (8,13.14) y también lo hará el Paráclito (15,26) y los discípulos (15,27) especialmente el discípulo amado (19,35; 21,24).
A esto se refiere con “escuchar su voz”, como la voz del viento-espíritu (3,8), ya que escuchar la voz (recibirla, creer en ella) conduce a la vida (5,25) como la voz del pastor da vida a las ovejas (10,3.27).
En suma, la vida y la muerte juegan su suerte en la Pascua de Jesús. Los que no escuchan su voz, los de la mentira, los de la violencia, los que lo entregan a la muerte, las tinieblas quedan del lado de “este mundo” y su “príncipe”, mientras que en el otro se congregan los de “la verdad”, los que escuchan la voz de Jesús, los de la luz. Sobre estos Jesús reina y sobre estos entrega su espíritu.
Foto tomada de depressaoepoesia.ning.com
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